Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán
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Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán

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Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán

Descripción del libro

El Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán, caballero noble desbaratado cuenta con testimonios de primera mano las peripecias de la Conquista del Perú y las guerras entre los hermanos Pizarro y Diego de Almagro. Alonso Enríquez de Guzmán viajó muy joven a América. A su regreso a España, despejado el panorama político y mejorado su estatus con el dinero traído de Indias, Alonso Enríquez de Guzmán se retiró de la vida política y escribió esta obra autobiográfica. Esta narración anticipa algunos de los ingredientes de la picaresca española del Siglo de Oro.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN de la versión impresa
9788498160505
ISBN del libro electrónico
9788499533018
Categoría
Literature

La muerte del gobernador don Diego de Almagro

Fuéle hecho proceso por el dicho Hernando Pizarro, denegándole los términos del derecho, abreviándole y dándole prisa. Y por mucha que le dio, duró tres meses y se hizo tan alto como hasta la cintura de un mediano hombre, diciendo y alegando por la parte del gobernador don Diego de Almagro muy singulares cosas en su defensa y justificación, así de servicios a Dios y al rey y provisiones de Su Majestad en que les concedía como defendiéndose de lo que contra él se ponía ser maldad y envidia del juez y de los testigos, porque los unos por interese de haber el premio de Hernando Pizarro y los otros porque eran vecinos desta ciudad y habían miedo que les quitase los indios para dar a los que consigo había, traído de la jornada de Chile, posponían el temor a Dios y al rey y aun a la reina, madre y mujer.
También alegó que no era su juez, porque era teniente del gobernador su hermano, y don Diego de Almagro era adelantado y gobernador y no lo había de ser sino su rey y que era su enemigo y lo había tenido preso y que no podía tener sano el pecho y que no podía ser juez ni entender en casos criminales, así por ser de la orden de Santiago como por haber resumido corona, que es prohibido en derecho, y otras muy excelentes y evidentes cosas. No embargante lo cual, entró una mañana que fue el dicho día lunes, habiendo hecho gran junta de gente armada, en su casa con mucha munición en el dicho cubo donde el dicho adelantado y gobernador don Diego de Almagro estaba preso, al cual podremos justamente llamar príncipe según su condición y señoríos de gente y tierra, la más rica del mundo, que gobernaba por Su Majestad, que es la gran ciudad del Cuzco en esta tierra del Perú, la cual por su persona y hacienda en compañía del gobernador don Francisco Pizarro su compañero, él había descubierto y ganado y conquistado y poblado, y le notificó una sentencia a muerte.
Y el desventurado, teniéndolo por cosa abominable y contra ley y contra justicia y razón, espantóse y respondió que apelaba y apeló para ante el emperador y rey don Carlos su señor. Y Hernando Pizarro respondió que pusiese su ánima con Dios, porque se había de ejecutar la dicha sentencia. Entonces el desventurado viejo hincó las rodillas en tierra y díjole: «Señor comendador Hernando Pizarro, contentaos con la venganza pasada. Mirá que, demás de deservir a Dios y al emperador, en matarme me dais mal pago, porque yo fui el primer escalón por donde subistes vos y vuestro hermano en lo que estáis. Mirad, señor comendador, que os tuve en lo que me tenéis, y los de mi consejo me importunaban que os cortase la cabeza. Y yo solo os di la vida. Y pues, siendo yo, señor, hecho por el emperador adelantado y gobernador desta tierra, no lo hice, no lo hagáis vos, pues no lo podéis hacer siendo teniente de otro gobernador como, yo».
Entonces respondió Hernando Pizarro: «Señor, no hable Vuestra Señoría esas vajezas. Morí tan valerosamente como habéis vivido, que no es de caballeros eso».
El desventurado viejo respondió: «O señor comendador, que soy humano y temo la muerte, aunque no la temo tanto por mí, que soy viejo y enfermo y poca es mi vida según razón, como por tanto caballero y gente noble que queda perdida y huérfana con mi ausencia en pago de tantos trabajos y servicios como han pasado y hecho por el emperador nuestro señor en mi compañía».
Entonces Hernando Pizarro dijo que allí le quedaba un fraile con quien se confesase, y se salió.
Y así, confesado espiritual y temporalmente, haciendo su testamento, en el cual dejó por heredero al emperador —y declaró que entrél y su compañero de compañía tenían un millón de oro y plata, perlas y piedras, navíos y ganados—; y a su hijo don Diego de Almagro, hijo natural al cual quiso como a sus entrañas, habido en estas partes en una india, mancebo de dieciocho años, le dejó 13. 500 castellanos que tenía, no más al presente; y a una hija que ha nombre doña Isabel de Almagro dejó 1. 000 castellanos con que se metiese monja, y otras muchas mandas y limosnas de príncipe en mucha cantidad a monasterios y criados. Dejó por albaceas a Diego de Albarado, y que fuese su teniente en la gobernación hasta que Su Majestad proveyese, y a Juan de Guzmán, contador de Su Majestad, al doctor Sepúlbeda, y a Juan de Herrada su mayordomo, y a Juan Balsa, su contador, y a mí, que soy el escritor deste libro. Y por tanto, juntamente con mi vida, escribo parte de la suya y de su muerte, pues en la una y en la otra tanta parte me dio de sí.
Y así, hecha la confesión espiritual y temporal, entró dentro en el dicho cubo el alguacil mayor, que se llamaba Alonso de Toro, y un pregonero y un verdugo. Y él dijo: «Señores, ¿esta tierra no es del rey? ¿Por qué me queréis matar, habiéndole hecho tantos servicios? Mirad que si os parece que está lejos Su Majestad, presto os parecerá que está cerca. Y si no creis que hay rey, mirad que hay Dios que no se le pasa nada por alto».
El Toro le dijo que había de morir, que no le aprovechaba nada, dándole mucha prisa que se quitase de con el confesor. Y el pobre viejo dijo que le tornasen a llamar a Hernando Pizarro, que le quería hablar cosas que convenían.
El cual vino, y díjole el desventurado viejo: «Señor comendador, ya que me queréis matar el cuerpo, no me matéis el alma, y a vos la honra. Mirad que sois mi enemigo, y si Dios milagrosamente no me ayuda, no puedo morir con paciencia. Pues que decís que estáis satisfecho de que merezco la muerte, remitilda al emperador. Démela mi rey o vuestro hermano que es gobernador. Llévame donde está el uno o el otro. Si lo hacéis por apaciguar y por miedo que con mi vida pasáis peligro y trabajo, para lo cual yo os daré la seguridad que quisierdes o fuéredes servido, especialmente que no hay lanza eniesta, pues en la batalla matastes a mi lugarteniente general, Rodrigo Orgoñoso, y otros capitanes y mucha gente de la mía, y mis capitanes tenéis presos, los que quedaron della».
Hernando Pizarro respondió que había de morir, y salióse. Y dando el alguacil mayor gran prisa a los clérigos que se apartasen dél para dalle el garrote allí dentro donde estaba, como se le dio, le dijo: «Torico» —porque era un mancebo— «¿cómo te has hecho gavilán? pues poca carne tienes en mí que comer, porque soy todo huesos».
Y tuvo razón, porque era un mozuelo criado de Hernando Pizarro que desta entrada le hicieron alguacil mayor. El cual dijo al verdugo que hiciese lo que había de hacer. El cual se defendió, diciendo que no había de matar él un príncipe como aquél. Con todo se lo hicieron hacer por fuerza. Y al tiempo que le echaban la soga a la garganta al desventurado viejo, comenzó a dar muy grandes voces: «¡O tiranos que os alzáis con la tierra del rey y me matáis sin culpa!».
Al cual, después de ahogado, sacaron con pregón real a la plaza de la ciudad junto a la picota, y encima de un repostero le tuvieron dos horas. Y de allí fue enterrado en el monasterio de Nuestra Señora de la Merced.
Al presente nos hemos hecho amigos el dicho Hernando Pizarro y yo, porque éste es vivo y estotro es muerto y es muy ruin conversación con los muertos. Y por tanto, mientras él quisiere, yo lo seré suyo y trocaré mal por bien, si él quisiere, por hacer buenas ferias para mí y no malas para él. Y por tanto, acuerdo de tener escrito esto, aunque sea en su perjuicio, con intención que, si perseverare y me guardare la dicha amistad y enmendare el dicho Hernando Pizarro lo de hasta entonces, terné secreto este libro; y si no, mostrarlo y declararlo por mí o por mis albaceas.
Olvidóseme de poner como el pobre viejo, desque más no pudo, dijo: «Hernando Pizarro, señor, emplázoos para ante Dios Todopoderoso a vos y a todos los que me han tratado esta muerte tan contra razón y justicia, que dentro de treinta días seáis y parezcáis a juicio conmigo en el otro mundo de perpetua gloria y pena».
Y luego el reverendo padre comendador de la orden de Nuestra Señora de la Merced, que para confesarle estaba, le dijo: «Señor, eso está prohibido en nuestra ley porque parece que no puede ser sin odio. El cual, si alguno tenéis, pues sois católico y cristianísimo, lo ha de deshacer el paso en que estais, pues es para subir a tan alto y glorioso lugar. Acordaos que dijo Cristo al Padre: “Perdónalos, Señor, que no saben lo que se hacen”, a los que le mataron».
Luego respondió el paciente: «Yo me disisto del emplazo y querella».
Y así pasó desta presente vida de trabajos y envidias para la eterna de gloria sin fin. En la cual estoy cierto él está, conforme a la misericordia de Dios y a su buena vida y muerte.
Ahora quiero deciros, como es verdad, que yo quisiera que con los temores y tormentos, peligros y trabajos que me hizo pasar este cruel tirano de Hernando Pizarro, que mezclara en ellos alguna recompensa, así de honras como de intereses, teniendo respecto a lo susodicho y haberme hecho robar y gastar más de 22. 000 castellanos. Y puesto caso que conmigo hizo algunos cumplimientos cuando escribí este capítulo antes déste, fueron mostrando tenerme en poco, más por temor que no por amor. Y así cuando llegó en España, temiéndose de mi linaje y condición y no estando él —considerando esto—, satisfecho que lo estaba yo, mirá como era razón que lo estuviese yo mismo. Comenzó a desvariar, que vino delante de mí, unas veces decía bien, otras mal, otras ni mal ni bien.
Y yo consideraba el poco respecto que tuvo a lo que me había ofendido y robado, o hecho robar, de mi hacienda, sin ni en dicho ni en hecho recompensarme a ello. Lo que soy obligado al servicio de Dios Todopoderoso y del emperador y rey nuestro señor —que para informarse de las cosas sucedidas me escribió una carta, que es esta que se sigue—, y lo que en ley divina y humana, así de cristiano como de caballero, me obliga a declarar la limpieza que vi y oí en el buen adelantado don Diego de Almagro, generoso y general, franco y liberal, amoroso, misericordioso, justiciero y recto, muy temeroso de Dios y del rey, por lo cual murió él. Y por haber dejádomelo encomendado en su testamento y última voluntad, dejándome por su albacea y mensajero de Su Majestad, fiándome su ánima y su honra, acordé y determiné de poner cuero y correas y declarar las tramas y suciedades de Hernando Pizarro y la limpieza y lealtades del dicho adelantado don Diego de Almagro, como veréis, trasladada la dicha carta de su Majestad, en este libro, haciendós saber, primero que todo esto, cómo fui recibido en Corte.
Yo llegué domingo, a 26 de junio del año de 1540 en Corte en la villa de Madrid. Y luego, lunes siguiente, me fue a presentar con la nombrada carta de Su Majestad, que abajo desto veréis trasladada. Y fueron conmigo los señores marqués del Balle y Hernando Arias de Saavedra, que ha de ser conde del Castellar. Y luego el cardenal arzobispo de Sevilla, presidente del Consejo Real de las Indias y los oidores de su audiencia —porquel emperador estaba en Flandes y quedó a gobernar los reinos el cardenal de Toledo y el comendador mayor de León, don Francisco de los Covos—, los sobredichos del Consejo Real, sin verme ni oírme, me mandaron aposentar en casa de un alguacil de Corte, con pena de 10. 000 ducados aceptase y cumpliese el aposento. Y aunque hicieron caso de mí estos señores, se sintieron por agrabiados los dichos mis padrinos, aunque bien creímos ellos y yo que, si yo hubiera visitado e informado a cada uno en su casa destos señores del Consejo de las Indias, que no me prendieran. Pero yo vine muy de lo viejo, haciendo poco caso de las máculas que me habían puesto y mentiras dichas a Su Majestad, Señoría y Mercedes, acomulándolas a las del justo y desdichado adelantado, quitándome el crédito desta declaración, tapándome los oídos del emperador y los de su muy alto Consejo, confiando en mis muy grandes y señalados servicios, sin hacer caso de contentar a los jueces e informar, etc.
Y luego que lo supo mi muy amada señora y todo mi bien y mi honra, mi sobrina, mi señora, la muy ilustre señora María de Mendoza, amparro y socorro de los desamparados y agrabiados y más de mí que de nadi, mujer del dicho comendador mayor de León, envióme un presente y una embajada que es esta que se sigue: seis truchas en dos platos de plata y una torta real en otros dos, y diciendo este cantar: «Mi señora envía esto a Vuestra merced y dice que no recibaes trabajo, porque no lo habéis de tener, mientras ella viviere; y que mañana se cubrirá su manto e irá a andar a los del Consejo; y que si no le aprovechare su ruego, que otro día se pondrá soga e irá a pedir justicia».
Lo cual no fue menester, sino enviar a mandar al dicho cardenal y a los del Consejo que me soltasen, sin estar más de medio día en la dicha prisión.
Y me pasaron a una casa junto par della que ella mandó vaciar de un mayordomo suyo, aunque por carcelería. Porque como ya os tengo dicho en este mi libro y en otros sabréis, demás de gobernar los reinos de España en nombre del emperador, su marido, el comendador mayor, por su gran seso y lealtad, linaje y condición, ella lo manda por su gentileza y gran bondad y discreción, porques muy afable y muy discreta, muy ilustre. La cual me enviaba a la dicha casa y cárcel muchos y muy delicados manjares y regalos. Por cuyo respecto y algún merecimiento de mi persona me vino a ver el dicho comendador su marido, lo cual fue mucha admiración en la Corte, porque así como supremo gobernador de la justicia como de las mercedes que Su Majestad acostumbra a hacer a los que le sirven y desirven, se tuvo que decir en la dicha Corte y aun que escribir, especialmente quél no lo había de costumbre ni solía visitar a nadie, como rey y señor, porque así lo merece él y no lo desmerece su mujer. Y asimismo por este dechado se sacaron muchos favores: viniéronme a ver todos los grandes y chicos de la Corte. Y porque tras la dicha carta de Su Majestad y el acusación que yo y puesto al dicho Hernando Pizarro, os diré en qué ha parado mi prisión y lo demás, ceso en ella y en esto por el presente. Y la dicha carta de Su Majestad es la siguiente:
«El rey.
»Don Alonso Enríquez de Guzmán: Por cuanto a mi servicio conviene que luego partaes y salgaes desa tierra en el primer navío que se hiciere a la vela para estos reinos de España, luego lo poned por obra. Y si no me hallardes en ellos, pareced ante el nuestro Consejo Real de las Indias, que allí os dirán para lo que sois llamado. Y estad advertido que, sí así no lo hicie...

Índice

  1. Créditos
  2. Presentación
  3. Capítulo de mi quedada
  4. Capítulo en que se tratarán tres cosas: llegada y estada de Alcalá; y un razonamiento que me hizo en Corte el arzobispo de Toledo; y una protestación que acerca dello yo hice al príncipe nuestro señor
  5. Capítulo de lo sucedido que en este libro he comenzado y tratado en las diferencias de los gobernadores del Perú y sentencia contra Pizarro
  6. Capítulo de lo que me acaeció en Zamora
  7. Dedicatoria
  8. Dios sobre todo
  9. De cómo salí en el nombre de Dios
  10. De lo que me acaeció entrando en Barcelona
  11. De lo que acaeció en la jornada de los dichos Gelves
  12. De cómo se tomaron los Gelves
  13. Lo que allí me acaeció
  14. De lo que me acaeció en Nápoles
  15. Lo que me acaeció en Roma
  16. De lo que acaeció en Valencianas
  17. Cómo salí de Sevilla a cumplir el destierro
  18. Lo que en Alicante me aconteció y en dicha nao y pasaje
  19. Lo que el emperador respondió al correo que el gobernador le envió y lo que dello sucedió
  20. Lo que después me aconteció acerca desto
  21. Lo que de allí me aconteció
  22. Cómo de allí salí y a Ibiza llegué
  23. Cómo fue la batalla
  24. con los soldados
  25. Lo que me acaeció en Sevilla con mis contrarios
  26. De cómo después que fui a la corte, hallé en Valladolid al dicho marqués de Ayamonte con todos los grandes del reino, que había llamado el emperador, y lo que me pasó con él
  27. Cómo llegué al emperador y lo que me pasó con él cerca desta pendencia
  28. Lo que me pasó con el emperador, nuestro señor, cuando fui a darle cuenta y descargo del cargo que me dio de la defensión de Ibiza y redución de Mallorca, en respuesta de que su secretario me escribió a Sevilla que me esperaba Su Majestad para saberlo de mí
  29. De la manera que se dio la batalla, y después a esto diré cómo fue absuelto de la residencia, volviendo a este propósito
  30. Cómo salí de la residencia y cumplió conmigo el secretario Covos
  31. Lo que ya como cortesano me sucedió
  32. La carta que escribió el emperador al rey de Portugal
  33. Qué es lo que de allí me pasó y después acerca dello
  34. De cómo casó el emperador y el galardón que su mujer me dio
  35. Lo que de allí sucedió
  36. Cómo fue a negociar el hábito de Santiago y lo que me sucedió sobre ello y acerca dello
  37. Carta del dicho Covos para don Alonso
  38. Respuesta de don Alonso para Covos
  39. De cómo salí de allí con mi hábito
  40. De cómo el emperador se fue a Italia y yo quedé en españa, siendo mozo y recio, y su criado y capitán y su aficionado
  41. Lo que me acaeció en este destierro con el dicho duque del infantazgo y con el marqués de Villena, duque de Escalona, y cómo fue libre y pagado
  42. Después volví a la Corte; lo que me acaeció en ella
  43. De cómo salí de la Corte de la emperatriz esta vez
  44. Lo que me acaeció llegando a Sevilla, así sobre esta dicha muerte del señor duque como en mi vida
  45. Lo que me acaeció en Sevilla
  46. Una carta que envió el dicho mesonero a don Alonso
  47. Respuesta de don Alonso al Mesonero
  48. El conde de Medellín
  49. Respuesta de don Alonso al conde
  50. Carta de don Alonso al duque de Alba y su respuesta, de su propia mano y letra
  51. Respuesta del duque a don Alonso
  52. Del dicho duque al presidente del Consejo Real, arzobispo de Santiago
  53. Lo que de la venida de Córdoba me sucedió
  54. Lo que de aquí sucedió
  55. Lo que de aquí me sucedió
  56. Lo que me acaeció en el golfo del mar Océano, el cual es de mil leguas desde el dicho puerto de Gomera hasta Santo Domingo en las Indias
  57. En esta mar y en esta nao me aconteció esto que se sigue
  58. Lo que aquí me acaeció
  59. Lo que me acaeció y vi en la tierra del Perú
  60. De lo que me acaeció en San Miguel
  61. Lo que me aconteció saliendo de la postrera desembarcación del mar de mi navegación y entrando la tierra adentro
  62. Lo que me acaeció en la ciudad principal de la provincia llamada el Cuzco, que ahora se llama en lengua de cristianos la Ciudad de los reyes, y la primera vista con el señor gobernador
  63. Cómo partí de esta dicha ciudad de Lima en lengua de indios, y de cristianos de los reyes, y vine a esta gran ciudad del Cuzco, la cual es do tiene su corte y asiento real el príncipe destos reinos, y asimismo la casa del Sol que ellos tienen por Dios, como los cristianos la de Jerusalén
  64. Lo que de aquí me aconteció
  65. Lo que de aquí sucedió
  66. Cómo vino el socorro y lo que en ello me acaeció
  67. Lo que de aquí acaeció, principalmente a mí, aunque no dejaré de tocar en algunas cosas ajenas porque serán anexas a mi caso
  68. Ejemplo
  69. Lo que de aquí sucedió
  70. La respuesta que me envió el padre provincial
  71. Lo que sucedió en la guerra destos señores gobernadores, especialmente a mí en ello
  72. De cómo salió el dicho gobernador de la ciudad del Cuzco a conquistar el Yuga y a defender la ira y tiranía de los que le querían usurpar su gobernación y de cómo me dejó la dicha ciudad
  73. La muerte del gobernador don Diego de Almagro
  74. De cómo vine a dar parte de lo de las Indias a la Corte
  75. De cómo fuimos a llevar la duquesa de Sesa a su tierra
  76. Ésta es una carta que escribí desde el Perú al ilustrísimo duque de Medina-Sidonia, a quien va dirigido este libro, sobre lo que veréis en ella
  77. Esta es una carta que me respondió un caballero antiguo a otra que le escribí para que me informase de mi linaje
  78. Síguese el romance hecho por otro arte sobre el mismo caso, el cual se ha de cantar al tono del «Buen conde Fernand González»
  79. Esto de adelante es el acusación que ante el Consejo Real presenté el autor, por las razones que habéis oído en el metro, contra Hernando Pizarro
  80. Cómo, venido el emperador de Italia en el año de 1542 años, no me quiso ver ni oír
  81. Capítulo de mi quedada
  82. Capítulo. Cómo fue el príncipe a ver a las señoras infantas sus hermanas de Madrid Alcalá y cómo me llevó consigo y me favoreció
  83. Esta es una carta que luego que llegué a Madrid, antes quél partiese para Zaragoza, escribí al príncipe nuestro señor, porque me lo mandó que le escribiese y me encomendó el negocio en ella contenido:
  84. Capítulo en que se tratarán tres cosas: llegada y estada de Alcalá; y un razonamiento que me hizo en Corte el arzobispo de Toledo; y una protestación que acerca dello yo hice al príncipe nuestro señor
  85. Lo que sucedió en el viaje y casamiento del marqués de Camarasa, hijo del comendador mayor de León y de la excelente su mujer, en la ciudad de Zaragoza, reino de Aragón
  86. Esta es una carta de don Alonso Enríquez, autor deste libro, que escribió a Juan Vázquez de Molina, secretario del emperador don Carlos y rey nuestro señor, estando Su Majestad, y él con él, en Flandes, sobre la muerte y vacante del conde de Gelves, de contraria opinión del autor y en su patria:
  87. Esta es una respuesta de don Alonso Enríquez, autor deste libro, a esta carta supraescrita del sobredicho Pero Mejía, como en ella veréis
  88. De cómo partí de la villa de Valladolid a la ciudad de Salamanca con el príncipe nuestro señor, do se casó
  89. Capítulo cómo salí desta Corte para irme a Sevilla, mi propia naturaleza, en cabo de un año que salí della. Y no me dejara Su Alteza, si no dierala palabra de volver a su servicio y conversación
  90. Esta es una carta que escribí yo, el autor deste libro, a un amigo mío, consolándole de la muerte de dos hijos suyos que se le murieron en dos meses
  91. Esta carta escribí al príncipe de España nuestro señor verdadero y natural señor, dende ocho o diez días que llegué de su real corte a esta ciudad de Sevilla, según veréis por ella; que es esta que se sigue:
  92. De lo que me acaeció en Sevilla, mi propia naturaleza, después desto en los meses de agosto y septiembre en el año de 1544 con mi propio señor y amigo, juez asistente en ella
  93. Esta es una carta que escribí al príncipe de España don Felipe, de quien este libro os da cuenta
  94. La prisión que vos he contado antes destas dos cartas, en qué paró y quién lo hizo y cómo pagó
  95. Carta del autor al príncipe nuestro señor
  96. Carta-respuesta de don Álvaro de Córdoba por mandado del príncipe nuestro señor al autor
  97. Esta es una carta que escribe el autor a doña María de Mendoza, la excelente, mujer del muy ilustre señor el comendador mayor de León
  98. Respuesta de la excelente doña María
  99. Esta es una carta que yo el autor escribí al conde de Olivares, hermano del duque de Medina-Sidonia, a quien yo tengo tanto deudo y deuda y obligación con en la dicha carta veréis y sobre lo que en ella se trata, que es la siguiente:
  100. Autor
  101. Esta es una carta que escribí yo el autor al príncipe de España nuestro señor don Felipe y la respuesta por su mandado de don Álvaro de Córdoba su caballerizo mayor:
  102. Esta es la respuesta de don Álvaro de Córdoba, caballerizo mayor de su alteza, al autor y a la sobredicha carta para Su Alteza:
  103. Capítulo de lo sucedido que en este libro he comenzado y tratado en las diferencias de los gobernadores del Perú y sentencia contra Pizarro
  104. Sentencia contra Hernando Pizarro
  105. Esta es una carta que escribí al príncipe de España nuestro señor de Sevilla en 23 de junio de 1545; y otra sucesiva tras ella para el Consejo Real de las Indias del autor deste libro sobre las cosas sucedidas en las Indias, como por ellas veréis
  106. Esta carta escribe el autor del presente libro al Consejo Real de las Indias, de que es presidente el reverendísimo señor cardenal y arzobispo de Sevilla don fray García de Loaisa, y el doctor Bernal, obispo de Calahorra, y Gutierre Velázquez, licenciado, y el licenciado Salmerón y el licenciado Gregorio López, oidores
  107. Esta es una carta que escribió el autor deste libro al príncipe nuestro señor a ruego y recomendación de Pero Mejía y un libro que hizo como en ella se contiene
  108. Capítulo de lo que me acaeció, pasó y pasé en el viaje correspondiente presente, de que vos tengo dicho, para las dichas cortes del emperador y su hijo
  109. Capítulo de lo que me acaeció en Zamora
  110. Lo que me acaeció en Medina del Campo, viniendo de lo que dicho es de Zamora
  111. Y de cómo llegué a Madrid a Corte del príncipe nuestro señor y lo que me acaeció allí
  112. Esta es una carta que vino de Flandes, donde está Su Majestad, al comendador mayor de León, en que, como veréis, el correo mayor le da cuenta de razón de la orden del Tusón que Su Majestad tuvo; la cual me pareció poner aquí porque hay cosas dignas de saber y nuevas
  113. De cómo hice saber al príncipe nuestro señor, que a la sazón estaba en Alcalá seis leguas de Madrid con las señoras infantas, mi enfermedad
  114. De lo que le parece al autor de la gente y naciones que a visto, tratado y conversado y peleado
  115. De cómo salgo, mediante Dios, de la villa de Madrid, do está la Corte del príncipe nuestro señor, para la del emperador su padre en Alemania
  116. Copia de carta de don Alonso Enríquez a doña María de Mendoza, mujer de Covos, de la victoria del emperador y presión de duque de Jasa, escrita en la provincia de Sajonia a 26 de abril de 1547
  117. Copia de una carta que escribió don Alonso Enríquez de Guzmán, caballero de la Orden de Santiago, a otro caballero de Sevilla que se dice Pero Mejía, en que le daba aviso familiarmente, como amigo, del progreso de la guerra de Sajonia y de la victoria que hubo el emperador nuestro señor en la batalla que dio al duque Juan Federico cuando fue preso
  118. Carta
  119. Libros a la carta