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Breve historia de la especie humana. Hacia un nuevo modelo
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Información
Editorial
Editorial BereniceAño
2022ISBN de la versión impresa
9788418952623ISBN del libro electrónico
97884113106283.
¿Adónde vamos?
«Lo importante es no dejar nunca de hacer preguntas.
No perder jamás la bendita curiosidad»
No perder jamás la bendita curiosidad»
Albert Einstein
3.1. El crepúsculo de las ideologías
El mundo ha evolucionado tanto en las últimas décadas con la ciencia que cura enfermedades, la física que pone luz sobre el origen del universo y desmonta religiones, la tecnología que realiza operaciones en segundos, migraciones que conllevan inmigrantes que no pertenecen a aquel lugar del que se despidieron ni al que es su nuevo hogar; en definitiva, un mundo con individuos que no saben qué creer, a quién apoyar, dónde estar. Son precisamente estas crisis de identidad en los individuos las que provocan las confrontaciones de nuestro tiempo.
Como afirma Román Cendoya, las ideologías son corrientes de conveniencia. Las ideas existen, pero no vertebran la sociedad. Podemos preguntarnos si hay ideologías o conveniencias. Basta con escuchar las declaraciones que realizan los distintos responsables de los partidos políticos para percibir la evidente endeblez de sus ideologías y principios. El centro es una realidad sociológica, no ideológica; es un instrumento en el que la sociedad converge, un instrumento de corrección de la sociedad para subsanar una tendencia política que no se desea. Hoy funciona el populismo. Pero el populismo no es una ideología, sino una corriente que se nutre de otras ideologías como pueden ser el socialismo o el liberalismo y que, utilizando en su favor el
desánimo del ciudadano, busca la aceptación, el apoyo y el voto masivo sin tener la capacidad de resolver los problemas económicos y sociales. Lo perverso del populismo es que se contagia y hace que, salvo unos pocos que manifiestan y defienden sus ideales con claridad y denuedo, la gran mayoría se impregna de ese querer gustar y dice lo correcto para conseguirlo. Es decir, usa la frustración del ciudadano como dinamizador del voto para conquistar el poder.23.
desánimo del ciudadano, busca la aceptación, el apoyo y el voto masivo sin tener la capacidad de resolver los problemas económicos y sociales. Lo perverso del populismo es que se contagia y hace que, salvo unos pocos que manifiestan y defienden sus ideales con claridad y denuedo, la gran mayoría se impregna de ese querer gustar y dice lo correcto para conseguirlo. Es decir, usa la frustración del ciudadano como dinamizador del voto para conquistar el poder.23.
La totalidad del espectro se ha desplazado. Y se sigue desplazando. Por ejemplo, en España el presidente del Gobierno del Partido Popular (PP)24, Mariano Rajoy, resultó ser más de izquierdas que el propio presidente socialista Felipe González. El aborto, tema controvertido donde los haya, pasó de ser rechazado por la izquierda a ser aprobado incluso por la derecha. El 10 de junio de 2020, en España, el Congreso aprobó el ingreso mínimo vital con el voto a favor del PP y la abstención de Vox25. ¿Dónde quedó su ideología, ya no de extrema derecha, simplemente de derecha? Resulta muy paradójico que el PP dé su apoyo a esa medida siendo su ideólogo económico el que presume de liberal, Daniel Lacalle. El portavoz del PP afirmaba, antes de que la medida fuese presentada en el Congreso, que «la renta básica para proteger a los más vulnerables es un invento del PP porque las primeras comunidades autónomas que implantaron una renta mínima de inserción para sus habitantes fueron Galicia y Castilla y León».
El crítico cultural norteamericano Henry Giroux, referente mundial de la pedagogía crítica, considera que la pandemia de la COVID-19 «es más una crisis política que sanitaria o económica, dado que la ineficacia de los Estados ante el virus responde a cuarenta años de políticas mercantilistas y privatizadoras». Nosotros diríamos que es una catarsis ante la falta de rumbos claros. No tener ideologías lleva a una acción errática.
Como vaticinó el filósofo y político español Gonzalo Fernández de la Mora26, nos enfrentamos al declive de la capacidad movilizadora de las ideologías clásicas. La izquierda socialdemócrata se ha ido aburguesando al mismo tiempo que el pensamiento liberal-conservador se ha ido socializando. El resultado es un pensamiento único, que comenzó a aparecer en los ochenta. El resultado: la inacción en momentos clave para evitar la crítica y, por tanto, la dicotomía entre el «Estado» y la «sociedad civil».
Karl Polanyi, en el ensayo publicado en 1944 La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, planteó que la codependencia abstracta y anónima típica de las sociedades industrializadas genera una propensión a la sumisión —producto, sin duda, de la falta de ideologías.
Vivimos en un mundo desestandarizado que necesariamente nos lleva a la estandarización de las ideas. Se buscan patrones para todo, modelos que encajen en gran parte de la sociedad.
¿Qué ha ocurrido con las ideologías? ¿Cuándo fenecieron?
La globalización, el multiculturalismo, viajar, cambiar de país, amigos de distintas nacionalidades, creencias religiosas y posturas políticas conllevan replantearse verdades con las que crecíamos sin cuestión alguna. Cuanto más mundo conoce una persona, más complicado es que se obceque en una verdad absoluta, porque la vida tiene pocas. Por eso se han ido desintegrando las ideologías como si les hubiesen vertido disolvente. Algunos incluso llegan a negar cualquier ideología; ahora bien, eso no significa no tener una, sino simplemente que no se identifican con ninguna de las existentes, lo cual ya es en sí mismo una ideología, en tanto en cuanto una ideología es una doctrina que define el lugar en el mundo, las inquietudes y los intereses de aquellos que la postulan.
La cuestión en el siglo XXI es que las ideas no existen, somos gobernados por una política partidista de discursos vacíos y ataques superficiales, la sociedad se suma a reivindicaciones sectoriales de las que ni siquiera conoce el trasfondo, acude a manifestaciones nacidas con fines subterfugios como enfrentar a la sociedad a fin de distraer de problemas de gran calado o derrocar a líderes que no interesan a determinadas fuerzas económicas.
No hay confianza en los Estados para resolver los problemas. La desconfianza de los ciudadanos es creciente. Asisten indignados a la crisis de la democracia representativa y de la soberanía del Estado, regidas por el cinismo de la palabra.
La de hoy es una sociedad regida, no por valores e ideales políticos, sociales y económicos más o menos loables, sino por el odio, el rencor y la ira. En la actualidad es muy fácil hacer que la gente se odie, crear bandos. Impera el discurso del odio y la razón tiene un recorrido corto frente al odio, que no necesita ser instaurado en un sentido bidireccional, basta con establecerlo en un lado. Él solo se encargará de soliviantar a los otros. La experiencia nos dice que cualquier motivo que pueda utilizarse en absoluta desigualdad, germina.
El pensamiento (que se supone debería preceder a toda acción) es ignorado, como quien se salta casillas en un juego, para sustentar las decisiones en un mero pragmatismo vacío.
Derechas, izquierdas, centro, rojos, fachas, religiosos, ateos, agnósticos… Las luchas étnicas, las guerras entre países y las guerras civiles continúan, las unas sucediendo a las otras. El mundo árabe se niega a aceptar el paradigma occidental, China avanza e intenta imponer sus pautas y tradiciones, tanto políticas como económicas y sociales, como en su día lo hicieron los Estados Unidos de América (sobra recordar Halloween). Al comienzo del siglo XXI todo parecía en su lugar, bien orientado, con la democracia rigiendo la gran mayoría de los países del planeta; el capitalismo permitiendo crear empleo, crecer, fomentar el desarrollo personal, el reto; el socialismo instaurando políticas de protección social. Pero algo ha fallado o, más bien, muchas cosas, hasta ver diluidas las señas de identidad. Ahora tenemos partidos políticos que han perdido su punto de apoyo ideológico. No tienen derechos que reclamar porque ya vivimos en Estados de derecho, de manera que se han convertido en partidos contestatarios que se inventan causas justas y viven la política como una trinchera de insulto al contrincante en lugar de una plataforma de diálogo para construir un futuro mejor. Esto reduce el mundo al simplismo de buenos y malos; maniqueísmo simplista de quienes apenas ahondan en lo esencial y no tienen mayor complejidad que ofrecer.
Acertó Walter Benjamín cuando auguró: «Se acabó la transmisión del legado político, cultural, ideológico, de una generación a otra».
Al final, las revoluciones ideológicas han sido un desastre porque no se ha pasado de ellas a un nuevo futuro, sino que ha habido que volver al origen, a la casilla de salida, y empezar de nuevo en una dirección contraria a la que se había emprendido. El ejemplo más claro lo tenemos en Rusia, quizá el país más capitalista del mundo. Otro buen ejemplo puede ser China, que ha pasado de una dictadura comunista a una dictadura capitalista (régimen socialista de partido único con economía de mercado).
El comunismo se ha probado en más de doscientos países y no ha funcionado en ninguno. Su gran mentira no funciona. Como dijo el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, cuando ganó las elecciones:
Sus líderes defienden los servicios públicos, pero jamás usan transporte colectivo. Aman mucho a la escuela pública, pero mandan a sus hijos a colegios privados. Adoran la periferia, pero jamás viven en ella. Firman peticiones cuando se expulsa a algún invasor, pero no aceptan que se instalen en su casa. Son esos que han renunciado al mérito y al esfuerzo y que atizan el odio a la familia, a la sociedad y a la república. Y con el mayor descaro se lucran de los bienes del Estado, y montan hasta negocios con el dinero mal habido a la vista de todos de la manera más cínica […].
Como defiende el filósofo y pensador Slavoj Žižek, vivimos en sociedades posideológicas con discursos de políticos e intelectuales que se inclinan por definir una época donde el hombre puede sentirse libre y al margen de toda influencia ideológica. Para muchos, los Estados y las políticas no deben ni pueden jugar un rol predominante. Pero, entonces, toca pensar cómo podemos evolucionar con unos gobernantes sin ideología que avanzan ante la corriente del populismo. Y también plantearnos cuánto podemos recorrer con esta sociedad del goce (como dice Žižek, existe un empuje perpetuo a gozar, identificando goce con desenfreno hedonista) o, como la llamó el filósofo francés Gilles Lipovetsky en La era del vacío, del individualismo, en la que la estructura de la sociedad se rige por las apariencias27, en la que las democracias tienen una vida secular, organizadas cada vez más por la imagen, la seducción, lo efímero y los cantos de sirenas. En su ensayo La era del vacío, Lipovetsky abordaba este tema magistralmente. Es curioso que, pese a que fue publicado en 1983, sigue de plena actualidad porque el individualismo es el nuevo estado propio de cualquier sociedad democrática avanzada; el yo y mi satisfacción; el imperio de lo efímero, donde las ideologías no interesan porque lastran. De ello tiene también una gran parte de culpa la publicidad, mano que influye en las costumbres y en la personalidad, y que parece inducir a un consumo masivo y a una preocupación por lo banal.
Y nos encontramos aquí, en ese punto en el que las ideologías están en extinción en pos de un goce constante, un vivir sin pensar ni sufrir, sin ser conscientes de que no pensar conduce a un abismo muy peligroso. Las ideas existen, pero ya no vertebran la sociedad.
3.2. El renacer de los postulados marxistas
El derribo (que no caída) del Muro de Berlín es imprescindible para entender el comunismo. El marxismo y el comunismo fraca...
Índice
- Prólogo
- Introducción
- ¿De dónde venimos?
- ¿Adónde vamos?
- Bibliografía