Formaciones de lo contemporáneo
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Formaciones de lo contemporáneo

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Formaciones de lo contemporáneo

Descripción del libro

Esta obra completa un quinteto sobre antropología histórica escrito por Saurabh Dube. El libro combina la narrativa y la teoría, la investigación de archivo (incluidos los repositorios visuales y digitales) y el trabajo de campo (incorporados los terrenos virtuales y las redes sociales). De esta manera, los capítulos del libro abordan cuestiones de aldeas indígenas y evangelismo colonial, de crimen y criminalidad, de legalidad e ilegalidad, de arte modernista y sujetos modernos, así como de historiografía y etnografía. En conjunto, desentrañan extensas críticas y lúdicas disposiciones para la lectura y la escritura, el aprendizaje y el olvido de lo aprendido, el objeto y el sujeto, la investigación y la metodología.

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9786076282748
Categoría
Historia
1. Prólogo
cuestiones de contingencia
Hace quince años presenté Sujetos subalternos, el primer paso hacia un quinteto de libros sobre antropología histórica en lengua española que culmina con este trabajo. En aquel primer volumen enfaticé que a menudo la contingencia crítica caracteriza los principios, los intermedios y los finales de los esfuerzos académicos.1 Entonces relaté que el accidente de haber sido hijo de antropólogos, combinado con mi total involucramiento con formas innovadoras de historiografía, especialmente la de Estudios Subalternos, condujo a mi primer proyecto importante de antropología histórica.2 Más aún, sucedió que mientras trabajaba en el archivo y en el campo, otros descubrimientos y encuentros accidentales dieron lugar a mis estudios sobre enredos evangélicos y un cristianismo vernáculo así como sobre ley del Estado y legalidades/ilegalidades populares. Finalmente, dos reuniones inesperadas, una con un artista y otra con un amigo de la preparatoria, han orientado mi investigación hacia el arte dalit expresionista y hacia una antropología histórica de la India contemporánea sobre la que trato en el epílogo de este libro.
Sin embargo, lo que quiero argumentar es que la contingencia y sus consideraciones se extienden más allá de meros descubrimientos de temas y tropos de investigación académica. De hecho, es necesario entender la contingencia crítica como algo dotado de mayores implicaciones. Por una parte, a menudo subyace en la constitución misma del archivo y del campo como parte de la elaboración de esfuerzos académicos; por otra, la contingencia crítica, concebida de forma apropiada, acertada e imaginativamente abierta, puede caracterizar con exactitud las formas en las que cuestionamos e interpretamos conceptos, hacemos y deshacemos metodologías, repensamos y rehacemos teorías, discutimos y elaboramos narrativas. En breve, lo que está en juego podría ser el alma y la sustancia de la escritura y la lectura. Con este ánimo, entonces, ofrezco tres viñetas, que ayudarán a entretejer y a la vez desenredar los capítulos de este libro.
primera viñeta
Hace seis años me propuse escribir un ensayo acerca de dos aldeas que constituyeron sitios destacados para los esfuerzos de proselitismo de misioneros euro-estadounidenses en la India central colonial. La primera de estas aldeas fue Bisrampur, establecida a finales de la década de 1860 por Oscar Lohr, de la Sociedad Misionera Evangélica Alemana, y la segunda fue Balodgahan, que la Misión Menonita Americana compró en 1906. Al yuxtaponer los procesos que se centran en estos sitios buscaba explorar el lugar y el papel de la aldea —como concepto y como entidad— en elaboraciones más amplias de los enredos evangélicos en la región de Chhattisgarh de la India central, especialmente en la sociología política de sus conversos y misioneros.
Aunque retomaba algo de trabajo de campo, la discusión estaba planeada de tal modo que se basara principalmente en materiales de archivo consis­tentes en extensas notas y numerosas fotocopias. Durante las visitas a archivos y después de ellas había organizado los materiales sobre las aldeas en dos carpetas que —me enor­gullece decirlo— eran formidablemente gruesas.3 Mientras me preparaba para escribir el artículo, al buscar esos materiales encontré la carpeta sobre Bisrampur con bastante facilidad, pero faltaba la referente a Balodgahan. Después de varias semanas y muchas búsquedas, la paciencia se convirtió en pánico. Revisé mis pilas de documentos una y otra vez, y nada más parecía estar perdido, salvo la carpeta de Balodgahan que había desaparecido.
¿Qué podía explicar el misterio de los materiales faltantes? Al reconstruir mis pasos volvía reiteradamente al mismo escenario. En la segunda mitad de los noventa, durante un viaje de trabajo de campo a Chhattisgarh había llevado algunos documentos de archivo que me ayudarían a seguir la pista de personajes clave y episodios importantes en el desentrañamien­to de los enredos evangélicos, para establecer una interacción del pasado y el presente. Los materiales de archivo incluidos en la carpeta sobre la aldea de Balodgahan contienen detalles sobre acuerdos referentes a la tenencia de la tierra y las propiedades en la aldea, así como notas sobre sus habitantes en los primeros años del siglo xx.
Durante mi estancia cerca de Balodgahan, algunas personas se enteraron de que yo tenía tales materiales y unos cuantos manifestaron interés en ellos. ¿Había sido extraída la carpeta de mi habitación, que con frecuencia permanecía abierta y a la cual se podía acceder fácilmente? ¿Se dio el caso, quizá, de que alguien que posiblemente tenía más derechos legítimos sobre ella la haya tomado? No estoy señalando a nadie; después de todo, por improbable que parezca, bien pude haber extraviado la carpeta, ya sea en el campo o en casa. Más bien sugiero que, aunque nadie la haya tomado de mi habitación a propósito, la atención y la curiosidad que despertaban los documentos de Balodgahan atestiguan, a su manera, la perdurable importancia del archivo histórico en la India contemporánea.
En otras palabras, los pasados vigentes de la aldea y su archivo resuenan en un presente que se desvanece. En consecuencia, habiendo advertido estas vidas posteriores (del archivo, de la aldea y de la aldea archivada) emprendí la escritura de un ensayo diferente del que originalmente había planeado y que de hecho era algo que podríamos llamar amalgama crítica y que mostraba un interés imaginativo gratificante.4 Sin embargo, no bastaría con detenerse aquí, pues esta historia también tiene otras moralejas que son pertinentes para este trabajo: repensar el archivo y el campo, lo empírico y las categorías.
En primer lugar, advertir las formas en las que los recursos, objetos y sujetos de investigación —en este caso, materiales de archivo (y de campo) para el estudio de las aldeas pero también las aldeas mismas, especialmente sus habitantes y aquellos que las estudian (y estudian en ellas)— se encuentran, pierden y recuperan, es reconocer la contingencia que caracteriza a las empresas académicas. En segundo lugar, enfrentarse a tales contingencias es abandonar las presunciones de una academia que, pese a ser profundamente normativa, se hace pasar por ciencia desinteresada que siempre sabe todo sobre sus principios y fines. Por el contrario, este reconocimiento implica examinar con prudencia la interpretación académica de objetos, sujetos e investigaciones sin excluir nuestros propios esfuerzos. En tercer y último lugar, de esto se deriva la importancia de aproximarse al archivo (y/o el campo) no como meros objetos de conocimiento sino como condiciones de saber, como revela el ejemplo de cómo mi pluma (y mi mente) se vieron forzadas por la pérdida contingente de los materiales sobre Balodgahan. Hay muchas formas de encontrar, perder y recuperar archivos y campos, teoría y narrativa, concepto y método, lectura y escritura.
segunda viñeta
No sorprende que los relatos de los pasados más remotos se originen en historias recientes. Hace algunos veranos, durante una época aburrida y polvorienta que pasé en la India central, era un joven optimista que acosaba desesperadamente la oficina local de archivos judiciales de la ciudad de Raipur. Buscaba documentos que detallasen la resolución de conflictos entre arrendatarios de castas bajas y arrendadores de castas altas de la región de Chhattisgarh en los últimos años del siglo xix. Era una idea ingenua y no podía ser de otro modo: tales registros habían sido destruidos por el gobierno colonial hacía casi cien años.
Cuando toda esperanza parecía perdida, conocí a Sattar. Sattar era un musulmán de Maharashtra que se había establecido en Raipur; trabajaba como empleado de bajo nivel en la oficina de archivos y era un borrachín. Para las once de la mañana ya estaba alegremente intoxicado; para la una de la tarde, razonablemente —y a veces no tanto— ebrio y tres horas después había perdido todo contacto con el mundo. Lo había visto antes, cuando entré por primera vez a la oficina de archivos, y después, cuando solicitaba en vano permiso para echar un vistazo a los incontables archivos amarillentos y grisáceos que yacían en interminables y tristes pilas, y finalmente, cuando mi ánimo decayó, completa, total e irrevocablemente (o así me lo parecía en ese momento). En cada ocasión Sattar, instalado estratégicamente en un rellano cercano, profería la misma sarta de sonidos sarcásticos, un suspiro al que seguía un silencio y después un lacónico lamento: “Aur ka karees?” (¿Qué otra cosa se puede hacer?).
En mi calidad de dedicado investigador, presté poca atención a ese hombre gracioso aunque triste, ese alcohólico anónimo. Todo esto cambiaría una calurosa tarde de viernes, cuando estaba parado cerca de la oficina de archivos esperando un autobús, un rickshaw, un tempo o cualquier cosa que me llevara lejos de los destrozados deseos que quedaban hechos pedacitos, esparcidos bajo mis pies y por dondequiera que mirara. Sattar se acercó, tambaleándose un poco, e inclinándose hacia mí me susurró de manera confidencial: “Hay archivos, archivos y archivos allá adentro, sobre asesinato, violación, homicidio”.5 El clímax de la escena terminó y Sattar se encogió ensimismado, suspiró, calló e inevitablemente exclamó: “Aur ka karees?”. Pero mi cacería había empezado. Las numerosas y complicadas negociaciones con el algo cínico Bade Babu —sumo sacerdote brahmán de la oficina de archivos— que me consiguió el acceso y luego el permiso para fotocopiar los archivos durante varios meses, son una historia dentro de esta historia, más apropiada para otra ocasión.
Sattar me condujo a una mina de oro para la investigación en antropología histórica: miles y miles de páginas de material sobre conflictos y litigios, a menudo acerca de mutilaciones y asesinatos entre miembros de familias y clanes, castas y comunidades, en el Chhattisgarh colonial de los primeros años del siglo xx. Normalmente, estos documentos se habrían destruido varias décadas atrás, pero los salvó la torpeza administrativa y ahora constituyen un inmenso archivo que espera a ser descubierto. Este archivo gira en torno a la interacción y compenetración de las concepciones “oficiales del Estado” con las aseveraciones “populares-comunitarias” sobre el crimen y la criminalidad, la legalidad y la propiedad, la autoridad y la moralidad, incluyendo construcciones de la persona que rivalizaban unas con otras. Lo que contienen los documentos del archivo son historias de aldeas: relatos de transgresiones y enemistades, de lazos familiares y vecinales, género y edad, autoridad y honor, casta y fronteras, y de brujería e infanticidio; son el registro de la compleja interacción e imbricación recíproca de normas cotidianas, deseos familiares y legalidades foráneas: las mutuas determinaciones de la ley imperial y la vida en las aldeas, la modernidad y la subalternidad en acción.
Según creo, Sattar se jubiló. O como suele decirse en Chhattisgarh: “Ab woh tire ho gaya hai” (Ya está cansado). Pero yo sigo trabajando con un regalo: el conocimiento de un secreto que me concedió Sattar. Por ello este capítulo está dedicado a Sattar, mi camarada y coconspirador. ¿Es esto un gesto teatral? ¿Mi dedicatoria es perversa? Tal vez. Pero tengo la certeza de cuáles habrían sido sus palabras: “Aur ka karees?”.
tercera viñeta
Sin embargo, no fue sino hasta después de otro encuentro críticamente contingente cuando pude articular adecuadamente la extraordinaria revelación de Sattar sobre las historias cotidianas. Hace unos veinticinco años, en un templado día de invierno, estaba discutiendo la prevalencia y los hábitos de las brujas con un pequeño grupo de satnamis —una comunidad/secta/casta herética dalit— en una aldea cercana a la ciudad de Bilaspur en Chhattisgarh; se corrió la voz y pronto éramos alrededor de veinte personas en un patio abarrotado. Era un intercambio apasionado y estimulante. Los asuntos que se estaban discutiendo iban desde las razones por las cuales las tonhis (brujas) tienen una tez cenicienta, pasando por su propensión a tomar la sangre de los bebés (mediante un lazo o tubo que podía viajar por millas hasta pegarse al ombligo de un recién nacido), hasta su sexualidad aparentemente mórbida. Se contaron muchas historias, cuentos escalofriantes de miedo y aprensión.
También se expresó alivio y compasión ante la historia de cómo mi madre, hacía muchos, muchos años, había escapado a los ardides de la brujería. Una vez, cuando todavía era una bebé indefensa de apenas un par de días de nacida, estaba acostada en su cuna cuando unas cuerdas negras fueron atadas firmemente alrededor de sus muñecas y tobillos, evidentemente por una tonhi. Pero justo en el momento en que las pequeñas manos y piernas de mi madre empezaban a ponerse azules, mi cuidadosa abuela cortó las cuerdas y la liberó de las garras del mal. El tío paterno de mi madre, que en aquella época vivía con mi abuela y sus hijos, era en ese momento un juez importante. Así, la historia también tenía una moraleja m...

Índice

  1. Índice
  2. 1. Prólogo
  3. 2. Asuntos aldeanos
  4. 3. Cuestiones criminales
  5. 4. Legalidades e ilegalidades
  6. 5. ¿Conoces tu historia?
  7. 6. Modelos del pasado
  8. 7. Religiones dalit
  9. 8. Una formación dalit
  10. 9. Cuestiones de modernismo
  11. 10. Epílogo
  12. Bibliografía