Elogio de las vagabundas
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Elogio de las vagabundas

Hierbas, árboles y flores a la conquista del mundo

Gilles Clément, Cristina Zélich Martínez

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Elogio de las vagabundas

Hierbas, árboles y flores a la conquista del mundo

Gilles Clément, Cristina Zélich Martínez

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El perejil gigante del Cáucaso, las onagras, el hinojo, la ambrosía… Arrastradas por el viento, desplazadas por los animales o bajo las suelas de nuestros zapatos, las especies vagabundas han conquistado con audacia y vitalidad nuestros bosques y páramos. Se las llama "malas hierbas", "plagas" o "invasoras" y, con demasiada frecuencia, se les prohíbe la entrada en nuestros jardines. Son muchos los que se empecinan en declararlas enemigas, pero ¿representan verdaderamente algún peligro?El botánico y paisajista francés Gilles Clément alaba estas especies de nombres exóticos y originales comportamientos que campan felices en su "jardín en movimiento". En este bello alegato, nos describe los orígenes y la historia de una variada selección y nos permite entender cómo la acción de los seres humanos es en gran medida la causante de sus vagabundeos.Una magnífica defensa del mestizaje planetario escrita desde la sabiduría del jardinero y la poética del escritor.

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Información

Año
2022
ISBN
9788425233555
Edición
1
Categoría
Gartenbau

II

Planeta, país sin bandera

El mundo preocupado denuncia la invasión de seres llegados de fuera. Extranjeros, plantas, animales, ¿cómo osáis llegar a nuestras tierras? Abundan los artículos sobre el tema. Se organizan coloquios, cumbres mundiales sobre la urgencia de luchar contra todo lo que no sea autóctono, local y nacional. Se machaca al usuario con que hay que erradicar, por todos los medios posibles, las especies que no figuran en las listas autorizadas. Se legisla, se protege, se asegura. Cuando el sistema ya está constituido, se inicia un proceso extravagante: el de la evolución.
Vosotros, seres vagabundos, no tenéis derecho a ocupar el terreno de los demás. Desapareced, no molestéis a nuestras series florísticas con vuestra presencia abusiva y mortal. Ahuyentáis a nuestras especies, a veces las matáis. La contaminación sois vosotros. Luchamos contra vosotros en nombre de la identidad nacional, protegemos a nuestros ciudadanos, nuestro paisaje, nuestro medio ambiente. En nombre de la diversidad os haremos la guerra ya que queremos la paz.
La paz: extravagancia humana sin fundamento biológico. Cada vez que se trata sobre ella, los elementos se desencadenan. El resto del tiempo, la vida camina a su ritmo.
Así va el proceso, todos sabemos que se acelera.
Fantástico.
Un oscurantismo ultramoderno, magníficamente envuelto en ciencia, que destella informática, ocupa el ángulo de esta ventana a través de la cual miramos el mundo y así nos impide verlo.
Los extremos se ponen de acuerdo sobre este atuendo, cómodo de llevar: la bandera. Sí, nos la pondremos, nosotros, los de derechas, que tanto deseamos proteger nuestro pasado; nosotros, los de izquierdas, que queremos proteger nuestra diversidad.
Aquejada de patrimoniomanía, la flora se ve arrastrada a la fuerza dentro del mayor museo del mundo (acaba de abrirse, ¡id a verlo!); aunque se le llama “naturaleza”, llevará este nombre lleno de sabiduría y promesas: “reserva”.
Reserva natural, mundial, planetaria, dudamos.
Para mí, que soy por naturaleza reservado —es decir, que estoy un poco en el margen de las cartas geográficas—, la reserva mundial de la vida se acomoda a gusto en un solo nombre: “jardín”. Ya lo he dicho en otro lugar. Con este término sin armas, el pasajero de la Tierra tiene derecho a soñar. Algo es algo.
“Reserva” es otra cosa. Definida como un territorio ideal, sin afiliación política, encierra, apretujada detrás de los barrotes y los textos legislativos, a una serie de almas a las que se les prohíbe dos desvaríos:
– ir a ver mundo,
– invitar a que el mundo venga a ver.
Solo los turistas tienen derecho: pagan. Hay que dar de comer a los guardianes de la reserva, ¿no?
Los espacios abandonados
El paisaje no solo está construido de reservas. También están las ciudades de hormigón, los océanos de fuel, los campos de nitratos y toda una serie de intersticios biológicos sin nombre; los espacios “abandonados”; urbanos, periurbanos, rurales, marítimos, costeros. Están por todas partes.
“Baldío”, palabra cargada de vergüenza, designa un espacio sustraído del dominio humano con la intención de volver a él. De momento los textos los ignoran. Olvido a favor de las vagabundas: ¿quién se preocupa de las budelias que crecen en un descampado? El espacio abandonado no lo está para todo el mundo; este término, colmo del antropocentrismo, descarta todo lo que no tiene un lazo con la actividad humana.
La naturaleza no olvida los terrenos vírgenes. Todo lo que el ser humano abandona se convierte en una superficie de acogida para las plantas y los animales, en particular aquellas y aquellos que no encuentran otro lugar cuando la competencia se lo impide. La flora y la fauna de los espacios abandonados no se encuentran forzosamente en todas partes. Las plantas ruderales pertenecen a los escombros, lugares abiertos, alterados, pedregosos, que ofrecen luz y disponibilidad de expresión. El espacio abandonado produce una serie biológica que aumenta la diversidad global. A menudo se habla de individuos pioneros, seres llegados para conquistar los suelos abandonados o desnudos. La flora de los escoriales no es distinta de la vegetación de los pedregales de montaña. Que la montaña sea natural o artificial es poco importante para las especies pioneras.
La dinámica de cobertura del suelo a partir del terreno desnudo procede por etapas; la primera —la de las pioneras— se compone de serie heliófilas de ciclos cortos.1 Plantas anuales y bienales que preparan un humus en el que crecerán los arbustos y los árboles; vía de acceso al clímax —estado óptimo de vegetación para un suelo y un clima determinados— casi siempre un bosque.
El comportamiento de las pioneras se traduce en una gran aptitud para el vagabundeo. La estrategia de cobertura del suelo exige una fructificación abundante y un ritmo acelerado de generaciones. A partir de un pie madre de onagra o de gordolobo, cien metros cuadrados se cubren en tres años con un clima templado medio, como, por ejemplo, el de Creuse. Desde un foco como este, una o varias vagabundas pueden conquistar toda una región. Para ello es necesaria una condición esencial: que el suelo haya sido removido. En estado natural un suelo removido es raro. Un árbol puede levantar la tierra al caer, o un topo al excavar sus galerías; se trata de intervenciones localizadas y poco extensas. Por el contrario, cuando el ser humano desarrolla una actividad a todos los niveles, araña la tierra, la hiere, la levanta, la cultiva: abre el campo a las vagabundas. Tanto si se trata de tierras aradas o abandonadas, la superficie de acogida ofrecida a las plantas pioneras aumenta a medida que aumenta la actividad humana. Ahora bien, con su acción, el ser humano fabrica suelos abandonados cada vez más numerosos. La más mínima carretera genera enlaces viarios cuyo desarrollo está regulado por los ingenieros; aíslan espacios aparentemente inaccesibles que rápidamente son ocupados por seres pioneros. De este modo, las casas, las canteras, las carreteras, las autopistas, las rotondas, las vías férreas en construcción, los movimientos de tierra, útiles o inútiles, se suman a las superficies abiertas tradicionalmente por la agricultura y crean las condiciones propias para el crecimiento subversivo de las vagabundas. Sin embargo, donde menos se encuentran es en las explotaciones agrícolas, tierras de labor: los suelos cultivados, saturados de venenos, seleccionan la vida para mantener una especie única, omnipresente, al más alto nivel de rentabilidad. Y nada más.
Por tanto, los espacios abandonados constituyen los únicos refugios de importancia para las pioneras de los suelos abandonados, desnudos, “revueltos” o con escombros. Oportunidad para una cierta expresión de la diversidad.
La “secundarización”, estado de la naturaleza transformada
Excepto algunas plantas leñosas poco exigentes en cuanto a la naturaleza del suelo (budelias, ailantos, falsas acacias, arces blancos, abedules), las primeras especies que cubren el suelo pertenecen a las herbáceas, grupo que expresa perfectamente la diversidad florística en nuestros climas. (En los trópicos la diversidad reside sobre todo en los árboles. Para apreciar un jardín tropical, el mejor punto de vista es la canopea —la parte superior del follaje: sin duda, una observación difícil—; el jardín de nuestros lares se parece mucho más al prado florido: un jardín hecho de hierbas, fácil de observar desde arriba.)
Tanto en climas templados como fríos o tropicales, la acción del ser humano transforma los estados de la naturaleza. Un lugar aparentemente salvaje puede ser el resultado de una reconquista natural acaecida después de una explotación humana (a veces, también, de una catástrofe natural). Se habla entonces de medio “secundarizado”. Las especies que en él se desarrollan son distintas de las originales.
Las mismas especies pueden adoptar en dicho medio un aspecto y un comportamiento diferentes. En oposición a los medios intactos, sobre todo los bosques primarios, los lugares secundarios (o secundarizados) expresan una dinámica fuerte, una congestión máxima y un mestizaje complejo entre especies indígenas y especies exógenas. La secundarización del territorio incluye el conjunto de los espacios abandonados planetarios, pero también todo el territorio llamado “antrópico”. Esto atañe a la totalidad de las tierras emergidas a excepción de las reservas de naturaleza primaria; es decir, una superficie considerable.
Superficie de acogida para el vagabundeo.
A menos que se produzca una brutal eliminación de la especie humana de la superficie del planeta, es imposible que pueda detenerse la secundarización de los medios primarios. ¿Qué milagro pondría fin al vagabundeo?
La tendencia natural de las plantas a viajar —viento, corrientes, animales que transportan las semillas, etc.— se ve dinamizada por dos factores en expansión: la secundarización del territorio y el movimiento humano.
El mestizaje planetario
Al acelerar el ritmo de sus desplazamientos por el planeta, el ser humano, consciente o inconscientemente, acelera el mestizaje de las especies con ayuda de los espacios abandonados. Son necesarias que se den estas dos condiciones: aporte exterior de semillas y constitución de una superficie de acogida.
En todos los rincones del planeta se produce el mestizaje. Algunas especies ubicuas tienen fama de cosmopolitas —gordolobos, helechos águila, eucaliptos, mimosas, etc.—, reputación usurpada ya que estas grandes viajeras no pueden ir más allá de los límites de un umbral fruto de su propia amplitud biológica. Los eucaliptos más expuestos, Eucalyptus niphophila, de los montes Kosciuszko, en los Alpes australianos, no podrían soportar los fríos de las regiones francesas de Auveria o del Jura. Su bioma es el del Mediterráneo alpino, puede aclimatarse en las regiones bioclimáticas comparables: el centro de Chile, el sur de Francia, California, etc. Su área de expansión, limitada por los umbrales biológicos de la especie (en este caso la resistencia al frío), impide que sobrevuele ninguna amenaza hegemónica, pero es posible encontrarlos en todas las regiones del mundo donde su crecimiento sea posible. Otros eucaliptos más combativos, capaces de producir semillas fértiles en abundancia y de regenerarse, a la larga pueden constituir forestaciones monótonas, y, aun así, habría que ver en detrimento de qué. A menudo estas poblaciones ocupan un terreno en el que el bosque ha desaparecido hace tiempo. Para tener leña, calentarse, cocinar, construir, ¿qué es mejor, el eucalipto, accesible y rápido, o un bosque diverso protegido, prohibido y que tarda en crecer, o, incluso, un suelo desnudo azotado por los vientos? El vagabundeo de las especies, su dispersión por el planeta, plantea una pregunta molesta para la ecología. Los científicos no habían previsto la categoría “urbana” de la ecología. Se habla también de ecología humana. Casilleros para conciencias tranquilas que permiten evitar la cuestión sencilla de una ecología verdaderamente humanista,2 en la que el conjunto de los seres vivos, incluyendo al ser humano, interactúa sin fronteras. También sería necesario conseguir hablar de ecología sin tener la necesidad de calificarla, pues designa todas las interacciones que orientan la evolución de lo vivo. Es imposible que el ser humano salga él solo, el último depredador de la cadena de depredaciones, de un sistema en el que desempeña un papel fundamental. Desde este punto de vista, es el único ser vivo que va más allá de los límites de su bioma natural —un clima templado o mediterráneo, incluso subtropical (digamos clemente)— para cubrir todo el planeta gracias a sus múltiples prótesis. La ropa, los aislamientos y la calefacción aumentan desmesuradamente su amplitud biológica natural. No por ello hay que clasificarlo aparte, manteniendo sobre el planeta su estatus bíblico de amo del mundo.
El mestizaje planetario atañe a todos los seres vivos, y más especialmente a aquellos cuya amplitud biológica ofrece un espectro amplio. Sapiens, única especie del género Homo, con un espectro inmenso, mezcla sus variedades naturales —que denominamos razas— con energía y dificultad. De ello surge un mestizaje cromático acompañado de caracteres singulares que unen, diferencia a diferencia, el conjunto de la especie humana. Todos los humanos son fértiles entre sí. Esta es la definición de especie. Por tanto, es natural, por no decir aconsejable, que el mestizaje se produzca. La cuestión de la fertilidad se vuelve problemática para especies diferentes dentro de un mismo género y resulta imposible para especies de géneros distintos. El burdégano y el mulo, ambos productos de un cruce entre el género Asinus y el género Equus, no tienen descendencia fértil.
Mestizaje no es sexualidad, o no forzosamente. Metamos en una tinaja para lavar un lote de plantas, de animales y de humanos originarios de todas las partes del mundo. Agitemos. Dejemos reposar: algunas especies habrán migrado hacia sus regiones de afinidad climática, otras habrán desaparecido; algunas habrán mutado, otras, fruto de copulaciones fantasiosas, se sumarán al balance de las invenciones de la naturaleza. Dicho balance, seamos claros, no se inclina a favor de la cantidad. A pesar de las nuevas configuraciones y posibles nuevos híbridos, el mestizaje, tal como se produce actualmente —con violencia—, contribuye al descenso del número total de especies del planeta. La biodiversidad se ve afectada.
El continente teórico
El resultado del mestizaje conduce a repartos poco previsibles. Únicamente la “experiencia” del mestizaje da algunas ideas sobre los “ensamblajes” probables, partiendo tanto de los orígenes geográficos de las especies, cuando se conocen, como de su amplitud biológica. El origen de...

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