Cartas
eBook - ePub

Cartas

Pedro de Valdivia

Compartir libro
  1. 140 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Cartas

Pedro de Valdivia

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La presente antología de Cartas de Pedro de Valdivia contiene epístolas escritas entre 1545 y 1552, dirigidas, entre otros, a Gonzalo Pizarro y al emperador Carlos V. Resultan interesantes además las alusiones a las fuentes financieras de la expedición y a sus expectativas políticas. En 1539, tras obtener de Francisco Pizarro el título de teniente gobernador de Chile, Valdivia inició los preparativos de la expedición que partió de Cuzco a mediados de enero de 1540 así se iniciaba su vida como aventurero.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Cartas un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Cartas de Pedro de Valdivia en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Colecciones literarias. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN
9788498970241
Al emperador Carlos V. Concepción, 15 de octubre de 1550
S. C. C. M.
Después de haber servido a V. M., como era obligado, en Italia en el adquirir el estado de Milán y prisión del Rey de Francia, en tiempo del Próspero Colona y del Marqués de Pescara, vine a estas partes de Indias año de quinientos treinta y cinco. Habiendo trabajado en el descubrimiento y conquista de Venezuela, en prosecución de mi deseo, pasé al Perú, año de quinientos treinta y seis, do serví en la pacificación de aquellas provincias a V. M., con provisión de maestre de campo general del Marqués Pizarro, de buena memoria, hasta que quedaron pacíficas, así de la alteración de los cristianos como de la rebelión de los indios. El Marqués, como tan celoso del servicio de V. M., conociendo mi buena inclinación en él, me dio puerta para ello, y con una cédula y merced que de V. M. tenía, dada en Monzón, año de quinientos treinta y siete, refrendada del secretario Francisco de los Cobos, del Consejo Secreto de V. M., para enviar a conquistar y poblar la gobernación del Nuevo Toledo, y provincia de Chili, por haber sido desamparada de don Diego de Almagro que a ella vino a este efecto, nombrándome a que la cumpliese y tuviese en gobierno y las demás que descubriese, conquistase y poblase, hasta que fuese la voluntad de V. M. Obedecí, volviendo el ánimo, por trabajar en perpetuarle una tierra como ésta, aunque era jornada tan mal infamada, por haber dado la vuelta de ella Almagro, desamparándola con tanta y tan buena gente como trajo. Y dejé en el Perú tan bien de comer como lo tenía el Marqués, que era el valle de la Canela en los Charcas, que se dio a tres conquistadores, que fueron Diego Centeno, Lope de Mendoza y Bobadilla, y una mina de plata, que ha valido después acá más de doscientos mil castellanos, sin haber un solo interese por ello, ni el Marqués me lo dio para ayuda a la jornada.
Tomado mi despacho del Marqués, partí del Cuzco por el mes de enero de quinientos cuarenta, caminé hasta el valle de Copiapó, que es el principio de esta tierra, pasado el gran despoblado de Atacama, y cien leguas más adelante hasta el valle que se dice de Chili, donde llegó Almagro y dio la vuelta por la cual quedó tan mal infamada esta tierra. Y a esta causa, y porque se olvidase este apellido, nombré a la que él había descubierto y a la que yo podía descubrir hasta el Estrecho de Magallanes, la Nueva Extremadura. Pasé diez leguas adelante, y poblé en un valle que se llama Mapocho, doce leguas de la mar, la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, a los veinticuatro de febrero de quinientos cuarenta y uno, formando cabildo y poniendo justicia.
Desde aquel año hasta el día de hoy he procurado y puesto en efecto de dar a V. M. entera relación y cuenta de la población y conquista de aquesta ciudad y del descubrimiento de la tierra de adelante y de su prosperidad, y de los grandes trabajos que he pasado y gastos tan crecidos que he hecho y se me ofrecen de cada día por salir con tan buen propósito adelante. He escrito las veces, con los mensajeros que aquí diré, y en qué tiempos por advertir que lo que a mí ha sido posible, he hecho, con aquella fidelidad, diligencia y vasallaje que debo a V. M.; y la falta de no haber llegado mis cartas y relaciones ante su cesáreo acatamiento, no ha sido a mi culpa, sino de algunos de los mensajeros, por haber sido maliciosos y pasar por tierra tan libre, próspera y desasosegada como ha sido el Perú, y a otros tomar los indios, en el largo viaje, los despachos, y a los demás la muerte.
Estando poblado, traje a los naturales, por la guerra y conquista que les hice, de paz; y en tanto que les duraba el propósito de nos servir, porque luego procuran cometer traiciones para se rebelar, que esto es muy natural en todos estos bárbaros, atendí a que se hiciese la iglesia y casas, y a la buena guardia de todo lo que convenía. Para enviar por socorro y dar a V. M. cuenta, di orden de hacer un bergantín, y el trabajo que costó Dios lo sabe; hecho, me le quemaron los indios y mataron ocho españoles de doce que estaban de guardia de él, por exceder de la orden que les dejé. Y a un punto se me levantó y rebeló la tierra, que fue todo en término de seis meses, y comenzáronme a hacer muy cruda guerra. Viendo la imposibilidad de poder hacer otro, despaché por tierra, con harto trabajo y riesgo de los que fueron y quedábamos, al capitán Alonso de Monroy, mi teniente, con cinco soldados de caballo, que no pude ni se sufría darle más. Partióse de mí por el mes de enero del año de quinientos cuarenta y dos; llegado al valle de Copiapó, le mataron los indios los cuatro compañeros y prendieron a él y al otro y tomáronles hasta ocho o diez mil pesos que llevaban, y rompiéronles los despachos. Dende a tres meses, mataron al cacique principal, y se huyeron al Perú en sendos caballos de los que les habían tomado los indios, que por ser la puerta del despoblado se pudieron salvar, mediante la voluntad de Dios con su buena diligencia. Llegaron a la ciudad del Cuzco, al tiempo que Vaca de Castro gobernaba, y en la coyuntura que había desbaratado a los que seguían al hijo de Almagro y preso a él.
Allí trató con Vaca de Castro que le diese licencia de sacar gente para esta tierra; hizo sesenta de caballo, y con ellos dio la vuelta a donde yo estaba; tardó dos años justos en su viaje. Halló hasta doce mil pesos de ropa y caballos para traerme esta gente y darles socorro, y un navío en que metió los cuatro mil de ellos; pagué acá a las personas que se los prestaron, ochenta y tantos mil castellanos.
Por enero de quinientos cuarenta y cuatro fue de vuelta en la ciudad de Santiago el capitán Alonso de Monroy con los sesenta de caballo; y el navío que envió del Perú echó ancla en el puerto de esta ciudad, que se dice de Valparaíso, cuatro meses antes. En lo que entendí en el comedio de estos dos años fue en trabajos de la guerra y en apretar a los naturales y no dejarlos descansar con ella, y en lo que convenía a nuestra sustentación y guardia de sementeras; porque como éramos pocos y ellos muchos, teníamos bien que hacer; y en esto me halló ocupado.
En descansando un mes la gente y regocijándonos todos con su buena venida, apreté tan recio a los naturales con la guerra, no dejándolos vivir ni dormir seguros, que les fue forzado venir de paz a nos servir, como lo han hecho después acá.
Andando ocupado en esto, el julio adelante del año dicho de quinientos cuarenta y cuatro, llegó al dicho puerto de Valparaíso el capitán Juan Bautista de Pastene, genovés, piloto general en esta Mar del Sur por los señores de la Real Audiencia de Panamá, con un navío suyo, que por servir a V. M. y por contemplación del Gobernador Vaca de Castro, le cargó de mercadería él y un criado suyo para el socorro de esta tierra, en que traería quince mil pesos de empleo. Compré de esta hacienda otros ochenta y tantos mil castellanos, que repartí entre toda la gente que tenía, para la sustentación de ella.
El mes de septiembre adelante del mismo año de quinientos cuarenta y cuatro, sabiendo la voluntad con que el capitán y piloto Juan Bautista de Pastene había venido y se me ofrecía a servir a V. M. y a mí en su cesáreo nombre, y la autoridad que tenía de piloto y su prudencia y experiencia de la navegación de esta mar y descubrimiento de tierras nuevas y todas las demás partes que se requerían para lo que convenía al servicio de V. M. y al bien de todos sus vasallos y de esta tierra, le hice mi teniente general en la mar, enviándole luego a que me descubriese ciento y cincuenta o doscientas leguas de costa, hacia el Estrecho de Magallanes, y me trajese lenguas de toda ella. Y así lo puso por obra; y en todo el dicho mes fue y vino, con el recaudo que de parte de V. M. le encargué.
Oída la relación que el capitán y los que con él fueron me daban de la navegación que hicieron y posesión que se tomó, y prosperidad de la tierra, abundancia de gente y ganado y la que las lenguas que trajo me dieron, trabajé de echar a las minas las anaconcillas e indias de nuestro servicio que trajimos del Perú, que por ayudarnos lo hacían de buena gana, que no fue pequeño trabajo, que serían hasta quinientas pecezuelas; y con nuestros caballos les acarreábamos la comida desde la ciudad, que está doce leguas de ellas, partiendo por medio con ellas la que teníamos para la sustentación de nuestros hijos y nuestra, que la habíamos sembrado y cogido con nuestras propias manos y trabajo. Todo esto se hacía para poder tornar a enviar mensajeros a V. M. a dar cuenta y razón de mí y de la tierra, y al Perú a que me trajesen más socorro para entrar a poblarla; porque, no llevando oro, era imposible traer un hombre, y aun con ello no se trabajaría poco cuando se sacasen algunos, según la exención y largura que han tenido los españoles en aquellas provincias y fama que había cobrado esta tierra.
Anduvieron en las minas nueve meses de demora; sacáronse hasta sesenta mil castellanos, o poco más; acordé de despachar a los capitanes Alonso de Monroy y Juan Bautista de Pastene con su navío, para que el uno por tierra y el otro por mar, trabajasen de me traer socorro de gente, caballos y armas. Y en este navío envié a un Antonio de Ulloa, natural de Cáceres, por ser tenido por caballero e hijodalgo, por mensajero, con los despachos para V. M. En ellos daba relación de lo que hasta allí había de qué darla, de mí y de la conquista, población y descubrimiento de la tierra. Entre los tres y otros dos mercaderes que también fueron a traer cosas necesarias, se distribuyó el oro que se había sacado para que el Ulloa tuviese con qué ir a V. M., y los capitanes y los mercaderes algún resollo para traer el socorro que pudiesen.
En lo que entendí con la gente que tenía, en tanto que parte de ella atendía al sacar del oro y guardia de nuestras piezas, fue en poblar la ciudad de La Serena, a la costa de la mar, en un muy buen puerto, en el valle que se dice de Coquimbo, por ser en la mitad del camino que hay del valle de Copoyapo a donde está poblada la de Santiago, que es la puerta para que pudiese venir la gente del Perú a servir a V. M. a estas provincias, sin riesgo. Y fui a ella y fundáse el Cabildo y Justicia, y puse un teniente; y de allí, a los cuatro de septiembre de quinientos cuarenta y cinco años, despaché a los mensajeros y nao dicha, con quedar confiado que, al más tardar, ternía respuesta de Alonso de Monroy dentro de siete o ocho meses. Y para esto llevó indios de esta tierra, que se ofrecían a venir del Perú a donde yo estuviese, con cartas, en cuatro meses y en menos.
Hecho el navío a la vela de la ciudad de La Serena, dejando buena guardia en ella, di la vuelta a la de Santiago. El enero adelante de quinientos y cuarenta y seis di orden en que se tornase a sacar algún oro, como en la demora pasada, porque ya aquel año se cogió más número de trigo que los pasados. Y porque me pareció no podía tardar el socorro, determiné entrar descubriendo cincuenta leguas la tierra adentro, por ver dónde podía poblar otra ciudad, venidos que fuesen los capitanes que había enviado con gente. Apercibí sesenta de caballo, bien armados y a la ligera, y puse por obra mi descubrimiento, dejando recaudo para que se sacase oro en tanto que iba y volvía con el ayuda de Dios, teniendo para mí estaba más lejos el principio de la tierra poblada, de donde la hallé.
A once de febrero del dicho año, partí y caminé hasta treinta leguas, que era la tierra que nos servía y habíamos corrido; pasadas diez leguas adelante, topamos mucha poblazón, y a las diez y seis, gente de guerra que nos salían a defender los caminos y pelear, y nosotros corríamos la tierra, y los indios que tomaban los enviaba por mensajeros a los caciques comarcanos, requiriéndolos con la paz. Y un día por la mañana salieron hasta trescientos indios a pelear con nosotros, diciendo que ya les habían dicho lo que queríamos, y que éramos pocos y nos querían matar; dimos en ellos y matamos hasta cincuenta, y los demás huyeron.
Aquella misma noche, al cuarto de la prima, dieron sobre nosotros otros siete o ocho mil indios, y peleamos con ellos más de dos horas, y se nos defendían bravamente, cerrados en un escuadrón, como tudescos: al fin dieron lado, y matamos muchos de ellos y al capitán que los guiaba. Matáronnos dos caballos e hirieron cinco o seis y a otros tantos cristianos. Huidos los indios, entendimos lo que quedaba de la noche en curar a nuestros caballos y a nosotros; y otro día anduve cuatro leguas y di en un río muy grande, donde entra en la mar, que se llama Buybíu, que tiene media legua de ancho. Y visto buen sitio donde podía poblar y la gran cantidad de los indios que había, y que no me podía sustentar entre ellos con tan poca gente; y supe que toda la tierra, de esta parte y de aquella del río, venía sobre mí, y, a sucederme algún revés, dejaba en aventura de perderse todo lo de atrás, di la vuelta a Santiago dentro de cuarenta días que salí de él, con muy gran regocijo de los que vinieron conmigo y quedaron a la guarda de la ciudad, viendo y sabiendo teníamos tan buena tierra cerca y tan poblada, donde les podía pagar sus trabajos en remuneración de sus servicios.
Con mi vuelta, aseguramos los indios que servían a la ciudad de Santiago y los de los valles que servían en La Serena, que estaban algo alterados con mi ida adelante, y tenían por cierto, según eran muchos los indios y nosotros pocos, nos habían de matar a todos; y con esto estaban a la mira y en espera, para, en sabiendo algo, dar sobre los pueblos y tornarse a alzar: quiso Dios volver sus pensamientos al revés. Luego envié a La Serena a que supiesen de mi vuelta, con la nueva de la buena tierra que había hallado, de que no se holgaron poco. El mayo adelante hice sembrar gran cantidad de trigo, teniendo por cierto no podía tardar gente, porque tuviésemos todos en cantidad qué comer; y así hicimos, con el ayuda de Dios, gran cantidad de sementeras.
Había siete meses que partieron mis capitanes al Perú, y no tenía nueva cierta ni carta de ellos; y un barco que había hecho hacer para pescar en el puerto con redes, le hice aderezar de manera que pudiesen ir al Perú siete o ocho hombres cuando conviniese.
Yo repartí esta tierra, como poblé la ciudad de Santiago, sin tener noticia verdadera, porque así convino para aplacar los ánimos de los conquistadores, y dismembré los caciques por dar a cada uno quien le sirviese; y como después anduve conquistando la tierra trayéndola de paz, tuve la relación verdadera y vi la poca gente que había y que estaban repartidos en sesenta y tantos vecinos los pocos indios que había; y, a no poner este remedio, estuvieran ya disipados y muertos los más, acordé para la perpetuación de los naturales y para la sustentación de esta ciudad, porque es la puerta para la tierra de adelante y donde se rehace la gente que ha venido y la que viniere a poblarla y conquistarla, de reducir los sesenta y tantos vecinos en la mitad, y entre éstos repartir todos los indios, porque tuviesen alguna más posibilidad para acoger en su casa a los que viniesen a nos ayudar. Hícelo esto por la buena tierra que había descubierto y que podía dar muy bien de comer a los vecinos que quité los pocos indios que tenían para repartirlos en los que quedaron, certificando a V. M. no se podía hacer cosa más acertada ni más provechosa para que la tierra se perpetúe y sustente a V. M. y los naturales no se disipen.
Era por agosto pasados once meses y no sabía nada del Perú. Con el oro que habían sacado unos indezuelos míos y lo que los vecinos por su parte tenían, que todos me lo prestaron, parte de buena gana, despaché otro mensajero a V. M., que se llamaba Juan Dávalos, natural de las Garrubillas, con los despachos duplicados que había llevado el Antonio de Ulloa y con lo que había de nuevo que decir de la jornada que había hecho y tierra que había hallado; y para que diese socorro a alguno de mis capitanes si los topase de camino con alguna necesidad.
Partió este barco, como digo, llevando los que en él iban, míos y de particulares, casi sesenta mil pesos, que, a ir a otra parte que al Perú, era gran cosa; pero como aquella tierra ha sido y es tan próspera y rica de plata, estimarían en poco aquella cantidad, y acá teníamosla en mucho por costarnos cada peso cien gotas de sangre y doscientas de sudor. Hiciéronse a la vela del puerto de Valparaíso por el mes de septiembre del año dicho de quinientos cuarenta y seis.
Como esperaba de cada día socorro, mi cuidado y diligencia era en hacer sembrar maíz y trigo en sus tiempos, y en sacar el oro que con la poca posibilidad que había se podía, para enviar siempre por gente, caballos y armas, que esto es de lo que acá tenemos necesidad, porque lo demás que venimos a buscar, como gente no falte, ello sobrará, con el ayuda de Dios.
Trece meses había que el barco era partido del puerto de Valparaíso con el mensajero Juan Dávalos, cuando llegó a él de vuelta del Perú el piloto y capitán Juan Bautista de Pastene, con gran necesidad de comida, en un navío que no traía sino el casco de él, sin tan solo un peso de mercadería, ni otra cosa que lo valiese. Estando sin esperanza de verle más, teniendo por cierto, pues habían tardado tanto, que eran ya pasados veinte y siete meses que habían partido de estas provincias y no había tenido nueva ninguna de ellos, que el navío y todos se habían perdido y anegado, como le vi, recibí tanta alegría que me saltaron las lágrimas del corazón, diciendo que fuese bien venido: le abracé, demandándole la causa de tanta tardanza y cómo y dónde quedaban los amigos que había llevado. Respondió que me daría razón, que bien tenía de qué dármela, y yo de maravillarme de oír lo que había pasado y pasaba en el Perú, y que Dios había permitido que el diablo tuviese de su mano aquellas provincias y a los que en ellas estaban; y así se asentaron a comer la compañía y él, de que tenían extrema necesidad.
Contóme cómo en término de vein...

Índice