El joven vendedor y el estilo de vida fluido
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El joven vendedor y el estilo de vida fluido

  1. 168 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El joven vendedor y el estilo de vida fluido

Descripción del libro

Israel trabaja en un corner de una tienda empotrada en otra tienda situada en la planta baja del centro comercial La Vaguada. Antes era un soñador y tenía la cabeza llena de pájaros y de romanticismo, pero ahora, después de haber leído un libro de autoayuda que le ha prometido que será mejor persona, ha adoptado un estilo de vida fluido. Preso de un destino que lo aboca al nihilismo, Israel, como todo buen antihéroe, deberá enfrentarse a su propia destrucción. En un recorrido frenético, febril y trepidante, que parece haber sido sacado del capítulo del descenso a los infiernos del Ulises de Joyce, y que se desarrolla también en un solo y enloquecido día, el centro comercial (espejo de la realidad entera) se convierte en nuestro patio de juegos moderno, donde todo se consigue y todo transcurre, y en una metáfora perfecta del mundo.Una novela generacional, melancólicamente humorística, que huye de la solemnidad y evoluciona entre la ironía y una encantadora ingenuidad.

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Información

Año
2012
ISBN del libro electrónico
9788415578055
Edición
1
Categoría
Literatura

El joven vendedor y el estilo de vida fluido


Fernando San Basilio

Introducción de
Mercedes Cebrián


Hablemos de lo nuestro

por Mercedes Cebrián

Cuando los creativos publicitarios tratan de vendernos un producto o servicio cuyas raíces se encuentran en la tradición nacional —ya sea una especie de flan llano con azúcar tostada por encima, una barra de almendras trituradas o una noche en un hotel que en su día sirvió como residencia de un señor feudal— suelen apelar a «lo nuestro». En ese territorio de ficción publicitaria, «lo nuestro» es algo tan auténtico e inmejorable que casi nos conduce a abandonar de una vez por todas la creencia de que existe algo todavía mejor fuera de nuestras fronteras. Pero nada más salir del micromundo de los anuncios nos topamos con una dolorosa constatación, como si nos diésemos un golpe en las narices contra una puerta de cristal inesperada: «Lo nuestro» no es por fuerza sinónimo de algo bueno, sino, a menudo, de todo lo contrario. Por esas y otras razones relacionadas con su complicada idiosincrasia nacional, España se ha pasado media historia tratando de copiar lo que viene de fuera, quizá siguiendo la estela unamuniana del «que inventen ellos».
Fernando San Basilio, recién entrado en la cuarentena, pertenece a una generación consciente de la importancia de horadar los muros de la patria nuestra para permitir que entre algo de aire fresco; es decir, para ver mundo. Me consta que, como lector, se ha codeado literariamente con Humbert Humbert, con Emma Bovary o con Tom Ripley, por citar algunos ejemplos, o que ha visitado Macondo, Yoknapatawpha y otros territorios de ficción ideados al otro lado del Atlántico. Es muy probable también que San Basilio conozca e incluso aprecie la cerveza negra irlandesa sobre cuya espuma se puede dibujar un trébol, que aliñe sus ensaladas con aceto balsámico de Módena y que acuda, por qué no, a fiestas en fábricas desmanteladas cuando viaja a Berlín en vacaciones; es decir, es muy probable que San Basilio sea prácticamente un «ciudadano del mundo», pero —y aquí radican su valentía y originalidad literarias— en sus novelas opta por ofrecer a sus lectores un territorio narrativo en el que, nada más entrar, se ven obligados a aparcar por completo los cantos de sirena foráneos.
En su mítico territorio, emplazado en el distrito madrileño de Fuencarral-El Pardo, San Basilio sitúa a los lectores tan cerca del tuétano de «lo nuestro», que, a menudo, estos corren el riesgo de sufrir un rasguño o una mordedura inesperada. Y es que lo nuestro duele, o más bien, escuece de lo lindo. Y no me estoy refiriendo aquí a la Guerra Civil, ni a las casi cuatro décadas de homogeneidad tan sangrienta como gris reflejadas en la valiosa obra de Miguel Espinosa o de Luis Martín Santos. Me refiero a lo nuestro de hoy, a ese gazpacho parecido al mejunje procedente de sobras de comida variopinta que le prepara José Luis Torrente a su padre, encarnado por Tony Leblanc en la primera de las películas de la serie dedicada al chusco excomisario de policía.


La Vaguada como mejunje
Lo fascinante de la literatura de San Basilio es que logra convencernos de que el centro comercial La Vaguada y sus aledaños (el puente colgante del Barrio del Pilar, la biblioteca pública, los arcos de la Avenida de la Ilustración…) son la metáfora perfecta del aquí y del ahora. La Vaguada parece ofrecerlo todo: en ella podemos beber cerveza Guinness, comer chucrut y comprar cientos de artículos y productos made in sitios varios, pero, ay, ¿por qué será que al final uno prefiere salir de allí cuanto antes? Hasta Casilda, uno de los personajes femeninos de la novela, se da cuenta de que algo falla, de que dentro del café Starbucks vaguadeño tiene en todo momento «la impresión de vivir una ocasión única y de estar en Boston o en Seattle o en Filadelfia, en cualquier sitio vivo y excitante que no fuera La Vaguada». Resulta entonces que La Vaguada es el lugar al que acudimos para comprobar que no queremos permanecer allí. Doloroso, ¿verdad?. Pero ¿no es acaso eso mismo lo que nos ocurre casi a diario en diversos aspectos de la vida? Los personajes de El joven vendedor y el estilo de vida fluido parecen creer que en La Vaguada (que es como decir «en la realidad») quizá haya una vía camuflada de acceso al mundo, o por lo menos a un sucedáneo de mundo más vivo y excitante que el que conocemos. Si están o no en lo cierto, no me corresponde a mí anunciarlo: es su autor quien los conoce bien, quien posee un conocimiento de primera mano acerca de los usos y costumbres de los habitantes del postcapitalismo más zafio. Esa inquietante mezcla entre ignorancia soberana y conocimiento de baratillo que puebla las mentes de los personajes de El joven vendedor y el estilo de vida fluido es pavorosamente hiperrealista y nos muestra una vez más el talento sambasiliano para un Costumbrismo 2.0 que va mucho más allá de la mera descripción pormenorizada de situaciones cotidianas.


En esta aventura que transcurre a lo largo de un día, como si se tratase de una versión del Ulises ambientada en el Barrio del Pilar madrileño, acompañamos a Israel, el protagonista, en su frenética búsqueda de «las cosas que de verdad importan». Esta misión autoimpuesta procede de la lectura de su biblia de autoayuda particular: El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield. A medio camino entre gurú presocrático y charlatán de feria, Bloomfield le deja a Israel (o Isra, como él pide que le llamen) la cabeza tan confusa como los libros de caballería a Alonso Quijano. En esta búsqueda tanto de las cosas que importan como del propio libro en sí, olvidado en algún rincón de La Vaguada por despiste, acompañamos a Isra y aprendemos a sentir hacia él una combinación entre inmenso cariño y tremenda grima, similar a la que nos provoca aquello o aquellos que, como él, son claros representantes de «lo nuestro». Isra y La Vaguada, mal que nos pese, lo son: nos duelen y a la vez nos producen unas cosquillas tan incomprensibles como las de esas caídas de culo de la infancia. Y para entrar en este universo desternillante y perturbador que nos propone Fernando San Basilio, no hay más que atreverse a pasar a la página siguiente.


Mercedes Cebrián, 2012





El joven vendedor y el estilo de vida fluido





El estilo de vida fluido y todo lo demás



A
ntes de todo esto, antes de adoptar el estilo de vida fluido, Israel era un soñador y tenía la cabeza llena de pájaros y de romanticismo y demasiadas ilusiones y nunca pasaba nada, pero ahora Israel ya no sueña y ya no divaga y ahora tiene el único y clarísimo objetivo de conseguir todos sus objetivos —un objetivo integral— y movido por ese impulso se abre paso entre la masa rugosa de clientes, merodeadores y empleados que hormiguean entre las calles de La Vaguada y avanza hacia su destino —su destino inmediato es un corner de la firma Fitchercrombie empotrado en la planta joven de La Gran Central del Artículo y un corner es una tienda dentro de otra tienda y en este caso lo que aguarda a Israel es un turno de tarde y hay tres tipos de turnos de tarde: largo, corto y medio, pero eso no es el asunto ahora o es un asunto insignificante comparado con el asunto del verdadero destino de Israel— y mira hacia el interior de todas las otras tiendas y adivina en cada una de ellas el latido de una vida nueva. Israel ha decidido adoptar el estilo de vida fluido y se da cuenta de que su actual trabajo es un estorbo y por tanto tiene que quitárselo de encima y buscar otro mejor, o sea, cualquier otro. Las personas con estilo de vida fluido tienen una relación muy libre —y fluida— con el trabajo y no permiten que un complicado, arbitrario y fastidioso sistema de turnos gobierne sus días y un día dicen «hoy no trabajo» y lo primero que hacen es llamar a la pequeña productora de cine independiente o a la caótica y encantadora tienda de ropa de segunda mano en la que trabajan y ese día no trabajan y cuando la cosa se pone fea cambian de empleo. Israel ha fantaseado con la idea de llamar a su trabajo y decir «hoy no trabajo» y no lo ha hecho, no ha llamado a ningún sitio pero se ha levantado convencido de que se adentraba en una nueva era y, por ejemplo, ha sido una mañana totalmente inédita e Israel ha hablado con su madre en un clima de absoluta cooperación —«todo lo que yo pueda hacer para mejorar las cosas será poco»— y ahora Israel avanza hacia su destino inmediato y hacia su turno de tarde. La noche anterior, Israel ha empezado a leer un libro llamado El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield, de Harry Bloomfield, donde se dice que las personas con estilo de vida fluido no trabajan, o trabajan lo menos posible, y en ningún caso permiten que su empleo absorba todas sus energías psíquicas, su atención, y ese libro, de momento, le ha fascinado y casi no ha pegado ojo y sin embargo se ha levantado como nuevo. Ah, sí, el estilo de vida fluido es una solución maravillosa. Cuando un aspecto de tu vida no te resulta satisfactorio, lo único que tienes que hacer es cambiarlo: chasqueas los dedos —chasquido inicial— y das un paso al frente y esa sencillísima operación ya prefigura el principio de un cambio. El chasquido inicial —El estilo de vida fluido de Archibald Bloomfield es un libro eminentemente práctico y te da un montón de claves para cambiar tu vida, el autor Harry Bloomfield no se va por las ramas— es el primer paso para cambiar tu vida en el sentido más amplio: tu casa, tu pareja, tu trabajo y las condiciones de tu hipoteca, todo es susceptible de mejora si adoptas el estilo de vida fluido y pones especial atención —poner el foco o enfocar— en las cosas que de verdad importan y en la calidad de tu experiencia diaria: Experiencia Trascendente de Calidad (ETC). La familia es una excepción a todo lo anterior. No se puede cambiar una familia por otra así como así, no estaría bien y desde luego no es eso lo que hacen las personas de estilo de vida fluido, que prefieren convertir a sus parientes en personas y pasar por encima de su condición de madre, padre, hermano, hijo y etcétera. Este proceso de convertir a los parientes en personas forma parte del propio proceso interno, global y más ambicioso, de convertirse a uno mismo en persona. ¿Cómo es posible que una persona de estilo de vida fluido tenga que convertirse en persona? ¿Acaso no es persona con anterioridad? Harry Bloomfield despeja esta duda, que también ha encontrado sitio en la cabeza de Israel, aclarando que nadie es verdaderamente persona hasta que deja de ser la persona que ha sido antes de ser persona: atomización de la duda en la cabeza de Israel y consiguiente atomización de cada uno de los átomos a que había quedado reducida la duda hasta su disolución efectiva (ruido de una duda que se disuelve, parecido al rumor de una aspirina efervescente al entrar en contacto con el agua). De modo que Israel camina por las calles de La Vaguada y desciende por medio de una cinta mecánica hasta la planta baja, chasquea los dedos sin parar y un montón de nuevos mundos, otros empleos —dependiente de la tienda de bollos de canela, consultor de telefonía móvil, captador de clientes para los bancos Citibank, ING Direct o Sabadell Atlántico— le salen al paso, pero al llegar a la Plaza Central, entre la puerta de Bricolage Soriano y la de los supermercados Alcampo, donde Israel tiene previsto comprar una bebida isotónica para sobrellevar la tarde, ocurre algo de verdad intolerable e Israel se pregunta: «¿Qué es esto?, ¿qué es todo esto?» La persona —el autor Harry Bloomfield hace un uso continuado de la palabra persona, por encima de todo están las personas, persona a persona— de estilo de vida fluido no se calla ante la injusticia, las injusticias son nudos en el discurso de la vida, obstáculos para que el cosmos fluya. Israel observa, entre escalofríos de indignación, a una señora de cierta edad y a un adolescente que forcejean por unas bolsas de la compra. La persona de estilo vida fluido no es forzosamente una persona de acción pero, sea como fuere, esta vez la cosa está llegando demasiado lejos e Israel enseguida se pone del lado de la señora. Israel, como cualquiera, procura ponerse siempre del lado del más débil, pero esta vez ha sido un hecho físico, o si se quiere geográfico. Israel ha dado un paso al frente y se ha situado junto a la señora y ha chasqueado los dedos y luego ha levantado el brazo y ha dicho: «¡Eh!». Desde luego, es agradable ser un pequeño héroe en la planta baja de La Vaguada y hacer las cosas bien, ayudar a la resolución de conflictos, contribuir a que todo fluya. Ayudar a una mujer mayor en apuros es un acto de justicia y es mucho mejor que tener buenos pensamientos. Todos tenemos muchos buenos pensamientos a lo largo del día pero luego nadie hace nada, eso es lo que sostiene Harry Bloomfield en su libro, y eso es lo que piensa I...

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