Por qué Patria Grande
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Por qué Patria Grande

Teoría y praxis de una política latinoamericana en tiempos de pandemia

  1. 191 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Por qué Patria Grande

Teoría y praxis de una política latinoamericana en tiempos de pandemia

Descripción del libro

"Miguel Ángel Barrios ha dedicado sus esfuerzos y su vida a la construcción de la Patria Grande. El título de este libro, Por qué Patria Grande: teoría y praxis de una política latinoamericana en tiempos de pandemia, revela el núcleo de su reflexión como historiador y geopolítico. Barrios ha buscado identificar las causas de los obstáculos, internos y externos, que se han opuesto a la construcción de la unión de América del Sur, precursora necesaria de la unión de América Latina.
La Patria Grande debe tener bases sólidas en la Argentina, un Estado-nación de origen español y mestizo, y en Brasil, de origen portugués y mestizo. Los estadistas y pensadores del pasado llaman a los del presente, en especial a Alberto Fernández y Luiz Inácio Lula da Silva, a tomar en sus brazos y en su corazón la tarea de superar todos los obstáculos y continuar, sin temor, la histórica misión de construir la Patria Grande" (Samuel Pinheiro Guimarães).

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Información

CAPÍTULO 1
Aproximaciones a una filosofía de la historia de la Patria Grande

Hacia una definición de “pueblo”

El neoliberalismo es una subetapa de la globalización que en verdad es un proceso histórico multidimensional que se inició en el siglo XV. Como decíamos, el neoliberalismo como subetapa de la globalización en los últimos diez años fue ideologizando la interpretación de la evolución del sistema-mundo en izquierda y derecha, o sistema o antisistema.
Hasta el propio Mercosur se encuentra ante la disyuntiva de decidir si es un bloque de libre comercio o un mercado común. Si se trata de un bloque de libre comercio, el Mercosur no tiene ninguna posibilidad de soberanía en el mundo de la pandemia y pospandemia.
Por eso creemos necesario rediscutir desde el punto de vista político-filosófico de qué se trata la Patria Grande y asumirla a partir de la dinámica histórica, entendiéndola como el espacio continental desde México a Tierra del Fuego que identificara en 1901 el socialista católico argentino Manuel Ugarte. Para ello comenzaremos por hablar del pueblo que, aunque parece lo más abstracto, es una realidad muy concreta.
¿Dónde estudiar al pueblo? ¿Dónde se estudia esta realidad?
El único lugar donde hay pueblos es la historia. Solo en la historia podemos verificar los elementos que tiene el pueblo. Por eso, buscar qué es el pueblo no es concretar una definición, sino más bien abrir cierta reflexión sobre la historia.
El concepto de pueblo adquiere y posee diferentes contenidos en los diversos países y en los distintos períodos de la historia, hasta en un mismo país. Porque el pueblo es una realidad eminentemente dinámica e histórica.
En general, nuestra formación, las historias que hemos estudiado, tienden a hacernos creer que los grandes personajes hicieron la historia cuando, en verdad, son los pueblos los que la hacen; ellos son los sujetos activos de la historia. En ese sentido, esta es el proceso de lucha, de esfuerzo de los pueblos por ser sujetos activos de su propia historia y copartícipes, como sujetos también, en la historia universal.
La historia universal sería el camino hacia la unidad de todos los pueblos, adonde cada uno quiere llegar con su personalidad cultural para aportarla en la integración universal. Y si, de alguna manera, la historia es una larga lucha de los pueblos para lograr estar integrados como tales en el concierto de las naciones –y esto es uno de los aspectos fundamentales de lo que llamamos liberación de los pueblos– es porque hay pueblos que intentan incorporar a otros a la historia como objetos, como instrumentos. Los pueblos luchan para ser sujetos, es decir, por ser libres. Esta idea fuerza nos conduce al problema de la capacidad de hacer historia.
El hombre hace la historia desde la razón. Pero si nos encerramos en una visión iluminista, se podrán sostener particularmente solo los pueblos de Occidente en su versión europea o norteamericana, que postulan que tienen historia únicamente los que poseen ciencia positiva racional. Por lo tanto, desde esta lógica, solo conducen la historia los avanzados científicamente, los “pueblos sujetos” frente a los “pueblos objetos”. Los otros, los “primitivos” ya que los primeros serían los “civilizados”, son los “pueblos objetos” incorporados a la historia por los “civilizados”. Y si los “pueblos objetos” no aceptan la interpretación histórica de estos “pueblos sujetos” por la razón, tendrán que aceptarla por la fuerza, que es lo que ha sucedido en la historia.
Desde el punto de vista cristiano, nuestra concepción es la del derecho natural: todos los pueblos poseen racionalidad.
El pueblo posee una honda vivencia de la realidad y esta honda vivencia es la que produce valores. La expresión de esta sabiduría, de esta conciencia directa, es más bien una toma de posición o una forma de praxis. Por ejemplo, solo el que ha sufrido la injusticia valora en profundidad la justicia. En esta praxis, concebimos los pueblos como movimientos históricos para ser libres. Porque en esencia los pueblos anhelan ser libres.
Por lo tanto, un pueblo puede no tener ciencia, pero tiene conciencia, que es un modo fundamental de llevar la historia. Esta conciencia es, básicamente, la cultura. En la experiencia de la vida es donde asume valores: tiene valores.
Teniendo en claro lo antedicho, afirmamos que el pueblo es un todo nacional. Pueblo somos todos. Todos los que tienen la capacidad de trabajar la tierra, de relacionarse y de sentir que hay que alejar la muerte y la soledad. Es decir, todos aquellos que se cultivan asociativamente. Somos todos; pero también son pueblos los sectores. Todo es el pueblo. Y primordialmente, los pobres.
Por su propia condición, el pobre busca la justicia, que es el fin de la historia, que es donde el pueblo es sujeto. Por eso, el pueblo es aquel que, por no tenerla, por su propia situación existencial, afirma que la sociedad se encamina hacia lo justo. Por aquí pasa, originaria aunque no exclusivamente, la historia.
Las élites, los líderes, los sectores medios y altos, también son pueblo, pero en la medida, diríamos, en que saben ser pobres, es decir, comprometiéndose con el destino de la Nación y de los sectores más populares de ese todo, que es el Pueblo.
Pueblo, también, es un todo temporal. No es solo la actual situación; es un proceso de tiempo que se condensa en el hoy, en el nosotros.
Entonces, el elemento determinante de la nación no es el hoy geográfico, ni el hoy histórico, sino la unidad de pueblo, cuyo factor específico es la cultura. Lo que une al pueblo en el tiempo y en el espacio es la cultura, que va continuamente elaborando, que es y que viene de la historia, que se vive y que se sigue transmitiendo a las generaciones futuras.
En ese sentido, un pueblo-nación es una comunidad de hombres reunidos sobre la base de la participación en una misma cultura, en un mismo estilo cultural.
El positivismo nos hizo creer que la cultura consiste en creaciones individuales, cuando en verdad es producto de toda una comunidad. Es un pueblo el que realiza valores. El ethos, el estilo cultural, es el que reúne el pueblo y lo constituye.
En el centro de esa conciencia cultural está la decisión política de ser: de defender los propios valores, de querer constituirse como pueblo y, por lo tanto, incorporarse a la cultura universal con su propia idiosincrasia, con su propio estilo, con su ethos cultural.
La conciencia histórica es el requisito ineludible para adquirir una conciencia nacional.
La soberanía solo se logra con una identidad cultural sólida y, en su dimensión más profunda, la espiritualidad cristiana o evangelización constituyente que forjó a la Patria Grande mestiza, católica y barroca.
Ahora abordaremos, a partir de lo dicho, al hombre en la historia.

El hombre en la historia

Abordaremos las ideas centrales de Carlos Galli (1996: 135) sobre una teología de la historia, ya que como católicos entendemos a la historia desde la teología. El punto de partida es la visión cristiana del tiempo, ya que la historia es el tiempo propio del hombre. El tiempo es la medida del movimiento de los seres que se realizan en instantes sucesivos.
La historia es el tiempo del hombre, la medida de su duración temporal, que lo cualifica como ser histórico. El ser humano es un ser compuesto situado en la frontera de dos mundos, que participa por su corporalidad de la sucesión y del tiempo, y que por espiritualidad es capaz de ir más allá del instante presente.
La historia surge de la capacidad humana de abarcar todo el tiempo desde el presente. Es fruto de la conjunción de la vida temporal propia del ser corporal y de la vida espiritual, propia del ser personal. Ella mide la actividad del hombre que da un sentido humano al mundo. Su objeto es la humanización y perfección de la naturaleza y del hombre mismo, lo que llamamos cultura, cuyo agente y término es el hombre.
Para la doctrina social de la Iglesia, los hechos históricos son signos de los tiempos porque en el lenguaje de la acción representan tendencias universales e interrogantes profundos del hombre.
Los seres humanos hacen la historia por la actividad temporal de su libertad. Una actividad es histórica en la medida en que es un movimiento colectivo del que muchos participan, activa o pasivamente. El sujeto más propio de la historia es el sujeto colectivo, las comunidades humanas, desde la familia a los pueblos. La historia es, entonces, el movimiento de las grandes colectividades humanas que configuran sus historias particulares y, en el límite, de la humanidad entera que se realiza en la historia universal.
Cuanta más repercusión pública tiene un sujeto o un hecho, más carácter histórico tiene.
La historia es acción de comunidades o de personas que por su trascendencia colectiva merecen el nombre de sujetos históricos. Sujetos de la historia son los pueblos y las personas en los pueblos. Estos, sujetos de su cultura y de sus historias nacionales, tienen mayor o menor gravitación en el curso de la historia mundial. Realizaciones parciales, diversas y complementarias del único género humano, ellos integran la comunidad internacional y son protagonistas de la historia universal.
En la historia conviven muchos sujetos, individuales y colectivos, de menor y de mayor magnitud, en la unidad de la naturaleza humana. La humanidad es una “unidad plural”, en la que se interpenetran muchos sujetos históricos.
La cuestión de si hay “una” historia universal o solo una superposición de “muchas” historias particulares es difícil. Desde el punto de vista táctico, la historia se va haciendo cada vez más universal, se va abriendo gradualmente a su universalidad.
La aceleración y la universalización llevan a una interdependencia mayor entre la historia nacional y la historia mundial.
Nuestro continente –es decir, la Patria Grande– ha gravitado en el proceso de universalización de la historia del mundo y de la Iglesia. La aparición de América en la historia hace descubrir, por primera vez, el mundo en su totalidad.
Solo desde el final se percibe el conjunto y solo desde el último continente ocupado se revela el curso de la historia.
La Patria Grande ha surgido con América, trae la novedad de una geografía divida en Viejo y Nuevo Mundo, que separa los espacios del globo y da a luz a la ecúmene mundial, la novedad de un nuevo evo que se distingue del antiguo por mediación del evo medio que divide las épocas de la historia universal y da origen a la modernidad.
América Latina está marcada por esta nueva conciencia universal por ser uno de los primeros pueblos nuevos surgidos de la expansión europea al comenzar la unificación del mundo en el espacio y en el tiempo que ahora ingresa a su etapa decisiva. En el alba de la modernidad expresó una primera ecúmene universal de pueblos en el horizonte cultural del catolicismo.
Una reflexión teológica sobre la universalidad de la historia debe distinguir diversos niveles. Paul Ricœur (1986: 99-114) diferencia el plano de la civilización universal, con los instrumentos científicos y técnicos que permiten la modernización y el desarrollo, cada vez más planetario, y el plano de las culturas particulares, con su acervo propio de valores y símbolos, con sus tradiciones, manifestación y lenguajes típicos. La lectura de los acontecimientos debe corresponderse con los dos planos: el del progreso que abarca el mundo instrumental, cuyos logros son acumulativos y van conformando una historia singular de la civilización, y el de la ambigüedad que afecta a las culturas como unidades de memoria y de proyectos, ubicados en el nivel de los fines, distinto y más profundo del anterior centrado en los medios.
A diferencia del plano del progreso, con su visión lineal, este plano de las civilizaciones particulares que nacen, crecen, pasan por crisis y pueden morir lleva a una visión cíclica de la historia. Si la historia es una en su progreso racional, es múltiple en su dramática cultural, pues abarca civilizaciones, períodos y corrientes distintas.
El creyente discierne un tercer plano, el del misterio de la historia, que supera el absurdo aparecer del devenir y unifica la historia universal desde su término escatológico, dándole su sentido último y fundando la esperanza.
Hoy se cruzan procesos opuestos de globalización y fragmentación, de unificación de la civilización y diversificación de las culturas, a punto tal que la conciliación de la unidad del mundo y de la diversidad de los mundos, del universalismo planetario y de las singularidades de las culturas parece ser el problema crucial de fin de siglo.
Un hombre que se acentúa porque la planetarización se expande desde el plano de los instrumentos del desarrollo (económicos, tecnológicos, comunicacionales, informáticos) hacia el nivel de las instituciones políticas y económicas (democracia, libre mercado, e incluso al de los valores como la libertad, participación) y los disvalores ético-culturales (secularismo, consumismo).

La problemática de la cultura

Una cultura es la expresión de una particularidad histórica. Su cultura le ofrece a cada individuo una forma de vida, por y en la que se configura su existencia personal y en cuyo contexto puede construirse su destino de manera colectiva. Por lo tanto, la ventaja de esta forma de vida es que le proporciona un arraigo, lo liga a un modo de entender y de ver el mundo.
Teniendo en cuenta la historia de América Latina es muy importante analizar cómo han entrado en contacto las culturas y como se han conducido, comunicado o incomunicado o han llegado a fuertes conflictos. Estos mecanismos se podrían agrupar en cuatro (Monserrat, 1986: 21), a saber:
  1. Aislacionismo-centrismo: el primer grupo enfrenta la tentación del centrismo cultural junto con la del aislacionismo cultural. Centrismo se enfrenta a aislacionismo. ¿Qué quiere decir centrismo y qué quiere decir aislacionismo? En el fondo, centrismo cultural se puede resumir en la vieja expresión que alinea a los civilizados versus los bárbaros. El civilizado, naturalmente siempre es uno; los bárbaros son los otros. Así, uno podría ir buscando en la historia universal, en la historia de las relaciones culturales, muchos ejemplos que consisten, básicamente, en considerar la propia cultura como central, o el paradigma a las que otras culturas deben adaptarse o asemejarse.
    Frente a esta tentación centrista aparece una tentación antagónica: la del aislacionismo cultural, de la cual también se pueden ver ejemplos interesantes. Es antagónica esta tentación porque muy frecuentemente, frente a quienes se consideran en el centro, hay otros que se aíslan en su propia cultura y no quieren saber nada de ningún contacto. Pongamos un ejemplo argentino: el de la generación del 80, un sector de la cultura argentina que se aísla de otra, que rechaza a la otra.
  2. Totalismo-particularismo: ¿qué quiere decir que la cultura tenga una tentación de totalitarismo? Que esa cultura se presente o sea percibida como un todo homogéneo. La cultura sería percibida como una totalidad uniforme y estática. Aquí también son los ejemplos numerosos en América Latina, que es percibida muchas veces por quienes no son latinoamericanos y algunas veces también por los que somos latinoamericanos como una realidad única, sin matices, sin distinciones.
    Frente a esta tentación totalista, o sea de creer que todo es igual dentro de un área cultural, surge la tentación del particularismo cultural, o sea, creer que una cultura posee ciertas características propias, casi mesiánicas. Habría ciertas culturas incluso que, según esta tentación, por sus características tendrían casi como una suerte de destino manifiesto en el sentido político: estarían llamadas a una misión específica.
  3. Incomunicabilidad-crecimiento lineal: ¿qué es esto de la tentación de la incomunicabilidad cultural? Muchas veces ha existido la idea de que la cultura son formas que no pueden comunicarse entre sí, que no pueden transmitirse entre sí sus contenidos; cada una de ellas es una cultura con formas ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Dedicatoria
  5. Prefacio, por Samuel Pinheiro Guimarães
  6. Capítulo 1. Aproximaciones a una filosofía de la historia de la Patria Grande
  7. Capítulo 2. La educación como transmisora de la cultura de la Patria Grande
  8. Capítulo 3. Geopolítica de la Patria Grande
  9. Capítulo 4. La vigencia del continentalismo y las tendencias globales
  10. Capítulo 5. Geopolítica de la pandemia y la pospandemia
  11. Referencias bibliográficas
  12. Créditos