Soy consciente de que, si en el transcurso de esta tarde he de presentar y comentar las fotografías que en su mayoría tomé yo mismo durante un viaje que realicé hace veintisiete años, tal empresa requiere una explicación. Sin embargo, dado que no he podido refrescar y repasar adecuadamente los viejos recuerdos durante las pocas semanas disponibles, mis posibilidades de poderles brindar una introducción realmente sólida acerca de la psique de los indios es ciertamente limitada.
A lo dicho se suma que durante aquel viaje no me fue posible profundizar en mis impresiones, porque entonces aún no dominaba la lengua de los indios. He aquí la razón por la que resulta tan difícil realizar trabajos sobre los pueblo:1 estos hablan, por lo cerca que viven unos de los otros, tantas y tan diferentes lenguas, que hasta los investigadores norteamericanos tienen grandes dificultades para aprender una sola de ellas.
Además, dado que este viaje estuvo limitado a unas cuantas semanas, no se dieron las condiciones adecuadas para reunir impresiones realmente profundas. Teniendo en cuenta, además, que estas se han difuminado ligeramente, no puedo prometerles más que el relato de mis propios pensamientos sobre estos recuerdos lejanos, con la esperanza de que el carácter inmediato de las fotografías les permita obtener, por encima de lo que les pueda contar con palabras, una impresión, tanto de este mundo cuya cultura está desapareciendo, como de un problema crucial en la historiografía de la civilización: ¿en qué aspectos podemos reconocer las características esenciales de la humanidad primitiva y pagana?
Los indios pueblo reciben este nombre porque habitan en pueblos, a diferencia de las demás tribus de Nuevo México y de Arizona, nómadas y cazadoras en su mayoría, que pocas décadas atrás solían llevar adelante su vida belicosa en el mismo territorio en el que hoy moran los pueblo.
Lo que me interesaba como historiador cultural era que, en medio de un país que había hecho de la cultura técnica una admirable arma de precisión al servicio del intelectual, pudiera conservarse el enclave de una clase humana, primitiva y pagana, que –si bien con el sensato motivo de luchar por su supervivencia– continúa ejerciendo con inconmovible firmeza sus prácticas mágicas con fines agrícolas y en la caza, costumbres que nosotros solemos juzgar como síntoma de una humanidad muy atrasada. Sin embargo, aquí la llamada superstición va de la mano de las actividades cotidianas. Consiste en la adoración de fenómenos naturales, animales y plantas, a los que los indios atribuyen una vida anímica propia, en la que creen poder influir mediante sus danzas con máscaras.
A nosotros esta combinación de magia fantástica y sensata funcionalidad nos parece un síntoma de escisión; para el indio, sin embargo, esto no resulta para nada esquizofrénico, sino todo lo contrario: es la experiencia liberadora de poder establecer una relación sin límites entre el ser humano y el mundo circundante.
No obstante, un análisis psico-religioso de los pueblo requiere el mayor cuidado científico, puesto que el material disponible se encuentra contaminado por efecto de una doble estratificación. A partir del siglo XVI, el núcleo americano original fue cubierto por una capa de educación eclesial hispano-católica, que a su vez fue interrumpida violentamente a finales del siglo XVII y que, aunque más tarde resurgió parcialmente, nunca más logró reincorporarse oficialmente en los poblados de los moki. Por encima de estas dos capas, se extiende un tercer manto, constituido por la influencia norteamericana.
Sin embargo, un estudio más detallado de la religiosidad pagana de los pueblo permite reconocer, al menos en la escasez de agua del país, un factor objetivo y autóctono que resulta crucial para el nacimiento de la religión indígena. Porque, antes de que llegase el ferrocarril a estos poblados, la escasez y el anhelo de agua condujeron al surgimiento de aquellas prácticas mágicas que aparecen en todas las culturas pretecnológicas para dominar las inhóspitas fuerzas de la naturaleza. La falta de agua enseña a rezar y practicar hechicerías.
La ornamentación de la alfarería nos revela con mayor claridad la problemática del simbolismo religioso. Un dibujo que un indio me entregó personalmente, demuestra que, hasta aquellos elementos que aparentemente parecen servir de adorno, efectivamente, pueden ser analizados desde el punto de vista simbólico y cosmológico. El dibujo muestra, junto a un elemento básico en la cosmología indígena –el universo concebido en forma de casa– una figura irracional con rasgos animales que representa a un enigmático y temido demonio: la serpiente [fig. 1].
Pero la forma extrema del culto animista de los indios, es decir, de la animación espiritual de la naturaleza, es la danza de las máscaras, que se manifiesta como mera danza de animales, como danza de culto a los árboles y, finalmente, como danza con serpientes vivas.
Un vistazo a algunos fenómenos análogos del paganismo europeo nos conducirá, en última instancia, a la siguiente cuestión: ¿en qué medida puede servirnos el estudio de la concepción pagana del mundo, tal como persiste hasta el día de hoy entre los indios pueblo, como parámetro de la evolución humana que transcurre del paganismo primitivo a la modernidad, pasando por el paganismo de la Antigüedad clásica?
En su totalidad, el territorio elegido como morada por los habitantes prehistóricos e históricos de esta zona está escasamente provisto por la naturaleza. Aparte del angosto valle en el noreste, por el cual fluye el Río Grande del Norte hasta desembocar en el Golfo de México, nos encontramos en general con una región de extensas mesetas compuestas por estratos horizontales (terciarios y cretácicos), que a veces forman plataformas más altas, con márgenes escarpados y superficies llanas (por lo que reciben el nombre de «mesas»), y en otras partes son interrumpidas por las corrientes de agua, […] forman barrancos y cañones con profundidades que rebasan los mil pies, cuyas peñas superiores son casi verticales, como si hubieran sido cortadas con una sierra.
Durante la mayor parte del año, no hay precipitaciones atmosféricas en la meseta, por lo que la mayoría de los cañones están completamente desiertos; solo en la época del deshielo y en los cortos períodos de lluvia, los aturdidores torrentes de agua braman entre los barrancos desnudos.2
En esta zona del altiplano de las Montañas Rocosas, donde se unen los estados de Colorado, Utah, Nuevo México y Arizona, encontramos las ruinas de las moradas prehistóricas, junto con los pueblos en los que viven los indios actualmente.
En el noroeste de la meseta, en el estado de Colorado, se hallan los pueblos rupestres –hoy abandonados–, cuyas casas eran construidas en las hendiduras de las rocas. El grupo oriental comprende a cerca de dieciocho pueblos que son relativamente accesibles desde Santa Fe y Albuquerque. Los pueblos de los zuñi que son de especial importancia se sitúan más al suroeste, y se puede acceder a ellos desde Fort Winegate en una jornada. Los más inaccesibles –y por tanto los que conservan con mayor pureza sus antiguas características– son los pueblos de los moki (hopi), seis en total, que se elevan sobre tres crestas rocosas paralelas.
Situada en el centro, como un asentamiento mexicano, se encuentra en la llanura la capital de Nuevo México, Santa Fe, que, solo tras las encarnizadas batallas del siglo pasado, cayó bajo el dominio de los Estados Unidos. Desde aquí y desde Albuquerque puede llegarse sin mayor dificultad a la mayoría de los poblados orientales de los indios pueblo.
Cerca de Albuquerque se ubica el poblado de Laguna, que, aunque situado a menor altitud con respecto a los demás pueblos, sirve como un excelente ejemplo de los asentamientos de los indios pueblo. Mientras que el verdadero pueblo queda al otro lado de la línea ferroviaria Atchison-Topeka-Santa Fe, la colonia europea está ubicada junto a la estación de trenes en el llano inferior. Los pueblos indios están formados por casas de dos pisos a las cuales, a falta de una puerta en la planta baja, se accede por el techo mediante una escalera. Este tipo de edificación tenía en origen la función de mejorar la defensa ante los ataques enemigos. De esta manera, los indios pueblo han creado una vía intermedia entre la construcción de viviendas y la de fortalezas muy característica de su cultura, cuyo modelo probablemente se remonta a la prehistoria americana. Se trata de casas con terrazas, que suelen tener una segunda edificación en la azotea y, muchas veces, hasta un tercer conglomerado de aposentos cuadrangulares sobre el segundo piso.
En el interior de estas casas [fig. 2] cuelgan de las paredes pequeños muñecos que no son meros juguetes, sino que cumplen una función similar a la de las imágenes de los santos que suelen encontrarse en las casas de campo católicas. Estos muñecos, llamados kachinas, representan a los protagonistas de la danza de las máscaras que, siendo mediadores demoníacos entre el hombre y la naturaleza, forman parte de las ceremonias periódicas de la actividad agrícola, las cuales constituyen las manifestaciones más asombrosas y singulares de esta religión de campesinos y cazadores.
En la pared, en claro contraste con estos muñecos, cuelga una escoba de paja como evidencia de la creciente penetración de la cultura americana.
Sin embargo, el principal producto artesanal, que sirve para fines prácticos y religiosos simultáneamente, es la vasija de barro, en la cual se transporta el agua, tan necesaria y tan escasa [fig. 3].
La característica estilística de los dibujos que aparecen en las manufacturas de barro es que estos quedan esqueletizados de manera heráldica. Por ejemplo, desmiembran al pájaro separando sus partes básicas de tal forma que lo convierten en una abstracción heráldica que, al igual que los jeroglíficos, ya no requiere ser contemplada sino leída. He aquí un estado intermedio entre la imagen de la realidad y el signo, entre el reflejo realista y la escritura. Por la forma de representación ornamental de estos animales, se percibe inmediatamente cómo esta manera de ver y pensar puede conducir al surgimiento de una ideografía simbólica.
Cualquiera que haya leído las historias de los Leatherstocking Tales3 conoce el importante papel que juega el pájaro en la mitología de los indios. Además de ser venerado, al igual que los demás animales, como animal originario, es decir, como tótem, el pájaro es objeto de una particular adoración en el culto sepulcral. Parece que ya en la etapa prehistórica Sikyátki, un espíritu representado por un ave rapaz formaba parte del imaginario mítico de los indios. El pájaro es objeto de culto idolátrico en virtud de su plumaje. Como instrumento de mediación en sus oraciones, los indios utilizan unos pequeños bastones provistos de plumas, llam...