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Descripción del libro
Los ensayos de este libro van detrás de las palabras en estos dos sentidos: las siguen, las persiguen y escudriñan su tramoya. Pero no lo hacen desde fuera. Reflexionan sobre algunos aspectos de la lengua desde el punto de vista de alguien que se dedica a ella por oficio; esto es, desde la perspectiva del traductor y la del lexicógrafo, aunque también la del poeta. No tienen la intención de exponer una teoría sino la de expresar algunas de las ideas que se le ocurren a un oficial mientras practica su oficio. Son pues testimonio de una experiencia y se atienen a aquello decía T.S. Eliot que debía ser la crítica de poesía: un esclarecimiento de ciertas técnicas del oficio.
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Información
Categoría
FilologíaCategoría
LingüísticaDICCIONARIO Y CULTURA
(POR EJEMPLO EN EL DICCIONARIO DEL ESPAÑOL DE MÉXICO)
(POR EJEMPLO EN EL DICCIONARIO DEL ESPAÑOL DE MÉXICO)
1.
Suele decirse que una lengua es un punto de vista, una forma de mirar el mundo, y que para distinguirla de las otras lenguas bastaría con describir la manera en que nombra, clasifica y ordena las cosas que hay en él, o la forma en que expresa los actos que en él ocurren. Lenguas tan próximas como el español y el francés miran de maneras muy distintas un simple dolor de cabeza. En español se dice normalmente: “Me duele la cabeza”, donde el sujeto es la cabeza, que ejerce sobre mí el acto de doler (la cabeza duele… a mí); en francés, en cambio, lo normal es decir: “J’ai mal à la tête”, donde el sujeto de la acción soy yo (yo tengo un dolor en la cabeza)… La diferencia es radical: mientras que en francés yo tengo el dolor, en español es más bien el dolor quien me tiene a mí. Curiosamente, en este caso el francés está más lejos del español que del inglés, lengua en que uno diría “I have a headache”, donde el sujeto sigo siendo yo, pero la cabeza ya no es el lugar donde ese dolor ocurre sino que califica el tipo de dolor que tengo (tengo un dolor “cabezal”). Estas diferencias se presentan aun dentro de una misma lengua, aunque no de forma radical, y a menudo actúan sobre algo más profundo que el mero vocabulario. Pueden, por ejemplo, afectar el uso de los tiempos verbales. Un español al que le preguntáramos “¿Has comido?” entendería que nos referimos a la última comida que debió haber hecho, y respondería: “Sí, ya he comido”. Pero, ante la misma pregunta, un mexicano se sentiría algo desconcertado, pues él tendería a interpretar que la pregunta se refiere a todas las comidas de su vida, y seguramente respondería: “¡Claro, he comido miles de veces!”. Para él, la pregunta por el pasado inmediato tendría que haberse expresado en pretérito (“¿Ya comiste?”), cosa que le parecería muy extraña al español. El antepresente es, para el europeo, pasado perfecto (la acción está acabada); para el americano, pretérito imperfecto (la acción continúa indefinidamente).
Es cierto, pues, que la lengua es un punto de vista, como se dice a menudo. Lo que en cambio no suele decirse —o no lo suficiente— es que ese punto de vista no es una invención exclusiva de la lengua, ni es neutro; que la lengua con que miramos está permeada por nuestra historia, nuestra cultura, nuestra valoración del mundo… Miramos desde nuestra cultura y en lo mirado vemos, además de lo mirado, un reflejo de nuestra cultura… La lengua es parte muy principal en la constitución de una cultura, pero al mismo tiempo es recipiente de esa misma cultura. Como la cabeza de nuestro ejemplo, es sujeto y es objeto, según se mire.
Las lenguas se empapan de la experiencia histórica de sus hablantes y en su uso cotidiano expresan el valor que para ellos tienen esas experiencias. Así, por ejemplo, aunque en sentido estricto la expresión “guerra de independencia” no alude a ninguna guerra en particular, ningún español dejará de escuchar un retintín: “guerra de independencia… contra los franceses”; un hispanoamericano, en cambio, escuchará: “contra los españoles”. Estas “resonancias” acompañan a las palabras como los sonidos armónicos acompañan a las notas musicales, dándoles su color característico. A veces lo hacen de manera tan intensa y profunda que la coloratura puede servir de emblema a una identidad nacional, como en este caso. Pero, así como los armónicos no son la nota a la que acompañan, así tampoco las resonancias son el significado léxico de la palabra en que resuenan. Por eso los diccionarios no suelen dar cuenta de ellas, al menos no de forma explícita. Pero uno no lee un diccionario mexicano o un diccionario argentino sin escuchar de algún modo (aunque sea inconscientemente) el retintín de la cultura que lo sustenta. Bien mirada, la diferencia entre estos dos diccionarios no sólo atañe a las peculiaridades del vocabulario de cada uno (a los préstamos de las lenguas indígenas en el español mexicano, digamos, o a la tendencia rioplatense a la metátesis de sílabas, o “vesre”) sino también a la historia de cada país en particular, lo que determina la formación de algunas palabras características, como las que derivan del nombre de algún personaje histórico: rosista o peronista, en Argentina; porfirista, zapatista o carrancista, en México.
Mexicanos y argentinos tienen historias diferentes, pero también maneras un poco distintas de ver las cosas. Podría alegarse, por ejemplo, que —a contrapelo de lo que dice el Diccionario Integral del Español de la Argentina (el DIEA)— para un argentino el celeste es un color bien aparte del azul, y no sólo una de sus tonalidades, como lo es sin duda para un mexicano, que sólo se refiere a él en la combinación azul celeste. ¿Y qué decir de esas resonancias cuando se convierten en francos sobreentendidos? Para nadie que no conociera el contexto (para nadie que no estuviera en el ajo) tendría sentido una frase como “La albiceleste doblegó a la tricolor”, y tendríamos que traducírsela: “La selección argentina de futbol soccer derrotó a la mexicana”… La cultura es pues la caja de resonancia donde vibran estos armónicos, pero hay que estar en el ajo para escucharlos… (A decir verdad, las resonancias pueden llegar muy lejos. Un día oí a un amigo mío decir: “Yo no puedo ver una libélula sin que en mi cerebro se dispare la siguiente configuración sináptica: ‘la libélula vaga de una vaga ilusión’”… Mi amigo no podía disociar el hecho natural —ver una libélula— del hecho cultural —recordar un verso de Rubén Darío.) En cualquier caso, los diccionarios están plagados de esta clase de resonancias, que los anclan a la cultura de la que forman parte. Aunque no suelen explicitarlas, las resonancias culturales están ahí y se hacen evidentes en la redacción de los artículos lexicográficos.
2.
Aparte de estas resonancias, que son de orden connotativo, existe en las distintas regiones culturales de cada lengua un vocabulario denotativo que les es característico. Como hemos dicho ya, en México se usan las palabras porfirismo, zapatismo y carrancismo, que remiten a los programas políticos y sociales propugnados respectivamente por Porfirio Díaz, Emiliano Zapata y Venustiano Carranza. De estos nombres se han derivado adjetivos y sustantivos, pero en algunos casos el uso de éstos se extiende más allá de las personas o cosas relacionadas con los movimientos políticos a los que se referían originalmente. Así, una casa porfirista no es aquella que sigue la doctrina política de Porfirio Díaz sino la que se apega al estilo arquitectónico dominante durante el régimen de éste (y, acaso para subrayar esta distinción, hay quien prefiere decir que la casa es porfiriana, no porfirista). Del mismo modo, el verbo carrancear no significa ‘andar entre los carrancistas’, ni ‘coquetear con el carrancismo’, sino francamente ‘robar’, pues los carrancistas —llamados también, despectivamente, carranclanes— tenían fama de ladrones.
Encontramos aquí un problema, pues estos nombres comunes derivan de nombres propios, pero los nombres propios no son objeto de la lexicografía y, en consecuencia, no tienen entrada en los diccionarios. Si alguien quiere saber algo sobre Porfirio Díaz o Emiliano Zapata, hará mejor en soltar el diccionario y tomar la enciclopedia, que se permite un lujo que los diccionarios tienen prohibido: el de resumir por escrito el conocimiento objetivo que se tiene sobre algo o alguien —por lo que pueden, como en este caso, redactar biografías. Los diccionarios no proceden igual: ellos no definen las cosas del mundo (sus objetos, diría un científico) sino el significado de las palabras. Esto plantea un problema para nosotros, pues los diccionarios no atribuyen ningún significado al nombre de una persona, lo cual no quiere decir, sin embargo, que sea absurdo preguntar qué significa el nombre de Emiliano Zapata, pues para la cultura mexicana es claro que Zapata encarna la lucha revolucionaria de los campesinos, los desposeídos, los pobres y, en este sentido, simboliza algo para la comunidad mexicana. En cuanto tal símbolo, el nombre no sólo designa al individuo que lo llevaba sino que apunta al sentido que en la historia de México tuvieron y tienen su vida y su obra. No es extraño, por eso, que las palabras derivadas de los nombres de los héroes o villanos de México sirvan para aludir a algo que la cultura mexicana atesora; es decir, a algo valioso; o, mejor dicho, significativo.
Pero ya hemos visto que, para entrar al diccionario, las cosas y los hechos deben convertirse en signos propiamente dichos; esto es, en palabras o locuciones comunes. No ya sólo en objetos de predicación, como los nombres propios, sino, además, en instrumentos de predicación, como los nombres comunes; no sólo en cosas de las que se habla sino, además, en cosas con las que se habla. Un poeta diría que los signos de los que se ocupa la enciclopedia sirven para observar, mientras que los que define el diccionario sirven para hacer. Y eso es, en efecto, lo que dijo Paul Claudel en su Arte poética:
la ciencia no se ocupa más que de las cosas visibles; su tarea es ir del efecto a la causa; domina lo que las cosas son, no lo que significan. La ciencia es un poder de comprobación, no de creación. La ciencia procura clasificar, sistematizar. Es muy distinto, empero, ver una cosa que hacerla. El dominio propio del arte es hacer. De algo que era solamente percibido por los sentidos, el hombre hace algo que la razón puede comprender y la sensibilidad saborear; de algo material, hace algo espiritual.
No es esto, por cierto, lo que vemos en la enciclopedia, pues la enciclopedia no toma realmente las palabras en cuanto signos léxicos sino en cuanto etiquetas que le sirven para localizar el tema de sus entradas y articular el discurso del saber que en ella misma se expresa. Dicho de otro modo, la enciclopedia aprovecha el orden alfabético para disponer sus entradas como lo hace el diccionario, pero redacta sus artículos de acuerdo con las necesidades lógicas del discurso científico, no según las que le dictarían las propiedades lingüísticas del vocablo (su origen, su evolución histórica, sus semas, acepciones, derivaciones, etc.). Como a la enciclopedia le interesa decir qué son las cosas, y no qué significan las palabras, deja para el diccionario las consideraciones lingüísticas. De esta manera, el discurso enciclopédico se presenta como una serie de artículos independientes de cada lengua particular, pues da por hecho que cada cosa es una y la misma para la realidad objetiva. Para ella, una lechuza es una lechuza, aquí y en China, y no le incumbe realmente que en algunos sitios exista la creencia de que augura la muerte. De este modo, las definiciones objetivas de la enciclopedia pueden usarse para contrastar con ellas todas las que se hagan en lenguas particulares, de suerte que la enciclopedia se convierte en una especie de rasero con el cual medir y sancionar las diferencias que cad...
Índice
- PORTADA
- PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
- ÍNDICE
- ADVERTENCIA
- PRIMERA PARTE
- HABLAR, RIMAR, ESCRIBIR
- PAZ, BORGES Y LA TRADUCCIÓN
- TRADUCCIÓN Y CULTURA. (El oro de los tigres)
- EL TRADUCTOR ¿ES CREADOR?
- TRADUCIR VERSOS
- VERSIONES DE UN POEMA DEL ANTIGUO EGIPTO. (O de cómo y por qué los poetas traducen de lenguas que no conocen)
- VERSIÓN OCCIDENTAL DE MOON CHUNG-HEE
- MÁS SOBRE UN POEMA DE SAFO. (Otro ejercicio de traducción al alimón)
- SELMA ANCIRA: DETRÁS DE LAS PALABRAS
- SERGIO PITOL: UNA APARICIÓN
- YO, TRADUCTOR
- SEGUNDA PARTE
- ¿DE QUIÉN ES EL ESPAÑOL? (Respuesta a una encuesta)
- SOBRE ALGUNAS POLÍTICAS LINGÜÍSTICAS
- NOTAS SOBRE LA LENGUA Y EL DICCIONARIO
- LOS ESCRITORES Y EL DICCIONARIO (A propósito de los diccionarios monolingües de las lenguas indígenas de Chiapas)
- EL DICCIONARIO, ESE JUGUETE
- CIENCIA, LENGUAJE, CULTURA. (A través del diccionario y la enciclopedia)
- DICCIONARIO Y CULTURA. (Por ejemplo en el Diccionario del español de México)
- UNA SEÑORA CADA VEZ MÁS RECOLETA. (La tercera edición del Diccionario del uso del español)
- OTRA MANERA DE COMPONER EL MUNDO. (El orden en el Diccionario del español actual)
- ABECEDARIO Y ALFABETO. (O erre con erre… ¿cigarrrro?)
- NOTICIA BIBLIOGRÁFICA
- SOBRE EL AUTOR
- COLOFÓN
- CONTRAPORTADA