Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte
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Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte

Diego Torres Villarroel

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  1. 152 páginas
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Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte

Diego Torres Villarroel

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El autor deVisiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Cortees Diego de Torres Villarroel. Era hijo de un librero, estudió con una beca en la Universidad de Salamanca y llevó una vida de aventuras. Fue militar, buhonero, diácono, autor y editor de almanaques astrológicos. Firmaba con el seudónimo de «El Gran Piscator de Salamanca», catedrático de matemáticas, exorcista y, finalmente, sacerdote.Francisco de Quevedo influyó en su obra literaria, y en su visión critica de la sociedad de su tiempo. Por esta razón, Torres lo resucitó a principios del sigloXVIII enSueños morales, visiones y visitas de Torres con Don Francisco de Quevedo por Madrid.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498976632
Visión y visita última
Los sopones, montañeses, vizcaínos e italianos de los Caños del Peral
Iba trepando la cuestecilla de los Caños del Peral, delante de nosotros, un licenciado tumbado, arrebujado en una gualdrapa de mula de monje jerónimo. Por la trasera nos pareció nasa con luto, a quien solo desmentía una bigotera de caballo enharinado de la edad, que se le asomaba entre el faldón del sombrerillo y el cogote. De sus miembros solo descubría una mano negra y aplastada como cucharón de revolver cacao, y con ella tapaba las dos cuencas; y enseñaba un par de zancajos más sucios que delantal de galopín. Quiso don Francisco acelerar el movimiento para reconocer la fisonomía de aquel rollo viviente; y cortándole el paso, le dije:
—Déjale marchar; que en barrio estamos en donde no verás otra especie que la de semejantes grajos, que se anidan por estas posadas. Porque quiero que sepas que en este paraje hay dos novedades muy dignas de total consideración. Sabe, lo primero, que en tu edad fueron estas casillas el recogimiento de soldados descosidos, gallegos rotos y gorronas desgarradas; y ahora son hurelas de perdularios, escondites de gorrones y jaula donde se aporrean los tunantes sopones que garlan en las Universidades de Salamanca, Alcalá, Valladolid y Valencia. Y en algunos rincones despreciados se están enmoheciendo de montañeses y vizcaínos partes iguales, que unos por el negocio de las letras y otros por letras de negocio hacen tanto el suyo, que desde aquí salen a sahumar a ventosidades las almohadas de los coches y a regoldar con soberbia en los estrados; y a pocos años de vivienda en estas zahúrdas se forman ricos cambiadores, venerables secretarios, temidos jurisconsultos y buscados médicos. Lo segundo, debes saber que esa casa que ves cerrada fue cinco años ha corral de cómicos italianos, en donde en estilo de necedades representaban algunas disoluciones, ya tan mormuradas, que el buen Gobierno los privó el uso público.
—La que me acabas de informar —dijo Quevedo— es noticia que siempre me cogería de susto, y nunca pudiera yo prevenir semejante mutación. Pero la ya pasada no es novedad que me admira; porque en mi tiempo, aunque en diferentes lugares (que solo en eso es la alteración), vivían desdichadamente muchos que después vi en la altura de los solios; y es justicia y razón que su humildad y retiro lleguen al premio. La pobreza es accidente que regularmente se pone de parte de la virtud; y no es cualidad contraria al ingenio, aunque algunas veces sea tropiezo en el camino de la exaltación. Los que nacen en las manos de la abundancia y se crían en los arrullos de la riqueza, viven con el ingenio obstruido y tienen enferma el alma y tullidos los órganos para seguir la robustez de los estudios. Siempre fue pobre la sabiduría. Los poderosos son hombres ocupados, y pide un ancho albedrío la doctrina de las ciencias. Los bienes son inquietud de la voluntad, ejercicio de la memoria y replección del entendimiento. Saber para tener es ansia común y empeño fácil; tener para saber es buscar tropiezos en la ciencia. Todos desean saber para ganar, el que nace con las posesiones ya pierde la mitad de los deseos. Por exaltar el nombre y enriquecer la casa se sujetan los mortales a la fatiga de los libros y las armas. El que goza del principal bien de la naturaleza, más busca el descanso presente que la gloria y la riqueza futura; y más se detiene en desfrutar sus abundancias que a emplearse en nuevas fatigas. De los pobres se han formado los Papas, los cardenales y los obispos; y rara vez son accesibles estas eminencias a los mayorazgos. Conque ni la pobreza que me explicas ni la desnudez que me cuentas son novedades dignas de consideración; pues el mundo político, con pequeña alteración, siempre ha corrido y ha sido gobernado por tales sujetos. Muchos por su virtud, otros por sus vicios y otros por las extravagancias de su fortuna han mandado las cortes y reinos, habiendo sido antes de su exaltación el excremento de la república más mal alimentada.
—Toda esta doctrina —repliqué yo al estoico muerto— la venero como de tu discreción, y no me opongo a la gloria de los aplicados que me acabas de pintar. De manera que muchos vizcaínos y montañeses que viven en estas chozas son ciertamente dignos de la atención y a propósito para que la buena política los recoja para los ministerios; porque luego que se quitan la espuela o se sacuden los zapatos en estas posadas, empiezan a cuidar de sus adelantamientos y buscan oficinas en donde servir y aprovechar. Pero esta otra casta de escolares son ladrones del tiempo, amigos del ocio y del vicio; viven con su genio gustosos en la bribia, pasean la Corte arrebujados en una sotana, calados de sombrero, tirando cintarazos y mordiscos a un pan que llevan entre el sobaco y las costillas. Se burlan de todos y requiebran a cuantas tienen traza de fáciles, y siempre van dispuestos a pecar de medio cuerpo abajo; y en esta disolución rompen la vida. De modo que los conduce su destino o su desconcierto a una universidad a ganar los cursos y perder los días. Llega el mes de enero; y cuando se dan las vacaciones por Pascua de Resurrección, ya han tomado las aleluyas en la Corte. Se encajan en una posada de éstas, tan barata, que por dos cuartos compran la cama, la luz y el cubierto. El que es legista hace como que se pone a pasante con un letrado, el médico con un doctor; y cuentan por el año de práctica y especulativa los meses que han vivido de día en las porterías y calles, y de noche en el Prado, liados con gorronas. Y siendo precisa ley de la monarquía escolástica vivir cinco años en el estudio de la especulación y dos a lo menos en la tarea material de la práctica antes de exponerse a la revalidación, ellos los siete años reducen a tres, y cuentan por curso el tiempo mal vivido en la Corte. Quédanse aquí a los olores del premio, aprenden el alcorán de los truhanes estafadores, se amojigatan, se encogen y adulan unos meses; y en poco tiempo sueltan la costra y, puestos en limpio, sin acordarse de su primera fortuna, son las normas de la soberbia y el método de la altivez. Camina; entrarás en esta posada, que es una pocilga en donde se revuelcan tres de dicha alcurnia; que el uno es un perillán sucio de profesión que se está espabilando para intérprete de las orinas y comentador de las cagadas; el otro, un aprendiz de cura, chillón de responsos y entonador de credos; y el otro, un arquitecto de pendencias, hurón de delincuentes y tratante en horcas, azotes y galeras.
Entramos adentro, y estaba el cuarto ayuno de sillas y hambriento de cofres. Todos sus taburetes se reducían a un sillón desjarretado, sin más que la osatura, porque no se le conocía señal de respaldo ni de asiento; que éstos regularmente traen las nalgas a pie, en conversación con los ladrillos, y si tuviesen el culo descalzo de zarahuelles, ya tendrían callos a usanza de las monas. A un rincón estaba estrellado un bufete, que parecía de matar cerdos, en donde descansaban media docena de libros desollados. Tenía encogida una pierna; y había quedado cojo tan profundo, que necesitaba de un chapín de alcornoque o que le substituyese un tacón de ladrillo. Tanto le había encarnado la polilla, y le había abierto tantos ojos, que nos pareció panal; y aún nos pudimos persuadir que hacía espuma el palo. Encima de él se registró una percha, Peralvillo de alhajas; y de una soga se estaba reguindando un candil, que aún...

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