13 Declarar la verdad de Dios
Nunca ha sido fácil proclamar el evangelio como la verdad de Dios para todos, a la que todos deben responder. Pero hablar de la verdad es particularmente difícil en el clima actual. Cualquier afirmación absoluta se ve como una expresión arrogante, intolerante y políticamente incorrecta, especialmente en Occidente; por eso, lo que nosotros decimos que son buenas, aquellos que dan forma a nuestra cultura lo reciben como malas noticias o noticias intolerantes. Y cuando algo es difícil, normalmente tenemos miedo no solo a hacerlo, sino a intentarlo.
Por eso necesitamos una perspectiva global. Uno de los grandes regalos que Dios nos ha hecho a Dick y a mí ha sido el privilegio de servir en todo el mundo. Hemos visto de primera mano la gran cantidad y variedad de desafíos a los que se enfrentan los cristianos. Hemos constatado que proclamar la verdad del evangelio y vivir lo que este enseña con integridad y amor es el mayor desafío para los cristianos de todo el mundo.
Algunos de nuestros hermanos y hermanas viven y proclaman su fe en países con regímenes dictatoriales o gobiernos represivos. Otros intentan explicar la singularidad de Cristo en culturas multirreligiosas como Malasia o la India. Los hay que predican el verdadero evangelio donde ha habido distorsiones peligrosas como, por ejemplo, el “evangelio de la prosperidad” o el “evangelio de la sanidad”, falsamente llamados “evangelio”. Nunca olvidaré las palabras de dos pastores nigerianos que han presenciado atrocidades indecibles contra los cristianos de su país. En un encuentro en EE. UU. en el que nosotros también participamos, dijeron: “Os lo rogamos: no diluyáis la fe por la que estamos muriendo en África”.
Los desafíos en Occidente son reales pero diferentes. Se nos anima a mirar hacia dentro y a seguir nuestros corazones cuando la palabra de Dios dice que miremos hacia arriba y sigamos sus mandamientos. Nuestras ideas sobre la libertad y la felicidad nos hacen rechazar cualquier cosa que podría sofocar nuestra libertad, especialmente el concepto de que Dios tiene autoridad legítima para decirnos quiénes somos y cómo debemos vivir. Vivimos en una época en la que se niega la posibilidad de una verdad absoluta: cualquier afirmación absoluta está bajo sospecha y la validez de la verdad del evangelio o se niega o se ignora. Sin embargo, el concepto de verdad es clave para la vida cristiana; es más, es la única forma de explicar la vida cristiana. Como escribió el misionero y obispo Stephen Neill: “La única razón para ser cristiano es la clara convicción de que la fe cristiana es verdad” (Call to Mission, p. 10).
A lo largo de este libro he compartido muchas conversaciones positivas que he tenido con personas escépticas, ¡pero no todas mis experiencias han sido positivas! Hace varios años, cuando volamos de regreso a casa después de hablar en un encuentro en la costa este de los EE. UU., empecé una conversación con la mujer que estaba sentada a mi lado. Me dijo que había estado en un congreso científico, así que le pregunté cuál era su especialidad y cómo se había interesado por la ciencia. Cuando llevábamos un buen rato charlando, me preguntó por el propósito de mi viaje. Cuando le dije que era conferenciante y había dado unas charlas en un congreso cristiano, frunció el ceño.
“Bueno, no creo nada de lo que el cristianismo dice. Es una religión ridícula, ¡como todas las religiones!”.
Su hostilidad era obvia, así que dije: “Me gusta mucho hablar con científicos como tú, porque creéis que la verdad importa, al igual que yo. Estoy segura de que rechazarías cualquier cosa que no esté apoyada en la evidencia, y yo estoy totalmente de acuerdo con eso”.
“Exacto. ¡Y no hay ningún tipo de evidencia que respalde el cristianismo!”, dijo con agresividad.
Le dije: “Me interesaría saber qué te convenció de que no hay evidencias que respalden la fe cristiana, porque yo era agnóstica y creía que no había evidencias racionales, hasta que empecé a investigar”.
“Mira”, me dijo. “¡Soy atea y no necesito investigar algo tan infantil como el cristianismo! ¡Es evidente que nunca has leído a académicos como Richard Dawkins, o no podrías creer esa mentira!”.
“En realidad, sí que he leído a Dawkins e incluso lo he visto en un debate. ¿Te interesaría hablar de sus objeciones contra la fe?”.
No, no le interesaba.
Intenté seguir la conversación un par de veces más, pero solo sirvió para irritarla y enfadarla más. Finalmente, para salvar lo que se había convertido en una conversación desastrosa, cambié de tema. Pero ya era demasiado tarde. Dijo en voz tan alta que la mayoría de los pasajeros la debieron oír: “¡Quién me iba a decir que me iba a tocar al lado de esta… cristiana!”.
Yo sabía que Dick había estado orando por nuestra conversación, así que al bajar del avión le pregunté dónde me había equivocado. Me dijo: “Cariño, me sabe fatal por ti, porque subimos al avión llenos de gozo. Pero a medida que vuestra conversación avanzaba, me di cuenta de que no solo estaba completamente cerrada, sino que parecía estar amargada. Tú has sido amable, la escuchabas, y no le sermoneaste. ¡En realidad, ella te sermoneó a ti! Pero tendrías que haber dejado de hacer preguntas. Tendrías que haber aceptado que, al menos por ahora, estaba completamente cerrada a cualquier tipo de conversación espiritual”. Dick tenía razón.
Si compartes la verdad, a veces te encontrarás con personas como ella. Y, si eres como yo, tendrás que aprender cuándo dejar de empujar. Sin embargo, al mismo tiempo, no debemos correr en la dirección opuesta. No hemos de dar por sentado que en un mundo posverdad todos reaccionarán agresivamente ante la verdad ni concluir que no tiene sentido compartirla porque nadie querrá escuchar. Cuando nuestro acercamiento es adecuado, muchas personas están abiertas a tener una conversación espiritual; aunque cuando no lo están, tenemos que saber cuándo parar.
¿Cómo podemos tener buenas conversaciones sobre Jesús en un mundo donde algunos están cerrados y otros están sedientos, y es imposible distinguir a unos de otros hasta que empecemos a hablar?
Llegar a las personas espiritualmente cerradas
El apóstol Pablo se enfrentó a una Europa precristiana que era pagana, relativista y pluralista, como la cultura en la que vivimos ahora. Nosotros muchas veces pensamos que nuestra cultura es la más difícil para el cristianismo, así que asumimos que la Biblia no tiene mucho que decir en cuanto a ser testigos hoy porque en aquel entonces era más fácil. Pero nuestra cultura occidental poscristiana se parece más a lo que Pablo experimentó en su sociedad precristiana que a la era de la “Cristiandad” —por ejemplo, a la era victoriana en el Reino Unido o a la época de la Revolución en Norteamérica—.
Pablo conocía la diferencia entre proclamar la verdad a aquellos que crecieron con una cosmovisión bíblica y a aquellos que no. Por ejemplo, cuando defendió el evangelio ante los tesalonicenses judíos, despertó su interés a través de la lógica y argumentos racionales sacados del propio Antiguo Testamento (Hechos 17:1-8). Sin embargo, en la pagana Atenas su acercamiento fue diferente. Pablo citó a los poetas paganos para captar su atención: “Como algunos de vuestros propios poetas han dicho: ‘De él somos descendientes’” (Hechos 17:28).
Tenemos que aprender a hacer lo mismo. A menudo nos acercamos a aquellos que no tienen un trasfondo cristiano e intentamos hablar con ellos con argumentos que funcionan solo con quienes están familiarizados con la Biblia. Y luego nos preguntamos por qué la gente raramente responde entendiendo lo que hemos dicho o con interés.
También tenemos que seguir aprendiendo de Jesús. Ya lo hemos visto antes, pero necesitamos escucharle una y otra vez. Jesús normalmente hacía preguntas en lugar de dar respuestas y contaba historias en lugar de predicar sermones. De ese modo, sorprendía a las personas escépticas y las obligaba a replantearse y a reevaluar su posición. Por ejemplo, cuando un “experto en la ley” habló con Jesús para “ponerlo a prueba” —para poner a prueba la ortodoxia de Jesús y mostrar que él entendía las Escrituras mejor que Jesús— Jesús no le “predicó el evangelio” (Lucas 10:25-37). Primero, Jesús hizo lo que siempre hacía: planteó preguntas. Luego contó una historia, la famosa parábola del Buen Samaritano. Y de ese modo, sin hacer uso de pala...