Derroteros y viajes a la ciudad encantada
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Derroteros y viajes a la ciudad encantada

  1. 84 páginas
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Derroteros y viajes a la ciudad encantada

Descripción del libro

Pedro de Angelis publicó en 1836 Derroteros y viajes a la Ciudad Encantada, o de los Césares, que se creía existió al sur de Valdivia. Angelis recopiló una gran cantidad de crónicas que dan una idea de una ciudad inventada, un paraíso perdido, un nuevo El Dorado Austral.En su introducción Angelis, nos acerca a su visión personal sobre algunos aspectos oscuros de la época colonial…Bajo el imperio de estas ilusiones, acogían todas las esperanzas, prestaban el oído a todas las sugestiones, y estaban siempre dispuestos a arrostrar los mayores peligros, cuando se les presentaban en un camino que podía conducirlos a la fortuna. Es opinión general de los escritores que han tratado del descubrimiento del Río de la Plata, que lo que más influyó en atraerle un número considerable y escogido de conquistadores, fue el nombre. Ni el fin trágico de Solís, ni el número y la ferocidad de los indígenas, ni el hambre que había diezmado a una porción de sus propios compatriotas, fueron bastantes a retraerlos de un país que los brindaba con fáciles adquisiciones.La presente antología contiene además, textos de Pedro Lozano, Silvestre Antonio de Roxas, José Cardiel, Ignacio Pinuer y Agustín de Jáuregui.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788499534862
Categoría
Viajes
Informe
«Y dictamen del Fiscal de Chile sobre las ciudades de los Césares, y los arbitrios que se deberían emplear para descubrirlas.» (1782.)
El Fiscal de Su Majestad en lo criminal, en consecuencia y cumplimiento del superior decreto de V.S., de 16 de abril último, ha reconocido los nueve cuadernos de autos que se han formado sobre descubrir las poblaciones de españoles y extranjeros, que se presume hay en las alturas y parte meridional de este reino; y así mismo el que se crió el año de 1763, a instancia del gobernador y vecinos de la provincia de Chiloé, sobre la apertura del camino de Osorno y río Bueno. Y en inteligencia de cuanto de ellos resulta, dice:
—Que, aunque enterado de la arduidad del asunto, que comprende este expediente, ha procurado despacharlo con la brevedad posible, le ha sido forzoso retardar su respuesta hasta hoy, así porque le ha sido indispensable hacer detenidas reflexiones en cada uno de los diez procesos a que está reducido, como porque el despacho diario de los negocios concernientes a su ministerio le han embarazado mucha parte del tiempo que ha corrido desde el citado día 16 de abril hasta el presente. En esta atención, y cumpliendo con la superior orden de V.S. contenida en el enunciado decreto, expondrá lo que le ocurra a cerca de las expediciones proyectadas en estos mismos autos.
1.º El objeto que las ha motivado es descubrir si en las alturas que en este reino se miran, desde los 40 grados hasta el estrecho de Magallanes y cabo de Hornos, hay alguna o algunas poblaciones de españoles o colonias de extranjeros, como por tradición de largos tiempos se nos ha anunciado. Y en realidad, atendidas las actuaciones que formalizó el coronel don Joaquín de Espinosa, mientras tuvo a su cargo el gobierno de la plaza; y presidio de Valdivia, parece no deba dudarse de la existencia de tales poblaciones o colonias, para cuyo esclarecimiento y evidencia hasta reconocer el dicho uniforme, y la atestación antigua y moderna de los caciques y principales indios que han trabado amistad con los españoles de la mencionada plaza.
2.ª En el primer cuaderno de las enunciadas actuaciones se reconocen cuatro declaraciones, tomadas al capitán graduado don Ignacio Pinuer, comisario de naciones de aquella jurisdicción; y en todas ellas asegura bajo de juramento, que con motivo de la amistad estrecha que de muchos tiempos a esta parte ha profesado con los caciques e indios de aquellos contornos, y de la relación de parentesco con que les ha tratado, le han comunicado, que de la antigua ciudad de Osorno, al tiempo que fue invadida por los indios, se retiraron después de un largo sitio algunas familias tierra adentro, y se situaron en un paraje que era hacienda de los mimos españoles de Osorno. Que habiéndose defendido allí mucho tiempo, dieron contra los indios, y juntaron muchos ganados de los suyos que se llevaron a su fuerte: y que en ese mismo paraje se mantienen hasta hoy, el cual dista de Osorno como 5 o 6 leguas, porque hay un pedregal grande que dar vuelta. Que se han mantenido en ese sitio a fuerza de valor: que los indios les han hecho muchas entradas, y no los han podido vencer: que para salir les impide ser una sola la entrada, en la que hay un cerro donde tienen un centinela los indios para avisar si alguno sale, y atajarlo, como ha sucedido con algunos: que son muchos los que lo han intentado, y han sido muertos por los indios, por lo que solo se mantienen defendiendo las entradas. Que es cierto tienen dos poblaciones; la principal en una isla en donde ya no cabían, por lo que se han pasado a la tierra firme en frente, desde la que se comunican por agua; porque donde está la ciudad principal, es en medio de una laguna, y solo tiene entrada a la tierra por un «chapad», o pantano, en que tienen puente levadizo. Que sabe tienen artillería, aunque pequeña, y usan de las armas de lanza y espada: que es mucho el número de gente, y visten camisa, y según explican los indios, calzón de buchí y chupan, porque no saben explicarse. Que tienen casas de teja y paja, fosos y rebellines: que tienen siembras de ají, que es con lo que comercian con los indios, quienes les llevan sal de la que sacan de Valdivia: que también les llevan hachas y cosas de fierro, por vacas y caballos que tienen muchos. Que hablan lengua española, pero que, aunque los indios les han llevado indio ladino, no les entienden bien. Que también hablan lengua índica; y que usan marcas, yerros españoles en las vacas y caballos las cuales ha visto el mismo Pinuer. Finalmente testifica que también sabe, que estos no son los que llaman «Césares», porque hay otras poblaciones de españoles hacia el Estrecho, que según dicen los indios son de navíos perdidos. Que su conocimiento y trato con ellos, de cuarenta años a esta parte, sus entradas a la tierra, y el llamarlos parientes, y amigos con alguna sagacidad que ha puesto para saber este asunto, le ha hecho noticioso de que es cierto lo expuesto, y de que existen tales poblaciones, porque lo ha oído decir a indios principales caciques de razón, y lo ha confrontado con lo mismo que ha oído a otros, y todos concuerdan en una misma cosa. Que el haberlo ocultado los indios es, porque de padres a hijos se han juramentado el callarlo, y es rito o ley ya entre ellos; y aun por esta razón se han mantenido alzados, sin nuestra comunicación, todos los de la otra banda. Que sabe que este juramento y sigilo ha sido, porque tienen por abuso decirse unos a otros, que si los descubrían los harían esclavos los españoles, y los sujetarían a encomiendas: por cuya causa al que han sabido formalmente que le ha descubierto le han quitado la vida. Que el saberlo el declarante es porque, habiéndose dado muchos años ha por pariente de dos caciques de los alzados, del otro lado del río Bueno, nombrados, Amotipay y Necultipay, estos con gran secreto se lo contaban, y por haber Amotipay venido a verle, a su regreso le dieron veneno los indios, y que Necultipay ofreció al declarante llevarlo a la ciudad, pero que no se verificó por haber fallecido, dejándolo por heredero de sus tierras. Que hoy día ya se habla de esto con menos reparo entre los indios, porque dicen que se ha publicado; y que ahora tres años se hizo una gran junta de los indios alzados, y en ella ofrecieron primero morir que rendirse, ni desamparar sus tierras, porque tenían noticias de que los españoles de Chiloé, salían en solicitud de estos otros españoles, y poblar primero a Osorno. Y en otro lugar confirmando estas mismas noticias, dice: que hacia el cabo de Hornos, hay otra población, que discurren los indios ha resultado, y aun aseguran que proceden, de navíos extranjeros perdidos, y que hay tres ciudades grandes y otras pequeñas; lo que le ha asegurado el indio que las ha visto. Y más adelante, que será necesaria tropa para hacer este descubrimiento, porque no duda que se ha de oponer mucha indiada, que es gente aguerrida, y que conoce sus terrenos. Que hay muchos retazos de monte y río, y la distancia será de cerca de 40 leguas: y que todo se ha de vencer a fuerza de armas; pues, aunque no hagan frente formal los indios, harán emboscadas y avances de noche, o la multitud puede obligarles a presentar batalla formal: y así, que considera ser convenientes mil hombres, atendiendo también a no saberse con certidumbre si estos españoles querrán entregarse o mantenerse allí con el dominio que han establecido.
3.ª Lo mismo, aunque con menos puntualidad, testifican Gregorio Solís, Marcelo Silva, el cadete don Juan Henriques, Francisco Agurto capitán de Amigos, de la reducción de Calle-calle, el lengua general don Juan de Castro, Casimiro Mena, Baltazar Ramírez: y el Reverendo padre lector fray Buenaventura de Zárate, guardián del convento de don Francisco de la Isla de Macera, declara, que habiendo tenido en su servicio, por espacio de seis años, a un indio cristiano, llamado Nicolás Confianza, muy ladino y enterado de nuestra religión e idioma, siendo ya de edad de sesenta años, cayó enfermo, y estando desahuciado, y disponiéndose para morir, le dijo: que quería hacer por escrito una declaración que hallaba por muy conveniente al servicio de Dios, porque tenía mucho temor de ir a su divina presencia, sin manifestar lo que sabía. Que habiéndole tomado como pudo su dicho, declaró: que siendo mocetón, hizo una muerte en Calle-calle, jurisdicción de Valdivia, con cuyo motivo se fue fugitivo a los Llanos, y de allí al otro lado del río Bueno, donde lo amparó un cacique tío suyo; haciendo de él mucha confianza para sus tratos y conchabos. Que con esta ocasión le enviaba hacia la ciudad de los españoles que hay, procedidos de los de Osorno, junto a la Cordillera, a que viese a otro cacique que servia de centinela a dichos españoles. Que era cierto que estaban allí fundados y establecidos con ciudades fortificadas, y una noche oyó hablar dos de ellos con el cacique donde estaba alojado, sobre un conchabo de lo que llevaba dicho indio, que eran hachas y sal: que los españoles traían ají, lienzo y bayeta, con lo que canjeó, o conchabó, y el lienzo era como el de Chiloé. Que es verdadera la existencia de estos españoles, y que el castellano que hablan no es muy claro: y por último que decía esto, estando ya para morir, y conocía el trance en que se hallaba, y la cuenta que había de dar a Dios. Que este indio era muy racional y cristiano, por lo que el padre declarante asegura, que no solo en esta ocasión, sino en otras muchas conversaciones antes de este lance, siempre le había referido lo mismo, con cuyo respecto dice, que tiene satisfacción de la verdad de cuanto el indio le decía.
4.º A fojas 49 del mismo cuaderno 1.º se reconoce la declaración que se tomó al indio Santiago Pagniqué, morador y vecino de Ranco, y en ella se ve que por el riesgo a que se exponía de que lo matasen sus compatriotas, en caso de saber que él había declarado lo que ellos tanto ocultaban, expresó con lágrimas en los ojos, que sabe real y verdaderamente que están los españoles en la laguna de Puyequé, pasado la que se repecha un risco, y hay un estero que llaman Llauqueco, muy correntoso y profundo, y es en donde los indios tienen su centinela, para no dejar entrar ni salir a ningún español, de una parte ni otra. Que para dar la vuelta a entrar donde están los españoles, hay mucha risqueria, pero que del cerro de Llauqueco se divisa la población, y algunas colorean como tejas. Que hay muchos españoles, y que se visten de lienzo, porque siembran mucho lino, y tienen paño musgo y colorado que tiñen con «relvun». Que tienen iglesia, lo que sabe por otro que estuvo allí seis días en tiempo que hicieron una procesión, y que la tienen cubierta de plata, que parece una ascua. Que a este indio lo llevó a escondidas un cacique que mandaba el centinela, y le encargó que no le viesen, porque le quitarían la vida aquellos españoles. Que desde que nació sabe que están ahí esos españoles; y desde Valdivia allá hay cinco días de camino, con otras particularidades que refiere; entre las que expresa los ríos y esteros caudalosos que hay que pasar, y los indios que guardan la entrada.
5.º El cacique nombrado Artillanca, que lo es de la reducción de Guinchilca, declara a fojas 50 que están allí aquellos españoles, en la laguna de Puyequé: que él tiene conocimiento de muchos años a esta parte, y desde que tiene uso de razón, sabe que allí están acimentados. Que todos los indios con quienes ha comunicado, y particularmente sus padres y abuelos, siempre le han contado lo mismo, adquirido de aquellos indios que tratan con los españoles. Que estos son muchísimos, y tienen su rey, pero que según sabe de cierto, ellos no han querido salir, porque ahora años hicieron un parlamento, y dijeron en él que tenían todo lo que había menester, y no querrían sujetarse al rey de España. Que ahora tiempo tuvieron estos españoles una campaña con los indios fronterizos, en la que mataron a seis caciques principales y a muchísimos indios. Que después acá no han tenido guerra, pero que tienen muy cuidado el camino, para que no se salga, ni entre a su población; y que donde está el centinela hay una angostura, en donde los españoles suelen poner una cruz; pero los indios la quitan y les ponen una macana con sangre. Que tienen iglesia grande en su población, y mucha plata y oro que allí sacan. Que visten de musgo y colorado, son muy guerreros, tienen ganados y siembran mucho. Que si los nuestros quisieran ir allá, hallarían mucha oposición, porque hay muchos indios alzados que lo impiden. Que el camino más derecho para ir a estas poblaciones es el de los Llanos, mejor que por Guinchilca; y que aunque en tiempo del gobernador don Juan Navarro, se le preguntó sobre este asunto, lo ocultó, porque ha tenido miedo si decía algo, de que lo matasen sus contrarios. Pero que ahora estaba tan agradecido del cortejo que le había hecho don Joaquín de Espinosa, y tan satisfecho de su amistad, que no había podido callarle nada, y así le había abierto su pecho, para decirle la verdad de todo lo que sabe.
6.º A fojas 89 declara el cacique Llancapichun, de la reducción de Ranco, con el indio Santiago Pagniqué, que es cierto y evidente que se hallan allí aquellas gentes españolas en el otro lado de una laguna grande, nombrada de Puyegué: que es mucha la gente que hay, toda blanca, como nosotros: que usan de los mismos vestidos, que tienen casas, murallas, y embarcaciones con que se manejan en la laguna, y salen a pescar. Que tienen también armas de fuego; y que no solo hay esta población sino otra más adentro: que ellos están prontos a guiar a los nuestros, si quieren pasar allá, pues ya conocen que queremos buscar a los de nuestra sangre. Que tenían parlado ellos sobre el asunto con los indios Puelches, de las inmediaciones de sus tierras, y les habían ofrecido ayudar a los españoles si entraban a sacar a los otros. Que se oponen a esta entrada muchos indios que hay hasta llegar a la laguna, que son los que siempre han defendido la entrada y salida de aquellas gentes. Que desde la casa de Llancapichun, hasta llegar a la orilla de la laguna, desde donde se divisan los españoles que se buscan, hay veinte y cuatro horas de camino montuoso, con algunas angosturas y cerrillos. Que hay dos ríos que pasar, cuyo tránsito puede facilitarse con armar embarcaciones, que es muy fácil a los nuestros: y que así estaban ya prontos a guiarnos, esperando solo la determinación del gobernador, a quien ocurrirían siempre que sus contrarios les quisiesen insultar, por haber declarado estas noticias.
7.ª A fojas 26 del cuaderno segundo depusieron los caciques de Río Bueno, Queupul, Neyguir, Payllalao, Teuqueñen y Millagueir, que era cierto que estaban allí tales españoles, obligándose a enseñar la población y a poner a los nuestros con el cacique Cañilef en paraje donde la divisasen, y lo mismo aseguraron a Francisco Agurto, Blas Soto, Miguel Espino y Tomás Encinas, los caciques Antili, Guayquipagni, Tagollanca, Leficura, Cariñancú, y otros seis más, según consta de la carta de fojas 35 de este propio cuaderno segundo, cuyas noticias confirmaron al cadete don Manuel de la Guarda: añadiendo el apronto de sus lanzas, y que era preciso para ir sin susto, que la marcha para el descubrimiento debía ser por el mes de Setiembre, y antes de que se abriese la Cordillera, para no tener así temor de que los Peguenches y Puelches saliesen a impedirles el paso.
8.º Francisco Agurto declara nuevamente a fojas 49, que con motivo de haber sido uno de los que fueron al otro lado del Río Bueno en la escolta que se dio al cacique Queupul, como parcial nuestro, consiguió hablar sobre la existencia de los españoles, nominados «Césares», con varios indios, a quienes por haber hallado muy adictos al gobernador y a los españoles, pudo ya sin cautela tocarles este asunto de ellos, siempre cautelosamente promovido. Que de estas conversaciones resultó que el cacique Neucupangui, que tiene su habitación y terreno adelante de Río Bueno hacia las cordilleras, le comunicase que los españoles que buscábamos, estaban a este lado de la Cordillera; pero que fuera de estos había al otro lado, a orillas del mar, otros «Huincas», o españoles muy blancos, que eran muchos, y se hallan allí poblados de navíos perdidos; que eran muy valientes, tenían murallas, y no se darían por bien. Que eran muy ricos, y tenían comercio, porque entraban embarcaciones en su puerto. Que esta gente se comunicaba con otros llamados «Césares», por un camino de risquería, que solo a pie se podía, andar, en que tardaban dos días. Que toda esta declaración la oyó el declarante, igualmente de otro cacique, llamado Imilguir, también de tierra adentro, y que no duda de su certidumbre por la ingenuidad con que le hablaban en este particular, pues diciéndoles el que declara:
—«Esos serán los de Chiloé», respondieron:
—«Esos están por ahí abajo, que no ignoramos nosotros para dar esta noticia»: lo mismo que repite este declarante a fojas 78, contando los pasajes que le ocurrieron al entrar a la laguna de Puyegué.
9.º A fojas 15 dice la india María, natural de Naguelguapí, que su madre tenía amistad con unos españoles que se hallaban inmediatos a su tierra, y que con el motivo de haber caído enferma, la llevó a una islita, en donde había un religioso y una señora de edad: que el religioso tenía los hábitos como los de San Francisco, y la quiso bautizar, y ponerle por nombre «Teresa». Que dicho religioso estaba en la isla como misionero, y a ella ocurrían a rezar algunos indios. Que inmediato a la isla hay una población, situada de la otra banda de la laguna de Puyegué, en la cual hay algunos indios y muchos españoles, los que habitan en unos altos, sin permitir entrar a los indios. Y a distancia de un día de camino, hay otra población, cuyos dueños tienen muchas armas de fuego, y hablan distinta lengua que los primeros, los cuales tienen muy pocas armas de fuego, y sí muchas lanzas. Que mantienen continua guerra con los de la segunda población por causa de sus ganados; y que los primeros, según lo que la madre de la declarante le tiene dicho, usan del vestuario como nosotros, y por zapatos, «sumeles». Que tienen comercio con los otros, de quienes se proveen de lienzos, añil y chaquiras, y que tienen una especie de lana que se cría en árboles, la que traen de la otra banda de la Cordillera, hacia el Cabo de Hornos, conchabándola a los indios. También que aquellos españoles solicitan saber de nosotros, pero que los indios les infunden temor, diciendo: «que somos muy temerarios y tiranos», y que por un río grande que es de mares, se comunican los de una población con otra, por unas barcas grandes.
10. A p...

Índice

  1. Créditos
  2. Presentación
  3. Derroteros y viajes a la ciudad encantada, o de los Césares que se creía existiese en la cordillera, al sur de Valdivia
  4. Discurso preliminar a las noticias y derroteros de la Ciudad de los Césares
  5. Derrotero
  6. Carta
  7. Capítulo
  8. Derrotero
  9. Relación
  10. Copia
  11. Nuevo descubrimiento preparado por el gobernador de Valdivia el año de 1777
  12. Declaración
  13. Informe
  14. Libros a la carta