Al señor Almirante
Don Manuel Blanco Encalada
Carta de prefacio y dedicación
La siguiente producción solo tiene de serio su tendencia a corregir el mal tratamiento de que son víctimas a menudo los que viajan a bordo de buques mercantes.
A medida que se pueblan los mares, por el desarrollo asombroso del comercio y de la navegación, conviene desterrar de ellos el ejercicio de esos usos de mezquindad y dureza pertenecientes a la vida del desierto. La civilización desea ver trasladados a la vida del mar los usos cómodos y confortables que distinguen la existencia de las ciudades.
Solo por este lado útil puede ser digno este escrito de dedicarse al nombre respetable de usted
Por lo demás, como producción literaria, él no se halla a la altura de su conocido buen gusto europeo. Pertenece a esa literatura ligera y fácil, que existe como parásita de otros ramos del saber, entre nosotros.
En nuestra América, tan seria por sus desgracias y sus ocupaciones positivas, la literatura propiamente dicha carece de cultivo, ya como producción, ya como lectura. El poeta, el literato de profesión, entre nosotros, son entes desconocidos. Se cultiva la literatura solo por pasatiempo, a ratos perdidos.
Así justamente ha sido escrito este trabajo. Inspirado por las molestias de la navegación (sentimiento de que son hijas las más de las producciones burlescas), fue comenzado más allá de los 50 grados de latitud austral y proseguido en frente del Cabo de Hornos, durante los veinte días perdidos en esfuerzos para superarlo. Le terminé en la mar antes de pisar y conocer el suelo de Chile en abril de 1844.
Hoy lo regalo al folletín de El Mercurio y me permito dedicarlo al nombre de usted por ser producto de literatura marítima y como testimonio desinteresado de mi estimación y respeto por usted con cuyos sentimientos tengo el honor de ser, etc.
J.B.A.
Valparaíso, agosto de 1851
I
No se engañe el lector con tu nombre masculino. Los sexos tienden a confundirse en este siglo. La anatomía de algunos socialistas ha descubierto que no hay diferencia orgánica entre la mujer y el hombre. Esta doctrina hará que las mujeres de París, renueven el día menos pensado la famosa escena del juego de la pelota, y protesten contra la obligación que tienen sobre sí hace tanto tiempo, de regenerar la especie. Y entonces, si los hombres no se aviniesen a participar de la tarea, sabe Dios cómo ni por quién se haga la renovación del género humano.
II
No es nueva, por otra parte, esta confusión de nombres.
El San Pedro de Roma, es una iglesia; como el San Pablo de Londrés, es otra iglesia y el Duomo de Milán es otra.
Jorge Sand titula Consuelo a una de sus novelas sin embargo de que Consuelo es el nombre de un personaje femenino, feo y lindo a la vez, como dice la autora que a su vez se da el nombre masculino de Jorge.
Tobías, pues, es una barca de tres palos, como el Castillo Chillon es una prisión de Estado.
III
La jaula pide un pájaro; el bosque pide amantes, la cisterna, peces; la aurora, flores húmedas; la noche, recuerdos y suspiros; y la barca un prisionero con el nombre humano de viajero. Tobías, pues, este Chillon flotante tendrá su Bonnivard.
Bonnivard tendrá padecimientos y pesares; estos dolores su historiador, que seré yo, y un eco, que será este poema.
Este poema, sí, porque la historia del dolor es un canto como el mártir es un héroe. Y no es necesario que el historiador se apellide poeta. No es el poeta únicamente quien hace poesía. O más bien, la poesía es obra del que hizo los astros, las flores, la mujer y el corazón del hombre.
Un solo Dios y un solo poeta.
Su bardo más legítimo en la tierra, su pontífice armonioso es el corazón que sufre.
El alma es una lira y todo mortal tiene armonías en su alma. La forma en que esas armonías suben al cielo nada importa. ¿Las violetas son menos bellas cuando no están plantadas en triángulos y octágonos? ¿El aroma de la mirra es menos fragante, porque sube en nubes informes y caprichosas?
IV
Fastidiado de los 80 grados en que el termómetro fija su domicilio perpetuo en el verano del Brasil; desesperado de verse convertido en máquina hidráulica, cuyas dos únicas funciones se reducen a recibir agua por el esófago y verterla a raudales por los poros cutáneos; aturdido por los gritos que los salvajes de África hacen resonar en las calles y plazas del imperio.
Intimidado no menos de sus amigos que de sus enemigos políticos del Río de la Plata, de los libertadores que de los esclavos y sostenedores del despotismo, nuestro hombre —todavía no es héroe— resuelve abandonar la costa atlántica de América y doblar el temible Cabo de Hornos.
V
Esta determinación cuesta enormemente a su alma que ciertamente no es de acero.
Alejarse de la margen atlántica es retirarse de la Europa, y por decirlo así del movimiento general del mundo. Los Andes y el cabo, son diques que mantienen la Oceanía y sus riberas en solitaria y silenciosa clausura.
Aunque cansado de movimiento él siente que no es llegada la hora de su reposo y se considera como arrebatado a su puesto en medio de la jornada.
Por otra parte la ribera oriental de América es depositaria de tantos objetos dulces para su alma: la patria, los amigos, los amores, los recuerdos de la primera edad, el teatro de los alegres lances de la vida, todo queda en la orilla nativa. Y el camino que debe alejarlo de todo esto es el Cabo de Hornos, este cabo por el que tuvo siempre un tradicional horror: causa única quizás que le hiciera cruzar la zona tórrida, como pretexto evasivo de los mares australes.
Pero en fin, la decisión es inapelable y es forzoso poner silencio a los ayes del alma.
VI
Como nuestro hombre carece de alas para surcar los mares por sí mismo a ejemplo de las aves acuáticas, es necesario que busque una embarcación para trasladarse a las chilenas márgenes.
Esto será menos arduo que dar con una mujer que nos pilote hasta el puerto de la felicidad. Bastará encaminarse al quai o muelle de barcos pintados que se ven fondeados en la primera columna del Jornal do Commercio.
Una barca de tres palos abre la falange de los buques que se disponen a partir, y a su costado, como en los quais del Havre de Gracia, se lee el siguiente aviso:
PARA VALPARAÍSO
«La muy velera barca inglesa Tobías, del porte de 400 toneladas, clavada y forrada en cobre, estará pronta a dar la vela con destino a dicho puerto el 15 del corriente mes. Admite carga y pasajeros para los que posee una espaciosa cámara y ofrece todo género de comodidades. Ocúrrase para tratar a los consignatarios N.N. Rúa directa, núm. X».
VII
Nuestro viajero que ha ejercido una mitad de las artes de exageración que se puede ejercer en esta vida, lo que equivale a decir que ha sido periodista, demagogo, comerciante y cortejador de damas, cree sin embargo en la religión de los avisos marítimos con tanta materialidad (¿naturalidad?) como una niña que sale del seminario en el primer juramento de amor.
—Velera. hermosa, de 400 toneladas, clavada y forrada en...