Años y leguas
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Años y leguas

  1. 115 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Años y leguas

Descripción del libro

Años y leguas es la última obra del escritor Gabriel Miró. Consta de varios cuentos cortos relacionados entre sí, que comparten como marco la Sierra de Aitana a principios del siglo XX. Muchos de estos relatos tienen carácter autobiográfico o, al menos, beben en cierta medida de la experiencia del autor.

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788726509076
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

Tabalet

La vieja estaca del muro era una rama verde de gozo para Matietes, con la cuelga del tabalet, el tambor de aro azul y borlas coloradas, y el bolsón de vaqueta de los palillos.
¡Qué bueno de verdad parecía su padre cuando alcanzaba el tabalet y se lo colgaba de la faja! (¿Cómo se lo agarraría tan firme de la faja?)
Es decir: ¡Qué bueno de verdad parecería su padre a los chicos que le esperaban para verle salir con tío Lloréns, el dulzainero!
Porque cantaba la dulzaina y tronaba el tabalet había procesión de Corpus, hogueras de San Juan, porrate y morteretes de San Roque, danzas de Santa Rosa y hasta verano con su gloria de fruta y de garrafas de limón.
Pues cuando muriese su padre, Matietes caminaría por la vall tocando el tabalet; y el silencio de los pueblos y de los campos saltaría delante de su redoble como un vuelo asustado de palomos.
-¿Es que tú serás el tabalet de aquí?
Se pasmó de que se lo preguntaran riéndose.
¿No veían siempre, siempre, en su casa el tamboril, que ya fue del abuelo, y ahora del padre, y que después sería suyo? Lo pensó Matietes muy callando porque aun no sabía decirlo.
Pero los muchachos le embestían:
-¿Tú serás el tabalet? ¿Y tú te piensas que Visentot es tu padre?
Matietes no tuvo más remedio que sonreír, y se le vieron dos mellas. Mudaba los dientes con esa fragilidad estremecida de los pájaros que mudan la pluma.
Si Visentot no fuera su padre, él, Matietes, le aguardaría en el portal y le rodearía con los otros chicos por las calles, haciendo cabriolas. Y Matietes se quedaba en la casa, y seguía, desde lejos, la bulla para que Visentot no le hincara sus ojos.
-Si el tabalet es tu yo, ¿a que no tocas tú el tabalet ni palpándolo con un dedo?
Y principiaron a llamarle Tabalet, y venga de decirle Tabalet, Matietes se les apartó dejándoles su sonrisa mellada. Le caía la guedeja de cáñamo seco hasta la descalabradura que le pasaba encima de una sien. Todo lo miraba con un poco de susto, y en seguida le sudaba la nuca. Traía pantalones de pana de color de acerola, remendados de negro en las nalgas; tirantes verdes y esparteñas. La víspera de San Jaime cumplió seis años.
Ni se arrimaba siquiera al tabalet; pero tampoco se llegaría ni a tentar la ropa de su padre. En cambio, cogía la dulzaina de tío Lloréns, de una madera reluciente como un caramelo, y le sacaba soplidos. ¡Si hubiese sido hijo de tío Lloréns, o si tío Lloréns fuese el tabaletero! Y ni una cosa ni otra. Matietes no entendía este mundo, y se iba durmiendo en el escaló». Durmiendo mostraba más la muda de sus encías, y el ovillo de su carne de aldea daba el desnudo temblor de un pájaro todo corazón en flojel.
-¡Tabalet! ¡Hala, vámonos, Tabalet!
Una luna colorada y rolliza le miraba contenta. La boca con lustre de tío Lloréns siempre tenía la mueca jovial del filo de la dulzaina. A su lado le tendió las orejas un borriquito gordo, con buen aparejo y alforjas llenas.
-¡Hala, Tabalet!
Visentot no estaba, y de lo profundo salía un silencio de trajines de madre sorda.
Y Matietes se marchó.
¡Aquello fue alegría!
Un barranco fresco con agua entre peñas tiernas de frensilla y juncos que en la punta se les paraban los caballitos del diablo, y en el agua caía la sombra de un madroñero.
-¡Tío Lloréns, y quina carrasca!
-¡Ahora veras la carrasca!
Vadearon la corriente y subieron a los bancales.
-¡Es un alborsser!
En el follaje, apretado y duro, daban lumbre los madroños, de tan rojos. Olía como un cesto de fresas. Desde allí se escalonaba la propiedad de tío Lloréns. Había parrales de uvas como níspolas; un limonero que soltaba limones maduros a la redonda y necesitaba la cayada de una horquilla en cada cimal, y había de todo lo que pueden criar los buenos huertos del término, y a lo último, colmenas entre romeros, con un vaho de parroquia en día de fiesta.
Todo lo corría y tocaba Matietes, volviéndose a saber si tío Lloréns le miraba. Sí que le miraba riéndose, y cada vez que salía su azadón de la tierra parecía que se abriese una fruta en el aire.
Recostados en el tronco del alborsser, comieron mucho de atún, longaniza a la brasa de un sarmiento y bebieron a galillo de una calabaza de vino grueso y frío, que se le derramó a Tabalet desde el buche hasta los camalillos.
Tío Lloréns desenrolló un cartucho de solfa y se puso a tañer los motetes de misas largas, las mudanzas de los bailes antiguos, las tonadillas para la «recogida» de las parejas de bailadores, los pasos de las cucañas, y en la tarde de la ladera se estampaba el calendario de las fiestas rurales. Retiñía la dulzaina con burlas de voz de nariz, con plañido de viejo, con entono de prebendado, y se encendían flechados los trinos, clavándose en las pechugas de los cuervos que coronaban el pinar; pero tío Lloréns desenredaba el alboroto con dedos prudentes enhebrando una nota lisa de gaita, que rebanaba de súbito en el filo de la lengüeta de su oboe.
Y vuelta a entrecavar el huerto.
-¡Hala, vámonos, Tabalet! ¡Buen día tuviste, Tabalet!
Tan buen día que Tabalet se quedó mustio y se le vieron más las mellas.
Muy mañanero pasaba tío Lloréns con su borrico gordo, limpio y majo. Matietes le salía rebotando. ¡Y a la tuerta, en la enjalma o de la mano de tío Lloréns! De manera que siendo hijo de Visentot y de Agustina, tan padecida, podía ser dichoso. ¡Lo lejos que se marchaban! Más lejos que todos los críos de la aldea. ¡Pues en siendo hombre y muriéndose su padre, a tocar con tío Lloréns por el mundo!
El barranco, el madrollero, la huerta, los cuervos rodeando la quebrada... Todo aquello era únicamente campo para Matietes; lo demás era tierra de jornal, fanegas de labor, senderos con hatos y recuas, que él caminaba recogiendo estiércol. ¡Lástima que tío Lloréns no fuese todos los días a su heredad! Los domingos, no. Matietes le buscaba en su portal o en la grada del Cabildo; pero allí no semejaba tío Lloréns tan suyo, y allí siempre con el susto de que se le apareciese su padre. ¡Qué secos y cerrados los domingos, y los lunes qué anchos!
Y un lunes no pasó tío Lloréns. Tocaron a misa. Repicaba la forja del obrador del menescal. Todos los lunes sintió ya de lejos, en el sol del recuesto, pequeñitas y finas las campanas de la parroquia y de la herrería; y hoy, lunes, le retumbaban entre paredones.
Asomó el médico por el cantón luciendo su pectoral de cadena de oro de reloj, de cadena de plata para el cañuto del termómetro, de cinta de terciopelo de los anteojos, de cordelillo de lana para el silbato de sus lebreles.
-¿Y tío Lloréns?
La mano velluda del médico le tiró blandamente de la greña.
-¡Hay que ir a la escuela, Tabalet, y con estudios serás capellán!
-¿Yo? ¡Yo, no, siñor! ¿Y tío Lloréns?
-¿No quieres ser capellán?
-¡Yo, no, siñor! ¿Y tío Lloréns?
-¡Aquí tendremos tu fiesta de misacantano, y habrá convite, y tú muy contento!
-¡Yo, no, siñor!
-¡Y bien puedes llegar a canónigo si te aplicas!
-¡Que yo no, siñor!
Tabalet se le soltó, y corrió a la puerta del dulzainero.
-¿Y tío Lloréns?
La mujer le dijo desde el fogaril:
-¡Se te escapó el tío Lloréns!
-¿Y tío Lloréns?
-Se fue de madrugada para regar los alcachofares.
¡Aun había estrellas!
Matietes se desconsoló. No quiso volver a su casa, sino que bajó por la costera del Molino Viejo, y, poco a poco, se le quitaba la mohína. Silbaba y brincaba porque se iba en busca del tío Lloréns.
Ya estaba en el camino. Encontraría una olivera rota de la que saltó, una mañanita, un pardal grande, de los que se quedan ciegos al sol, y se topaba contra la viña. Allí, junto a ese árbol, principiaba el sendero del tío Lloréns. Y Matietes vio muchas oliveras, y en todas se paraba mirando. Nacían veredas de ramblas y barbechos. Sin tío Lloréns, el campo, tan suyo y único, se le dispersaba en paisajes.
Una casa cerrada. Un horno de cal. Tapias. Algarrobos. Un pordiosero descansando a la sombra.
-¿Y tío Lloréns? ¿Y la senda de tío Lloréns?
El mendigo estuvo mirándole con ojos enfermos; se rascó la miseria que le corría por el vientre, y se acostó del todo.
Un atajo. Un hondo con agua. Matietes bebería, y, después de beber, corriendo por los cantales y vados, encontraría el madroñero, y ya estaba.
Se marchó la mañana del barranco quedándose en una sombra azul. Matietes arrancaba juncos, mordía el meollo blanco y dulce, caminaba y se paraba... Y no le salía el alborsser.
Y se puso a gritar:
-¡Tío Lloréns! ¡Tío Lloréns!
Estuvo aguardando porque venía una tonada. Tío Lloréns le tendía con la dulzaina una mano que le guiase.
Muy alta, cruzó una hilera de cabras con el zagal que tocaba el flubiol.
-¡Tío Lloréns!
Otra vez la sierra toda callada, sin nadie.
Tabalet se encaramó por un ribazo para subir a la claridad. Allí encima, ¡cuánto cielo! Y brincaba de un lado a otro como un chivo despavorido.
Le alcanzó un pinar. Le alcanzó la noche. Tabalet, todo replegado, con la nuca sudada, no hacía más que decir:
-¡Tío Llorens... tío Lloréns! -tan despacito entre sus mellas que ni él mismo lo sentiría.
...Francisco el labrador le dijo a Sigüenza:
-Esta es la aldea de Tabalet.
La palabra aldea se ve genéricamente atribuida a un caserío como una mazorca lechosa, un panal traspasado del aire, del agua viva y del cielo. Su cielo no tiene tiempo de comunicarse del poblado tan corto; es el mismo cielo de la viña, del monte, de los olivares. Junto a la ciudad los campos tardan mucho; han de apartarse mucho para ser campo del todo. No los dejan que se acerquen las afueras, los solares, las fábricas, las sobras y mondaduras de los vertederos. La aldea, toda la aldea, es vegetal; su tacto, su olor, su tono; toda se acomoda a la tierra cavada; los huertos y herbazales más jugosos comienzan junto a las casas; los callejones son camino libre al campo que se asoma y nos aguarda en cada cantón. Ya pueden agazaparse allí los malos deseos y el dolor de los hombres; la aldea nos parecerá clara y descuidada en su inocencia; siempre con sol y follajes tranquilos para los viejos, y con esquilas que, desde las cumbres, bajan rodando, como si de día sonasen las estrellas que salen de noche, tan aldeanas.
Pero la aldea de Tabalet se recortaba morena y dura, de pie, en una ristra; y detrás, inmediatamente, se estrujaba una loma: la planissa, de pedernal oxidado, mordido por una viruela volcánica. La luna y la lluvia se quedarán, rotas, en cada celdilla de este panal de peña; y la planissa se trocará en montones de copas de agua y de lumbres del cielo que dan una promesa de felicidad de campo que nunca han de saciar las casas con la loma roída delante de su puerta.
-¡Yo, aquí, me moriría! -murmuró Sigüenza.
Caía un trueno fresco, devanado por un avión en el azul. El avión de Rabat-Tolosa que, todas las tardes, traspasa el aire de la comarca alicantina. Se va cerrando la herida del cielo. Después, más soled...

Índice

  1. Años y leguas
  2. Copyright
  3. Dedicatoria
  4. La llegada
  5. El beso en la moneda
  6. Pueblo, Parral. Perfección
  7. Tocan a muerto
  8. Doña Elisa y la eternidad
  9. Gitanos
  10. El señor vicario y Manihuel
  11. Huerto de cruces
  12. Benidorm. Un extranjero. Callosa
  13. Sábado de luna
  14. Ochocentistas
  15. Los bravos roders
  16. Grandes señores
  17. Agua de pueblo
  18. Leyenda
  19. Realidad
  20. Caminos y lugares
  21. Tárbena
  22. Ecos vírgenes
  23. Toponimia
  24. Sigüenza y Sigüenza
  25. El lugar hallado
  26. Una familia de luto
  27. Bardells y la familia de luto
  28. El barranco. Ifach
  29. Calpe. Excursionismo
  30. Agustina y Tabalet
  31. San Francisco, el Señor y Agustina
  32. Poco a poco se quedó sorda
  33. La besana
  34. Tabalet
  35. Imágenes de Aitana
  36. Sigüenza y el Paraíso
  37. Después del Paraíso
  38. Sigüenza y otros
  39. Sigüenza, incendio y término
  40. SobreAños y leguas