Historia de sor María de la Visitación
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Historia de sor María de la Visitación

  1. 176 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Historia de sor María de la Visitación

Descripción del libro

En Historia de sor María de la Visitación Luis de Granada hace un relato apasionado de la vida de esta religiosa portuguesa. La historia ha sido referida también por Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles y por Antonio Mira de Amescua en su obra La vida y la muerte de la monja de Portugal.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN de la versión impresa
9788498163445
ISBN del libro electrónico
9788498979824
Categoría
Religión

Libro segundo

En la cual se escribe la vida de la muy religiosa madre María de la Visitación, Priora del Monasterio de Nuestra Señora de la Anunciada, de la orden de Santo Domingo, en la ciudad de Lisboa

Capítulo I. De los indicios de santidad que precedieron en esta virgen

[Condición natural]

Suelen los que escriben las vidas de los santos declarar primero el origen de su vida, que es su patria y sus padres y el linaje, estado y condición de ellos; y, por estar ya esto bastantemente declarado en la relación que arriba queda escripta, no me deterné en ello. Mas ya que en el principio de semejantes historias se suele tratar de esto para declarar el sujeto y fundamento de la divina gracia que después se ha de seguir, parecióme cosa conviniente declarar también la condición natural de la persona de que se escribe, que es fundamento más vecino a esa gracia que el linaje de los padres o de la patria. Pues, cuanto a esto, es esta virgen muy amorosa, humilde, blanda, afable y muy bien criada y vese en ella una continua alegría acompañada con una mesura y gravedad; tiene también natural discreción junto con tan grande simplicidad que en lo uno parece de muchos años y en lo otro de muy pocos. Y con estas buenas condiciones, su natural mansedumbre es tan grande que no es en su mano hacer ni decir cosa con que a nadie dé pena, aunque para esto tenga ocasión; la cual mansedumbre hasta hoy día persevera, aun en oficio de perlada, en el cual no faltan ocasiones para despertar la ira; la cual pasión está tan desterrada de su corazón como si naciera sin ella, y por esta tan grande mansedumbre generalmente es muy amada de todos. Su manera de hablar es tal que nos enseñan los sabios, diciendo que la habla de la mujer ha de ser como el agua, que, para ser buena, ningún otro sabor ha de tener sino de agua; tal es su manera de hablar en la cual ninguna cosa hay afectada, ni artificiosa, ni fingida, ni curiosa, sino llaneza y pura simplicidad, y con esto muy más amiga de callar que de hablar. Es también naturalmente muy compasiva de los pobres; y digo naturalmente porque se cuenta de ella que, siendo niña, le acontecía, viendo algunos pobres, aflojar la cinta que traía ceñida y dejar caer la mantilla que tenía debajo; otras veces daba la basquiña y plegaba el sayo que traía encima con alfileres para que no se viese el piadoso hurto que había hecho; y de éstos hacía muchos, ya de un vestido ya de otro, para dar a los pobres y rogaba a las mujeres de casa que no la descubriesen a su madre. Y, preguntándole yo si su madre por esto la castigaba, respondióme que su madre holgaba cuando esto sabía, por ser mujer muy caritativa. Y, no contenta con esto, siendo de esta edad, pedía a los parientes que venían a casa algo para tener que dar a los pobres; y, cuando comía, guardaba parte de su comida en la manga para lo mismo. De modo que pudo esta virgen con mucha verdad decir aquello del Santo Job: dende mi niñez creció conmigo la misericordia y del vientre de mi madre salió conmigo. Tal convenía que fuese la que había de tomar por esposa aquél que por las entrañas de su misericordia nos visitó veniendo dende lo alto.

[Su hermana]

Y porque en las historias de los santos también se suele tratar algo de los hermanos de ellos, cuando fueron señalados en virtud y santidad, diré aquí lo que es muy notorio en esta ciudad de una hermana suya por nombre soror Clemencia, la cual, habiendo sido casada con un caballero muy principal de este reino que tenía tres cuentos de renta y cinco villas suyas, después de su fallecimiento, quedó ella con un hijico de muy poca edad, heredero de todas esta hacienda. Y por ella haber enviudado muy moza y ser muy noble y de muy grande hermosura, la pedía un señor muy principal en casamiento; mas ella, estando ya tomada del amor de Cristo y entendiendo cuánto es más dulce el amor de este señor que todos los amores del mundo, hizo como el sabio mercader que vendió toda su hacienda por esta preciosa margarita del divino amor. Mas porque, como el Salvador dice, nuestros principales enemigos son los familiares domésticos de nuestra casa, tomaron tan mal los hermanos resistir ella a un casamiento con que ella y todos quedaban honrados, que uno de ellos con demasiada pasión desenvainó la espada y se la puso en los pechos, gritando toda la gente de casa, amenazándola que había de casar o la había de matar, con lo cual ella tuvo luego un grande desmayo; y tras de esto cayó en cama tan enferma que, visto el peligro de la enfermedad, tumaron por medio prometerle que nunca más le hablarían en negocio de casamiento, y con esto convaleció presto y puso por obra su santo propósito, menospreciando todo lo que el mundo le ofrecía y, lo que más es, el hijo chiquito, dejándolo encomendado a una agüela suya, el cual de ahí a poco tiempo falleció y fue Nuestro Señor servido de revelarle la hora de este fallecimiento. Y así, estando ella en el coro, volvióse a una monja que estaba a su lado y díjole algo turbada: «nuestro hermanico en este punto se va al cielo»; porque éste es el nombre de que usaba cuando hablaba de él, por parecerle cosa indecente de aquel estado religioso llamarle hijo; y súpose después que a aquella misma hora falleciera. Dándole pues las nuevas de su muerte, púsose de rodillas y levantadas las manos y ojos al cielo dijo: «muchas gracias os hago, Señor mío, que una sola cosa que en la tierra tenía, que algo me pudiera apartar de Vos, me la llevastes para que todo mi amor se emplee en solo Vos».

Mas el enemigo del linaje humano, herido con este golpe, viendo una tan grande conformidad con la voluntad de Dios, procuraba renovarle el dolor de la muerte del niño, porque se cuenta de ella que el demonio por inquietarla se transformaba en la voz del niño ya difunto y de noche le decía: «madre cruel, ¿por qué me dejaste»? Mas ni esto ni otra cosa hizo mella en su corazón, ni de otra cosa tiene más deseo que de ver a la hermana que tantos desean ver viniendo aun de muy lejos, y estando ella en la misma ciudad; mas también en esto se mortifica como en todo lo demás: tanto puede el amor de Cristo con ella.
No será razón pasar levianamente por este hecho, porque por él se entenderá la virtud de la gracia y la razón que el apóstol tuvo para decir que no se avergonzaba de pedricar el evangelio porque en él estaba la virtud y poder sobrenatural de Dios para salvar y santificar los hombres, dándoles fuerzas sobrenaturales para vencer la naturaleza y abrazar la cruz y despreciar todo lo que el mundo adora y busca por mar y por tierra. Porque tres cosas sobrenaturales podremos notar en este hecho contra la condición de la carne y la sangre. La primera fue despreciar un casamiento honrado y hacienda y señorío y libertad con todos los regalos y gustos que traía consigo un tal casamiento. La segunda es escoger en lugar de esta vida otra la más áspera y apretada y encerrada y pobre que hay en todas las religiones cual es la vida de las religiosas de la Madre de Dios de Lisboa donde ella entró, porque aquí, entre otras asperezas, se viste sayal y no se come carne, ni hay locutorio, ni ver más padre ni madre la cara de su hija; esto bien se ve ser contra la naturaleza de nuestra humanidad que apetece todo lo contrario. La tercera y más principal fue desamparar la madre un solo hijo chiquito que tenía, que es la cosa que más tiernamente se ama y cuyo apartamiento causa mayor dolor, cerrando los oídos a las voces de todos cuantos lo contrario le aconsejaban y abriéndolos a las palabras de Cristo que promete el reino de los cielos a los que estos afectos naturales vencieren por su amor. Y cuando le persuadían a que criase el hijo y mirase por su hacienda que era un buen mayorazgo, respondía ella que solo este apartamiento le debía a Nuestro Señor porque lo demás, que era la mudanza de la vida, días había que la tenía determinada. Pues como todas estas tres cosas sean tan contrarias a la naturaleza de nuestra carne, síguese aquí intervino el dedo de Dios. Por donde entenderemos que todas las obras semejantes a ésta, mayormente aquéllas donde grandes señores y señoras desamparan sus estados y abrazan la cruz de Cristo, son muy poderosos testimonios y argumentos de la verdad de nuestra fe de cuya virtud tan admirables mudanzas proceden. De las cuales dice San Agustín que se alegraba mucho porque las tales personas por la misma obra que hacían confirmaban la verdad de nuestra fe y daban testimonio de la virtud y gracia del evangelio y de la asistencia del Espíritu Santo, pues vemos que la naturaleza humana, considerada en sí sola, a velas tendidas busca el descanso y los regalos y aborrece los trabajos; por donde hacer lo contrario no es obra de la naturaleza, sino de gracia.
I. [Indicios de santidad]

Comenzando, pues, a tratar de su vida, no callaré algunos indicios y como prenósticos de lo que adelante había de ser, los cuales quiere Nuestro Señor que en algunos santos precedan antes de nacidos o luego después de nacidos. No quiero traer para esto el ejemplo de San Juan Bauptista y de otros santos del Testamento Viejo, pues no faltan otros semejantes en el Nuevo, porque, antes del nacimiento de nuestro glorioso padre Santo Domingo y de San[to] Tomás de Aquino su hijo, tuvieron sus madres noticia de lo que habían de ser. Y San Nicolás, siendo niño de mamar, ayunaba los miércoles y los viernes de la semana, en los cuales días no mamaba más que una sola vez; y Santa Catalina de Sena vio al Salvador sobre la puerta de la Iglesia del monasterio de Santo Domingo, vestido de pontifical que amorosamente la miraba; y sobre la boca de San Ambrosio, siendo niño, se asentó un enjambre de abejas las cuales de ahí se subieron tan alto que se perdieron de vista, lo cual su padre tuvo por indicio de la excelencia de este su hijo. Esto ordenó Nuestro Señor así para que los tales santos, con estos preludios que procedieron, antes que ellos tuviesen uso de razón, por sola gracia y dispensación divina, entiendan que cuyos fueron los principios fue también lo que después se fabricó sobre ellos y lo uno y lo otro conozcan ser obra de gracia y así se dé la gloria al autor de todo sin tomar ellos nada para sí.

Pues, veniendo a nuestro propósito, semejantes indicios quiso el Esposo celestial que precediesen en esta virgen que Él había de tomar por esposa. Porque, siendo su madre preñada de ella, estaba de esto muy dubdosa, porque, siendo ya llegado el tiempo, no le bullía la criatura en el vientre, por donde los físicos juzgaban que esto no era preñez, sino dolencia; y así determinaron desarroparla y purgarla. Mas su madre, como persona muy virtuosa, recelando que aquello podría ser preñez y la cura podría perjudicar a la vida y ánima de la tal criatura, teniendo en más la salud espiritual de ella que la propria corporal de su vida, no se quiso poner en esta cura sin recorrer primero al verdadero médico de todos los males; y para esto mandó decir una misa de la Anunciación de Nuestra Señora, suplicándole con mucha devoción le alcanzase esta merced de su unigénito Hijo que la librase de esta perplijidad. Y Nuestro Señor, que siempre acude a los que con humildad y confianza se acogen a Él, la sacó de esta dubda, porque, oyendo esta misa, en levantando el sacerdote la primer hostia, le bullió la criatura en el vientre y así entendió lo que era, dando gracias a Nuestro Señor y a su Santa Madre por esta merced. Parece no haber carecido esto de misterio porque (como adelante veremos) fue esta virgen sobre todo lo que se puede encarecer devotísima del Santo Sacramento de cuya virtud procedieron todas las otras gracias y previlegios que lo fueron comunicadas, y así quiso el Esposo que de esta misma fuente procediese este beneficio.
Después de este primer indicio se siguió otro, el cual refirió la misma virgen a su padre confesor diciendo que, siendo ella niña, le pesaba a ella mucho cuando le hablaban en casa de ser monja; más llegando a edad de cinco años y estando en una ventana mirando la procesión que pasaba en la fiesta del Santísimo Sacramento y yendo en ella religiosos de diversas órdenes, en pasando la de Santo Domingo dijo ella que de aquella orden había de ser monja, de lo cual su madre quedó muy espantada, por saber cuán repugnante había sido todo el tiempo pasado a esta manera de vida y lo que más es en este propósito perseveró hasta que tomó el hábito.
Otro prenóstico hubo en que se ve más a la clara la virtud de la divina gracia. Porque, siendo ella de edad de ocho años, la previno Nuestro Señor con un tal conocimiento y deseo que sobrepujaba la capacidad de aquella edad, porque vínole el deseo de hallar un bien que de tal manera la hartase que no tuviese más que desear; y de aquí le nacía un hastío de los otros bienes y gustos de esta vida por ver cuán ruines y defetuosos eran y cuán estéril y hambrienta dejaban una ánima; por donde cuando alguna vez se le ofrecía algún gusto de éstos que hay en la tierra, con que ella pensaba tener algún contentamiento, visto que no lo hallaba, quedaba triste y decía: «no es éste el bien que yo deseo pues éste no harta». Y siendo ya de edad de once años y perseverando en este mismo deseo, determinó entrar en el monesterio de Nuestra Señora de la Anunciada pareciéndole que en esta casa podría hallar este bien.
Tomado el hábito de novicia, le mudaron el nombre; porque dende antes se llamaba doña María de Meneses, la llamaron sor María de la Visitación de Nuestra Señora. Pues como ella tomó este estado y hábito para hallar este bien, entendiendo que de mano de Dios lo había de recibir, comenzó a procurarlo por todo, los medios que para esto le podían ayudar, que eran oraciones y ayunos, vigilias y disciplinas con que domaba su carne, y señaladamente se ocupaba en la meditación de la Sagrada Pasión pretendiendo indignar con estos ejercicios y trabajos al dador de todos los bienes para alcanzar este bien.
Acabado este dichoso noviciado, siguióse la profesión, siendo ya de edad de dieciséis años y medio, la cual ella deseaba por tener más tiempo y aparejo, como ella mismo me dijo, para darse a la oración. Porque en los años del noviciado gastase mucho tiempo en aprender a cantar y a rezar el oficio divino y en otros ejercicios que son proprios de las novicias y con esto no tenía ella el tiempo que deseaba para vacar a Dios y emplearse toda en el ejercicio de la oración. Antes de la profesión contaré una cosa notable, referida por ella misma, y ésta fue que toda la noche antes estuvo de rodillas en oración en la cual decía al Señor que quería tomar por Esposo, con una humildad y simplicidad atrevida, estas palabras: «Señor, ¿como ha de haber en el mundo desposarme yo con Vos sin primero veros y saber de la manera que sois»? Esto decía con muchas lágrimas y fuerza de espíritu y con tan grande fe que prometía de no levantarse de allí sin ver primero con quién se había de desposar. Perseverando, pues, la mayor parte de la noche en esta porfía, a la mañana, entre las cuatro y las cinco, estando cuasi fuera de los sentidos, le parecía que veía un Señor muy hermoso y resplandeciente y con alegre rostro le llamaba diciendo: «María, mira muy bien si eres contenta de desposarte conmigo». Ella entonces con grande alborozo y lágrimas de alegría se derribó a sus pies y dijo que no merecía ella ser esclava suya. A esto respondió el Esposo: «Pues yo soy muy contento y quiero que seas esposa mía.» Respondió ella: «¡Señor mío! Alaben os los ángeles, porque yo soy grande pecadora y no soy digna de alabaros por tan grande merced.» Y con esto despertando se halló toda bañada en lágrimas y con grande alegría de su corazón; y el día siguiente, que fue el segundo de la Pascua del Espíritu Santo, hizo profesión con grande alegría y consolación de su ánima y, éste fue el primer aparecimiento que ella tuvo, año de 1569.
Aquí terná bien que filosofar el devoto lector, considerando en este aparecimiento la inmensa bondad y suavidad y regalo de Nuestro Señor para con las ánimas puras, humildes y sincillas, y verá también cuánto puede la perseverancia en la oración acompañada con la fe y confianza que esta virgen tuvo, pues prometió de no levantarse de aquel lugar hasta que fuese respondida. Mas esta confianza entera y este deseo susodicho infundió en el ánima de esta virgen el mismo Señor que le quería hacer este gran favor; y por aquí también entenderemos que de tan prósperos principios ni podrán dejar de seguirse adelante grandes favores, porque nunca el Señor hace profundos los cimientos sino para levantar algún grande edificio como lo vemos en lo que adelante se escribe de esta virgen.

Capítulo II. De la profesión de esta virgen y de una visión que tuvo después de ella

Acabando pues esta virgen de profesar y entregándose toda al Esposo celestial, Él esclareció su entendimiento con una nueva luz y le cumplió lo que tanto había deseado certificándola enteriormente que Él era el bien que ella deseaba y el que solo harta al que lo posee. Dando pue...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Prólogo
  4. Libro primero
  5. Libro segundo
  6. Libro tercero
  7. Libro cuarto
  8. Libros a la carta