Sanshiro
eBook - ePub

Sanshiro

  1. 340 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Considerada la novela puente entre las dos obras maestras de Natsume Soseki, Kokoro y Botchan (Premi Llibreter 2008), Sanshiro es una deliciosa sátira que derrocha ternura y humor a la japonesa. Sanshiro es un muchacho de pueblo que se muda a la cosmopolita Universidad de Tokio para estudiar Literatura. Durante el año que permanece en la ciudad se verá obligado a confraternizar con los esnobs tokiotas, además de con temibles muchachas occidentalizadas, afamados escritores, abnegados científicos y, sobre todo, con su mejor amigo, Yojiro, un adorable granuja, una auténtica comadreja que constantemente meterá a su tímido colega en líos. Por si fuera poco, Sanshiro acabará enamorándose locamente de una muchacha con ínfulas artísticas, y esa será su perdición.Con Sanshiro, Soseki vuelve a sorprendernos con una novela que trasciende épocas y continentes, y nos dibuja un irónico retrato de esa sociedad fronteriza que fue el Japón de la Era Meiji.

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Información

Año
2009
ISBN del libro electrónico
9788415130796
Edición
1
Categoría
Letteratura

Capítulo IV




Desde aquel día, Sanshiro empezó a notar el ánimo agitado. Los ponentes de sus clases parecían hablarle desde muy lejos. En los días malos incluso olvidaba anotar sus comentarios más esenciales, y en los peores momentos sentía que estaba escuchando con las orejas prestadas de un extraño. ¡Todo era tan estúpido…! Acudía a Yojiro en su desesperación. Qué aburridas eran las clases de estos días, le decía. La respuesta de Yojiro siempre era la misma:
—Las lecciones no tienen por que ser interesantes. Eres un chico de pueblo, así que has mantenido esa idea absurda todo este tiempo, esperando grandes cosas de los profesores. ¡Vaya estupidez! Las clases han sido así desde siempre, no tiene sentido decepcionarse ahora.
—No es exactamente así… —intentaba explicarse Sanshiro, pero en vano. Su desesperante lentitud de palabra contrastaba cómicamente con la labia de Yojiro.
Para cuando este diálogo se había repetido ya dos o tres veces, había pasado casi medio mes. Ahora fue Yojiro quien se encaró con él:
—Tienes una mirada rara últimamente. Es la cara de un hombre que está cansado de vivir… Una expresión como fin de siècle.
Por toda respuesta a esta crítica, Sanshiro volvió a contestar:
—No es exactamente así…
Las expresiones como fin de siècle no tenían para él ningún poder de fascinación; nunca había respirado suficientemente la atmósfera de lo artificial. Tampoco podía usar esas expresiones como juguetes, o por diversión, tan alejado como estaba de la afectación. Pero en cambio «cansado de vivir», ¡esa sí fue una frase que le encantó! Ahora que lo pensaba, a lo mejor se había estado sintiendo cansado desde antes de lo que él creía. Su diarrea podía no ser la única causa. Pero no llevaba un estilo de vida tan a la moda como para ser capaz de adoptar la expresión de profundo desencanto y hastío de rigor. Y de esta forma esta conversación terminó sin ir más allá.
Pronto el otoño estuvo en todo su apogeo, la estación en que el apetito se acelera y en la que un joven de veintitrés años no puede de ninguna manera estar cansado de la vida. Sanshiro salía a menudo. Daba muchos paseos alrededor del estanque de la universidad, pero eso no sirvió para mejorar su estado. Pasó por delante del hospital universitario también muy a menudo, pero solo se cruzó con seres humanos corrientes y molientes. Fue al sótano de Nonomiya para preguntarle por su hermana y se encontró con la noticia de que esta había abandonado ya el hospital. Pensó mencionar a la joven que había visto en la entrada, pero Nonomiya parecía estar ocupado y Sanshiro se contuvo. No había ninguna prisa; podía enterarse de todo lo referente a ella la próxima vez que visitara Okubo, así que se marchó del sótano en cuanto pudo. Inquieto, echó a andar por las calles. Tabata, Dokanyama, el cementerio de Somei, la cárcel de Sugamo, el templo Gokokuji… Sanshiro anduvo hasta el Yakushi en Arai. Desde allí, decidió desviarse por el camino de Okubo y así visitar a Nonomiya, que ya habría llegado a su casa, pero tomó una calle equivocada cerca del crematorio de Ochiai y acabó en Takata. En Mejiro tomó el tren para volver a casa. Por el camino, se comió casi todas las castañas que había comprado como regalo para Nonomiya, y de las pocas que quedaban daría buena cuenta Yojiro al día siguiente cuando fue a visitarlo.
Sanshiro se sentía inquieto, pero era la suya una inquietud leve y abstracta, y cuanto más la sentía más satisfecho estaba de ella. Se había concentrado demasiado en serio en sus estudios al principio, hasta el punto de que apenas podía oír bien las clases para tomar apuntes, pero ahora solo las escuchaba a medias; en realidad la diferencia, comprendió, no era mucha. Reflexionaba sobre todo tipo de cosas durante las lecciones. Ya no le preocupaba si se perdía de vez en cuando. Se dio cuenta de que los otros estudiantes hacían lo mismo, Yojiro incluido, así que acabó pensando que seguramente con eso bastaría.
En ocasiones, mientras dejaba vagar su pensamiento, le venía a la mente el episodio de la cinta. Eso le molestaba hasta fastidiarle el humor. En algunos momentos pensó en salir corriendo hacia Okubo, pero gracias a las asociaciones de su imaginación y a los estímulos del mundo exterior, ese sentimiento pronto se desvaneció. La mayor parte del tiempo se lo pasaba despreocupado. Soñaba. La visita a Okubo nunca llegó a producirse.
Una tarde que Sanshiro había salido a dar una vuelta por la ciudad como de costumbre, dobló a la izquierda en lo alto de Dangozaka y fue a desembocar a la amplia avenida de Sendagi Hayashi-cho. En aquellos días, el magnífico tiempo otoñal hacía que los cielos de Tokio parecieran tan profundos como los de la campiña. Solo pensar que uno estaba viviendo bajo semejante cielo era ya suficiente como para que la mente se le despejase. Salir a campo abierto hacía que todo fuera simplemente perfecto: los sentidos se relajaban y el espíritu se ensanchaba tanto como el mismo cielo. Por todo aquello, el cuerpo adquiría una nueva firmeza que no tenía nada que ver con el placentero y despreocupado relajo de la primavera. Mirando los setos a uno y otro lado de la calle, Sanshiro aspiró el perfume otoñal de Tokio por primera vez en su vida.
La exposición de muñecas de crisantemos se había inaugurado en Dangozaka hacía dos o tres días. Sanshiro se había fijado en unos cuantos carteles al doblar a la izquierda en lo alto de la pendiente, y ahora solo podía oír los gritos lejanos, el retumbar de los tambores y el tañido de las campanas. Los ritmos flotaban lentamente hacia lo alto de la colina y, cuando se habían dispersado ya completamente en el claro aire del otoño, se convertían al final en ondas casi imperceptibles. Los ecos empujados por estas ondas continuaron adentrándose en levísimas oleadas hasta los tímpanos de Sanshiro y allí se detuvieron. Todo lo que quedó del bullicio fue una sensación enormemente placentera.
Justo entonces dos hombres aparecieron por un lado de la calle y uno de ellos se dirigió a Sanshiro. Comprobó que uno de ellos era Yojiro.
Había cierto matiz de circunspección en la voz de su amigo aquel día, pero bueno, también podía ser porque tenía compañía. Cuando vio a la otra persona que caminaba con él, sus suposiciones quedaron confirmadas: efectivamente, se trataba del mismo hombre que bebía té en el Aokido, el profesor Hirota en persona. Sanshiro había tenido una extraña conexión con aquel hombre desde la primera vez que se vieron en el tren, mientras él comía melocotones. El tipo había quedado fijado en su memoria con una tenacidad particular cuando, bebiendo té y fumando cigarrillos, había hecho que Sanshiro huyera del Aokido rumbo a la biblioteca. Persistió en Sanshiro la sensación de otras veces: la cara del tipo le recordaba a la de un sacerdote sintoísta, solo que con una nariz occidental pegada encima. Aquel día, de nuevo, llevaba puesto el traje de verano con que lo vio la última vez. Aun así, no parecía sentir frío.
Sanshiro se esforzó por encontrar alguna muestra de cortesía apropiada para la ocasión, pero había pasado demasiado tiempo; no se le ocurría qué decir, así que sencillamente se quitó el sombrero y se inclinó. Esto fue demasiado educado para Yojiro, pero muy cortante para Hirota, por lo que el término medio elegido no resultó adecuado para ninguno de los dos.
—Este es un compañero mío —dijo Yojiro—. Ha llegado hace poco a Tokio desde Kumamoto. —¡El muy bocazas tenía que mencionar el origen pueblerino de Sanshiro! Luego se dirigió a Sanshiro:
—Y este es el profesor Hirota. Enseña en el Instituto.
Y de este modo, con toda sencillez, despachó las presentaciones.
—Ya le conozco, ya le conozco… —respondió el profesor Hirota.
Esto hizo que Yojiro les lanzara a ambos una mirada de extrañeza. Decidió cambiar de tema:
—¿Sabes de alguna casa que esté en alquiler en este vecinda...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Sanshiro
  4. Capítulo I
  5. Capítulo II
  6. Capítulo III
  7. Capítulo IV
  8. Capítulo V
  9. Capítulo VI
  10. Capítulo VII
  11. Capítulo VIII
  12. Capítulo IX
  13. Capítulo X
  14. Capítulo XI
  15. Capítulo XII
  16. Capítulo XIII
  17. Créditos
  18. Natsume Sōseki