Historia verdadera de la conquista de la Nueva España II
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Historia verdadera de la conquista de la Nueva España II

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Historia verdadera de la conquista de la Nueva España II

Descripción del libro

Historia verdadera de la conquista de la Nueva España relata la experiencia americana de Bernal Díaz del Castillo. En 1514, cuando Bernal Díaz embarcó hacia el Nuevo Mundo, no había cumplido veinte años, y tres años más tarde participaba en la expedición dirigida por Hernán Cortés hacia México, donde unos pocos españoles, en algo menos de dos años, consiguieron derrotar al Imperio azteca. Cuarenta años más tarde, Bernal Díaz relata, con un afán de fidelidad tan tenaz como problemático, una de las grandes expediciones que más han marcado el imaginario occidental: los desafíos que planteaba el poder, las tácticas de Cortés para aproximarse al imperio de Montezuma y, más tarde, al de Cuauhtemoc, el choque de creencias, la explotación de los nativos para conseguir oro y otros tesoros, o las batallas que se libraron hasta la caída de México.La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es, junto con los- Diarios de Cristóbal Colón, - las Cartas de relación de Cortés- y la Brevísima relación de la destrucción de las Indias del padre Bartolomé de las Casasuna de las obras de la literatura de la Conquista que mejor atestiguan la mentalidad occidental de la época.Si, como señaló Todorov, la conquista de América es«el encuentro más asombroso de nuestra historia. En el "descubrimiento" de los demás continentes y de los demás hombres no existe realmente ese sentimiento de extrañeza radical» (La conquista de América: el problema del otro), es muy posible que esa radical extrañeza fuera lo único que compartieron los hombres que participaron en aquel encuentro.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN de la versión impresa
9788490075852
ISBN del libro electrónico
9788499531755
Categoría
Historia
Historia verdadera
Capítulo CXLII. Cómo el capitán Gonzalo de Sandoval fue a Chalco y a Tamanalco con todo su ejército; y lo que en aquella jornada pasó diré adelante
Ya he dicho en el capítulo pasado cómo los pueblos de Chalco y Tamanalco vinieron a decir a Cortés que les enviase socorro, porque estaban grandes guarniciones juntas para les venir a dar guerra; y tantas lástimas le dijeron, que mandó a Gonzalo de Sandoval que fuese allá con doscientos soldados y veinte de a caballo, y diez o doce ballesteros y otros tantos escopeteros, y nuestros amigos los de Tlaxcala y otra capitanía de los de Texcoco, y llevó al capitán Luis Marín por compañero, porque era su muy grande amigo; y después de haber oído misa, en 12 días del mes de marzo de 1521 años, fue a dormir a unas estancias del mismo Chalco, y otro día llegó por la mañana a Tamanalco, y los caciques y capitanes le hicieron buen recibimiento y le dieron de comer, y le dijeron que luego fuese hacia un gran pueblo que se dice Guaztepeque, porque hallaría juntos todos los poderes de México en el mismo Guaztepeque o en el camino antes de llegar a él, y que todos los de aquella provincia de Chalco irían con él; y al Gonzalo de Sandoval parecióle que sería muy bien ir muy a punto; y puesto en concierto, fue a dormir a otro pueblo sujeto del mismo Chalco, Chimalhuacan, porque las espías que los de Chalco tenían puestas sobre los culúas vinieron a avisar cómo estaban en el campo no muy lejos de allí la gente de guerra sus enemigos, y que había algunas quebradas y arcabuezos, adonde esperaban; y como el Sandoval era muy avisado y de buen consejo, puso los escopeteros y ballesteros por delante, y los de a caballo mandó que de tres en tres se hermanasen, y cuando hubiesen gastado los ballesteros y escopeteros algunos tiros, que todos juntos los de a caballo rompiesen por ellos a media rienda y las lanzas terciadas, y que no curasen alancear, sino por los otros, hasta ponerlos en huida, y que no se deshermanasen; y mandó a los soldados de a pie que siempre estuviesen hechos un cuerpo, y no se metiesen entre los contrarios hasta que se lo mandase; porque, como le decían que eran muchos los enemigos (y así fue verdad), y estaban entre aquellos malos pasos, y no sabían si tenían hechos hoyos o algunas albarradas, quería tener sus soldados enteros, no le viniese algún desmán; y yendo por su camino, vio venir por tres partes repartidos los escuadrones de mexicanos dando gritas y tañendo trompetillas y atabales, con todo género de armas, según lo suelen traer, y se vinieron como leones bravos a encontrar con los nuestros; y cuando el Sandoval los vio tan denodados, no guardó a la orden que había dado, y dijo a los de a caballo que antes que se juntasen con los nuestros que luego rompiesen, y el Sandoval delante animando a los suyos dijo: «Santiago, y a ellos»; y de aquel tropel fueron algunos de los escuadrones mexicanos medio desbaratados, mas no del todo, que se juntaron todos e hicieron rostro, porque se ayudaban con los malos pasos y quebradas, porque los de a caballo, por ser los pasos muy agrios, no podían correr, y se estuvieron sin ir tras ellos; a esta causa les tornó a mandar Sandoval a todos los soldados que con buen concierto les entrasen, los ballesteros y escopeteros delante, y los rodeleros que les fuesen a los lados, y cuando viesen que les iban hiriendo y haciendo mala obra, y oyesen un tiro desta otra parte de la barranca, que sería señal que todos los de a caballo a una arremetiesen a les echar de aquel sitio, creyendo que les meterían en tierra llana que había allí cerca; y apercibió a los amigos que ellos ansimismo acudiesen con los españoles, y así se hizo como lo mandó; y en aquel tropel recibieron los nuestros muchas heridas, porque eran muchos los contrarios que sobre ello cargaron; y en fin de más pláticas, les hicieron ir retrayendo, mas fue hacia otros malos pasos; y Sandoval con los de a caballo los fue siguiendo, y no alcanzó sino tres o cuatro; y uno de los nuestros de a caballo que iba en el alcance, que se decía Gonzalo Domínguez, como era mal camino, rodó el caballo y toméle debajo, y dende a pocos días murió de aquella mala caída. He traído esto aquí a la memoria deste soldado, porque este Gonzalo Domínguez era uno de los mejores jinetes y esforzado que Cortés había traído en nuestra compañía; y teníamosle en tanto en las guerras, por su esfuerzo, como al Cristóbal de Olí y a Gonzalo de Sandoval; por la cual muerte hubo mucho sentimiento entre todos nosotros. Volvamos a Sandoval y a todo su ejército, que los fue siguiendo hasta cerca del pueblo que se dice Guaztepeque, y antes de llegar, a él le salen al encuentro sobre quince mil mexicanos, y le comenzaban a cercar y le hirieron muchos soldados y cinco caballos; mas como la tierra era en parte llana, con el gran concierto que llevaba rompe los dos escuadrones con los de a caballo, y los demás escuadrones vuelven las espaldas hacia el pueblo para tornar a aguardar a unos mamparos que tenían hechos; mas nuestros soldados y los amigos les siguieron de manera, que no tuvieron tiempo de aguardar, y los de a caballo siempre fueron en el alcance por otras partes, hasta que se encerraron en el mismo pueblo en partes que no se pudieron haber; y creyendo que no volverían más a pelear aquel día, mandó Sandoval reposar su gente, y se curaron los heridos y comenzaron a comer, que se había habido mucho despojo; y estando comiendo vinieron dos de a caballo y otros dos soldados que había puesto antes que comenzase a comer, los unos para corredores del campo y los otros por espías; y vinieron diciendo: «Al arma, al arma; que vienen muchos escuadrones de mexicanos»; y como siempre estaban acostumbrados a tener las armas muy a punto, de presto cabalgan y salen a una gran plaza, y en aquel instante vinieron los contrarios, y allí hubo otra buena batalla; y después que estuvieron buen rato haciendo cara en unos mamparos, desde allí hirieron algunos de los nuestros, y tal prisa les dio el Gonzalo de Sandoval con los de a caballo, y con las escopetas y ballestas y cuchilladas los soldados, que les hicieron huir del pueblo por otras barrancas, y por aquel día no volvieron más. Y cuando el capitán Sandoval se vio libre desta refriega dio muchas gracias a Dios, y se fue a reposar y dormir a una huerta que había en aquel pueblo, la más hermosa y de mayores edificios y cosa mucho de mirar que se había visto en la Nueva España así del gran concierto de la diversidad de árboles de todo género de frutas de la tierra y otras muchas rosas y olores; pues los conciertos que en él había por donde venía el agua de un río que en ella entraba; pues los ricos aposentos y las labores de ellos y la madera tan olorosa de cedros y otros árboles preciados: galas y cenadores y baños y muchas casas que en ella había; pues los paseadores y el entretejer de unas ramas con otras, y aparte las yerbas medicinales y otras legumbres que entre ellos son buenas de comer, y tenía tantas cosas de mirar que era muy admirable, y ciertamente era huerta para un gran príncipe, y aun no se acabó de andar por entonces toda, porque tenía más de un cuarto de legua de largo. Y dejemos de hablar de la huerta, y digamos que yo no vine en esta entrada, ni en este tiempo que digo anduve esta huerta, sino de ahí a obra de veinte días, que vine con Cortés cuando rodeamos los grandes pueblos de la laguna, como adelante diré; y la causa por que no vine en aquella sazón es porque estaba muy mal herido de un bote de lanza que me dieron en la garganta junto al gaznate, que estuve della a peligro de muerte, de que ahora tengo una señal, y diéronmela en lo de Iztapalapa, cuando nos apretaron tanto; y como yo no fui en esta entrada, por eso diga en esta mi relación: «Fueron y esto hicieron y tal les acaeció»; y no digo: «Hicimos ni hice, ni en ello me hallé»; mas todo lo que escribe acerca dello pasó al pie de la letra; porque luego se sabe en el real de la manera que en las entradas acaece; y así, no se puede quitar ni alargar más de lo que pasó. Y dejaré de hablar en esto, y volveré al capitán Gonzalo de Sandoval, que otro día de mañana, viendo que no había más bullicio de guerreros mexicanos, envió a llamar a los caciques de aquel pueblo con cinco indios naturales de los que habían prendido en las batallas pasadas, y los dos de ellos eran principales, y les envió a decir que no hubiesen miedo y que vengan de paz, y que lo pasado se lo perdona, y les dijo otras buenas razones, y los mensajeros que fueron, trataron las paces, mas no osaron venir los caciques por miedo de los mexicanos; y en aquel mismo día también envió a decir a otro gran pueblo que estaba de Guaztepeque obra de dos leguas, que se dice Acapistla, que mirasen que son buenas las paces, que no querían guerra, y que miren y tengan en la memoria en qué han parado los escuadrones de culúas que estaban en aquel pueblo de Guaztepeque, sino que todos han sido desbaratados; que vengan de paz, y que los mexicanos que tienen en guarnición que les echen fuera de su tierra, y que si no lo hacen, que irá allá de guerra y los castigará; y la respuesta fuera que vayan cuando quisieren, que bien quisieren, que bien piensan tener con sus carnes buenas hartazgas, y sus ídolos sacrificios; y como aquella respuesta le dieron, y los caciques de Chalco que con Sandoval estaban, que sabían que en aquel pueblo de Acapistla estaban muchos más mexicanos en guarnición para les ir a Chalco a dar guerra cuando viesen vuelto al Sandoval, a esta causa le rogaron que fuese allá y los echase de allí, y el Sandoval estaba para no ir, lo uno porque estaba herido y tenía muchos soldados y caballos heridos, y lo otro, como había tenido tres batallas, no se quisiera meter por entonces en hacer más de lo que Cortés le mandaba; y también algunos caballeros de los que llevaba en su compañía, que eran de los de Narváez, le dijeron que se volviese a Texcoco y que no fuese a Acapistla, porque estaba en gran fortaleza, no le acaeciese algún desmán; y el capitán Luis Marín le aconsejó que no dejase de ir a aquella fuerza y hacer lo que pudiese; porque los caciques de Chalco decían que si desde allí. se volvían sin deshacer el poder que estaba junto en aquella fortaleza, que así como vean o sepan que Sandoval vuelve a Texcoco, que luego. son sus enemigos en Chalco; y como era el camino de un pueblo a otro obra de dos leguas, acordó de ir, y apercibió sus soldados y fue allá; y luego como llegó a vista del pueblo, antes de llegar a él le salen muchos guerreros, y le comenzaron a tirar vara y flecha y piedra con hondas, y fue tanta como granizo, que le hirieron tres caballos y muchos soldados, sin poderles hacer cosa ni daño ninguno; y hecho esto, luego se suben entre sus riscos y fortalezas, y desde allí les daban voces y gritas y tañían sus caracolas y atables; y como el Sandoval así vio la cosa, acordó de mandar a algunos de a caballo que se apeasen y a los demás de a caballo que se estuviesen en el campo en lo llano a punto, mirando no viniesen algunos socorros mexicanos a los de Acapistla entre tanto que combatían aquel pueblo; y como vio que los caciques de Chalco y sus capitanes y muchos de sus indios de guerra que allí estaban remolinando y no osaban pelear con los contrarios, adrede para probarlos y ver lo que decían, les dijo Sandoval: «¿Qué hacéis ahí? ¿Por qué no les comenzáis a combatir? Y entrad en este pueblo y fortaleza; que aquí estamos, que os defenderemos»; y ellos respondieron que no se atrevían, porque era gran fortaleza, y que por esta causa venía el Sandoval y sus hermanos los teules con ellos, y con su mamparo y esfuerzo venían los de Chalco a les echar de allí. Por manera que se apercibe el Sandoval de arte que él y todos sus soldados y escopeteros y ballesteros les comenzaron de entrar y subir; y puesto que recibieron en aquella subida muchas heridas, y al mismo capitán le descalabraron otra vez y le hirieron muchos de los amigos, todavía les entró en el pueblo, donde se les hizo mucho daño; y todos los que más daño les hicieron fueron los indios de Chalco y los demás amigos tlaxcaltecas; porque nuestros soldados, si no fue hasta romperlos y ponerlos en huida, no curaron de dar cuchilladas a ningún indio, porque les parecía crueldad; y en lo que más se empleaban era en buscar una buena india o haber algún despojo; y lo que comúnmente hacían era reñir a los amigos porque eran tan crueles y por quitar. les algunos indios o indias porque no los matasen. Dejemos de hablar desto, y digamos que aquellos guerreros mexicanos que allí estaban, por se defender se vinieron por unos riscos abajo cerca del pueblo, y como había muchos dellos heridos de los que se venían a esconder en aquella quebrada y arroyo, y se desangraban, venía el agua algo turbia de sangre, y no duró aquella turbieza un Ave Maria. Y aquí dice el cronista Gómara en su Historia que por venir el río tinto en sangre los nuestros pasaron sed por causa de la sangre. A esto digo que había fuentes de agua clara abajo en el mismo pueblo, que no tenían necesidad de otra agua. Volvamos a decir que luego que aquello fue hecho se volvió el Sandoval con todo su ejército a Texcoco, y con buen despojo, en especial con muy buenas piezas de indias. Digamos ahora cómo el señor de México, que se decía Guatemuz, lo supo, y el desbarate de sus ejércitos, dicen que mostró mucho sentimiento dello, y más de que los de Chalco tenía tanto atrevimiento, siendo sus súbditos y vasallos, de osar tomar armas tres veces contra ellos; y estando tan enojado, acordó que entre tanto que el Sandoval volvía al real de Texcoco, de enviar grandes Poderes de guerreros, que presto juntó en la ciudad de México con otros que estaban junto a la laguna, y en más de dos mil canoas grandes, con todo género de armas, salen sobre veinte mil mexicanos, y vienen de repente en la tierra de Chalco por hacerles todo el mal que pudiesen; y fue de tal arte y tan presto, que aun no hubo bien llegado el Sandoval a Texcoco ni hablado a Cortés, cuando estaban otra vez mensajeros de Chalco en canoas por la laguna demandando favor a Cortés, porque le dijeron que habían venido sobre dos mil canoas, y en ellas veinte mil mexicanos, y que fuesen presto a los socorrer; y cuando Cortés lo oyó, y Sandoval que entonces en aquel instante llegaba a hablarle y a darle cuenta de lo que había hecho en la entrada donde venía, el Cortés no le quiso escuchar a Sandoval, de enojo, creyendo que por su culpa o descuido recibían mala obra nuestros amigos los de Chalco; y luego sin mas dilación ni le oír le mandó volver y que dejase allí en el real todos los heridos que traía, y con los sanos luego fue muy en posta; y destas palabras que Cortés le dijo recibió mucha pena el Sandoval, y porque no le quiso escuchar, y luego partió para Chalco; y cuando llegó con todo su ejército bien cansado de las armas y largo camino, pareció ser que los de Chalco, luego como lo supieron por sus espías que los mexicanos venían tan de repente sobre ellos, y cómo había tenido Guatemuz aquella cosa concertada que diesen sobre ellos, como dicho tengo, sin más aguardar socorro de nosotros, enviaron a llamar a los de la provincia de Guaxocingo y Tlaxcala, que estaban cerca, los cuales vinieron aquella noche misma, muy aparejados con sus armas, y se juntaron con los de Chaco, que serían por todos más de veinte mil dellos, y ya les habían perdido el temor a los mexicanos, y gentilmente los aguardaron en el campo y pelearon como muy varones; puesto que los mexicanos mataron y prendieron muchos de ellos, los de Chalco les mataron muchos más y les prendieron hasta quince capitanes y hombres principales, y de otra gente de guerra de no tanta cuenta se prendieron otros muchos; y túvose esta batalla entre los mexicanos por grande deshonra suya, viendo que los de Chalco los vencieron, y, en mucho más que los desbaratáramos nosotros; y como llegó Sandoval a Chalco, y vio que no tenía qué hacer ni qué se temer, que ya no volverían otra vez los mexicanos sobre Chalco, da vuelta a Texcoco y llevó los presos mexicanos, con lo cual se holgó mucho Cortés; y Sandoval mostró grande enojo de nuestro capitán por lo pasado, y no le fue a ver ni hablar, puesto que Cortés le envió a decir que le había entendido de otra manera, y que creyó que por descuido del Sandoval no se había remediado, pues que iba con mucha gente de a caballo y soldados, y sin haber desbaratado los mexicanos se volvía. Dejemos de hablar desta materia, porque luego tornaron a ser amigos Cortés y Sandoval, y no sabía Cortés placer que hacer al Sandoval por tenerle contento, que no le hacía. Dejarlo he aquí y diré cómo acordamos de herrar todos las piezas, esclavas y esclavos que se habían habido, que fueron muchas, y de cómo vino en aquel instante un navío de Castilla, y lo que más pasó.
Capítulo CXLIII. Cómo se herraron los esclavos en Texcoco, y cómo vino nueva que había venido al puerto de la Villarrica un navío, y los pasajeros que en él vinieron; y otras cosas que pasaron iré adelante
Como hubo llegado Gonzalo de Sandoval con gran presa de esclavos, y otros muchos que se habían habido en las entradas pasadas, fue acordado que luego se herrasen; y de que se hubo pregonado que se llevasen a herrar a una casa señalada, todos los más soldados llevamos las piezas que habíamos habido, para echar el hierro de su majestad, que era una G, que quiere decir guerra, según y de la manera que lo teníamos de antes concertado con Cortés, según he dicho en el capítulo que dello habla, creyendo que se nos había de volver después de pagado el real quinto, que las apreciasen cuánto podía valer cada pieza; y no fue así, porque si en lo de Tepeaca se hizo muy malamente, según otra vez dicho tengo, muy peor se hizo en esto de Texcoco, que después que sacaban el real quinto, era otro quinto para Cortés y otra parte para los capitanes; y en la noche antes cuando las tenían juntas nos desaparecieron las mejores indias. Pues como Cortés nos había dicho y prometido que las buenas piezas se habían de vender en el almoneda por lo que valiesen, y las que no fuesen tales por menos precio, tampoco hubo buen concierto en ello, porque los oficiales del rey que tenían cargo dellas hacían lo que querían; por manera que si mal se hizo una vez, esta vez peor; y desde allí adelante muchos soldados que tomábamos algunas buenas indias, porque no nos la tomasen, como las pasadas, las escondíamos y no las llevábamos a herrar, y decíamos que habían huido; y si era privado de Cortés, secretamente la llevaban de noche a herrar y las apreciaban en lo que valían y les echaban el hierro y pagaban el quinto; y otras muchas se quedaban en nuestros aposentos, y decíamos que eran naborías que habían venido de paz de los pueblos comarcanos y de Tlaxcala. También quiero decir que como ya había dos o tres meses pasados que algunas de las esclavas que estaban en nuestra compañía y en todo el real conocían a los soldados cuál era bueno y cuál malo; y cuál trataba bien a las indias naborías que tenía o cuál las trataba mal, y tenían fama de caballeros, y de otra manera; cuando las vendían en el almoneda, si las sacaban algunos soldados que las tales indias o indios no les contentaban o las habían tratado mal, de presto se les desaparecían que no las veían más; y preguntar por ellas era como quien dice: buscar a Mahoma en Granada, o a «mi hijo el bachiller» en Salamanca; y en fin, todo se quedaba en deuda en los libros del rey; así en lo de las almonedas, y los quintos, y al dar las partes del oro se consumió: que ninguno o muy pocos soldados llevaron partes, porque ya lo debían, y aun muchos más pesos de oro que después cobraron los oficiales del rey. Dejemos esto, y digamos cómo en aquella sazón vino un navío de Castilla, en el cual vino por tesorero de su majestad un Julián de Alderete, vecino de Tordesillas, y vino un Orduña el viejo, vecino que fue de la Puebla, que después de ganado México trajo cuatro o cinco hijas, que casó muy honradamente; era natural de Tordesillas; y vino un fraile de san Francisco que se decía fray Pedro Melgarejo de Urrea, natural de Sevilla, que trajo unas bulas de señor san Pedro, y con ellas nos componían si algo éramos en cargo en las guerras en que andábamos; por manera que en pocos meses el fraile fue rico y compuesto a Castilla; trajo entonces por comisario y quien tenía cargo de las bulas a Jerónimo López, que después fue secretario en México; vinieron un Antonio Carvajal, que ahora vive en México, ya muy viejo, capitán que fue de un bergantín; y vino Jerónimo Ruiz de la Mota, yerno que fue, después de ganado México, del Orduña, que asimismo fue capitán de un bergantín, natural de Burgos; y vino un Briones, natural de Salamanca: a este Briones ahorcaron en esta provincia de Guatemala por amotinador de ejércitos, desde a cuatro años que se vino huyendo de lo de Honduras; y vinieron otros muchos que ya no me acuerdo, y también vino un Alonso Díaz de Reguera, vecino que fue de Guatemala, que ahora vive en Valladolid; y trajeron en este navío muchas armas y pólvora, y en fin como navío que venía de Castilla, y vino cargado de muchas cosas, y con él nos alegramos. Y de las nuevas que de Castilla trajeron no me acuerdo bien; mas paréceme que dijeron que el obispo de Burgos ya no tenía mano en el gobierno, que no estaba su majestad bien con él desque alcanzó a saber de nuestros muy buenos y notables servicios, y cómo el obispo escribía a Flandes al contrario de lo que pasaba y en favor de Diego Velázquez: y halló muy claramente su majestad ser verdad todo lo que nuestros procuradores de nuestra parte le fueron a informar, y a esta causa no le oía cosa que dijese Dejemos esto, y volvamos a decir que como Cortés vio los bergantines que estaban acabados de hacer, y la gran voluntad que todos los soldados teníamos de estar ya puestos en el cerco de México, y en aquella sazón volvieron los de Chalco a decir que los mexicanos venían sobre ellos, y que les enviasen socorro, y Cortés les envió a decir que él quería ir en persona a sus pueblos y tierra, y no se volver hasta que a todos los contrarios echase de aquellas comarcas; y mandó apercibir trescientos soldados y treinta a caballo, y todos los más escopeteros y ballesteros que había, y gente de Texcoco; y fue en su compañía Pedro de Alvarado y Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí, y asimismo fue el tesorero Julián de Alderete, y el fraile fray Pedro Melgarejo, que ya en aquella sazón había llegado a nuestro real; y yo fui entonces con el mismo Cortés, porque me mandó que fuese con él; y lo que pasamos en aquella entrada diré adelante.
Capítulo CXLIV. Cómo nuestro capitán Cortés fue a una entrada y se rodeó la laguna, y todas las ciudades y grandes pueblos que alrededor hallamos, y lo que más nos pasó en aquella entrada
Como Cortés había dicho a los de Chalco que les había de ir a socorrer porque los mexicanos no viniesen y les diesen guerra (porque harto teníamos cada semana de ir y venir a les favorecer), mandó apercibir todos los soldados y ejército, que fueron trescientos soldados y treinta de a caballo, y veinte ballesteros y quince escopeteros, y el tesorero Julián de Alderete y Pedro de Alvarado y Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí, y fue también el fraile fray Pedro Melgarejo, y a mí me mandó que fuese con él, y muchos tlaxcaltecas y amigos de Texcoco; y dejó en guarda de Texcoco y bergantines a Gonzalo Sandoval con buena copia de soldados y de a caballo. Y una mañana, después de haber oído misa, que fue viernes 5 días del mes de abril de 1521 años, fuimos a dormir a Talmanalco, y allí nos recibieron muy bien; y el otro día fuimos a Chalco, que estaba muy cerca el uno del otro: allí mandó Cortés llamar a todos los caciques de aquella provincia, y se les hizo un parlamento con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar, en que se les dio a entender como ahora al presente íbamos a ver si podría traer de paz a algunos de los pueblos que estaban más cerca de la laguna, y también para ver la tierra y sitio para poner cerco a la gran ciudad de México, y que por la laguna habían de echar los bergantines, que eran trece, y que les rogaba a todos que para otro día que estuviesen aparejadas todas sus gentes de guerra para ir con nosotros; y cuando lo hubieron entendido, todos a una de muy buena voluntad dijeron que sí lo harían; y otro día fuimos a dormir a otro pueblo que estaba sujeto al mismo Chalco, que se dice Chimalhuacan, y allí vinieron más de veinte mil amigos, así de Chalco y de Texcoco y Guaxocingo, y los tlaxcaltecas y otros pueblos; y vinieron tantos que en todas las entradas que yo había ido, después que en la Nueva España entré, nunca vi tanta gente de guerra de nuestros amigos como ahora fueron en nuestra compañía. Ya he dicho otra vez que iba tanta multitud dellos a causa de los despojos que habían de haber, y lo más cierto, por hartarse de carne humana si hubiese batallas, porque bien sabían ...

Índice

  1. Créditos
  2. Brevísima presentación
  3. Historia verdadera
  4. Libros a la carta