1. 7.00: LA HORA DE «LA LISTA»
Unos años más tarde
Suena el despertador. Me despierto.
Soy una mujer moderna y hago cosas modernas, como poner el despertador cinco minutos antes de que suene el de mis hijas. Así puedo dedicar los cinco primeros minutos de todos los días a ser agradecida.
Esto de ser agradecida lo aprendí hace un par de años de unos expertos (una conversación de Facebook), y ahora lo hago todos los días. Es como lo de hacer yoga todos los días, cosa que yo no hago porque, paradójicamente, la idea de hacer yoga me pone nerviosa.
En cambio, ser agradecida es muy relajante. Lo único que tienes que hacer es ponerte cómoda y enumerar todas las cosas de tu vida que te hacen feliz. Me encantan las listas, me encanta ser feliz y se me da estupendamente tumbarme en la cama, así que la idea me atrajo inmediatamente. Ahora lo hago todas las mañanas. Es muy gratificante.
La lista de hoy es la siguiente:
1) No soy una sintecho.
2) Estoy sana.
3) Mi familia está sana.
4) Mi marido es un hombre agradable y divertido.
5) Todavía no me han despedido.
6) ¡Es la hora del café!
Me levanto de la cama. He empezado a notarme un poco entumecida por las mañanas, pero no es nada que no se cure soltando un ruidoso «¡Uuuuuffff!».
–¡Uuuuffff! –digo, y voy tambaleándome hasta el cuarto de baño. Hago el pis más satisfactorio del día, miro el papel higiénico para ver si me ha venido la regla (para las mujeres, el papel higiénico es una especie de impresión, o de recibo, de todo nuestro funcionamiento interno), veo que no y cojo el móvil (y de paso agradezco tener un móvil). Quiero saber qué tiempo va a hacer hoy para decidir si tengo que ponerme un jersey o no y agradecer que se haya inventado el concepto de las «capas». Pero cuando miro la pantalla veo lo último que miré anoche: La Lista.
Dejo de estar relajada. La Lista es la única constante de mi vida. En muchos aspectos la Lista es mi vida. La Lista es la nota eterna que siempre tengo abierta en mi móvil, la calculadora de tareas pendientes que nunca se apaga. Hay cosas que están ahí desde que me quedé embarazada (y mi hija pequeña ya tiene siete años). La Lista es la «sombra» de Estar Agradecida. Estar Agradecida consiste en alegrarte de lo que eres. La Lista, básicamente, consiste en disculparte continuamente por no ser lo que todavía no eres. Todas las mujeres maduras tienen una lista como esta:
Persiana dormitorio.
Pasaportes niñas.
Cortar uñas gato.
Limpiar canaletas.
Declaración de la renta.
EMPEZAR A CORRER.
Poner lona alquitranada repisa ventana.
Comprar perchas.
Antipolillas.
Bombillas: lavabo, recibidor, dormitorio.
Linóleo sótano.
Regalo cumpleaños Caz.
MEDITAR???
RESERVAR VACACIONES.
EJERCICIOS SUELO PÉLVICO.
Médico alergias Nancy?
Pensión.
Cambiar DIU.
Arreglar grifo lavabo.
Cambiar lavamanos roto.
Leer Das Kapital.
Pulgas.
Escuelas de secundaria Lizzie?
Clases de conducir.
Yoga????? ESTIRAMIENTOS???? Mallas nuevas?????
FACTURAS!
Encargar una puta llave electrónica del banco que funcione.
Citología.
Eso solo es la primera página. Hay cinco.
Son las cosillas que se interponen entre una vida perfecta y yo.
Me gusta contemplar esta lista con lo que yo llamo «determinación optimista»: estamos en el siglo XXI, de modo que agradezco que mi lista no incluya «hacer campaña por el voto femenino» ni «descubrir la radiación y, paradójicamente, morir por culpa de ella». Soy una curranta convencida de que en la vida hay que trabajar mucho. Sé que, a menos que seas una hermosa y pizpireta heredera, la vida, básicamente, es una Lista de tareas pendientes que empieza con «salir de esta vagina» y acaba con «salir de este planeta», y que, por tanto, no tiene sentido perder el tiempo con lamentaciones. Por muy dura que pueda parecer La Lista, tarde o temprano me liberará, porque estoy a una lista de cinco páginas de convertirme en una mujer realizada y feliz con una casa perfecta, una contabilidad ejemplar, un armario cápsula excelente, una familia bien educada, un trabajo fabuloso y un suelo pélvico tan formidable que ríete tú de las camas elásticas.
Decido dedicarle un momento de agradecimiento a La Lista. Me resisto a verla como una carga. No: La Lista es la guía de mi vida. Lo único que tengo que hacer es asignarle con mucho cuidado una tarea concreta a cada hora del día para optimizar mi productividad; y calculo que para principios de 2020 habré tachado todas las tareas pendientes. Sí, seguro: a principios de 2020 ya la tendré liquidada. Y entonces, por fin, podrá empezar mi verdadera vida. ¡Podré comprarme una cama elástica!
Me pongo la bata (una bata que nunca he lavado. Se ha formado una costra de mascarilla facial en el cuello. ¡Tengo que lavar esta bata urgentemente! Anoto «lavar bata» en La Lista) y bajo la escalera.
Como estoy casada con un hombre bueno y divertido que, además, se levanta temprano, Pete ya está abajo ayudando a las niñas a prepararse.
En la cocina hay mucha luz. Muchísima luz.
Lo de la luz es porque tengo resaca (hasta ahora no lo había mencionado): la culpa es solo mía y voy a ser noble y valiente.
–¿Cómo fue anoche? –me pregunta Pete sonriente mientras pone los cereales encima de la mesa para las niñas. Nuestras hijas tienen nueve y siete años, así que ya no hace falta que cubramos el suelo con plástico. ¡Una tarea menos para La Lista!
–Ah, muy bien. Trabajamos mucho y dejamos varios temas importantes solucionados –contesto. Disimuladamente, meto dos tabletas de Berocca en un vaso y lo lleno de agua.
El «trabajo» consistió en que tres de mis hermanos y yo estuvimos hasta las cuatro de la madrugada en el patio de mi casa hablando del inminente divorcio de mis padres. Las cosas se están poniendo cada vez más feas y esto solo puede acabar de una forma. Estaba cantado que durante la reunión de hermanos circularía la ginebra en abundancia. Por alguna razón que ahora no recuerdo, uno de los momentos estelares se produjo alrededor de las 23.00, cuando me subí a una silla y, llorando, me puse a cantar «Everything’s Alright» de Jesucristo Superstar. Mira que lo intenté, pero nadie quiso acompañarme.
–Ya he visto cómo «trabajabais» en Twitter –dice Pete.
No recuerdo haber publicado nada en Twitter. Cojo el móvil y reviso mi perfil.
Anda, qué curioso. Se ve que a medianoche publiqué una foto de mis pies descalzos con una galleta Jacob’s Cream metida en cada espacio entre los dedos. Compruebo que esa payasada de borracha, ostensiblemente frívola, ha cosechado, hasta ahora, dos amenazas de violación y ha inspirado a alguien a calificar mis pies de «infollables» (¿Infollables? ¿Mis pies?).
Mientras unto las tostadas de mis hijas con mantequilla (para demostrar, mediante un acto desinteresado, que ya no estoy borracha y que en el fondo soy una buena persona) llamo por teléfono a mi hermana Caz.
–Qué tal. Oye, ¿cómo me dejasteis publicar en Twitter una foto de mis pies descalzos con una galleta Jacob’s Cream metida en cada espacio entre los dedos? –le pregunto.
–Nos pasamos media hora intentando impedírtelo –me responde–. Estabas emperrada. Luego te caíste. ¿De eso sí te has acordado esta mañana?
Me toco el chichón que tengo en la parte de atrás de la cabeza. Ah, sí, ahora me acuerdo. Al caer me di un buen golpe contra el aparador. Miro en el patio: está cubierto de botellas y vasos vacíos. En el centro de la mesa está el plato de la Sirenita de Nancy, lleno hasta arriba de colillas. Bajo la persiana para que no lo vea.
–¡Mami! ¿Cómo se limpian los zapatos?
Lizzie acaba de poner sus zapatillas de deporte encima de la mesa de la cocina. Antes eran blancas, pero ahora están recubiertas de barro. Los cordones parecen dos serpientes mugrientas. Me quedo mirándolas. Joder, están más o menos como mi cabeza por dentro.
–Ya las limpiaré yo luego, cielo. Hoy ponte otras.
–¡No tengo otras zapatillas! ¡Me han crecido los pies! ¡Dijiste que me comprarías unos zapatos!
Ah, sí. Ayer cancelamos la expedición para comprar zapatos porque tuvimos que poner una bomba antipulgas en casa. Todo parecía ir bien hasta que la gata (que se coló en la casa por una ventana abierta) inhaló el insecticida, se puso «toda rara» y empezó a comportarse como un veterano de Vietnam que se ha pasado con el ácido. Tuvimos que llevarla al veterinario y se quedó a pasar la noche allí, en una jaula, hasta que «se le bajó». La broma nos costó cien libras. Joder. Con eso nos habríamos podido comprar seis gatos nuevos. Mejores. Betty se ha creído que mi huerto de plantas aromáticas es un arenero higiénico lujosamente perfumado.
Me pongo a limpiar las zapatillas. Entonces caigo en que el estropajo con que las estoy limpiando está recubierto de grasa de cordero y que solo está empeorando las cosas. Cojo la caja para limpiar el calzado del armario y busco «limpiar zapatillas blancas» en Google.
–A ver, Cate. ¿Te acuerdas de cuál fue la conclusión de la reunión de anoche? –me pregunta tentativamente Caz, que se mantiene al teléfono.
Siguiendo las i...