Historia eclesiástica indiana
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Historia eclesiástica indiana

  1. 562 páginas
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  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

La Historia eclesiástica indiana es una crónica de la evangelización de México. Fue escrita a fines del siglo XVI por Jerónimo de Mendieta y la publicó por primera vez Joaquín García Icazbalceta, en 1870. La casa real española impidió su publicación debido a las críticas de Mendieta a la colonización del Nuevo Mundo.Aunque con cierto paternalismo, Mendieta denuncia en este libro el afán desmedido de riqueza que se oculta tras los propósitos cristianos de ciertos conquistadores.La Historia eclesiástica indiana traza un panorama idílico. En el las reacciones de los aborígenes ante la llegada de los españoles distan mucho de la realidad. En su crónica, Mendieta defiende un método, considera necesario abordar el fenómeno de la evangelización mediante la fuerza de la palabra divina. Aconseja que sea por la vía pacífica y lascasiana.Asimismo, critica- la imposición de tributos, - la esclavitud de los indios, - se opone a la jerarquía eclesiástica, - aprueba el bautismo masivo de los indios así como- la imposición de otros sacramentos, - y cree en la verdadera y auténtica conversión del indígena.Jerónimo de Mendieta (1525-1604). España. Nació en Vitoria en 1525. A los veinte años entró en la orden de los franciscanos y en 1554 se fue a México como evangelizador. Volvió a España en 1570 y regresó a América tres años más tarde para no volver nunca más a Europa.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN de la versión impresa
9788498162608
ISBN del libro electrónico
9788498978445
Categoría
Historia

Libro III de la historia eclesiástica indiana en que se cuenta el modo como fue introducida y plantada la fe de Nuestro Señor Jesucristo entre los indios de la Nueva España

Capítulo I. De cómo en la conquista que don Fernando Cortés hizo de la Nueva España, parece fue enviado de Dios como otro Moisés para librar los naturales de ella de la servidumbre de Egipto

En el año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, de 1519,138 gobernando su Iglesia en el sumo Pontificado de Roma el Papa León X, y siendo monarca de los príncipes cristianos el muy católico Emperador don Carlos, quinto de este nombre, felicísimo rey de las Españas, el famosísimo y venturosísimo capitán don Fernando Cortés139 (que después fue meritísimo marqués del Valle), desembarcó con cuatrocientos españoles en el puerto de esta tierra firme, llamada entonces Anáhuac, que quiere decir «cerca de las aguas o junto a ellas», por estar situada entre los dos mares del norte y sur, y agora dicha Nueva España, en cuya demanda venía. Y dando barreno a los navíos en que habían llegado, por quitar a sus compañeros la esperanza de volver atrás, los echó a fondo. Y entrando la tierra adentro, la fue poco a poco poniendo en sujeción, parte con el aviso de su buena prudencia y persuasión, atrayendo a unos de paz mediante, la lengua de Marina o Malinche, india cautiva que Dios le deparó, habiendo arribado primero a la costa de Yucatán, y parte compeliendo a otros por fuerza de armas, ayudándose principalmente para esto de la amistad de los señores de la poderosa provincia de Tlaxcala, enemiga capital entonces y competidora del imperio mexicano. Con cuyo favor (después del de Dios) y de otros indios amigos, al cabo de algunos trabajos y guerras, finalmente vino a ganar segunda vez de todo punto la gran ciudad de México, cabeza de todo el imperio, el año de 1521,140 día de los santos mártires Hipólito y Casiano, que es a 13 del mes de agosto, como todo esto bien largamente se puede ver en su historia. Tenía esta tierra de Anáhuac, adonde se extendía y dilataba el señorío de Moteczuma, emperador de México, y de los reyes sus aliados, al pie de 400 leguas en largo y como ciento cincuenta en ancho, tomando la anchura de la tierra desde Acapulco, puerto de la mar del sur, hasta Tampico, que está en la costa del norte, echando la línea del uno al otro por México, que estará cuasi en la mitad del camino. Por otras partes hay menos anchura, como es bajando hacia el oriente, y en otras más, subiendo al poniente, por donde la tierra se va extendiendo y dilatando en tanta manera, que hasta agora no se ha hallado cabo, ni se hallará (a lo que creo) en nuestros tiempos. Lo que era tierra de Anáhuac, que por su fertilidad y lindeza se llamó Nueva España, estaba a la sazón poblada de muchas y diferentes provincias y de diversas lenguas de tanto número de gente indiana, que los pueblos y caminos en lo más de ellos no parecían sino hormigueros, cosa de admiración a quien lo veía y que debiera poner terrible terror a tan pocos españoles como los que Cortés consigo traía. Débese aquí mucho ponderar, cómo sin alguna duda eligió Dios señaladamente y tomó por instrumento a este valeroso capitán don Fernando Cortés,141 para por medio suyo abrir la puerta y hacer camino a los predicadores de su Evangelio en este nuevo mundo,142 donde se restaurase y se recompensase la Iglesia católica con conversión de muchas ánimas, la pérdida y daño grande que el maldito Lutero había de causar en la misma sazón y tiempo en la antigua cristiandad. De suerte que lo que por una parte se perdía, se cobrase por otra. Y así, no carece de misterio que el mismo año que Lutero nació en Islebio, villa de Sajonia, nació Hernando Cortés en Medellín, villa de España; aquel para turbar el mundo y meter debajo de la bandera del demonio a muchos de los fieles que de padres y abuelos y muchos tiempos atrás eran católicos, y este para traer al gremio de la Iglesia infinita multitud de gentes que por años sin cuento habían estado debajo del poder de Satanás envueltos en vicios y ciegos con la idolatría. Y así también en un mismo tiempo, que fue (como queda dicho) el año de 19, comenzó Lutero a corromper el Evangelio entre los que lo conocían y tenían tan de atrás recibido, y Cortés a publicarlo fiel y sinceramente a las gentes que nunca de él habían tenido noticia, ni aun oído predicar a Cristo. En confirmación de esto se halla por la cuenta de las antiguallas de los indios, que el año en que Cortés nació, que fue el de 1485,143 se hizo en la ciudad de México una solemnísima fiesta en dedicación del templo mayor de los ídolos (que a la sazón se había acabado), en la cual fiesta (que a razón tendría largos ochavarios) se sacrificaron ochenta mil y cuatrocientas personas. Mirad si el clamor de tantas almas y sangre humana derramada en injuria de su Criador sería bastante para que Dios dijese: Vi la aflicción de este miserable pueblo;144 y también para enviar en su nombre quien tanto mal remediase, como a otro Moisés a Egipto. Y que Cortés naciese en aquel mismo año, y por ventura el día principal de tan gran carnicería, señal particular y evidencia de su singular elección. Al propósito de esta similitud que hemos puesto de Cortés con Moisés, no hace poco al caso el haber Dios proveído (y podemos decir miraculosamente) al Cortés (que fuera como mudo entre los indios, y, no pudiera buenamente efectuar su negocio) de intérpretes, y muy a su contento, así como a Moisés (que era balbuciente y no tenía lengua para hablar a faraón, ni al pueblo de Israel cuando lo guiase como a su caudillo) le dio intérprete con quien hablase a faraón y al pueblo todo lo que quisiese. Los intérpretes de Cortés fueron la india Marina, natural mexicana que halló en la costa de Yucatán, la cual como hubiese estado cautiva en Potonchan, sabía bien la lengua de allí, y de la natural suya no estaba olvidada; y Jerónimo de Aguilar, español que en el mismo Potonchan estuvo también ocho años cautivo.145 Y el cobrar a este, se puede tener por harto milagro y particular provisión divina, porque desde Cozumel, donde el Cortés tuvo noticia de él, envió una barca a la costa de Potonchan con ciertos españoles y con dos indios que se ofrecieron de buscarlo dentro en tierra, aunque era de sus enemigos, y darle una carta que llevaban, y dando los de la barca a los dos indios dos días que pidieron de plazo para volver, como no volviesen ni aun a los ocho, dieron la vuelta con la barca para Cozumel, haciendo cuenta que a los dos indios habrían muerto, o sido presos de los de Potonchan. Y haciendo esta misma cuenta Cortés, y desconfiado de haber a las manos a Aguilar, hízose a la vela. Yendo su viaje, con ir todas las naos de nuevo reparadas, quiso Dios que hiciese agua la nao de Alvarado para que volviesen a Cozumel, donde reparada la nao y estando ya segunda vez para salir del puerto, llegaron los dos indios con Jerónimo de Aguilar en una canoa, que es barquillo de los indios. No menos se confirma esta divina elección de Cortés para obra tan alta en el ánimo, y extraña determinación que Dios puso en su corazón para meterse como se metió, con poco más de cuatrocientos cristianos, en tierra de infieles sin número, y ejercitados en continuas guerras que entre sí tenían, privándose totalmente de la guarida y refugio que pudieran tener en los navíos, si se viesen en necesidad. Lo cual en toda ley y razón humana era hecho temerario y fuera de toda razón, y no cabía en la prudencia de Cortés, ni es posible que lo hiciera, si Dios no le pusiera muy arraigado en su corazón que iba a cosa cierta y segura, y (como dicen) a cosa hecha, como Moisés fue sin temor a la presencia de faraón. Pues hallar tras este atrevimiento (que parecía grandísimo desatino) tan buen aparejo para irse apoderando en la tierra, como fue dársele por amigos los de Cempoala, Huexotzingo y Tlaxcala, sin cuyo favor era imposible naturalmente sustentarse a sí y a los suyos, cuanto más ganar a México y las otras provincias, ¿a qué se puede atribuir esto, sino a la disposición del muy alto? Y esta misma sin falta lo libró y guardó para este fin en muchos y muy grandes peligros y dificultades en que se había visto, como se colige de su historia, que por no ser prolijo paso aquí por ellos. Y verdaderamente para conocer muy a la clara que Dios misteriosamente eligió a Cortés para este su negocio, basta el haber él siempre mostrado tan buen celo146 como tuvo de la honra y servicio de ese mismo Dios y salvación de las almas, y que esto se pretendiese principalmente y fuese por delante en esta su empresa. Porque cuando salió de la isla de Cuba para acometerla, en todas las banderas de sus navíos puso en medio de sus armas una cruz colorada con una letra que decía: Amici, sequamur crucem: si enim fidem habuerimus, in hoc signo vincemus. Que quiere decir: «Amigos, sigamos la cruz, porque si tuviéremos fe, en esta señal venceremos». En ninguna parte de los indios infieles entró que luego no derrocase los ídolos, y vedase el sacrificio de los hombres, levantase cruces y predicase la fe y creencia de un solo Dios verdadero y de su Unigénito Hijo Nuestro Señor Jesucristo: cosa que no todos los victoriosos capitanes, ni todos los príncipes (a cuyo poder vienen las tales presas) suelen tomar tan a pechos. Pues el cuidado que tuvo en procurar ministros cuales convenía para la conversión de estas gentes, y el crédito, autoridad y favor que a estos dio para que las cosas de Dios fuesen de los indios recibidas con mucha reverencia, en el tercero capítulo parecerá; porque el intento principal de esta escritura me obliga a hacer de este punto muy particular mención. Bien me consta que algunos en sus escritos (y aun personas graves) han condenado a Cortés,147 y por excesos particulares lo han llamado a boca llena tirano. Mas yo de aquellos mismos excesos (confesándolos por tales) no puedo dejar de excusarlo. Si bien lo consideramos, ¿qué podía remediar un hombre que entre tanta multitud de enemigos, unos claros y otros ocultos (porque del amigo infiel no había que fiar), se veía con tan pocos compañeros y tan necesitado de ellos, y (a lo que podemos imaginar) tan codiciosos del oro, y tan olvidados del prójimo? ¿Qué podía remediar (como digo), si a veces el uno robaba, el otro hacía fuerza, el otro aporreaba sin que él se lo estorbase? Y aunque él mismo pronunciase la sentencia de muerte en causa no justificada, diciendo: ahorquen a tal indio, quemen a este otro, den tormento a fulano, porque en dos palabras le traían hecha la información, que era un tal por cual, que hizo matar españoles, que conspiró, que amotinó, que intentó, y otras cosas semejantes, que aunque él muchas veces sintiese que no iban muy justificadas, había de condescender con la compañía y con los amigos, porque no se le hiciesen enemigos y lo dejasen solo. El mismo Cortés en el fin de la tercera relación que escribió al Emperador don Carlos V, después que ganó a México, confiesa que los indios naturales de esta Nueva España eran de tanto entendimiento y razón, cuanto a uno medianamente basta para ser capaz; y que a esta causa le parecía cosa grave compelerlos a que sirviesen a los españoles, como se había hecho con los indios de las islas. Pero en fin, dice que por la mucha importunación de los españoles, y por otras razones que allí pone, no pudiéndose excusar, le fue casi forzado depositar y forzar los señores y naturales de estas partes para que sustentasen y sirviesen a los españoles, hasta que otra cosa su majestad del Emperador mandase. Y pues en negocio tan arduo y tan general confiesa haber hecho contra el propio dictamen, ¿qué sería en otros particulares y de no tanto momento y peso?

Capítulo II. De los prodigios y pronósticos que los indios tuvieron antes de la venida de los españoles, acerca de ella

Dejando por ahora la loa del marqués don Fernando Cortés, de la cual he comenzado mi escritura (porque después de Dios a él se le deben las primeras alabanzas y gracias del espiritual negocio que aq...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Libro I
  4. Libro II de la historia eclesiástica indiana que trata de los ritos y costumbres de los indios de la Nueva España en su infidelidad
  5. Libro III de la historia eclesiástica indiana en que se cuenta el modo como fue introducida y plantada la fe de Nuestro Señor Jesucristo entre los indios de la Nueva España
  6. Libro IV de la historia eclesiástica indiana Que trata del aprovechamiento de los indios de la Nueva España y progreso de su conversión
  7. Libros a la carta