Testigo de excepción
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Testigo de excepción

Crítica periódica sobre literatura de la vanguardia

  1. 356 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Testigo de excepción

Crítica periódica sobre literatura de la vanguardia

Descripción del libro

Juan Chabás fue un articulista y ensayista de gran curiosidad intelectual. Se convirtió en un espectador privilegiado del periodo cultural más importante de la era contemporánea: la vanguardia artística. Su labor crítica, desde el artículo hasta la reseña literaria, está caracterizada por una prosa de gran belleza.Testigo de excepción reúne una variada muestra de su producción crítica sobre la literatura española de vanguardia de los años veinte y treinta del siglo pasado.

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Información

Año
2022
ISBN de la versión impresa
9788492543243
ISBN del libro electrónico
9788416950355
Edición
1
Categoría
Literature

EL VERSO DEL VEINTISIETE

RAFAEL ALBERTI

[DE MARINERO EN TIERRA AL COMPROMISO]

Madrid tiene un barrio claro y alegre con sus calles consagradas a poetas y pintores. Es el barrio de Salamanca. Calles de Velázquez, Goya, Lista, Bécquer… En ese barrio, en la calle de Claudio Coello, enfrente de la de Manrique, vivía Rafael Alberti. Vivía en un último piso grande, con balcones al cielo, a los calveros de los solares y a unos lejanos palacios de marquesotes, iguales a los marquesotes y alfeñiques que despreciaba Lope de Vega. Esto era hacia el año 1919. La familia de Alberti había llegado a Madrid desde Palos de Moguer. La madre austera y fina, dos hermanas de dulce y aguda belleza andaluza, un hermano alto y rubio, con ademanes de joven deportista británico y de marinero de San Fernando a la vez, que representaba comercialmente algunas marcas de vinos de Jerez: esta era la familia de Alberti. Cuando se abría la puerta de aquel amplio piso madrileño, en el vestíbulo gritaban los amarillos, los rojos, los azules y los verdes intensos y puros de unos lienzos. Eran grandes óleos que recordaban las estructuras y los colores de Juan Gris y de Picasso, los dos andaluces que habían comulgado con Montmartre y con la Macarena. El autor de esos lienzos era Rafael Alberti. Tenía diez y ocho años, una graciosa gallardía de atleta joven y una mirada entusiasta y nostálgica a la vez. Toda la ilusión de Rafael Alberti era ser pintor. Le gustaban también la música y la poesía. Algunas veces, en el dorso de sus cuartillas de bocetos a lápiz, escribía algunos versos. Leía mucho a Bécquer, a Rubén Darío, a los poetas románticos y a algunos franceses: Baudelaire, Verlaine… Pasaba largas horas mirando al techo de su cuarto, desde la cama de convaleciente. Pero los pulmones de Alberti, pulmones de hombre marinero, eran más fuertes que su enfermedad.
La venció en la sierra del Guadarrama. Y después de celebrar en el Ateneo de Madrid una exposición de sus óleos y sus dibujos, fueron sus nupcias definitivas con la poesía. Luego Alberti, como Federico García Lorca, viaja hasta América. Está en Cuba donde compone un son y da algunas conferencias. Pasa por México, por Venezuela, por la Argentina, por los Estados Unidos. Y al regreso a España, el fascismo ha inaugurado la primera batalla, el episodio sangriento y bárbaro, primero de esta gran guerra que por fin lo aplastará. Alberti es el gran cantor de esa guerra. Oídle: Madrid está asediado. Alberti dirige una revista de la Alianza de Intelectuales. El Mono Azul se llama, porque los primeros milicianos visten un overol proletario y popular para defender la libertad y la independencia de España y la República. Alberti canta a Madrid: «Ciudad de los más turbios siniestros provocados…».
Hoy, cuando ya empiezan a alcanzar su fin las batallas de esta guerra que comenzó a pelearse en España y todavía el pueblo español combate y sufre y es símbolo de la guerra y de la paz futura que anhelamos todos, Alberti sigue cantando su canción épica y lírica a la vez, después de haber sido soldado y poeta. Dos veces desterrado en el Uruguay, de España y de la Argentina fascista, Alberti canta a la lucha del pueblo español y acaba de escribir un soneto ejemplar a la Junta Suprema de Unión Nacional, Estado Mayor militar y político de las guerrillas españolas y de todo el movimiento de insurrección nacional contra Franco. He aquí cómo la poesía se restituye de este modo a su gran rango de exaltación emocionada nacional y humana que había tenido en Grecia, que ha tenido en Italia con un Carducci o un Leopardi, y que está teniendo hoy en Rusia con los nuevos poetas que cantan la guerra de la libertad de la patria y del alumbramiento de un mundo mejor.
Comienza a escribir Alberti en el año 1921. La generación de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Valle-Inclán está en plena madurez gloriosa. Han hecho su obra fundamental antes de terminar la guerra de 1914-1918. Han levantado el tono de la poesía española, que durante todo el siglo XIX fuera de Bécquer, Rosalía de Castro y Maragall, y en los últimos años los andaluces Rueda y Reina, ha sido una poesía ramplona, ampulosa, huera, con prosaísmos masocráticos como los de Campoamor o lúgubres gesticulaciones y aspavientos retóricos como los de Balart, o falsos mármoles altisonantes como los de Núñez de Arce… El siglo XX nace bajo un signo poético. En 1921 Madrid está lleno de vibraciones de nueva poesía. Las inquietudes de la posguerra afiladas por Apollinaire, Reverdy, Tzara encuentran en España las vigilantes adolescencias agudas de los ultraístas. Federico García Lorca acaba de llegar de Granada con las primeras garbas de sus poemas inéditos, que pasan de mano en mano. En Murcia, se publica un periódico literario que recoge los ensayos primeros de algunos poetas: Alonso, Salinas, Guillén. Hay otras revistas análogas en Málaga, Sevilla, Coruña. En Madrid, Juan Ramón Jiménez publica , revista de afirmación poética, que él subtitula Boletín del Andaluz Universal. En ese boletín aparecen los primeros poemas de Rafael Alberti. Quizás algunas cancioncillas habían visto primero la luz en la revista de Murcia. Pero es quien advierte al mundo literario de Madrid la presencia de Alberti. Gil Vicente, Santillana, Garcilaso, el Romancero, los cancioneros del siglo XV el folklore castellano y andaluz se transparentan a través de esta poesía. Escribe Alberti con nostalgia del mar añil del sudeste andaluz, ligero de sonrisas, con blancas espadas de sal sobre las olas verdes. Es poesía llena de alegría, de gracia, de luz. Juan Ramón Jiménez, al leer estos poemillas escribe a Alberti: «ha topado usted para siempre al trinquete del laúd de la belleza, mi querido y sonriente Alberti. La retama siempre verde de virtud es suya. Con ella ha hecho usted salir de la nada plena, el chorro feliz y verdadero. Poesía popular, pero sin acarreo fácil. Personalísima, de tradición española, pero sin retorno necesario».
Exactas las palabras de Juan Ramón Jiménez. En este primer libro, premiado en los Concursos Nacionales de Literatura, titulado Marinero en tierra, título que flamea como un gallardete de nostalgia de Cádiz, todo es ágil, trémulo, fresco como la brisa:
Y ya estarán los esteros rezumando azul de mar. ¡Dejadme ser, salineros, granito del salinar! Qué bien a la madrugada, correr en las vagonetas, llenas de nieve salada, hacia las blancas casetas. ¡Dejo de ser marinero, madre, por ser salinero!
El libro comienza con el grito alegre de una nostalgia luminosa:
El mar, la mar. El mar. Sólo la mar. En sueños la marejada me tira del corazón. ¡Se lo quisiera llevar!
Y termina con la melancolía de esa nostalgia penetrada por la imaginación de la muerte.
Si mi voz muriera en tierra, llevadla al nivel del mar, y dejadla en la ribera. Llevadla al nivel del mar y nombradla capitana, de un blanco bajel de guerra. ¡Oh, mi voz condecorada con la insignia marinera! Sobre el corazón un ancla, y sobre el ancla una estrella, y sobre la estrella el viento, y sobre el viento la vela.
De todas las playas lozanas de este libro marinero, que se remansa en sonetos arquitectónicos de sorprendente perfección, Alberti se lanza con la misma voz tierra adentro por la poesía y por España.
Hace veinte años que fueron escritos estos poemillas, poesía descriptiva, a veces como una viñeta, otras como una copla con variaciones. Y hoy, cuando releemos El alba del alhelí, o La amante —así se llaman los libros que siguieron a Marinero en tierra—, la visión clara, límpida, de Castilla, recogida al resplandor de sus canciones y sus piedras y sus campos, el verso flexible, corto, alegre, la imagen nueva y el ritmo recreado, nos dan ya una sensación de clásica belleza, renacida e inventada a la vez. Por estos dos libros Alberti se situó en el primer plano de los poetas de habla española contemporáneos. ¡Cuánto Lope de Vega! ¡Cuánta gracia de Góngora! ¡Cuánta malicia de las serranillas y del cante jondo, cuántos suspiros, en esta Alba de alhelí! Oíd, por ejemplo, esta Canción del farolero y su novia:
Bien puedes amarme aquí, que la luna yo escondí. Tú por ti, sí, tú, por ti.
—Sí, por ti.
Bien puedes besarme aquí, faro, farol, farolera, la más álgida que vi.
—Bueno, sí.
Bien puedes matarme aquí, álgida novia lunera, del fruto farolerí.
—Ten. ¿Te di?
Pronto abandona Alberti, habiendo cosechado ya todos los frutos posibles de esta sabiduría técnica agilísima y fresca, este tono poético ligero. Lo humano le importa y penetra. Y le importa y penetra precisamente en el instante en que la poesía comienza a ser para muchos un álgebra pura de metáforas, un prodigioso juego de deshumanización. Es el mismo instante en que los hombres, dudando de sí mismos, sienten, después de la fracasada posguerra del 18 un desasosiego religioso sin caminos de firmeza y un temor supersticioso a la razón, que procuran ahuyentar de sí mismos oyendo los instintivos oscuros gemidos de la subconciencia y de las energías instintivas. Estas últimas preocupaciones se convierten en angustia lírica en Alberti a través de sus poemas de Cal y canto y Sobre los ángeles. El primero está escrito en el año 1927, año gongorino de la poesía española. El primer soneto del libro, ópera de gran artífice lo acredita:
No, si de Arcángel triste, ya nevados los copos, sobre ti de sus dos velas. Si de serios jazmines sobre estelas de ojos dulces, celestes, resbalados.
No, si de cisnes sobre ti cuajados, del cristal exprimidas carabelas Si de luna sin habla cuando vuelas, si de mármol mudos, deshelados.
Ara del cielo, dime de qué eres, si de pluma de arcángel y jazmines, si de líquido mármol de alba y pluma.
De marfil naces y de marfil mueres, confinada y florida de jardines lacustres de dorada y verde espuma.
La poesía de Alberti, desde este libro, ya no es sólo el alegre juego sabio y popular a la vez de los ritmos, la finura del escorzo, de la gracia. Es también la brillante siembra de imágenes insignes que con su brillo alcanzan la cima luminosa de la creación poética; la pura invención del objeto lírico.
Pero por el mundo corren vientos furiosos. Por España las ráfagas de ese viento soplan sobre un incendio cubierto de falsas cenizas. Hay una guerra todavía sin cañones ni bombarderos celestes entre la multitud de hombres sencillos que trabajan y piensan y los pocos señores que viven de exprimir ese trabajo. La sombra siniestra del fascismo se esparce por Europa. Rafael Alberti deja los subterráneos de sus ángeles, las alcantarillas cerradas a cal y canto de su poesía de sermones y moradas y levanta su frente al aire del mundo. Cada vez ha de ser más humana y combatiente la obra de un poeta. Rafael Alberti se suma a los esfuerzos de libertad de la clase obrera española. Es el primer gran poeta que hace esto en España de manera total. Corno antes en América Whitman, como después en Chile Neruda.
En 1933, desde las grandes antenas de Europa, después de un viaje por la Unión Soviética, Alberti hace esta profesión de fe: «Un fantasma recorre Europa».

SEVILLA, CAPITAL DE ESPAÑA [LA AMANTE]

Alguna vez he hablado aquí de la revista Litoral, publicada en Málaga, en la Imprenta Sur, por un grupo de jóvenes poetas; pero a los suplementos de esa pulcra revista no creo haberme referido con el detenimiento que merecen. Hoy quiero hacerlo con ocasión de subrayar uno de ellos, La amante, libro de canciones de Rafael Alberti.
Manuel Altolaguirre y Emilio Prados son el alma de esas publicaciones, que ganan las primeras simpatías del lector por la limpieza y el buen gusto de su veste tipográfica. Las Canciones del farero, siete poesías de Prados, como todas las suyas alegres de ritmo y luminosas de imágenes —aunque inferiores a las de su libro Tiempo—, estaban recogidas en un folleto de sobria elegancia, que nos saludaba con los rayos cruzados del sol mediterráneo y de los resplandores del faro. Así se nos anunciaba la buena nueva de Litoral. La obra de la revista se ensancha con la edición de algunos tomitos ya prometidos en ese saludo; sus amores —si se prescinde de Bergamín, al que por muchas razones habría que incluir en el mapa literario de Andalucía— son todos del sur. Creo que este hecho tiene gran importancia. Un poeta catalán, de los mejores con que cuenta España, me decía que nuestra capital debiera ser Sevilla; varias eran sus intenciones al declarar esta preferencia, pero nos parece que la literaria justifica el deseo. Si no de España, sí al menos de nuestra lírica, la capital es andaluza. Puede asegurarse que hoy, sin duda, existe una escuela de poesía Sur, con múltiples discípulos y algunos maestros.
Ayer, un triángulo con el vértice alto en Castilla: Juan Ramón Jiménez, Manuel Machado y Antonio Machado. Hoy, el vértice más alto llega hasta las sierras de los bandoleros y la Guardia Civil: los broncos romances de Federico García Lorca. Los demás poetas son realmente litorales. Rafael Alberti, en tierras castellanas, sigue siendo marinero y andaluz.
La amante es un librito pequeño, de canciones siempre breves, cantadas con la alegría del pájaro que canta por cantar. Este conjunto de poesías no puede darnos la definición y la medida verdaderas de nuestro lírico. En esa ligereza íntima con que está escrito, brotado, hallamos tan sólo un côté de Alberti; su complacencia en la voz, su contento de divertirse, que en su obra mayor sigue siendo una de las más fértiles virtudes. Pero al Alberti completo, si queremos encontrarle, hemos de irle a buscar en su libro Marinero en tierra y, además, en algunas de sus múltiples producciones dispersas por las revistas literarias desde hace un año. Recogiendo todos estos datos, ya se puede hablar de Alberti con suficiente base de información para definir su personalidad. La primera condición que todo lector advierte es su andalucismo; luego, unido a esta, el aire popular. Pero es necesario ir más adentro, hasta conocer la eficacia de esos brotes en la fronda de la poesía de Alberti. Ello puede conseguirse diferenciando en vez de comparar. En crítica hay un camino corto y fácil; pero el término de este camino —extremo de los rieles tipográficos de un igual— suele ser un error. Conviene desconfiar de los parecidos que saltan a la vista, torcida muchas veces. Al hablar de Alberti, la comparación fácil pronuncia el nombre de otro gran poeta joven de Andalucía: Federico García Lorca. Si nos dejamos llevar, casi podemos establecer una relación de maestro —el último— a discípulo —el primero—. Pero conviene diferenciar. La analogía surge de una fonética lírica común. Lo regional, el color local, extravía las pupilas. Ya más allá de este parecido superficial, las diferencias recortan sus perfiles. Lo popular, en Alberti, tiene siempre una raíz erudita, que penetra en la tradición poética de Andalucía hasta profundidades no alcanzadas por Lorca: en este, la tradición es principalmente gitana y lleva ecos y resonancias de «cante». En Alberti, hay que buscar esos ecos por las canciones de Góngora y por toda la línea erudita de lo popular artístico —siglo XVII—, muchas veces anónima. De pronto, también, en donde menos se piensa: en Gil Vicente, en las Cantigas del Rey Sabio.
De Góngora recoge Alberti, a más del romance y la canción menor, el tono alto de las Soledades y el Polifemo. Esto le da una firmeza constructiva, una seguridad de técnica ceñida y exacta, que frecuentemente no posee Lorca ni en sus instantes más felices; l...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Epígrafe
  5. Índice
  6. La crítica de Juan Chabás sobre poesía y prosa de la Vanguardia, por Javier Pérez Bazo
  7. Criterios de esta edición
  8. Los textos y sus fuentes
  9. Bibliografía
  10. Aforismos sobre crítica
  11. TIEMPOS DE TRANSICIÓN
  12. EN LA VANGUARDIA ARTÍSTICA. EL ARTE NUEVO
  13. LA JOVEN LITERATURA
  14. REVISTA DE REVISTAS
  15. EL VERSO DEL VEINTISIETE
  16. PROSISTAS DEL VEINTISIETE