Magnitud imaginaria
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Magnitud imaginaria

Biblioteca del Siglo XXI

  1. 144 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Magnitud imaginaria

Biblioteca del Siglo XXI

Descripción del libro

Magnitud imaginaria, piedra de toque de la famosa "Biblioteca del Siglo XXI" y heredera de la aclamada "Vacío perfecto", es otro ejemplo delirante del genio de Stanis?aw Lem. Artistas que realizan pornografía mediante el uso de rayos X, científicos que cultivan bacterias que se comunican en código Morse y son capaces de predecir el futuro, vendedores de enciclopedias "de cuarenta y cuatro magnetomos" en las cuales está escrita la historia que aún no ha acontecido, inteligencias artificiales que crean obras de autores tan intocables como Dostoievski y que ni ellos mismos se habrían atrevido a concebir. Deliciosas sátiras en las que, una vez más, Lem pone en tela de juicio las respuestas a las grandes preguntas de la Humanidad.Con "Magnitud imaginaria", Impedimenta recupera un nuevo título de la "Biblioteca del Siglo XXI", que abrió con "Vacío perfecto" y que se completará próximamente con "Golem XIV".

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Información

Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788415578406
Edición
1
Categoría
Littérature


Magnitud imaginaria

adorno

Prólogo



El arte de escribir prólogos lleva tiempo clamando por que se le otorguen títulos de nobleza. Asimismo, yo llevo tiempo sintiendo el apremio de dar satisfacción a esa literatura marginada, que guarda silencio sobre sí misma desde hace cuarenta siglos, esclava de las obras a las que vive encadenada. ¿Cuándo, si no en la época de la ecumenización, es decir, de la razón universal, debemos, por fin, hacer el don de la independencia a ese género noble, oprimido desde su misma cuna? Esperaba, sin embargo, que algún otro cumpliera con este deber, no tan sólo estéticamente acorde con la corriente de desarrollo del arte, sino de suprema urgencia según los cánones de la moral. Desgraciadamente, conté con ello en vano. En vano vigilo y espero: nadie libera a la Prologología del presidio, de la noria del trabajo servil. No me queda, por tanto, otro remedio: yo mismo debo, aunque más por sentido del deber que por un impulso del corazón, ofrecer mi ayuda a la Introduccionística, convertirme en su libertador y partero.
Tiene este género, sometido a tan duras pruebas, su estado inferior, el de los Prólogos mercenarios, porteadores, jornaleros y oscuros, ya que la esclavitud degrada. Conoce, también, la soberbia y la agresión, el ademán inútil y el estruendo de las trompetas de Jericó. Además de los prólogos comunes existen jerarquías: Prefacios e Introducciones; no hay tampoco igualdad entre los Prólogos corrientes, ya que son dos cosas muy diferentes un prólogo a un libro propio y uno hecho para un libro ajeno. Asimismo, proveer de él a una primera edición no es igual que poner nuestro esfuerzo en una multiplicidad de prólogos para una obra de ediciones numerosas y consecutivas. La fuerza de una serie de prólogos, incluso mediocres, que proliferan en torno a una obra reiteradamente publicada, convierte el papel en una roca contra la que se estrellan las maquinaciones de los Zoilos: ¡Quién osaría atacar un libro protegido por ese antepecho acorazado, que no deja entrever tanto el contenido de la obra, como su propia respetabilidad intocable!
El prólogo es a veces un sobrio entrar en materia, dictado por la dignidad y la responsabilidad, una garantía avalada por la firma del autor o, en otras ocasiones, una manifestación —forzada por las conveniencias sociales, superficial aunque amigable— del compromiso, en realidad simulado, que una persona revestida de autoridad contrae con el libro. Esta clase de introducción constituye una carta credencial para la obra, un pasaporte, un salvoconducto de acceso al gran mundo, un viático pronunciado por una obra poderosa, un asidero inútil que arrastra hacia arriba lo que ha de terminar por hundirse. Es un talón sin fondos que rara vez trae a su destinatario una lluvia de oro incrementada por los intereses. Pero dejemos de lado todo eso. No pienso adentrarme en la taxonomía de la Introduccionística, y ni siquiera en la clasificación elemental de ese género tan despreciado hasta ahora y sujeto por tan cortas riendas. Sean corceles o rocines, igual tratan en su atelaje. Que los Linneos se ocupen de ese aspecto equino del problema. No es ésta la clase de prólogo de que quisiera dotar a mi pequeña antología de Introducciones Liberadas.
Debemos sondear aquí el fondo mismo de la cuestión. ¿Qué puede ser un prólogo? Puede ser, ¡qué duda cabe!, una publicidad descaradamente mentirosa, pero, también la voz en el desierto de un Juan Bautista o de un Roger Bacon. La reflexión nos indica, pues, que además de las Introducciones a las Obras, existen Obras-Introducciones, ya que tanto los Libros Sagrados de todas las religiones, como las tesis y las futuromaquias de los científicos, son Introducciones a éste y al otro mundo. La meditación descubre que el país de los Prólogos es incomparablemente más vasto que el país de la Literatura, porque lo que ésta quiere realizar, los Prólogos lo anuncian tan sólo… de lejos.
La contestación a una pregunta que ya se está imponiendo (¿Por qué diantre hemos de meternos en la lucha por la liberación de los prólogos y proponerlos como un género literario soberano?), asoma entre las palabras que acabamos de apuntar. Les podemos otorgar esa categoría así, llanamente, o bien recurrir a la ayuda de la hermenéutica superior. Primero se puede justificar ese proyecto sin patetismo alguno, con un ábaco en la mano. ¿No nos amenaza un diluvio informativo? ¿Y no consiste su monstruosidad en el hecho de que aplasta la belleza con lo bello y anula la verdad con lo verdadero? Y así es, en efecto, porque la voz de un millón de Shakespeares provocaría el mismo infernal estruendo que la de una manada de búfalos en la estepa, o la de embravecidas olas en el mar. De la misma forma, una ingente cantidad de significados en conflicto traen al pensamiento no el honor, sino la perdición. Y ante tal fatalidad, ¿no será el Silencio la única salutaria Arca de la Alianza posible entre Creador y Lector, puesto que el primero gana en mérito absteniéndose de idear cualquier tema, y el segundo, aplaudiendo esa manifestación de renuncia? Ciertamente… E incluso podríamos abstenernos de escribir los mismos prólogos, pero, en tal caso, el acto de la mencionada renuncia no seria percibida, quedando sin reconocimiento el sacrificio. Por tanto, mis Prólogos son anuncios de unos pecados que no voy a cometer.
Así se presentan las cosas al nivel de un cálculo frío y puramente externo. Sin embargo, el cálculo no descubre aún lo que el Arte ganaría con la propuesta liberación. Está claro que incluso un exceso del maná celeste podría tener el efecto de una lapidación. ¿Cómo salvarnos de esto? ¿Cómo sustraer el espíritu a una autosofocación? ¿Y está precisamente en eso la superación del peligro? ¿Es de verdad un buen camino hacia ella el que atraviesa los Prólogos?
Evoquemos a ese doctor preclaro, a ese terrateniente convertido a la hermenéutica que es Witold Gombrowicz. Él nos explicaría las cosas de este modo: No se trata de que a la gente, a mí, por ejemplo, la idea de liberar a los Prólogos de la Materia que anuncian nos guste o no nos guste, ya que estamos sometidos sin apelación a las leyes de la Evolución de la Forma. El Arte no puede detenerse en un sitio ni repetirse siempre a sí mismo: por eso no puede sólo gustar. Si has puesto un huevo, has de incubarlo; si te sale de él un mamífero en vez de un reptil, debes darle algo con qué alimentarse; si, pues, un paso consecutivo nos lleva a algo que despierta un disgusto general e incluso un estado paravomital, no hay remedio. Hemos elaborado ya aquel Algo Concreto, nos hemos arrastrado y empujado tan lejos ya a nosotros mismos que, obedeciendo una orden superior al placer, tendremos que dar vueltas en el ojo, en el oído, en el intelecto, a lo Nuevo, categóricamente aplicado, porque fue descubierto en el largo camino del ascenso. Por cierto, nadie ha estado nunca allí, ni quiere ir, ya que no se sabe si se puede aguantar en Aquellas Alturas siquiera un momento; pero, a decir verdad, ¡para el Desarrollo de la Cultura esto no tiene la menor importancia! Este lema nos ordena, con la soltura propia de la genialidad displicente, que cambiemos una esclavitud antigua, espontánea y por tanto inconsciente, por otra, nueva. No nos quita las trabas, sólo alarga nuestro ronzal; y así nos lanza a lo Desconocido, dando el nombre de Libertad a una necesidad razonada.
Pero yo, lo confieso francamente, ansío una motivación distinta para la herejía y la rebelión. Por tanto, digo: es verdad, hasta cierto punto, lo enunciado en el primer y en el segundo lugar, pero no una verdad completa y tampoco enteramente parecida a una necesidad, puesto que en el tercer lugar podemos aplicar a la creación un álgebra copiada del Todopoderoso.
Fíjense, por favor, en la verborrea de la Biblia, en la locuacidad del Pentateuco cuando describe el resultado del Génesis y compárenla con la parquedad de sus palabras cuando se trata de mostrarnos su recetario. Reinaba el vacío y el caos, hasta que de repente, de buenas y primeras, dijo el Señor: «Hágase la luz»; en seguida la luz se hizo y ¡ya está! Y entre una cosa y la otra, ¿nada? ¿Ni el menor intervalo, ni el menor proceso? ¡No lo creo! Entre el Caos y la Creación hubo la intención pura, no cegada todavía por la luz, no convertida aún enteramente en Cosmos, no ensuciada por la Tierra, aunque ésta fuera paradisíaca.
Se dio entonces y allí el nacimiento de las posibilidades, pero no su cumplimiento; hubo una intención, divina y todopoderosa porque todavía no había empezado a convertirse en acción. Se produjo la anunciación… antes de la concepción.
¿Cómo no aprovechar esa enseñanza? No se trata aquí de un plagio, sino de un método. ¿De dónde ha salido todo? De un principio, evidentemente. ¿Y qué hubo en el principio? Un prólogo, como ya sabemos. Un prólogo, pero no para sí mismo, su propio amo, sino un Prólogo para Algo. ¡Opongámonos a la realización desenfrenada que fue el Génesis! ¡Apliquemos a su primer lema el álgebra de la creación moderada!
Para ello, dividiremos la totalidad por el «Algo». El «Algo» desaparecerá entonces y nos quedará, como resultado, un Prólogo purificado de las malas consecuencias, o sea de todas las amenazas de la encarnación puramente intencional y, gracias a ello, libre de pecado. No es un mundo, sino un punto no dimensional y que se encuentra, precisamente por eso, en la infinidad. ¿Cómo reducir a él la literatura? Ya hablaremos de eso más adelante. Contemplemos primero su vecindad, ya que la literatura no es ningún anacoreta solitario.
Todas las artes se esfuerzan hoy día en efectuar una maniobra de salvación, ya que la dilatación universal de la creación se convirtió en su pesadilla, su persecución, su fuga; el Arte, como el Universo, se expande en el vacío sin encontrar resistencia, o sea un apoyo. Cuando se puede hacer todo, nada vale ya la pena y el impulso hacia adelante se transforma en reptación hacia atrás, porque las Artes quieren volver a las fuentes y no saben hacerlo.
La pintura, en su ardiente ansia de límites, se metió dentro de los pintores, en su piel, y he aquí que el artista se expone ya a sí mismo, sin cuadros, convertido, pues, en un iconoclasta flagelado con los pinceles o revolcado en el óleo y la témpera, o bien totalmente desnudo en su vernissage, sin el mínimo aliño colorístico. Por desgracia, ese infeliz no puede alcanzar una desnudez auténtica: no es Adán, es solamente un señor en pelotas.
Y el escultor, que nos pone ante la vista unas groseras piedras o una edificante exposición de cualquier basura, ¡procura meterse de vuelta en el paleolítico, en el hombre primario, porque quiere ser como él, quiere ser Auténtico! Pero, ¿cómo se va a comparar con un cavernícola? ¡No es ése el camino hacia l...

Índice

  1. Magnitud Imaginaria
  2. Introducción
  3. Magnitud imaginaria
  4. Créditos
  5. Índice