Conquista de lo inútil
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Conquista de lo inútil

  1. 336 páginas
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  4. Disponible en iOS y Android
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Conquista de lo inútil

Descripción del libro

Werner Herzog, cineasta genial y aventurero irredento, se fue a la selva amazónica a finales de los setenta, tardó un par de años en filmar Fitzcarraldo (el tiempo que le tomó subir un barco a una montaña) y dejó escrito este libro que, según él, es lo mejor que ha hecho. Un diario de rodaje que es un texto febril, alucinado, que puede leerse como un thriller repleto del lirismo y el delirio de la selva.

«Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí?una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la  stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado.»

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Información

Editorial
Blackie Books
Año
2022
ISBN de la versión impresa
9788418733932
ISBN del libro electrónico
9788419172051

Introducción

Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado.
San Francisco, 16 | 6 | 1979
Casa de Coppola en Broadway. Fuera, un viento muy fuerte sacude con violencia los arbustos de laurel. Los veleros en la bahía se inclinan por completo; las olas están afiladas, inquietas. Desde Alcatraz, el faro manda señales en pleno día. Ninguno de mis amigos está aquí. Cuesta acometer este trabajo, esta enorme carga de sueños. Sólo los libros dan algún consuelo.
Arriba, en una esquina de la casa, hay una pequeña torre destinada ingenuamente a la meditación. Es tan luminosa que sólo me atrevo a asomarme un minuto cada vez, luego siento el impulso de marcharme. He puesto la pequeña mesa contra la única pared, el resto son ventanas por las que entra una luz enloquecida, y en la pared he dibujado con regla y lápiz afilado una retícula de precisión matemática. Eso es todo lo que veo: el punto donde las líneas se cruzan. Trabajo en el guión con furia y urgencia. Queda poco más de una semana para mirar fija y desquiciadamente ese punto único.
El aire está fresco, casi frío. El viento golpea de tal forma contra los cristales que pierdo de vista el punto frente a mí y me doy la vuelta directamente hacia la luz, tan filosamente clara que me duelen los ojos. Los puntos diminutos que se mueven sobre el puente Golden Gate son coches. Tampoco la oficina de correos al pie de la colina sirve de refugio. De regreso, subiendo el camino empinado me alcanzan las hojas secas que vuelan con el viento. Es el final de la primavera, pero entre las hojas caídas hay amarillas y rojas. El viento las hace avanzar delante de mí por la colina de piedra, y cuando llego a la cima el puño del vacío se las ha llevado. Una vez más, y como un escalofrío, a pesar de mis intentos de defenderme, tengo la certeza de hallarme en la estrofa de un poema ajeno, y me sacude de tal forma que miro alrededor furtivamente para comprobar si alguien me ha visto. La colina se ha convertido en un enigmático monumento de cemento, y eso ha hecho que hasta ella se asuste de sí misma.
San Francisco, 17 | 6 | 79
El padre de Coppola me ha hecho escuchar una grabación de su ópera. Cuando la oye, adquiere una expresión más marcada, severa, inteligente, muy poco característica en él.
San Francisco, 18 | 6 | 79
Télex de Walter Saxer desde Iquitos. El asunto pinta bastante bien, sólo que en poco tiempo podría venirse todo abajo. Somos como trabajadores de rostro serio y confiado que construyeran un puente sobre un abismo, pero sin pilares. Hoy he tenido una larga conversación informal con el productor de Coppola, que entre un batido y una hamburguesa ha querido hacerme creer que se haría cargo del destino del proyecto. Le he dado las gracias. Me ha preguntado: sí, gracias, o no, gracias. Le he dicho: no, gracias. Coppola aún no se recupera del todo de la operación de hernia. En él se mezclan de forma singular el lamento quejumbroso, la necesidad de protección, el trabajo profesional y el sentimentalismo. La oficina del séptimo piso ha intentando febrilmente conseguir una cama de hospital para la sala de montaje y otra para transportar y colocar donde haga falta. A Coppola no le han gustado las almohadas; se ha pasado la tarde quejándose de las que afanosamente le traen y las ha rechazado todas.
Los Ángeles, 19-20 | 6 | 79
Piso de los ejecutivos de la 20th Century Fox. Resulta que todavía no hay contactos sustanciales entre los franceses de Gaumont y la Fox. Además, aquí se da por sentado que subiremos un barquito de plástico por una colina en algún estudio de cine, tal vez incluso en un jardín botánico que no esté muy lejos, por qué no San Diego, allí hay invernaderos con buenas plantas tropicales. He preguntado cuáles son entonces las malas plantas tropicales y he agregado que más bien se da por sentado que será un verdadero barco de vapor sobre una montaña de verdad, pero no por una cuestión de realismo sino por la característica estilización de las grandes óperas. A partir de ese momento, las palabras cordiales que hemos intercambiado se han cubierto de una fina capa de gélida escarcha.
Por la tarde he ido al cine donde Les Blank ha cocinado para el público de sus películas. Él usa el término «smellaround» para definir estas performances. Por primera vez he visto los tatuajes que tiene en el brazo, dos máscaras con cintas: la muerte que ríe y la muerte que llora. No he podido ver la última película hasta el final porque mi avión partía a medianoche, un asunto tortuoso, con paradas en Phoenix, Tucson, San Antonio, Houston, Miami; las azafatas, que han tenido que atender a un pasajero insoportable en primera clase, llaman al vuelo «milk run», ‘viaje rutinario’.
Caracas, 21 | 6 | 79
Nadie ha venido a buscarme. Nada más llegar me han confiscado el pasaporte porque no tenía visado, supuestamente me lo van a devolver a mi partida. Unos hombres con pinta de alemanes andaban expectantes por ahí y miraban fijamente a los recién llegados, pero no me he animado a hablarles.
Caracas, 22 | 6 | 79
Caracas, Hotel Ávila. He dormido mucho, al levantarme me he sentido un poco confundido. Debo de haber tenido unos sueños espantosos durante la noche, pero ya no me acuerdo. No hay agua, la verdad es que quería quedarme un buen rato bajo la ducha. Llevo el dinero de Janoud conmigo, tengo la sensación de que en el hotel lo robarán.
El encuentro con cineastas antes del mediodía ha sido animado. He visto una película mala y he puesto la mente casi en blanco. Caracas está como desquiciada por el crecimiento. Unos mosquitos malignos y diminutos me pican en los pies. Por la mañana ha llovido mucho, las montañas cubiertas de vegetación estaban hundidas en nubes neblinosas. Eso me ha hecho bien. Aquí no se puede confiar en los taxistas. No he comido nada en todo el día. En la exposición ponen ahora Signos de vida. Los guardias de la entrada se aburren. En los árboles un piar melancólico; he pensado que eran pájaros, pájaros nocturnos, pero no, son pequeñas ranas arbóreas, me dicen.
Un joven caraqueño que quiere hacer una película sobre el poeta demente Rafael Ávila, apodado «Titán», me ha hablado de él y me ha dado algunos de sus poemas. Titán vivía en un pueblo cerca de Maracaibo, cantaba en bares y se volvió loco. En el cementerio hay un busto de él en escayola, con un gran bigote, rostro desfigurado y cabellos enmarañados. Alguien ha pintado de colores la barba y el pelo. En la lápida se lee:
Las vanidades del mundo, las grandezas del imperio
se encierran en el profundo silencio del cementerio.
Caracas, 24 | 6 | 79
Cinco horas en el aeropuerto, rodeado de pasajeros histéricos porque el vuelo a Lima ha sido suspendido sin aducir motivos; el próximo vuelo sale en cuatro días. Eso me ha dado tiempo para indagar por mi pasaporte. No estaba donde se suponía, y sólo lo han encontrado de nuevo por una cadena de casualidades. Cómo he conseguido subir al vuelo con overbooking de Aeroperú es un enigma para mí. A mi lado se ha sentado una señora peruana muy guapa, que ostentaba su pertenencia a la oligarquía económica del país. Me ha dicho que hacía mucho calor y, al cabo de un rato, que hacía mucho frío. Durante la escala en Bogotá me ha dicho, me lo ha gritado, que hacía mucho calor, y en el avión me ha dicho que en Lima hacía mucho frío en esta época del año, que me haría falta una chaqueta más abrigada, y me lo ha dicho no tanto con un sentimiento de camaradería en un avión sofocante, sucio y sobrecargado, sino que ha usado conmigo el tono con el que reprendería a su jardinero o sus empleados domésticos.
Lima, 25 | 6 | 79
País dormido, sobre el que la ira de Dios se ha enfriado. No querían darme el artículo de la revista Spiegel porque era demasiado infamante, y tampoco querían contarme lo que decía. Después íbamos al estadio. La parte del campo donde estaba nuestra portería (tribuna este) se elevaba unos diez metros por medio de un dispositivo hidráulico. Para hacer el calentamiento, el portero tenía unas colchonetas dispersas por el área, de modo que al menos podía saltar por aquí y por allá. Al comienzo del partido efectivamente bajaban la portería al nivel del resto del campo, pero la red quedaba tan estirada hacia atrás que parecía un túnel. El adversario, que posiblemente fuese la selección española, llevaba unas camisetas muy desconcertantes, pues junto con las nuestras producían una única, indistinguible confusión de colores. Después del primer pase errado, hecho de buena fe a un contrario que confundía con uno de mi propio equipo, corría hasta donde estaba el juez de línea y le pedía que interrumpiera el partido, después iba a buscar al árbitro, porque nuestro portero también se había liado y no distinguía quién era quién, y ni siquiera los españoles estaban ya contentos. Pero el árbitro se excusaba diciendo que no podía hacer nada, a lo que yo le gritaba que no tardaríamos más de 30 segundos en volver todos con equipamiento blanco. El tipo se mostraba terco hasta la estupidez, como alguien que ya se hubiera puesto de acuerdo con nuestro adversario. Yo sabía que la única forma de ganar el partido era hacer todo por mi cuenta, así ya no habría posibilidad de pasarle la pelota a un oponente indistinguible, es decir que debía regatear yo solo todo el campo, incluso a los jugadores de mi propio equipo, porque seguro que ellos también me confundirían con el adversario. Pero el tormento no acababa allí.
Lima, con Joe Koechlin en la nueva casa. Jardín de lotos, pérgola con flores, jardín de cactus. Su madre despintaba una vieja mecedora con un trozo de vidrio. Walter, Andreas, Janoud. Fotos. Patagonia terminó ayer, hace poco que también se han acabado los perros: todos.
Lima, 26 | 6 | 79
A Vargas Llosa le gustaría participar de alguna manera, pero hasta finales de septiembre tiene compromisos. Para entonces es probable que todo se haya venido abajo. Oro es el sudor del sol y plata son las lágrimas de la luna. De aquí en adelante sólo astillas. Uli y Gustavo en el aeropuerto, pero como fotos en blanco y negro. Toda la noche peleas sobre cómo debemos trabajar.
Iquitos, 28 | 6 | 79
Abatimiento por la mañana. ¿Marcharse? ¿Después de tantos meses de trabajo? Gripe leve con mocos constantes. El barco de Fitzcarraldo en la selva cerca de Puerto Maldonado. El mirador en Tres Cruces. Moldear la hélice. Historia con delfines. Los maestros en huelga se encerraron hace diez días en la iglesia y tocan las campanas. En el mercado he comido mono asado; parecía un niño desnudo.
Iquitos, 29 | 6 | 79
Cuando se dispara a un elefante, éste se mantiene diez días en pie antes de caer. Después de una suspensión de dos minutos en el banquillo volvía a la pista y un disco lanzado con fuerza desde una distancia corta me golpeaba en la cabeza. Veía una luz pulsátil y sentía que perdía el equilibrio. En la lancha hacia Belén había caimán asado. Mujeres que les sacan los piojos a los niños, niños que llevan cargas demasiado pesadas sobre la espalda, sujetadas con correas que se aguantan en la frente; pasan los botes, todo con movimientos retardados. Una gran pila de caparazones de tortuga, gallinas atadas por las patas se mueven en un perímetro que parece desierto. Por la noche arden los fogones en Belén. Pescados enormes en el mercado, zumos de fruta entre nubes de moscas, suciedad. Niños que juegan a las canicas entre los pilotes de los palafitos. Buitres que extienden las alas como Cristo en la Cruz y perseveran como estatuas en esa posición, presumiblemente para refrescarse o ahuyentar los ácaros. En tiempos primitivos se interpretaba esto como una posición de rezo y, gracias a los ácaros, el águila se convirtió en un animal heráldico. Cabezas de vaca desolladas y sangrantes sobre una carretilla. Las mujeres en cuclillas lavan la ropa en el agua marrón. En un bar había un tipo tirado en el suelo, borracho hasta la inconsciencia. A los quince años, la mayoría de las chicas de aquí ya tiene uno, dos hijos. Esta ciudad parece habitada sólo por niños. Hoy es festivo. Al atardecer, con la lancha río arriba por el Momón.
Iquitos, 30 | 6 | 79
Poco a poco se va organizando la casa en la ruta hacia el río Nanay. Una gallina está enferma; hoy le retorcerán el pescuezo si no mejora. El indio que trabaja de peón tiene instrucciones a este efecto. Discusión con los carpinteros, pero cada tono, cada gesto, transparente y mal actuado, delata que mienten. Ha habido una disputa acerca de la cuestión básica de que haya mujeres en la casa. Resultado: mujeres sí, pero no deben quedarse a vivir allí cuando el hombre se encuentre lejos durante un tiempo prolongado. No conviene que las novias que vienen del pueblo y tienen hogar sean mayoría permanente, ya que varios estamos casi siempre en la selva. Ayer en el río Momón un turista americano con pliegues de grasa blancuzca en la barriga remó con una falsa canoa de plástico hasta donde estaba yo y me dijo hola. En el albergue lo pondrán fuera de circulación al menos un par de días.
Por la tarde al cine, una película italiana de terror tan excepcionalmente mala que hasta la gente de aquí se ha dado cuenta. Invitados que llegaban a un castillo solitario y eran todos asesinados. Resulta que la condesa estaba loca y el conde le disparaba también a ella por besar al poeta rubio y vigoroso. También él moría enseguida. Al final quedaban sólo los perros que aullaban y que entretanto habían despedazado a un invitado que intentaba huir, pues el dueño del castillo se había pegado un tiro en su aposento, incapaz de tolerar la verdad.
Luego he ido a Belén a tomar una copa en uno de los bares. Jugadores de naipes, tan borrachos que jugaban a cámara lenta. Para orinar no abandonaban sus asientos, sólo giraban en su sitio y meaban contra los tabiques de madera del tugurio. Donde estábamos nosotros, un sitio tan pequeño como un puesto de periódicos, la mujer y el hijo ...

Índice

  1. Conquista de lo inútil
  2. Créditos
  3. Prólogo
  4. Introducción
  5. Epílogo
  6. Personas y lugares
  7. Notas