Estrategias en un campo de
intervención integrado
Actualizaciones teóricas
Siguiendo a Deprati (2014, p. 35), definimos que la violencia nos remite al concepto de poder y de asimetría. Si bien es dañina en sus efectos, su intención última no es el daño en sí mismo, sino someter, doblegar, dominar y paralizar. La violencia es una forma de avasallamiento que intenta apoderarse de la libertad, la dignidad, la voluntad, el pensamiento y la intimidad de quien la padece.
La intersección del modelo ecológico en su dimensión microsocial, con el perfil del hombre que ejerce violencia, y la localización diagnóstica del momento en el curso del ciclo de la violencia habilitan el conocimiento de una estrategia de intervención compleja: una caja de herramientas que promueva el desarrollo de habilidades sociales, emocionales, corporales, interaccionales y cognitivo-conductuales al servicio de la singularidad en la relación.
Cada plano de interacción, significado a partir de un modelo teórico inclusivo de la multicausalidad social de la violencia, nos puede brindar una variedad de herramientas de intervención.
Si la principal estrategia de intervención incluye el fortalecimiento de las redes de apoyo, será necesario, entonces, conocer los estilos de comunicación de la persona con la que interactuamos, observando sus fortalezas y dificultades para transmitir sus sentimientos, sus necesidades, sus silencios y su sistema de ideas. Cuanto mayor la adhesión al nivel de estereotipo de género, mayor la necesidad de trabajar con su capacidad de problematizar y poner en tensión algunos esquemas cognitivos (ideas fuerza). Si la dimensión prioritariamente afectada es la psicodinámica y sus miedos ante la toma de decisiones son elevados o intensos, será necesario trabajar con herramientas para desensibilizar el monto de tensión de manera directa o indirecta, apelando, por ejemplo, a reconstruir cómo resolvió esa misma sensación ante otras situaciones perturbadoras.
Se presenta, entonces, una actualización teórica tomando como marcador situacional el ciclo de la violencia, sobre cuya dinámica de ejecución se integran nociones sobre perspectiva de género, modelo ecológico y curso de la vida, y se construye la caja de herramientas integrativa desde la cual se puede ofrecer el esquema de intervención, que se desarrolla en la experiencia SAIVG-ObSBA.
La luna de miel y la importancia de la prevención
La relación de pareja se inicia con acciones de seducción con la finalidad de convocar la atención de la otra persona, con la cual se espera tener un lazo de intimidad. En una relación basada en la paridad, esos lazos afectivos pueden crecer y fortalecer la relación respetando las diferencias e individualidades y compartiendo espacios comunes decididos por ambas partes.
En una relación en la cual opera la dominación basada en razones de género, la necesidad de posesión de la mujer por parte del hombre surge prontamente, aunque sus manifestaciones demoren en ser visibles.
En este punto de inicio, la futura explosión es desconocida.
Esa primera instancia de «luna de miel» carece de la información referida al control, al abuso y a sus desencadenantes. Porque existe ese momento, es el motivo por el cual toda mujer, por el hecho de haber nacido como tal, tiene un potencial riesgo de tener a lo largo de su vida una o varias experiencias de violencia en sus relaciones de intimidad.
Es, pareciera ser, la piedra angular del inicio de la violencia.
Desde el Estado, es indispensable generar políticas de afrontamiento de la violencia de género, que prioricen la prevención primaria, visibilizando toda forma de violencia en el noviazgo, deconstruyendo formas ideales de pareja y facilitando información sobre indicadores predictivos del abuso de poder en la relación.
Las mujeres que inician una relación de pareja tienen la experiencia de un momento en la relación asociado al amor romántico y guardan, por socialización de género, la expectativa de regresar a ese sitio conocido e hipervalorado, a pesar de toda experiencia que arrase sus derechos en el marco de esa relación.
Sin embargo, no debe confundirse esta descripción con la imagen de mujeres «Susanita», con un único proyecto de vida basado en la consolidación de una pareja. Luego podríamos redefinir si tal elección cuenta con la fortalecida autonomía de criterio o si se trata de una elección condicionada socialmente, que responde más a las expectativas sociales de género que al propio deseo.
En la práctica profesional, encontramos que esa expectativa se replica, con mayor o menor intensidad de posicionamiento crítico o de tendencia a la complacencia, en todas las mujeres.
Si se trata de una relación con un hombre con conductas violentas, al principio, la fase denominada «luna de miel» será un momento exploratorio, destinado a ubicar las vulnerabilidades de la mujer, allí donde resulte sencillo ejercer una cuota de manipulación, específicamente, de la culpa.
Si contextualizamos la experiencia, las razones abundan: detectar los puntos de apoyo que el patriarcado ha construido y que la vida social e institucional han fortalecido es una tarea básica para quien tiene permiso social del uso del poder en la relación en dirección a quien tiene la obligación social de complacer. Las mujeres pueden sentir culpa por múltiples motivos: estar gorda o flaca; ser baja o alta; tener hijxs o no tenerlxs; haber padecido experiencias infantiles de maltrato; tener un lazo social restringido con su familia, con su lugar de origen, con sus relaciones afectivas más próximas. Y así, es posible localizar múltiples motivos que permiten hacer no solo visible, sino también transparente el punto de mayor vulnerabilidad, basada en el aprendizaje social del rol de género femenino.
Las herramientas de intervención durante este tiempo serán de prevención primaria, orientando a las partes a flexibilizar sus sistemas de creencias, a revisar las ideas aprehendidas en sus familias de origen, a contrastar momentos sociales históricos y actuales respecto a la adjudicación de roles en razón del sexo. El trabajo puede y requiere incluir herramientas cognitivas, que pongan en tensión algunas certezas y mandatos culturales, ejercitando la capacidad de problematizar hechos, situaciones, fenómenos, experiencias y vivencias personales. Al mismo tiempo, los talleres vivenciales pueden ser una usina de ensayo respecto al ejercicio de tales roles, deconstruyendo modelos de interacción, aprendiendo nuevos modos de comunicación y edificando canales y estilos relacionales basados en la transversalidad de género. La identificación de toda práctica cultural sexista es condición para el debate y la elucidación de interacciones basadas en el sometimiento y no en la paridad.
La acumulación de tensiones y el freno a la acomodación feminizada
Es el momento en el que ocurre un cambio imperceptible —invisible tanto para el mundo público como para el privado— e íntimo de la relación. El origen de la tensión tiene como protagonista al hombre, con su universo de ...