Don Quijote, Sancho y las estrellas
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Información

ISBN de la versión impresa
9788418648137
ISBN del libro electrónico
9788411310536
Capítulo 1
JUEGO DE LUCES EN EL PATIO
DE UN CASTILLO
Mira bien y verás una cinta
de polvillo harinoso y espeso,
un borrón que parece de plata
o de nácar. ¿Lo ves?
Ya lo veo.
Santiago. Federico García Lorca
En un lugar de la galaxia de cuyo nombre no quiero acordarme… Podría ser este un buen comienzo para el libro, no sólo por la conveniencia de ampliar el espacio de localización, que ahora sabemos que es el de los suburbios de una galaxia llamada Vía Láctea, sino porque en pocos sitios de Europa como en la Mancha es aún posible ver y sentir de noche nuestra pertenencia a esa colosal colonia de estrellas. Y es que hoy en día, sentados al borde de un camino se muestra la Vía Láctea con nitidez.
Rodeada de un espacio sensiblemente oscuro, entre cientos de estrellas, se distingue claramente esa especie de sendero blanquecino y lechoso atravesando el cielo de parte a parte. Nuestros antepasados lo llamaban el Camino de Santiago, no porque apuntara necesariamente en la dirección Oeste hacia Santiago de Compostela, sino porque este sendero lechoso de la bóveda celeste parecía ser el reflejo del que era el camino más largo, sagrado e importante del país y también porque Compostela tenía mucho que ver con lo que ocurre en el cielo nocturno. Campus Stellae, campo de estrellas.
La leyenda habla de unas estrellas que cayeron a tierra en la zona donde ahora se ubica la ciudad de Santiago, mostrando así el lugar de la tumba del apóstol. ¿Meteoritos? ¿Un cometa? ¿La explosión de una supernova? ¿La llegada de extraterrestres? La leyenda no termina de especificar exactamente qué tipo de objeto celeste tuvo la gentileza de llevarnos hasta la tumba de Santiago. Ni siquiera se podía imaginar la misma existencia de esos objetos, y si alguien lo hubiese sugerido sin duda le habrían tomado por loco, o algo peor.
Nosotros, hoy en día, después de cientos de años de investigación, de descubrimientos, de aún más investigación y con un poco de imaginación, sabemos que ese mismo Camino de Santiago lo forman en realidad polvo, gas, más de cien mil millones de estrellas, otros tantos planetas y una ingente cantidad misteriosa de materia y energía oscuras que no emiten ni reflejan luz y sobre las cuales aún va a ser necesario algo más de investigación.
La Vía Láctea es, a nuestros ojos, la gran señora del cielo nocturno, y allí donde éste es suficientemente oscuro es posible seguir imaginando leyendas dejándonos llevar hacia todos esos mundos desconocidos que orbitan alrededor de estrellas como nuestro Sol. Mundos que, desbordando la más atrevida imaginación medieval, no solamente andan desperdigados por nuestra galaxia, sino por otras cien mil millones de ellas más, que forman lo que es hasta el momento el Universo conocido.
Y así, mientras contemplamos abstraídos el tenue brillo de nuestra galaxia al borde de ese camino en la Mancha, vemos aparecer a don Quijote con el ruido aparatoso de su vieja armadura, cabalgando lentamente poco antes del amanecer.
1Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alboroto de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo.
Fig. 1. Este es el cielo que encontró don Quijote poco antes
del alba en julio de 1605.
En el mes de julio, y a esas horas tan tempranas, se pueden observar en la bóveda celeste algunas de las constelaciones más conocidas.
Aún altas sobre el horizonte, hacia el Oeste brillan con fuerza tres de las estrellas más luminosas del cielo. Por su disposición, son conocidas como el triángulo del verano y lo forman: Altair, en la constelación del Águila; Vega, a tan sólo 25 años luz, en Lyra, y Deneb, en la maravillosa constelación del Cisne.
Un poco más abajo, ya casi tocando el suelo, encontramos a Hércules, pisando la cabeza del Dragón vencido, como sacada de la imaginación del mismo don Quijote. Hacia el cénit, allá donde cuesta tanto mirar, resplandece la constelación de Casiopea. Esta desdichada mortal, reina mitológica de Etiopía, acabó condenada en el cielo. Sí, he dicho bien, condenada en el cielo por vanidosa a dar vueltas eternamente alrededor del polo celeste. Es fácilmente identificable su figura principal: un grupo de estrellas con forma de W girando cada noche sin ocultarse nunca bajo el horizonte.
Siguiendo con nuestro recorrido del cielo de julio llegamos, mirando hacia el Este, a Perseo. Esta constelación tiene una de las estrellas más fascinantes del firmamento. Una estrella variable, cuyo brillo podemos ver cambiar de una noche a otra de forma ostensible. Se llama Algol, la estrella del diablo, y es visible prácticamente durante todo el año.
Desde siempre, esta variación de brillo ha provocado inquietud y temor a todos los que la observaban, que no dudaron en atribuirla propiedades demoníacas y el poder de dar mala suerte indiscriminadamente. Los griegos la convirtieron en el ojo de la cabeza decapitada de Medusa a manos del héroe Perseo, aunque fueron los astrónomos árabes los que la bautizaron como Al-ghul (nombre con el que ha llegado hasta nuestros días) en honor a una bestia mitológica y necrófaga de la que decían también que devoraba niños. Pero lejos de ese currículum de muerte y destrucción, hoy sabemos que Algol es principalmente un sistema de dos estrellas, en el que una orbita alrededor de la otra, atrapadas mutuamente por su atracción gravitatoria. Un sistema binario.
Desde nuestra posición en la Tierra podemos asistir fácilmente a un bonito eclipse de estrellas mirando a Algol. En su movimiento de giro un astro pasa por delante del otro exactamente cada dos días, 20 horas y 49 minutos, eclipsándose parcialmente durante unas diez horas para luego recuperar su luminosidad original. Por eso se le llama un sistema binario eclipsante.
Intentar “cazar” el eclipse de esta estrella variable con nuestros ojos es una experiencia excitante. Se trata de jugar a comparar su brillo con el de las estrellas circundantes, como hacían los antiguos, y comprobar nosotros, en primera persona,mo varía.
En primer lugar, consultaremos en internet2 los horarios esperados para los eclipses y elegiremos una noche para su observación, preferentemente de otoño o invierno para que las horas de aparición de Perseo no sean muy intempestivas. Luego, una noche antes del eclipse observaremos a Algol con su resplandor habitual, igual de intenso que el de la estrella Polar, y casi el mismo que Mirfak, su brillante compañera de constelación. Al día siguiente, a la hora esperada del eclipse, repetiremos la observación y constataremos cómo su luminosidad es ahora mucho menor, igualándose a la de ε Casiopea, que es el extremo más cercano de la W. Todo un juego de luces ante nuestros ojos.
Fig. 2. Durante el eclipse, el brillo de Algol descenderá hasta
igualarse al de ε Casiopea.
No deja de ser extraño ver cambiar de esa forma a una estrella, en un cielo que tendemos a considerar imperturbable. Es más fácil comprender las inquietudes de nuestros ancestros, y es que aun sabiendo que se trata de un sistema doble sólo podemos ver una incluso con un telescopio ya que están muy “cerca” una de la otra, a sólo nueve millones de kilómetros3.
Hoy sabemos que más de un tercio de las estrellas de nuestra galaxia forman part...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN
  2. Capítulo 1
  3. Capítulo 2
  4. Capítulo 3
  5. Capítulo 4
  6. Capítulo 5
  7. Capítulo 6
  8. Capítulo 7
  9. Capítulo 8
  10. Capítulo 9
  11. Capítulo 10