Filosofía fundamental
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Filosofía fundamental

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Filosofía fundamental

Descripción del libro

LaFilosofía fundamentalfue escrita a principios del año 1845. Para su realización Jaime Balmes viajó a París el 25 de abril de ese año. Durante cinco meses visitó bibliotecas para profundizar en las nuevas corrientes alemanas y francesas, a la vez que leía autores escolásticos.El 24 de noviembre Balmes y Brusi firmaron el contrato para la primera edición de laFilosofía fundamental.Esta obra estudia las bases o fundamentos de un modo de pensar. Se propone ofrecer una estructura sustentadora de un pensamiento que sea consistente y pueda dar razón de las cuestiones filosóficas que a todos nos inquietan y esperan una respuesta satisfactoria.Los fines que se propone Balmes al escribir laFilosofía fundamentalson tres: - un fin apologético, - un fin patriótico- y un fin científico.Apologéticamente Balmes se propone exponer las materias filosóficas con espíritu cristiano, en consonancia con las doctrinas de la Iglesia. Patrióticamente, quiere actualizar la filosofía española —atrasada respecto a las nuevas corrientes extranjeras— con un pensamiento propiamente español. Y científicamente quiere dejar estas cuestiones suficientemente resueltas y de manera tan firme, que no solamente se mantengan como verdaderas, sino que demuestren falsos los errores de otras filosofías contrarias.«No me lisonjeo de fundar una filosofía, pero me propongo examinar sus cuestiones fundamentales; por eso llamo a la obra: Filosofía fundamental. Me ha impulsado a publicarla el deseo de contribuir a que los estudios filosóficos adquieran en España mayor amplitud de la que tienen en la actualidad, y de prevenir, en cuanto alcancen mis débiles fuerzas, un grave peligro que nos amenaza, el de introducírsenos una filosofía plagada de errores trascendentales… Tamaña calamidad solo puede precaverse con estudios sólidos y bien dirigidos; en nuestra época el mal no se contiene con la sola represión; es necesario ahogarle con la abundancia del bien. La presente obra, ¿podrá conducir a este objeto? El público lo ha de juzgar.»

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2012
ISBN de la versión impresa
9788498161434
ISBN del libro electrónico
9788498169034
Categoría
Philosophy
Libro primero. De la certeza
Capítulo I. Importancia y utilidad de las cuestiones sobre la certeza
1. El estudio de la filosofía debe comenzar por el examen de las cuestiones sobre la certeza; antes de levantar el edificio es necesario pensar en el cimiento.
Desde que hay filosofía, es decir, desde que los hombres reflexionan sobre sí mismos y sobre los seres que los rodean, se han agitado cuestiones que tienen por objeto la base en que estriban los conocimientos humanos: esto prueba que hay aquí dificultades serias. La esterilidad de los trabajos filosóficos no ha desalentado a los investigadores: esto manifiesta que en el último término de la investigación, se divisa un objeto de alta importancia.
Sobre las cuestiones indicadas han cavilado los filósofos de la manera más extravagante; en pocas materias nos ofrece la historia del espíritu humano tantas y tan lamentables aberraciones. Esta consideración podría sugerir la sospecha de que semejantes investigaciones nada sólido presentan al espíritu y que solo sirven para alimentar la vanidad del sofista. En la presente materia, como en muchas otras, no doy demasiada importancia a las opiniones de los filósofos, y estoy lejos de creer que deban ser considerados como legítimos representantes de la razón humana; pero no se puede negar al menos, que en el orden intelectual son la parte más activa del humano linaje. Cuando todos los filósofos disputan, disputan en cierto modo la humanidad misma. Todo hecho que afecta al linaje humano es digno de un examen profundo; despreciarle por las cavilaciones que le rodean, sería caer en la mayor de ellas: la razón y el buen sentido no deben contradecirse, y esta contradicción existiría si en nombre del buen sentido se despreciara como inútil lo que ocupa la razón de las inteligencias más privilegiadas. Sucede con frecuencia que lo grave, lo significativo, lo que hace meditar a un hombre pensador, no son ni los resultados de una disputa, ni las razones que en ella se aducen, sino la existencia misma de la disputa. Esta vale tal vez poco por lo que es en sí, pero quizás vale mucho por lo que indica.
2. En la cuestión de la certeza están encerradas en algún modo todas las cuestiones filosóficas: cuando se la ha desenvuelto completamente, se ha examinado bajo uno u otro aspecto todo lo que la razón humana puede concebir sobre Dios, sobre el hombre, sobre el universo. A primera vista se presenta quizás como un mero cimiento del edificio científico: pero en este cimiento, si se le examina con atención, se ve retratado el edificio entero: es un plano en que se proyectan de una manera muy visible, y en hermosa perspectiva, todos los sólidos que ha de sustentar.
3. Por más escaso que fuere el resultado directo e inmediato de estas investigaciones, es sobre manera útil el hacerlas. Importa mucho acaudalar ciencia, pero no importa menos conocer sus límites. Cercanos a los límites se hallan los escollos, y estos debe conocerlos el navegante. Los límites de la ciencia humana se descubren en el examen de las cuestiones sobre la certeza.
Al descender a las profundidades a que estas cuestiones nos conducen, el entendimiento se ofusca y el corazón se siente sobrecogido de un religioso pavor. Momentos antes contemplábamos el edificio de los conocimientos humanos, y nos llenábamos de orgullo al verle con sus dimensiones colosales, sus formas vistosas, su construcción galana y atrevida; hemos penetrado en él, se nos conduce por hondas cavidades, y como si nos halláramos sometidos a la influencia de un encanto, parece que los cimientos se adelgazan, se evaporan, y que el soberbio edificio queda flotando en el aire.
4. Bien se echa de ver que al entrar en el examen de la cuestión sobre la certeza no desconozco las dificultades de que está erizada; ocultarlas no sería resolverlas; por el contrario, la primera condición para hallarles solución cumplida, es verlas con toda claridad, sentirlas con viveza. Que no se apoca el humano entendimiento por descubrir el borde más allá del cual no le es dado caminar; muy al contrario esto le eleva y fortalece: así el intrépido naturalista que en busca de un objeto ha penetrado en las entrañas de la tierra, siente una mezcla de terror y de orgullo al hallarse sepultado en lóbregos subterráneos, sin más luz que la necesaria para ver sobre su cabeza inmensas moles medio desgajadas, y discurrir a sus plantas abismos insondables.
En la oscuridad de los misterios de la ciencia, en la misma incertidumbre, en los asaltos de la duda que amenaza arrebatarnos en un instante la obra levantada por el espíritu humano en el espacio de largos siglos, hay algo de sublime que atrae y cautiva. En la contemplación de esos misterios se han saboreado en todas épocas los hombres más grandes: el genio que agitara sus alas sobre el Oriente, sobre la Grecia, sobre Roma, sobre las escuelas de los siglos medios, es el mismo que se cierne sobre la Europa moderna. Platón, Aristóteles, san Agustín, Abelardo, san Anselmo, santo Tomás de Aquino, Luis Vives, Bacon, Descartes, Malebranche, Leibnitz; todos, cada cual a su manera, se han sentido poseídos de la inspiración filosófica, que inspiración hay también en la filosofía, e inspiración sublime.
Todo lo que concentra al hombre llamándole a elevada contemplación en el santuario de su alma, contribuye a engrandecerle, porque le despega de los objetos materiales, le recuerda su alto origen, y le anuncia su inmenso destino. En un siglo de metálico y de goces, en que todo parece encaminarse a no desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en cuanto pueden servir a regalar el cuerpo, conviene que se renueven esas grandes cuestiones, en que el entendimiento divaga con amplísima libertad por espacios sin fin. Solo la inteligencia se examina a sí propia. La piedra cae sin conocer su caída; el rayo calcina y pulveriza, ignorando su fuerza; la flor nada sabe de su encantadora hermosura; el bruto animal sigue sus instintos, sin preguntarse la razón de ellos; solo el hombre, en frágil organización que aparece un momento sobre la tierra para deshacerse luego en polvo, abriga un espíritu que después de abarcar el mundo, ansía por comprenderse, encerrándose en sí propio, allí dentro, como en un santuario donde él mismo es a un tiempo el oráculo y el consultor. Quién soy, qué hago, qué pienso, por qué pienso, cómo pienso, qué son esos fenómenos que experimento en mí, por qué estoy sujeto a ellos, cuál es su causa, cuál el orden de su producción, cuáles sus relaciones; he aquí lo que se pregunta el espíritu; cuestiones graves, cuestiones espinosas, es verdad; pero nobles, sublimes, perenne testimonio de que hay dentro nosotros algo superior a esa materia inerte, solo capaz de recibir movimiento y variedad de formas, de que hay algo que con su actividad íntima, espontánea, radicada en su naturaleza misma, nos ofrece la imagen de la actividad infinita que ha sacado el mundo de la nada con un solo acto de su voluntad.
Capítulo II. Verdadero estado de la cuestión
5. ¿Estamos ciertos de algo? a esta pregunta responde afirmativamente el sentido común. ¿En qué se funda la certeza? ¿Cómo la adquirimos? estas son dos cuestiones difíciles de resolver en el tribunal de la filosofía. La cuestión de la certeza encierra tres muy diferentes, cuya confusión contribuye no poco a crear dificultades y a embrollar materias que, aun deslindados con suma exactitud los varios aspectos que presentan, son siempre harto complicadas y espinosas.
Para fijar bien las ideas conviene distinguir con mucho cuidado entre la existencia de la certeza, los fundamentos en que estriba, y el modo con que la adquirimos. Su existencia es un hecho indisputable; sus fundamentos son objeto de cuestiones filosóficas; el modo de adquirirla es en muchos casos un fenómeno oculto que no está sujeto a la observación.
6. Apliquemos esta distinción a la certeza sobre la existencia de los cuerpos. Que los cuerpos existen, es un hecho del cual no duda nadie que esté en su juicio. Todas las cuestiones que se susciten sobre este punto no harán vacilar la profunda convicción de que al rededor de nosotros existe lo que llamamos mundo corpóreo: esta convicción es un fenómeno de nuestra existencia, que no acertaremos quizás a explicar, pero destruirle nos es imposible: estamos sometidos a él como a una necesidad indeclinable.
¿En qué se funda esta certeza? Aquí ya nos hallamos no con un simple hecho, sino con una cuestión que cada filósofo resuelve a su manera: Descartes y Malebranche recurren a la veracidad de Dios; Locke y Condillac se atienen al desarrollo y carácter peculiar de algunas sensaciones.
¿Cómo adquiere el hombre esta certeza? no lo sabe: la poseía antes de reflexionar; oye con extrañeza que se suscitan disputas sobre estas materias; y jamás hubiera podido sospechar que se buscase porque estamos ciertos de la existencia de lo que afecta nuestros sentidos. En vano se le interroga sobre el modo con que ha hecho tan preciosa adquisición, se encuentra con ella como con un hecho apenas distinto de su existencia misma. Nada recuerda del orden de las sensaciones en su infancia; se halla con el espíritu desarrollado, pero ignora las leyes de este desarrollo, de la propia suerte que nada conoce de las que han presidido a la generación y crecimiento de su cuerpo.
7. La filosofía debe comenzar no por disputar sobre el hecho de la certeza sino por la explicación del mismo.
No estando ciertos de algo nos es absolutamente imposible dar un solo paso en ninguna ciencia, ni tomar una resolución cualquiera en los negocios de la vida. Un escéptico completo sería un demente, y con demencia llevada al más alto grado; imposible le fuera toda comunicación con sus semejantes, imposible toda serie ordenada de acciones externas, ni aun de pensamientos o actos de la voluntad. Consignemos pues el hecho, y no caigamos en la extravagancia de afirmar que en el umbral del templo de la filosofía está sentada la locura.
Al examinar su objeto, debe la filosofía analizarle, mas no destruirle; que si esto hace se destruye a sí propia.
Todo raciocinio ha de tener un punto de apoyo, y este punto no puede ser sino un hecho. Que sea interno o externo, que sea una idea o un objeto, el hecho ha de existir; es necesario comenzar por suponer algo; a este algo le llamamos hecho: quien los niega todos o comienza por dudar de todos, se asemeja al anatómico que antes de hacer la disección quemase el cadáver y aventase las cenizas.
8. Entonces la filosofía, se dirá, no comienza por un examen sino por una afirmación; sí, no lo niego, y esta es una verdad tan fecunda que su consignación puede cerrar la puerta a muchas cavilaciones y difundir abundante luz por toda la teoría de la certeza.
Los filósofos se hacen la ilusión de que comienzan por la duda; nada más falso; por lo mismo que piensan afirman, cuando no otra cosa, su propia duda; por lo mismo que raciocinan afirman el enlace de las ideas, es decir, de todo el mundo lógico.
Fichte, por cierto nada fácil de contentar, al tratarse del punto de apoyo de los conocimientos humanos, empieza no obstante por una afirmación, y así lo confiesa con una ingenuidad que le honra. Hablando de la reflexión que sirve de base a su filosofía, dice: «Las reglas a que esta reflexión se halla sujeta, no están todavía demostradas; se las supone tácitamente admitidas. En su origen más retirado, se derivan de un principio cuya legitimidad no puede ser establecida, sino bajo la condición de que ellas sean justas. Hay un círculo, pero “círculo inevitable”. Y supuesto que es inevitable, y que lo confesamos francamente, es permitido, para asentar el principio más elevado, “confiarse a todas las leyes de la lógica general”. En el camino donde vamos a entrar con la reflexión, debemos partir de una proposición cualquiera que nos sea concedida por todo el mundo, sin ninguna contradicción» (Fichte, Doctrina de la ciencia, 1.ª Part., § 1.).
9. La certeza es para nosotros una feliz necesidad; la naturaleza nos la impone, y de la naturaleza no se despojan los filósofos. Vióse un día Pirron acometido por un perro, y como se deja suponer, tuvo buen cuidado de apartarse, sin detenerse a examinar si aquello era un perro verdadero o solo una apariencia; riéronse los circunstantes echándole en cara la incongruencia de su conduc...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. TOMO I
  4. Libro primero. De la certeza
  5. TOMO II
  6. Libro segundo. De las sensaciones
  7. Libro tercero. La extensión y el espacio
  8. TOMO IIILibro cuarto. De las ideas
  9. Libro quinto. Idea del ente
  10. Libro sexto. Unidad y número
  11. Libro séptimo. El tiempo
  12. Libro octavo. Lo infinito
  13. Libro noveno. La substancia
  14. Libro décimo. Necesidad y causalidad
  15. Libros a la carta