Rebelión en la granja
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Rebelión en la granja

George Orwell

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Rebelión en la granja

George Orwell

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Quizás la empresa más difícil de acometer sea la de hacernos conscientes. El mundo en que vivimos parece decididamente abocado a distraernos, a impedirle a los individuos un momento de lucidez para mirar su entorno, observar cómo funciona la sociedad. Los verdaderos poderes visionarios de George Orwell radican en su capacidad para mirar no sólo los objetos, sino principalmente la sombra que proyectan. Rebelión en la granja es una fábula en la que la adjudicación de las aflicciones y las necesidades humanas a los animales protagonistas venció la resistencia racional de los primeros lectores a mirar lo que no querían mirar. Lo que nos cuenta Orwell ya estaba en los periódicos: la historia sobre los crímenes estalinistas en la Unión Soviética.

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Información

Editorial
Editorial Cõ
Año
2022
ISBN
9786074576641

VIII



Días después, cuando se había desvanecido el terror provocado por las ejecuciones, algunos animales recordaron —o creyeron recordar— que el Sexto Mandamiento decretaba: «Ningún animal matará a otro animal». Y aunque nadie quiso mencionarlo al oído de los cerdos o de los perros, sentían que las matanzas ocurridas no concordaban con aquello. Clover pidió a Benjamín que le leyera el Sexto Mandamiento, y cuando Benjamín, como de costumbre, dijo que se negaba a entrometerse en esos asuntos, buscó a Muriel, quien le leyó el Mandamiento. Decía así: «Ningún animal matará a otro animal sin motivo». Por una u otra razón, las dos últimas palabras no aparecían en la memoria de los animales. Pero vieron que el Mandamiento no fue violado; porque, evidentemente, existía una buena razón para matar a los traidores que se confabularon con Snowball.
Durante ese año los animales trabajaron incluso con más intensidad que el año anterior. Reconstruir el molino, con paredes dos veces más gruesas que antes, y concluirlo para una fecha determinada, además del trabajo diario de la granja, era un trabajo formidable. A veces les parecía que trabajaban más y no comían mejor que en la época de Jones. Los domingos por la mañana Squealer, sujetando un largo papel con una pata, les leía largas listas de cifras, que demostraban que la producción de todo tipo de víveres había aumentado un doscientos por ciento, trescientos por ciento, o quinientos por ciento, según el caso. Los animales no vieron motivo para no creerle, sobre todo porque no recordaban con claridad cómo eran las cosas antes de la Rebelión. De todos modos, en ocasiones sentían que pronto tendrían menos cifras y más comida.
Todas las órdenes eran emitidas a través de Squealer o cualquier otro cerdo. Napoleón mismo apenas aparecía en público una vez por quincena. Cuando se presentaba lo acompañaban, no sólo su comitiva de perros, sino también por un gallo negro que marchaba delante y actuaba como una especie de heraldo, dejando oír un sonoro cacareo antes de que hablara Napoleón. Se decía queNapoleón ocupaba aposentos separados de los demás hasta en la casa. Comía solo, con dos perros para servirlo, y siempre usaba la vajilla que había estado en la vitrina de cristal de la sala. También se anunció que la escopeta sería disparada todos los años en el cumpleaños de Napoleón, igual que en los otros dos aniversarios.
A Napoleón ya no le decían simplemente «Napoleón».
Se le mencionaba siempre en forma ceremoniosa como «nuestro Líder, camarada Napoleón», y a los cerdos les gustaba inventar para él, títulos como «Padre de todos los animales», «Terror de la humanidad», «Protector del rebaño de ovejas», «Amigo de los patitos» y otros por el estilo.
En sus discursos, Squealer mencionaba con lágrimas en los ojos la sabiduría de Napoleón, la bondad de su corazón y el profundo amor que sentía por todos los animales en todas partes, sobre todo por las desdichadas bestias que todavía vivían en la ignorancia y la esclavitud en otras granjas. Se había hecho habitual atribuir a Napoleón toda logro y todo golpe de suerte. A menudo se oía que una gallina le decía a otra: «Bajo la dirección de nuestro Líder, el camarada Napoleón, yo he puesto cinco huevos en seis días», o dos vacas, mientras saboreaban el agua del bebedero, exclamaban: «Gracias a nuestro Líder, el camarada Napoleón, qué rico sabor tiene esta agua!» El sentimiento general de la granja estaba bien expresado en un poema titulado «Camarada Napoleón», escrito por Mínimus y que decía así:
¡Amigo de los huérfanos!
¡Fuente de felicidad!
Señor de la satisfacción, mi alma
se enciende cuando contemplo
tu firme y segura mirada
como un sol que deslumbra al cielo.
¡Oh, Camarada Napoleón!
tú que generoso
das todo lo que tus criaturas aman:
—sus barrigas llenas dos veces al día
y paja fresca para dormir—.
Todas las bestias grandes o pequeñas
duermen en paz en sus establos
bajo tu mirada protectora.
¡Oh, Camarada Napoleón!
Si yo tuviera un lechoncillo
destinado a crecer mucho
por las buenas o por las malas
le enseñaría a ser
fiel y sincero contigo,
y su primer grito sería:
¡Oh, Camarada Napoleón!
Napoleón aprobó este poema y lo hizo inscribir en la pared del granero principal, en el extremo opuesto a los Siete Mandamientos. encima del poema había un retrato de Napoleón de perfil, pintado por Squealer con pintura blanca.
Mientras tanto, por medio de Whymper, Napoleón se había enfrascado en complicadas negociaciones con Frederick y Pilkington. La pila de madera todavía no se vendía. De los dos, Frederick estaba más ansioso por obtenerla, pero no quería ofrecer un precio razonable. Al mismo tiempo corrían insistentes rumores de que Frederick y sus hombres conspiraban para atacar la «Granja de los animales» y destruir el molino, cuya construcción lo había hecho enfurecer de envidia. Se decía que Snowball todavía acechaba en la Granja Pinchfield. A mediados del verano los animales se alarmaron al oír que tres gallinas confesaron que, inspiradas por Snowball, habían preparado una conspiración para asesinar a Napoleón. Fueron ejecutadas de inmediato y se tomaron nuevas medidas para proteger al Líder. Cuatro perros cuidaban su cama durante la noche, uno en cada esquina, y un joven cerdo llamado Pinkeye fue designado para probar todos sus alimentos antes de que los comiera, por temor a que estuvieran envenenados.
Más o menos en esa época se informó que Napoleón había aceptado vender la pila de madera al señor Pilkington; también se iba a formalizar un convenio para intercambiar ciertos productos entre la «Granja de los animales» y Foxwood. Las relaciones entre Napoleón y Pilkington, aunque sólo ocurrían a través de Whymper, eran casi amistosas. Los animales desconfiaban de Pilkington, como ser humano, pero lo preferían sobre Frederick, a quien temían y odiaban al mismo tiempo.
Cuando finalizaba el verano y la construcción del molino llegaba a su término, aumentaron los rumores de un inminente ataque a traición. Se decía que Frederick tenía la intención de atacarlos con veinte hombres, todos armados con escopetas, y ya había sobornado a los magistrados y a la policía para que no indagaran, en caso de que pudiera obtener los títulos de propiedad de la «Granja de los animales». Además llegaban historias terribles de Pinchfield acerca de la crueldad con que Frederick trataba a los animales. Había azotado hasta la muerte a un caballo; mataba de hambre a sus vacas, había acabado con un perro arrojándolo dentro de un horno, se divertía de noche con peleas de gallos, a los que ataba pedazos de hojas de afeitar en los espolones. La sangre les hervía de rabia a los animales cuando se enteraban de las cosas que se hacía a sus camaradas y, algunas veces, clamaron para que se les permitiera salir y atacar la «Granja Pinchfield», echar a los seres humanos y liberar a los animales. Pero Squealer les aconsejó que evitaran los actos precipitados y que confiaran en la estrategia de Napoleón.
Sin embargo, el resentimiento contra Frederick siguió en aumento. Un domingo por la mañana Napoleón se presentó en el granero y explicó que en ningún momento había tenido intención de vender la pila de madera a Frederic; él consideraba indigno hacer tratos con bribones de esa calaña. Se prohibió a las palomas, que todavía se enviaban para divulgar las noticias de la Rebelión, pisar Foxwood y también se les obligó a abandonar su lema anterior de «Muerte a la Humanidad» y reemplazarlo con «Muerte a Frederick». A fines de verano se descubrió una nueva intriga de Snowball. Los campos de trigo estaban llenos de malezas y se descubrió que, en una de sus visitas nocturnas, Snowball mezcló semillas de cardos con las semillas de trigo. Un ganso, cómplice de la conspiración, había confesado su culpa a Squealer y se suicidó en seguida al tragar unas hierbas venenosas. Los animales se enteraron también de que Snowball nunca había recibido —como muchos habían creído hasta entonces— la orden de «Héroe Animal de Primer Grado». Era simplemente una leyenda que el mismo Snowball difundió poco tiempo después de la «Batalla del establo de las vacas». Lejos de ser condecorado, fue censurado por mostrar cobardía en la batalla. Una vez más, algunos animales escucharon esto con cierto asombro, pero Squealer logró convencerlos de que sus recuerdos estaban erróneos.
En el otoño, mediante un tremendo y agotador esfuerzo —porque la cosecha tuvo que recolectarse casi al mismo tiempo, se concluyó el molino de viento. Todavía faltaba instalar la maquinaria y Whymper negociaba su compra aún, pero la construcción estaba terminada.
Incluso con todas las dificultades, a pesar de la inexperiencia, de herramientas primitivas, de la mala suerte y de la traición de Snowball, el trabajo se había terminado puntualmente en el día establecido! Muy cansados pero orgullosos, los animales daban vueltas y más vueltas alrededor de su obra maestra, que en su opinión se veía todavía más hermosa que cuando la levantaron por primera vez. Además, el espesor de las paredes era el doble de lo que había sido antes. Sólo con explosivos podrían derrumbarlas esta vez! Y cuando recordaban cómo trabajaron, el desaliento que habían superado y el cambio que habría en sus vidas cuando las aspas giraran y los dinamos funcionaran, cuando pensaban en todo esto, el cansancio Frederick a aumentar su precio en doce libras. Pero la superioridad de la mente de Napoleón, dijo Squealer, quedó comprobada por el hecho de que no confió de nadie, ni siquiera en Frederick. Este había querido pagar la madera con algo que se llama cheque, el cual, al parecer, era un pedazo de papel con una promesa de pago anotada encima. Pero Napoleón fue demasiado inteligente para él. Había exigido el pago en billetes genuinos de cinco libras, que debían entregarse antes de retirar la madera. Frederick pagó y la suma entregada alcanzaba para comprar la maquinaria necesaria para el molino de viento.
Mientras tanto, la madera se acarreó a toda prisa.
Cuando ya había sido totalmente retirada, se realizó otra reunión especial en el granero para que los animales pudieran contemplar los billetes de banco de Frederick.
Con una sonrisa beatífica y sus dos condecoraciones, Napoleón reposaba en un lecho de paja sobre la plataforma, con el dinero a su lado, ordenado sobre un plato de porcelana de la cocina. Los animales desfilaron lentamente a su lado y lo contemplaron sentirse satisfecho.
Boxer estiró la nariz para oler los billetes y los delgados papeles se agitaron y crujieron ante su aliento.
Tres días después hubo un terrible alboroto. Whymper, muy pálido, llegó a toda velocidad montado en su bicicleta, la tiró al suelo al llegar al patio y entró corriendo. Al punto se oyó un sordo rugido de rabia desde el aposento de Napoleón. La noticia de lo ocurrido se difundió por la granja como pólvora. ¡Los billetes de banco eran falsos!
¡Frederick había conseguido la madera gratis!
Napoleón reunió de inmediato a todos los animales y con terrible voz sentenció a muerte a Frederick. Cuando fuera capturado, dijo, Frederick debía ser quemado vivo.
Al mismo tiempo les advirtió que después de ese acto traicionero, debía esperarse lo peor. Frederick y sus hombres podrían lanzar su tan largamente esperado ataque en cualquier momento. Se colocaron centinelas en todos los accesos a la granja. Además se enviaron cuatro palomas a Foxwood con un mensaje conciliatorio, con el que se esperaba poder restablecer las buenas relaciones con Pilkington.
A la mañana siguiente se produjo el ataque. Los animales estaban desayunando cuando los centinelas entraron corriendo con la noticia de que Frederick y sus seguidores ya habían pasado la puerta de acceso. Los animales salieron a combatir con valentía, pero esta vez no consiguieron la victoria fácil que alcanzaron en la «Batalla del establo de las vacas». Había quince hombres, con media docena de escopetas, y abrieron fuego tan pronto estuvieron a cincuenta metros de los animales. Estos no pudieron enfrentar las terribles explosiones con sus hirientes perdigones y, a pesar de los esfuerzos de Napoleón y Boxer por reagruparlos, pronto fueron rechazados. Varios estaban heridos. Se refugiaron en los edificios de la granja y espiaron con cautela por las rendijas y los agujeros en los nudos de la madera. Toda la pradera grande, incluyendo el molino de viento, estaba en manos del enemigo. Por el momento hasta Napoleón parecía confundido. Paseaba de arriba abajo sin decir palabra, su cola rígida y temblorosa. Se dirigían miradas ávidas en dirección a Foxwood. Si Pilkington y sus hombres los ayudaran, todavía podrían alcanzar la victoria. Pero en ese momento regresaron las cuatro palomas enviadas el día anterior y una de ellas llevaba un trozo de papel de Pilkington. En él estaban escritas las siguientes palabras: «Se lo tienen bien merecido».
Mientras tanto, Frederick y sus hombres se detuvieron junto al molino. Los animales los observaron, y se esparció un murmullo de consternación. Dos de los hombres portaban una palanca de hierro y un marro. Iban a derruir el molino de viento.
—Imposible! —gritó Napoleón—. Construimos las paredes muy gruesas para eso. No las podrán tirar ni en una semana. ¡Valor, camaradas!
Pero Benjamín observaba con insistencia los movimientos de los hombres. Los que tenían el marro y la palanca de hierro perforaban un agujero cerca de la base del molino. Con lentitud, y con un aire casi divertido, Benjamín agitó su largo hocico.
—Lo que sospechaba —dijo—. ¿No ven lo que están haciendo? En cualquier momento van a llenar de pólvora ese agujero.
Los animales esperaban aterrorizados. Era imposible aventurarse fuera del refugio de los edificios. Después de varios minutos se vio que los hombres corrían en todas direcciones. Luego se oyó un estruendo ensordecedor. Las palomas se arremolinaron en el aire y todos los animales, excepto Napoleón, se tiraron al suelo boca abajo y escondieron sus caras. Cuando se incorporaron de nuevo, una enorme nube de humo negro flotaba en el lugar donde estuviera el molino de viento. Lentamente la brisa la alejó. ¡El molino de viento había dejado de existir!
Al ver esta escena, el valor regresó a los animales. El miedo y la desesperación que habían sentido momentos antes, fueron ahogados por su ira contra este acto vil y despreciable. Lanzaron un potente griterío clamando venganza, y sin esperar otra orden, atacaron en masa y se abalanzaron sobre el enemigo. Esta vez no prestaron atención a los crueles perdigones que pasaban sobre sus cabezas como granizo. Fue una batalla enconada y salvaje. Los hombres hicieron fuego una y otra vez, y cuando los animales llegaron a la lucha cuerpo a cuerpo, los vapuleaban con palos y sus pesadas botas. Una vaca, tres ovejas y dos gansos murieron y casi todos estaban heridos. Hasta Napoleón, que dirigía las operaciones desde la retaguardia, fue herido en la punta de la cola por un perdigón.
Pero los hombres tampoco salieron ilesos. Tres de ellos tenían la cabeza rota por las patadas de Boxer; otro fue corneado en el vientre por una vaca; a uno casi le arrancan los pantalones entre Jessie y Bluebell. Y cuando los nueve perros guardaespaldas de Napoleón, a quienes había ordenado que dieran un rodeo por detrás de los setos, aparecieron de repente por un costado de los hombres ladrando ferozmente, el pánico se apoderó de ellos. Se dieron cuenta que estaban en peligro de quedar rodeados.
Frederick gritó a sus hombres que escaparan mientras pudieran, y al instante los cobardes enemigos huían para salvar su vida. Los animales los persiguieron hasta el final del campo y lograron darles las últimas patadas, cuando a toda velocidad atravesaban el seto de espinos.
Habían ganado, pero estaban cansados y sangrantes.
Lentamente regresaron renqueando a la granja. La vista de los camaradas muertos que yacían sobre la hierba hizo llorar a algunos. Y durante un rato se detuvieron desconsolados y en silencio en el lugar donde alguna vez estuvo el molino. Sí, ya no estaba; hasta el último rastro de su labor había desaparecido! Hasta los cimientos estaban parcialmente destruidos. Y, para reconstruirlo, esta vez no podrían utilizar las piedras derruidas; hasta ellas desaparecieron. La fuerza de la explosión las arrojó a cientos de metros de distancia. Era como si el molino nunca hubiera existido.
Cuando se aproximaban a la granja, Squealer, que inexplicablemente estuvo ausente durante la pelea, vino saltando hacia ellos, meneando la cola y rebosante de alegría. Y los animales oyeron, desde los edificios de la granja, el solemne estampido de una escopeta.
—¿Cuál es el motivo de ese disparo? —preguntó Boxer.
—¡Para celebrar nuestra victoria! —gritó Squealer.
—¿Qué victoria? —exclamó Boxer. Sus rodillas sangraban, había perdido una herradura, tenía roto un casco y una docena de perdigones incrustados en una pata trasera.
—¿Qué victoria, camarada? ¿No hemos arrojado al enemigo de nuestro suelo, el suelo sagrado de la «Granja de los animales»?
—Pero han destruido el molino. ¡Y nosotros hemos trabajado durante dos años para construirlo!
—¿Qué importa? Construiremos otro molino. Construiremos seis molinos si queremos. Camaradas, creo que no se dan cuenta de la importancia de lo que hemos hecho. El enemigo se había apoderado de este suelo que pisamos. ¡Y ahora, gracias a la dirección del camarada Napoleón., hemos reconquistado cada pulgada del mismo!
—Entonces, ¿hemos recuperado lo que teníamos antes?—preguntó Bo...

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