Señal abierta: Una mirada a la televisión peruana del siglo XXI
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Señal abierta: Una mirada a la televisión peruana del siglo XXI

James A. Dettleff, Giuliana Cassano, Guillermo Vásquez Fermi, Thalía Dancuart Coelho

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Señal abierta: Una mirada a la televisión peruana del siglo XXI

James A. Dettleff, Giuliana Cassano, Guillermo Vásquez Fermi, Thalía Dancuart Coelho

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Este libro analiza los programas televisivos peruanos en los principales canales nacionales de señal abierta —Latina, América Televisión, Panamericana Televisión, TV Perú, ATV y Red Global— con el fin de consolidarlos y categorizarlos. Para los autores la televisión peruana genera clusters discursivos que?reflejan las características de la sociedad a la vez que construyen y consolidan?sus imaginarios. De igual manera, estos imaginarios tienen rasgos que nos permiten reconocer nuestra identidad y relacionarnos con nuestra ciudadanía, así como representaciones que sostienen nuestra?historia y memoria social. Sobre la base de una reconstrucción de la programación durante los primeros quince años de este siglo, se exploran las categorías de lo periodístico, lo cultural, el entretenimiento, la ficción, entre otras, observando cómo estas responden a las características y los cambios del mercado nacional e internacional, así como a las modificaciones y los procesos sociales peruanos

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Información

Año
2022
ISBN
9786123177096
Edición
1
Categoría
Social Sciences
Categoría
Media Studies
Capítulo 1.
Lo periodístico para el Perú del nuevo siglo
James A. Dettleff
Los programas periodísticos nacionales en la televisión peruana en los primeros quince años del siglo XXI
Como en cualquiera de los capítulos de este libro, la definición sobre qué es lo «periodístico» o a qué se le llama periodístico es la primera pregunta que surge. Las opciones fueron variadas y las decisiones consensuadas, antes que totalmente acordadas. En nuestra práctica común, el término «informativo» podría parecer más adecuado para agrupar a una serie de programas que trabajan con la información, en contraposición con aquellos que trabajan con relatos inventados («ficción») o que manejan situaciones lúdicas («entretenimiento»).
McNair indica que el periodismo, en todas sus variedades, «es el escenario constante que nos acompaña en nuestra vida diaria»9 (2006, p. 25), mientras Puente afirma que «en la idea de imitación radica la gran diferencia entre drama y periodismo: el drama imita, el periodismo muestra [la acción]» (1997, p. 57). Pero lo periodístico no es lo único que está en el ámbito de lo informativo, ya que varios otros programas manejan información, muestran la acción y se relacionan directamente con la realidad sin ser considerados periodísticos.
Por ello, en este libro decidimos agrupar en la definición de «periodísticos» a los programas que trabajan con información, trasmiten elementos de la realidad, muestran las acciones sucedidas en el mundo, pero, sobre todo, que tienen a la actualidad como característica. Así, por «actualidad» entendemos esa relación temporal cercana entre el suceso o hecho informativo y la transmisión o relato de esa información.
Asimismo, el manejo de información con cierto nivel de actualidad debe ser regular, constante, periódico. En general, los hechos que acontecen en el mundo pueden convertirse en información mediada si esta se considera relevante para la sociedad; es decir, si generará algún tipo de conocimiento en los lectores o espectadores que les permitan actuar en el ámbito social. Luhmann nos recuerda que «lo que sabemos de nuestra sociedad, o acerca del mundo en el que vivimos, lo sabemos a través de los medios masivos» (2000, p. 1). Los documentales, los programas culturales, los instructivos son parte de lo informativo, pues nos permiten acercarnos y conocer nuestra sociedad y nuestro mundo, pero sin tener una temporalidad cercana; es decir, pueden pasar meses o años desde que sucedió el hecho hasta que ese tipo de programas sea emitido, y su valor informativo no estará en la actualidad, sino en lo novedoso de aquello que nos brinde.
A diferencia de esos programas, lo periodístico supone una inmediatez o algún tipo de cercanía temporal (días o semanas, con posibilidad de reactualización posterior) que además supone una regularidad en su emisión (Puente, 1997). La idea del periódico, el diario, el semanario como formatos escritos de lo periodístico toma su nombre por su periodicidad. En el caso televisivo, en algunos países de Iberoamérica se habla de los telediarios para hablar de algunos programas periodísticos, lo que es una mezcla del medio televisivo con la periodicidad de emisión.
Los programas más comunes que se encuentran en esta categoría son lo que comúnmente se conoce como «noticieros», aquellos programas diarios (a veces con más de una emisión por día) que manejan la información como «noticia» —con características que revisaremos más adelante— y que tienen gran actualidad, es decir, una relación temporal cercana entre el momento en que ocurre el hecho y su emisión. Igualmente se encuentran los magazines informativos —diarios o semanales—, que entregan de manera más desarrollada los hechos noticiosos. Estas son las dos formas más comunes en las que se encuentra lo periodístico en la televisión peruana.
Hemos considerado aquí dos subcategorías adicionales a las anteriormente nombradas y que saltan inmediatamente a la vista cuando se habla de lo periodístico: programas deportivos y de eventos especiales. La primera tiene las características descritas previamente, pero lo que cambia es su temática: se refiere casi en exclusividad a hechos deportivos y no a otro tipo de sucesos que se desarrollan en los noticieros o magazines noticiosos. De igual forma que la sección deportiva se fue independizando de las páginas finales de los diarios peruanos —y se convirtió en suplementos especiales o en diarios especializados—, las secciones de deporte fueron tomando cada vez más tiempo en los noticieros peruanos y llegaron a ser independientes o se convirtieron en programas propios.
Pero hay un elemento adicional para los programas periodísticos deportivos: la inmediatez es mucho más común que la existente en los noticieros o magazines. Muchos programas deportivos suponen que la relación temporal entre el suceso informativo y su transmisión sea de absoluta sincronía, que no haya retraso en su emisión, sino que sea lo que comúnmente se conoce como la «transmisión en vivo», cuando el hecho noticioso/deportivo está sucediendo.
Esta característica final es aquella que está presente en casi todos los productos televisivos que hemos agrupado en la última subcategoría que hemos llamado «programas de eventos especiales», emisiones que mayormente se realizan cuando el hecho está aconteciendo. Su diferencia con los demás programas está principalmente en su periodicidad, que es muy dilatada (anual, por ejemplo) o inexistente. Pero retornaremos a todas estas categorías más adelante para verlas con más detalle.
En el caso de los programas noticiosos —aquellos informativos que manejan noticias o información de actualidad en la televisión— hay una dimensión diferente, pues, como indica Del Rey, «antes informar tenía que ver con la reducción de la incertidumbre —al menos teóricamente— ahora el término aparece estrechamente ligada a la imagen: informar es enseñar el acontecimiento» (1998, p. 221). Lo televisivo impone, de esta manera, dimensiones distintas a los hechos que serán emitidos como parte de los informativos que aquí denominamos «noticiosos», ya que no solo se trata de acontecimientos de interés común, con cierto nivel de actualidad y con periodicidad en su emisión, sino que deben mostrarse a través de imágenes (y sonidos).
La imagen es un elemento que suma a la información (escrita o sonora), que permite una mejor llegada al público y un enganche emotivo que se ha vuelto esencial en las últimas décadas para los programas informativos. Lo periodístico televisivo es muchas veces un reflejo o heredero de lo periodístico escrito, pero cuando sucede en las pantallas genera mayor impacto o controversia: «Lo que caracteriza a la televisión es que es un objeto social que no deja indiferente, que sigue siendo el centro de controversias políticas, y que es un excelente recurso para construirse un prestigio consolidado como intelectual» (Del Rey, 1998, p. 45).
Pero, más allá de esas características, lo que se logra con la imagen es un mayor nivel de generación de veracidad, una necesaria comprobación pseudofactual que en el Perú del inicio del siglo XXI se ha convertido en una necesidad imperiosa. El desafío de la televisión en estos años fue recuperar la credibilidad tras un contexto de corrupción en el manejo de la información, engaños y manipulaciones por parte del gobierno de Alberto Fujimori. Por ello lo periodístico se vio en la necesidad de probar contantemente su retorno a la veracidad o, al menos, a pregonarla para intentar que se olvidara su comportamiento en la década de 1990.
Pero no solo esta circunstancia ha modificado al periodismo peruano —al igual que en el resto del mundo—. El acceso a información y fuentes no se da ya «en la calle», pues la internet y las redes sociales han reemplazado a las fuentes tradicionales como generadoras de «información, testimonios o datos con los que poder construir sus noticias» (Herrero Curiel, 2012, p. 1116), lo que ha llevado a una práctica que muchos ven como un peligro para el rigor periodístico. Curran y Seaton indican que los resultados de un estudio mostraron que «la internet promueve la rutina de cortar y pegar en los periodistas», lo que disminuye la práctica de buscar la información (2010, p. 95) y, a la vez, cuestiona la capacidad de verificación de datos y cruce adecuado de información.
Del Rey afirmaba, a fines del siglo pasado, que «son los propios criterios veritativos de la información de actualidad los que han cambiado. Hoy un hecho es verdadero no porque sea empíricamente verificable, sino porque, además de la imagen, resulta que otros medios pregonan y repiten las mismas afirmaciones, las mismas historias, a modo de confirmación» (1998, p. 221). En una época en que los medios sociales permiten circular la información de manera más veloz aún, la repetición de hechos y relatos sobre sucesos no comprobados va generando carácter de verdad no por su verificación, sino por su repetición, lo cual acarrea peligros como los señalados por Curran y Seaton. En el caso del Perú, donde existen conglomerados de medios que se autoalimentan y repiten la información no solo en sus diferentes canales, sino en sus distintas plataformas y redes sociales, esos criterios para reafirmar la veracidad de una información se multiplican, se validan entre sí mismos y construyen discursos de verdad que no están necesariamente basados en hechos. Este problema se observó con mayor presencia aún en la época de la corrupción fujimorista, cuando los diferentes medios mostraban imágenes y se repetían en otros medios a modo de confirmación, pero eso no significaba que había veracidad en lo relatado. Algunos rezagos de estas prácticas se han mantenido —como veremos más adelante— y eso no permite que se termine de separar la imagen de la prensa peruana con esas malas rutinas, lo que genera críticas y denuncias de parcialización que se acrecientan sobre todo en épocas electorales. Esta forma de generar discursos de verdad a partir de repeticiones y poca comprobación va en contra de los principios periodísticos, pues, si bien se entiende que la objetividad es un anhelo que no puede lograrse del todo, lo que se espera de una información para ser realmente útil es «que el periodismo —o aquellos que lo realizan— pueda persuadirnos de su precisión, su exactitud, su fiabilidad y veracidad» (McNair, 2006, p. 31).
Como indicamos en la introducción, la televisión peruana pasó de estar en manos de radiodifusores —broadcasters, como se les conoce en inglés— a empresarios de diversos rubros, y eso hizo que las leyes del mercado y la visión de los canales como compañías comerciales antes que de bien público modificaran sus contenidos, incluidos los informativos. Ahora bien, esta es una problemática mundial, pues, como indica Berry, «los valores del libre mercado se han colocado al centro del escenario y se han debilitado las prioridades del servicio público» (2019, p. 76). Por este motivo Curran y Seaton observan que la independencia que el periodismo ha logrado del Estado y los gobiernos se ve amenazada por «las corporaciones que tienen distintos intereses sobre las decisiones políticas y se vuelve vulnerable a los dueños de los medios» (2010, p. 350). Asimismo, junto con la independencia está amenazada también la concepción de la objetividad, pues «si las noticias son un negocio, estas son propiedad de hombres de negocios con preferencias políticas y sesgos ideológicos» (McNair, 2006, p. 34).
Al respecto, en la literatura académica se observa que los medios —y en particular la prensa— tienden a ser «perros falderos» o «perros guardianes» (lapdog y watchdog en inglés) según su cercanía y aquiescencia al poder o su actitud vigilante frente a este, que los muestra como independientes. Glasser y Craft indican que la noción de una prensa independiente es aquella «que está comprometida a otorgar a los ciudadanos con información precisa y sin sesgos» (1998, p. 204). El «no sesgo» es entendido por los autores como una total búsqueda de imparcialidad u objetividad, pero no es entendido simplemente como mostrarse contrarios al gobierno de turno o apoyar al candidato opositor, pues eso de por sí ya sería muestra de una posición parcializada.
Algunos trabajos que investigaron el desarrollo del periodismo en América Latina luego de periodos de gobiernos no democráticos observaron que en la región se propagó un estilo agresivo de periodismo que quería mostrarse como «perro guardián», sobre todo luego de su comportamiento de «perros falderos» en esos periodos (Alves, 2006). Otros estudios observan cómo en diferentes países los periodistas concuerdan en la importancia de llevar con rapidez las noticias a sus audiencias y, hasta cierto punto, de permitirles expresar su opinión; pero no existía tanto acuerdo sobre analizar la labor del gobierno y comportarse como perros guardianes de sus acciones (Weaver, 2006, p. 50). Otras investigaciones citan a Waisbord indicando que hay un periodismo que se precia de señalar las malas acciones (Alves, 2006, p. 181) y llegan incluso a señalar que el Perú fue uno de los países donde hubo un aumento en el interés por mostrar especialmente los escándalos (Schudson, 2019, p. 157).
De...

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