El exilio del Mesías
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El exilio del Mesías

Buscando señales de vida en psicoterapia

  1. 248 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El exilio del Mesías

Buscando señales de vida en psicoterapia

Descripción del libro

La trilogía El espectro y el signo articula una postura crítico-poética en psicoterapia. Para ello revaloriza nuestra vida sensible que, comenzando con nuestra sensorialidad, se extiende hacia la dimensión de sentido que suplementa y embruja, como un espectro, a los signos en cuyo contenido abstracto nuestra vida cotidiana se ha domesticado de un modo estereotipado y consabido. En esta trilogía exploramos varios aspectos de este romance entre la estabilidad y el cambio, entre ese espectro sensible y los signos alienados en significados que puntúan las luces y las sombras tanto de nuestros padeceres clínicos como de los modelos de tratamiento de los mismos. El exilio del Mesías completa el arco de un pensamiento post-sistémico de lo cotidiano, que incluye entonces una estética, una ética y, ahora, una teología mesiánica. Con ello recoge la potencialidad de cambio que nos habita hacia una vida que no sea solo lo que ya es.«La obra de Marcelo Pakman tiene que ver con la naturaleza de la existencia humana pero también con volver a pensar la clínica psicoterapéutica y, desde ese lugar, ser convocados como "existentes" a afrontar preguntas sobre el hacer más que sobre el ser, sobre el "saber hacer" relacionado con las singularidades y con las texturas del mundo que tocan nuestra conciencia estética cuando acompañan la aparición de imágenes del mundo».Carlos González Díez, psicoterapeuta familiar, Azores

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Información

Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788497847575
1. Vivir el mito
Tal vez no sea suficiente saber que el mito es mítico.
Jean-Luc Nancy,
The Inoperative Community, 1991, p. 462
Jacinta, una experimentada terapeuta familiar, en el contexto de una reunión de revisión de casos que alternamos con consultas en vivo hechas conjuntamente, me cuenta una situación que la ha dejado perturbada. Recibió un llamado telefónico de Isabel, una mujer de 45 años que le pedía una cita para comenzar un proceso de terapia familiar. Cuando Jacinta preguntó quiénes irían a la cita, Isabel le dijo que irían ella y su ex marido, junto con los hijos de ese matrimonio. Como respuesta a la pregunta acerca del motivo de la consulta, Isabel explicó que la hija mayor, Eugenia, de 26 años, vivía sola y tenía un problema de drogas, pero agregó que estaría bien que la hija menor, Sonia, de 22 años, también formara parte de las sesiones familiares. Siempre respondiendo a preguntas de Jacinta, más que espontáneamente, Isabel dijo que hacía diez años que tenía otra pareja, con quien convivía desde que se habían casado, hacía cinco años, y que tenían un hijo pequeño. Afirmó claramente que no creía necesario incluirlos.
Cuando Jacinta le preguntó si todos los que le gustaría que formaran parte de las sesiones familiares estaban de acuerdo en concurrir, Isabel afirmó: «No, ninguno está de acuerdo». Su ex marido, Ángel, le dijo que no estaba dispuesto a involucrarse en una terapia en la que seguramente se indagarían cosas sobre un matrimonio terminado que, según él, no tuvo mayores problemas en general, salvo hacia el final. Eugenia que vivía sola, llevaba años haciendo terapia individual y últimamente estaba tratándose su adicción asistiendo a un grupo en un centro especializado, aunque Isabel pensaba que seguía consumiendo drogas y estaba preocupada por ello. Sonia, que estaba terminando la universidad y residía en el campus de la misma, mostró desinterés por concurrir diciendo que su vida estaba muy bien y, cuando agregó que no veía cuál era el punto de una terapia familiar, Isabel no supo qué decirle. Por lo demás, su marido actual la miró sorprendido cuando Isabel comentó el plan de terapia familiar que tenía. El hijo pequeño estaba bien y ella no quería mezclarlo «en todo esto», aunque no sabía especificar qué era «todo esto». Jacinta le dijo a Isabel que resultaba difícil hacer una terapia familiar si todos los que ella quería convocar estaban en desacuerdo, pero Isabel insistió, pidiéndoselo por favor, porque «es de suma importancia y hay que hacerlo ya mismo». Isabel agregó que ella no solía hacer planes para otros sin consultar, pero que este era un caso especial. Ante la pregunta de Jacinta por el motivo de la urgencia, Isabel respondió: «Es el núcleo familiar el que hay que tratar, las cosas vienen de lejos, ya le contaremos..., es Eugenia tal vez..., pero no solo eso...», y no pudo dar información más específica mientras seguía dando por hecho que la sesión familiar iba a llevarse a cabo. Jacinta me refiere un clima de urgencia poco común en el pedido, comparado con situaciones semejantes que ella ha visto anteriormente cuando hay familiares en desacuerdo con acudir a una sesión familiar. La angustia de Isabel parecía ir en aumento al ver que Jacinta era remisa a organizar ese encuentro, que no se alineaba inmediatamente con ella en promoverlo y que mostraba que esa terapia, tal como Isabel la concebía, tendría muchas opciones de fracasar.
Jacinta empezó a sentirse incómoda y muy presionada a aceptar algo que su formación y experiencia le decían que era una situación que no estaba madura para una consulta familiar y que requería, al menos, algún trabajo previo. Así se lo dijo a Isabel, agregando que, en general, era mejor que quienes asistían no se sintieran obligados a hacerlo. Isabel, entre lágrimas, insistió en la importancia de hacer esa terapia, diciendo: «La oportunidad es ahora, no podemos perderla», sin poder explicar o agregar nada más. A Jacinta se le ocurrió que tal vez hubiera un secreto que Isabel pensaba develar en esa sesión pedida con urgencia y a contramano de los deseos de quienes ella pensaba que tenían que asistir. Cediendo en parte a la presión y a la angustia de Isabel, cada vez más evidentes, Jacinta le ofreció verla a ella una vez para entender mejor la situación, lo cual Isabel aceptó algo frustrada, no sin insistir una vez más en si no sería posible citar a todos. Jacinta le dijo que se podía hacer una invitación abierta aceptando que acudiera quien quisiera, que quizás alguien más fuera para complacerla, pero que podría ocurrir también que no asistieran quienes ella deseaba, y confesó desconocer un método para lograr esa concurrencia, como Isabel le pedía. Llorando abiertamente, Isabel le dijo: «No es para hacerme un favor a mí, es la familia la que tiene que ir», y agregó que había buscado a Jacinta por el reconocimiento profesional que tenía en el ámbito de la terapia familiar, en el cual ella tenía algunos amigos.
Durante el encuentro personal entre Jacinta e Isabel, que Jacinta grabó en un vídeo con su consentimiento y trajo a la supervisión conmigo para revisarlo, todo transcurrió de un modo semejante a lo que Jacinta ya me había comentado sobre el contacto telefónico. Los hábiles intentos de Jacinta de explorar la intensidad de Isabel en lograr una sesión inicial con su familia anterior, que volvió a ser el foco del encuentro, no evitaron que la negativa de asistir por parte de quienes ella quería tener de invitados dejara de causarle una gran pena, cuya intensidad la propia Isabel no sabía a qué atribuir. Los intentos de Jacinta de dejar abierta la concurrencia a los invitados que lo desearan, o de ampliar la convocatoria a su marido actual, no prosperaron. Isabel decía: «Eso no me convence... Son ellos los que tienen que estar aquí». Sin embargo, Isabel no podía definir qué era lo que le hacía asumir que debía ser así, ni, por ejemplo, de qué le gustaría hablar en esa «terapia familiar», pero dijo que no esperaba ser testigo de ningún tipo de revelación importante en caso de darse esa reunión, ya que no le parecía que «en la familia» hubiera «cosas de ese tipo». Cuando Jacinta le preguntó si cuando decía «la familia» se refería también a su familia actual, es decir, si consideraba que ambos matrimonios y todos los hijos formaban parte de lo que ella llamaba su familia, Isabel le dijo algo irritada: «Todos lo son, pero son diferentes familias, es diferente, son diferentes momentos..., no sé, es difícil de explicar..., pero tampoco es tan raro o complicado, yo soy una persona a la que le gusta resolver las cosas rápidamente». Jacinta le dijo: «Por supuesto, me refería a que tú eres la misma persona y son dos familias tuyas, y hay una dificultad sobre la que todavía no sé demasiado». Isabel insistió en que era más una reunión para aquella familia, no para esta de ahora..., y «de mi vida ya hablé mucho en sesiones individuales con los terapeutas que tuve en dos momentos, después de separarme y hace un par de años». Jacinta decidió ser cauta porque no quería contrariar lo que Isabel marcaba como su territorio de incumbencia, aunque pensó que eso sería un problema para esta terapia si fuera a suceder. En un momento, Isabel comentó que a sus hijas mayores, Eugenia y Sonia, les gustaba su marido actual y que se llevaban bien con su medio hermano, el hijo menor de Isabel, que a veces salía con ellas. Cuando le pregunté a Jacinta el nombre del marido actual y el del hijo de Isabel, se sorprendió al ver que no los sabía y que, contra su costumbre, no los había preguntado. Le digo entonces: «He visto aparecer a personas sin nombre por ser parte de situaciones en las que alguien quiere realmente dejarlos afuera, por ejemplo Isabel en este caso, ya sea porque simplemente no cuentan para la consulta que propone, como ella dice, ya sea para protegerlos de algo, aunque también a veces hay dos categorías de familias. Pero todo esto puede muy bien no ser el caso, por supuesto». Y agrego como comentario más general: «Esta ocurrencia, en parte basada en experiencias anteriores y que le da una posible relevancia a esa cuestión, podemos dejarla allí sin forzarla pero sin olvidarla. Es posible que en algún momento algo de lo que vendrá se junte con esta aparición, pero otras veces se pierde y no va a ningún lado, porque la terapia no funciona como una novela policial, donde no debe haber cabos sueltos, salvo que la montemos basada solo en nosotros mismos».
Al continuar la sesión que vemos en el vídeo, Jacinta le preguntó a Isabel: «¿Cuánto tiempo hace que no se reúnen, por el motivo que sea, quienes tú quieres reunir ahora para terapia familiar?». Isabel le respondió acongojada: «Desde la separación». Luego comentó que fue a iniciativa de ambos porque «la relación se tensó después de una pelea entre Ángel y mi papá, que entonces estaba vivo... Tal vez sea eso lo que Ángel no quiere volver a tratar... Ellos eran muy diferentes..., yo lo entendí a Ángel, pero él se apresuró a romper la relación con mi papá y, al poco tiempo, conmigo. Él también es una persona que resuelve las cosas pronto. Él se volvió a casar, después que yo, y no tiene otros hijos». Le comento a Jacinta que «pareciera que el tema de la consulta, tal como se iba configurando, era más bien en qué se diferenciaban esas familias, por qué era importante mantenerlas separadas, así como por qué era importante reunir solo a la familia anterior, más que algún problema puntual que hubiera surgido, a pesar del consumo de drogas por parte de Eugenia, del que no sabíamos demasiado. Cuando Jacinta le preguntó en la sesión que revisábamos acerca de qué pasaría en su opinión si no fuera posible hacer la terapia familiar que ella deseaba, Isabel le dijo, llorando nuevamente: «Nada..., no sé..., nada serio..., todo seguiría igual..., tampoco es que estemos mal, pero está esa preocupación por Eugenia», y solo pudo agregar: «Ella está huidiza, no llama, se aísla, dice que quiere hacer sus cosas y, si insisto, dice que tiene su vida..., no sé si está bien..., juntar a la familia para terapia sería muy bueno...».
Jacinta comienza a sentirse acongojada de forma creciente y me cuenta que le bastaba recordar la situación para volver a sentir esa congoja intensa ante el deseo tan ferviente de esa mujer, con quien ella se sintió súbitamente muy cercana. Cuando Jacinta me dice: «Me apena mucho no poder ayudar a Isabel, me acuerdo constantemente..., no sé por qué me sucede esto... tan intenso...». Le digo: «Quizás Isabel está pidiendo mucho más de lo que parece, algo que no es posible ni siquiera para una buena terapeuta», y mientras lo digo veo el collar con una cruz católica que Jacinta lleva siempre. Una vez me contó que procedía de sus ancestros italianos y, simultáneamente, me acuerdo de algo que decido contarle: «Cuando estaba en la escuela secundaria leí que se decía que en una iglesia estaba el cráneo de Juan Bautista cuando este tenía doce años». Ella parece no entender, yo sonrío y espero, me lo repite para ver si entendió bien, como en efecto le digo que lo hizo. Entonces comienza a reírse. Jacinta ya sabía que le estaba afectando no poder cumplir los deseos de esta mujer, pero no sabía hasta dónde ni con qué se relacionaba su propia congoja en esta situación, que acompañaba a la de la propia Isabel. En ese momento me deslizo del sillón donde estoy, casi arrodillándome, mientras junto las manos como para una plegaria y le digo: «Madonna... Madonna...,3 dame a mi familia, la que ya no existe más». Jacinta rompe a llorar con mucho sentimiento y dice después de una pausa: «Eso sí que me ha pasado, sentir que no se puede volver atrás, que perdimos una oportunidad...». Mis ojos se humedecen también por la evocación de lo que ya no puede recuperarse a no ser, quizás, que mediara un milagro.
La irreversibilidad del tiempo inundó el encuentro de supervisión que yo estaba teniendo con Jacinta y nos sumió en la desazón que también había invadido la relación de Jacinta con Isabel, pero, dado el modo en que esa irreversibilidad llegó a hacerse presente, parecía indicar también algo que iba más allá del simple hecho razonable de pedir terapia familiar a una terapeuta familiar. Mas allá de ese pedido racional había un pedido mágico de que se restituyera una familia que ya no existía. Jacinta sabía que le afectaba no poder ayudar a Isabel, pero solo al exponerse a la singularidad de la aparición de «los cráneos» de Juan Bautista, sumada a la formulación del pedido de terapia que Isabel le hacía casi como una plegaria, se hizo carne en ella que lo que estaba en juego hasta entonces era una fuerza mítica correlativa a un pensamiento mágico, funcionando de hecho en la situación, y expresada en el sentimiento de congoja de Jacinta que excedía a la explicación racional de no poder ayudar a Isabel, así como excedía en Isabel a la congoja por no poder tener una sesión de terapia para «esa» familia. ¿Sugería la aparición singular de «los cráneos» de Juan Bautista y de la plegaria que la frustración ante el pedido intenso de terapia familiar de Isabel se intensificaba de un modo mágico, tal vez relacionado con el intento de afrontar una dificultad restituyendo una familia perdida con algún propósito que no estaba claro? ¿Indicaba la reacción de Jacinta y de Isabel que habían entrado en un clima, del cual la congoja mutua daba testimonio, relacionado con estar viviendo un mito y actuando la magia impli...

Índice

  1. Índice
  2. Agradecimientos
  3. Ars Vitae, Amor Dei
  4. Introducción
  5. 1. Vivir el mito
  6. 2. Mitos y eventos poéticos: punto y contrapunto
  7. 3. Sentido, significado y pensamiento sistémico
  8. 4. Sentido, potencialidad y flexibilidad sistémica
  9. 5. Ecología del regazo y vida sensible
  10. 6. Una mesiánica del existente
  11. 7. Entre tierra y cielo: exilios y redenciones cotidianas
  12. Epílogo
  13. Bibliografía