Epístola I. O introducción a la Filosofía antigua. Trata de la Felicidad humana
El Pinciano a don Gabriel
Frag. 1.
Domingo Último del mes pasado, señor don Gabriel, recibí un vuestro papel, por el cual me dais cuenta de algunas vuestras cosas y me pedís nuevas de esta Corte. A lo primero respondí con el portador, y a lo segundo de las nuevas respondo: lo haré siempre que se ofrezca; y quede contratado entre los dos que a las ciertas diré «son», a las razonables diré «parecen»; y a las que no lo fueren diré «dicen»; no seáis vos engañado, y yo tenido por mentiroso y engañador.
Con el título de «son» os escribo al presente unas que a mí han puesta admiración: que Homero fue el más feliz del mundo. Yo no entiendo cómo un ciego y mendigo pueda ser feliz por vía alguna; y, sí deseáis saber por qué arcaduces vino esta agua, prestadme un poco de atención.
El día siguiente al que la vuestra leí, así como otras veces, pasé a la posada de Fadrique, de cuyas letras tenéis ya noticia y cuya conversación a mí da siempre de nuevo y de mejor que África solía dar a Roma, Yo le hallé dando las gracias de la vianda recibida, y, con él, a uno de la patria, que, según luego entendí, su nombre es Hugo y su profesión, medicina y poesía.
Apenas me asenté, que Fadrique no dijese: ¿qué nuevas, señor Pinciano?
El Pinciano le respondió: Por ellas venía a pedimiento de un amigo residente fuera de esta Corte, al cual no siento qué escribir sino que se dice haber salido ya de Aragón el ejército.
El Pinciano calló, y, visto los dos guardaban silencio, prosiguió diciendo a Fadrique: Por vida mía, señor vecino, ¿no fuera acertado que esta gente armada atravesara los Pirineos en favor de la unión de los católicos?
Hugo dijo: Si yo fuera el preguntado, dijera sí.
Y Fadrique: Si yo soy el preguntado, digo que no sé; y prosiguió: Si yo supiera la disposición que tiene el estado, y el estado que tiene la habiendo, y la habiendo que haber pueden los amigos de Francia, pudiera ser me acreciera a discurrir sobre ello mas soy ignorante deseos secretos, y así tenga por mejor callar que no decir algún disparate. Pregunto yo ahora: aconteciese que este escuadrón peligrase en Francia, estando las provincia súbditas a España sin presidio, ¿habría sido acordado lo que decís? Señores compañeros, las cosas que son sobre nos, no tocan a nos; déjense a sus dueños que estudian y trabajan en ellas, y quiera Dios que acierten. Yo una cosa sola sé acerca de esta materia, y es: que no sé nada.
Dicho, los dos compañeros quedaron sentidos de se ver reprehendidos, y admirados que un hombre que tan bien podía hablar en aquella materia, por haber de ella escrito muy bien, no solo calaste, mas que predicase silencio a sí y a los demás.
Fadrique dijo después: No lo digo porque estemos mudos, que otras cosas hay en el mundo de que hablar sin perjuicio de terceros otras cosas hay en el mundo de que hablar sin perjuicio de terceros y sin manchar la felicidad de los privados con nuestras murmuraciones.
El Pinciano habló entonces: Aunque sea fuera de propósito, pregunto: ¿qué es felicidad?
Fadrique respondió: Plática es la propuesta que siempre viene a propósito, y, especial, sobre la vianda, como ahora.
Hugo, que vio abierta la entrada a la cuestión, dijo: No por mí se porná estanco a lo comenzado, antes ayudaré; y pregunto por el Pinciano y por mí: ¿qué cosa es felicidad? Que a muchas cosas oigo aplicar el nombre de feliz, y aun litigar entre filósofos sobre el lugar propio de él, y, aun, que todos a un concuerdan en que está en el deleite quieto, no lo entiendo.
Gozo quieto, dijera el Pinciano, tengo yo cuando la bolsa llena, y, cuando vacía, mil pulgas me bullen en el cuerpo y mil géneros de sabandijas me comen el cuero.
Persio
Dicho, Hugo vino en contra diciendo: El menosprecio, según el Filósofo, en el segundo de sus Retóricos es una de las sarnas que más inquieta el espíritu del hombre, y, al contrario, el honor y honra es la que más le sosiega y satisface; que, como dice el Poeta Satírico, «dulce es ser la persona mostrada con el dedo y oír decir: éste es». Así que la honra verdaderamente es bien felicísimo y delante de quien la riqueza con razón se humilla. El Filósofo, en el primero de los Éticos, da a entender esta verdad, no sin vituperio de los que la beatitud ponen en el dinero; el cual dice que la felicidad es bien honorable y que yerran los que en el tesoro la ponen. Esto confirma el Filósofo mismo en el primero de sus Retóricos, adonde dice que la virtud menor se paga con interés de hacienda, mas la mayor no se satisface con menos que la honra.
Hugo acabó su plática, y el Pinciano replicó: Oí decir que el Filósofo, en varías partes del primero de sus Éticos, afirma la felicidad no estar sin la prosperidad, y que el pobre no puede hacer obra ilustre, y con razón: que el pobre vive miserable, aborrecido y despreciado; al pobre no hay quien le dé la mano, y todo el mundo le da del pie; al rico todo se le ríe, todo le respeta y reverencia. Feliz y bienaventurado es solo el que tiene paz en sus substancias y que pacíficamente goza la plata y el oro.
Fadrique dijo: ¡Feliz el que puede conocer y penetrar las causas de las cosas!
Juvenal
Y el Pinciano: El que es rico, sabe; y el pobre es una pécora; así lo significa el Satírico Poeta: «Dijo el pobre una sentencia y burlan de ella los oyentes; y el rico, una bobería y todo el mundo le estima y hace de ella una apotegma»; no es un hombre más sabio y necio de cuanto tiene; que el rico ignorante es un Salomón y el sabio pobre es un Margites. ¡Pobre y desnuda vais, Filosofía!
Fadrique se sonrió y, mirando a Hugo, dijo: El Filósofo parece que determina esta cuestión contra vos por boca de Simónide en el segundo de sus Retóricos, adonde dice que más sabios se hallan a las puertas de los ricos que no ricos a las puertas de los sabios; y, ¿no os acordáis del filósofo y de la perrilla de Luciano?
El Pinciano dijo que no sabía aquella historia y que recibiría gracia en la saber.
Y Fadrique respondió: Presto es dicha. Un filósofo barbado hasta la cintura (como entonces era costumbre) servía a una dama soltera y no casta; y, entrados ama y mozo en un coche, a cierta jornada, la moza al viejo encomendó la guarda de una perrilla lacónica y vedijuda que para su gusto tenía; el filósofo la recibió y, para la mejor guardar, la puso de manera que de su barba la hizo colchón adonde se recostase; a poco rato, la perrilla dejó su cama y se fue con su ama; ¡cuál sería bien que la criatura ahíta y que no sabía decir la caca, dejase a la lana del pobre filósofo!
No digo más: si queréis reír, id al autor, que lo supo mejor decir, que yo harto he dicho para confirmación de la opinión ¿el Pinciano; y aun pudiera decir más. si quisiera traer otro cuento del mismo Luciano en el Júpiter Tragedo. No me lo preguntéis, que es muy largo; id allí y veréis como los doce dioses, estando en concilio, altercaron sobre los mejores asientos y que después de una discordia larga, Júpiter sentenció que los dioses cuyas imágenes en tierra eran de oro, tuviesen el primer lugar, y el segundo, los que de plata; y así de esta manera, según tenían las estatuas más o menos preciosas en el suelo, recibieron los asientos más o menos principales en el cielo.
Dicho esto, dijo el Pinciano: ¡Gran felicidad es ver que el hombre tiene tras lo que todos andan! Mirad todos los sabios, los militares, los labradores, los navegantes, los mercadantes y negociantes a qué fin estudian, guerrean, aran, navegan, tratan y negocian, sino por la riqueza, la cual goza el rico libre de estas dificultades. El dinero es el precio de todas las cosas; con la riqueza seré honrado, y seré sabio, y poseeré todo cuanto querré, y aun la salud y la vida. ¿Sabéis que diferencia hallo yo de mi dinero y vuestra honra? Que el dinero hinche, yo lo veo y toco; y la honra, como el sabio significa, con ejemplo de la ciencia, hincha. Decíame un viejo de mi tierra: «Tras dos cosas especialmente se van desvalidos los hombres: tras la riqueza y tras la honra; la riqueza viene al que la busca, y la honra huye del que la apetece; déjate, hijo, de la honra y abrázate con el dinero; ternás lo uno y lo otro». Bueno es, digo, el caudal y para todo necesario, y aun para ser mendigante de puerta en puerta, pues está manifiesto que, por falta de dinero con que trocar, pierde el pobre la limosna; y aun en el infierno no os dejarán entrar si n dinero, conforme a la opinión de los antiguos, porque los que habían de entrar vivos, habían de llevar un ramo de oro, y los muertos p...