Sentir y pensar
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Sentir y pensar

Rosario de Acuña

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Sentir y pensar

Rosario de Acuña

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Información del libro

Se trata de una recopilación de textos de Rosario de Acuña. Reúne la dedicatoria «Sentir y pensar» que la autora redactó en 1884 tras la muerte de su padre, al que estaba muy unida, así como varios poemas: «Decoración», «El autor», «La dama de carácter», «Entre bastidores» o «Juicio del público».-

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN
9788726687057
Categoría
Literatura
Categoría
Poesía

EN EL CUARTO DEL BARBA

En Córdoba, la ciudad
rica en artes y en recuerdos,
en una estancia pequeña
de un palacio solariego,
que se mira sin escudo,
por más que debió tenerlo,
rara estancia que se adorna
con muebles en parte nuevos,
y en parte de medio siglo,
sobre un sillón algo recio
teniendo en frente una imagen
de cera, de corcho o fresno,
que no se ve de lo que es
con el barniz sobrepuesto,
cuya imagen, encerrada
en un fanal verdinegro,
se levanta en una mesa
que está algo coja del tiempo,
y que sirve, a más de altar,
de estante de libros viejos,
sobre el sillón recostado,
y en la negra sombra envuelto
de una pantalla, inclinada
sobre un quinqué que, de lleno,
ilumina de Fernando
el rostro tostado y serio,
se ve un señor, sin edad
porque la oculta su ceño,
y que, a la sombra mirado,
se parece desde luego
a Fernando, con lo cual
por su padre le tendremos.—
«¿Y te costó convencerla?»
«No mucho, padre, yo creo
que algo hay cierto en lo que dicen.»
«¿Y ahora sales con que es cierto?»
— Dijo el trasunto retrato
de aquel gallardo mancebo.—
«Mucho he sentido tener
que hablarte, Fernando, de ello,
pero hijo, piensa y verás
que es tu porvenir primero;
aunque sé que desde niño
ese amor vivió en tu pecho,
nunca he querido aludir
a que era fuerza romperlo;
ella lista, apasionada,
tú niño audaz e inexperto…
Era preciso dejarte
al amor, como maestro;
pero llegado a esa edad
en que manda el pensamiento,
fue necesario correr
de las ficciones el velo:
su cabeza no está buena,
tú mismo, sin yo saberlo,
ya lo venías pensando;
no digo, ni mucho menos,
que virtud le falte, no,
pero tú ya ves, sin seso
no se ve mujer honrada
y, además, medita, bueno…
Si fuera acaso marquesa
o millonaria, a lo menos…
poniéndola en cura… vamos…
pero ya ves, ni aun en esto
se pueden hallar razones
para enlazaros; yo creo
que pienso muy bien y soy
para ti, cual debo serlo.»
—Aquesto su padre dijo,
y el hijo siguió diciendo:—
«Lo que dices es verdad,
pero ¡cuándo tanto tiempo
se quiso!... ¡en fin!... sobre todo
que ya no tiene remedio;
esta mañana le hablé
como me dijiste, y creo
que, si ahora sentimos ambos
la separación, el tiempo,
que siempre se lleva todo,
se llevará el sentimiento,
y mucho más cuando miro,
aunque la razón no acierto,
que, esa María levanta
a extraña región su vuelo.»
—Tosió aquí el padre sin duda
por querer hablar muy presto.—
«¿Qué mujer has visto, di,
con tan pocos miramientos,
que acuda siempre a las citas
que le das, pues yo comprendo
que, antes de mirarte novio,
te mira cual hombre, y creo
que, si contigo hizo así,
con otro hiciera lo mesmo?...
Con que, hablemos de otra cosa;
¿cómo siguen los terneros?»
«Tan gordos, padre.» —«¿Y las yeguas?»
«Mudando todas el pelo.»
«Tengo que ir a verlas: dime
y ¿encontrose el burro negro?»
«Así que dejé a María
busqué a Martín el cabrero,
y con él estaba el burro.»
«Buena noticia, me alegro»
—En esta forma y manera
hablaron por largo tiempo
hasta que un reloj, de cuco,
de tanto andar descompuesto,
se puso a contar las once
y se paró sin hacerlo;
abriose la puerta a poco,
y, con sendo candelero
de reluciente metal,
entro una dama de tiempo:—
«Que ya está la cena,» —dijo—
«Madre, esta noche no ceno.»
«Yo sí, mujer,» —replicó
el padre. — «que ganas tengo
de probar la miel de caña
que ayer se compró al manchego.»
—La mujer dejó la luz
sobre la mesa; salieron,
primero el padre, después
el hijo. —«Madre, ¿te espero?»
—Le dijo en la puerta. —«No;
no me esperes, que me quedo
a encender la lamparilla
a Santa Rita; voy presto»
—(Santa Rita era sin duda
la del fanal verdinegro).
Esto sucedió en la noche
en que el abismo tremendo
en sus antros recibió
aquel acabado cuerpo,
donde el alma de María
halló en el...

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