9 Abril
Lola, jolongo, llorando en el balcón. Nos embarcamos.
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Salimos del Cabo. Amanecemos en Inagua. Izamos velas.
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Bote. Salimos a las once. Pasamos rozando a Maisí, y vemos la farola. Ya en el puente. A las siete y media, oscuridad. Movimiento a bordo. Capitán conmovido. Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal. Ideas diversas y revueltas en el bote. Más chubasco. El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el general ayudan de popa. Nos ceñimos los revólvers. Rumbo al abra. La Luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras (La Playita al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. Viramos el bote, y el garrafón de agua. Bebemos málaga. Arriba por piedras, espinas y cenegal. Oímos ruido, y preparamos, cerca de una talanquera. Ladeando un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo.
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A las tres nos decidimos a llamar. Blas, Gonzalo, y la Niña. José Gabriel, vivo, va a llamar a Silvestre. Silvestre dispuesto. Por repechos, muy cargados, salimos a buscar a Mesón, al Tacre (Záguere). En el monte claro esperamos, desde las nueve, hasta las dos. Convenzo a Silvestre a que nos lleve a Imía. Seguimos por el cauce del Tacre. Decide el general escribir a Fernando Leyva, y va Silvestre. Nos metemos en la cueva, campamento antiguo, bajo un farallón, a la derecha del río. Dormimos: hojas secas: Marcos derriba: G me trae hojas.
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Viene Abraham Leyva, con Silvestre cargado de carne de puerco, de cañas, de buniatos, del pollo que manda la Niña. Fernando ha ido a buscar el práctico. Abraham, rosario al cuello. Alarma; y preparamos, al venir Abraham, a trancos. Seguía Silvestre con la carga; a las once. De mañana nos habíamos mudado a la vera del río, crecido en la noche, con estruendo de piedras que parecía de tiros. Vendrá práctico. Almorzamos. Se va Silvestre. Viene José a la una con su yegua. Seguiremos con él. Silbidos y relinchos: saltamos: apuntamos: son Abraham. Y Blas. Por una conversación de Blas supo Ruen que habíamos llegado, y manda a ver, a unírsenos. Decidimos ir a encontrar a Ruen al Sao del Nejesial. Saldremos por la mañana. Cojo hojas secas, para mi cama. Asamos buniatos.
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Día mambí. Salimos a las cinco. A la cintura cruzamos el río, y recruzamos por él: bagás altos a la orilla. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba, y cupey de piña estrellada. Vemos, acurrucada en un lechero, la primera jutía. Se descalza Marcos, y sube. Del primer machetazo la degüella: Está aturdida; Está degollada. Comemos naranja agria, que José coge, retorciéndolas con una vara: «¡qué dulce!». Loma arriba. Subir lomas hermana hombres. Por las lomas llegamos al Sao del Nejesial: lindo rincón, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas. Se va José. Marcos viene con el pañuelo lleno de cocos. Me dan la manzana. Guerra y Paquito de guardia. Descanso en el campamento. César me cose el tahalí. Lo primero fue coger yaguas, tenderlas por el suelo. Gómez con el machete corta y trae hojas, para él y para mí. Guerra hace su rancho; cuatro horquetas: ramas en colgadizo: yaguas encima. Todos ellos, unos raspan coco, Marcos, ayudado del general desuella la jutía. La bañan con naranja agria, y la salan. El puerco se lleva la naranja, y la piel de la jutía. Y ya está la jutía en la parrilla improvisada, sobre el fuego de leña. De pronto hombres: «¡Ah hermanos!». Salto a la guardia. La guerrilla de Ruen. Félix Ruen, Galano, Rubio, los diez. Ojos resplandecientes. Abrazos. Todos traen rifle, machete, revólver. Vinieron a gran loma. Los enfermos resucitaron. Cargamos. Envuelven la jutía en yagua. Nos disputan la carga. Sigo con mi rifle y mis cien cápsulas, loma abajo, Tibisial abajo. Una guardia. Otra. Ya estamos en el rancho de Tavera, donde acampa la guerrilla. En fila nos aguardan. Vestidos desiguales, de camiseta algunos, camisa y pantalón otros, otros chamarreta y calzón crudo: yareyes de pico: negros, pardos, dos españoles. Galano, blanco. Ruen nos presenta. Habla erguido el general. Hablo. Desfile, alegría, cocina, grupos. En la nueva avanzada: volvemos a hablar. Cae la noche, velas de cera, Lima cuece la jutía y asa plátanos, disputa sobre guardias, me cuelga el general mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Tavera. Dormimos, envueltos en las capas de goma. ¡Ah! antes de dormir, viene, con una vela en la mano, José cargado de dos catauros, uno de carne fresca otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel, en panal. Y en todo el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera, y veo, en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella. El lugar se llama Vega de la...
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Amanecemos entre órdenes. Una comisión se mandará a las Veguitas, a comprar en la tienda española. Otra al parque dejado en el camino. Otra a buscar práctico. Vuelve la comisión con sal, alpargatas, un cucurucho de dulce, tres botellas de licor, chocolate, ron y miel. José viene con puercos. La comida: puerco guisado con plátanos y malanga. De mañana frangollo, el dulce de plátano y queso, y agua de canela y anís, caliente. Viene a guiarnos chinito Columbié, montero, ojos malos: va hablando de su perro amarillo. Al caer la tarde, en fila la gente, sale a la cañada el general, con Paquito, Guerra y Ruenes. «¿Nos permite a los tres solos?» Me resigno mohíno. ¿Será algún peligro? Sube Ángel Guerra llamándome, y al capitán Cardoso. Gómez, al pie del monte, en la vereda sombreada de plátanos, con la cañada abajo, me dice, bello y enternecido, que aparte de reconocer en mí al delegado, el Ejército Libertador, por él su jefe, electo en consejo de jefes, me nombra mayor general. Lo abrazo. Me abrazan todos. A la noche, carne de puerco, con aceite de coco, y es buena.
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Cada cual con su ofrenda: buniato, salchichón, licor de rosa, caldo de plátano. Al mediodía, marcha loma arriba, río al muslo, bello y ligero bosque de pomarrosas; naranjas y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin frutas llegamos a un rincón de palmas, y al fondo de dos montes bellísimos. Allí es el campamento. La mujer, india cobriza de ojos ardientes, rodeada de siete hijos, en traje negro roto, con el pañuelo de toca atado a lo alto por las trenzas, pila café. La gente cuelga hamacas, se echa a la caña, junta candela, traen caña al trapiche para el guarapo del café. Ella mete la caña, descalza. Antes, en el primer paradero, en la casa de la madre e hijona espantada, el general me dio a beber miel, para que probara que luego de tomarla se calma la sed. Se hace ron de pomarrosa. Queda escrita la correspondencia de NY., y toda la de Baracoa.
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La mañana en el campamento. Mataron res ayer y al salir el Sol, ya están los grupos a los calderos. Domitila, ágil y buena, con su pañuelo egipcio, salta al monte y trae un acopio de tomates, culantro y orégano. Uno me da un chopo de malanga. Otro, en taza caliente, guarapo y hojas. Muelen un mazo de cañas. Al fondo de la casa, la vertiente con sus sitieríos cargados de cocos y plátanos, de algodón y tabaco silvestre: al fondo, por el río, el cuajo de potreros: y por los claros, naranjos: alrededor los montes, redondos, apacibles: y el infinito azul arriba con sus nubes blancas, y una paloma se esconde en la nube. Vuelo en lo azul. Me entristece la impaciencia. Saldremos mañana. Me meto la Vida de Cicerón en el bolsillo en que llevo cincuenta cápsulas. Escribo cartas. Prepara el general dulce de raspa de coco con miel. Se arregla la salida para mañana. Compramos miel al ranchero de los ojos azorados y la barbija. Primero, 4 reales por el galón; luego, después del sermón, regala dos galones. Viene Jaragüita: Juan Telesforo Rodríguez, que ya no quiere llamarse Rodríguez, porque ese nombre llevaba de práctico de los españoles, y se va con nosotros. Ya tiene mujer. Al irse, se escurre. El Pájaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le luce el ojo como marfil donde da el Sol en la mancha de ébano. Mañana salimos de la casa de José Pineda: Goya, la mujer. (Jojó Arriba.)
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A las nueve y media salimos. Despedida en fila. G. lee las promociones. El sargento Pto. Rico dice: «Yo muero donde muera el G. Martí». Buen adiós a todos, a Ruenes y a Galano, al capitán Cardoso, a Rubio, a Dannery, a José Martínez, a Ricardo Rodríguez. Por altas lomas pasamos seis veces el río Jobo. Subimos la recia loma de Pavano, con el Panalito en lo alto, y en la cumbre la cresta de naranja de china. Por la cresta subimos, y a un lado y...