Martín Alonso Pinzón, un olvido injusto
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Martín Alonso Pinzón, un olvido injusto

Descripción del libro

Hasta que Martín Alonso Pinzón no regresa de Roma, de un viaje comercial, la expedición al Nuevo Mundo, no toma cuerpo. Martín Alonso, no sólo sufraga una parte importante del viaje, también proporciona las mejores naves y convence a los pilotos y a la marinería más expertos para embarcar en una aventura tan incierta. Gracias a su gran experiencia náutica, Martín navegó siempre en vanguardia, reparó averías, conjuró motines, y desde su carabela Pinta, Juan Rodríguez Bermejo, gritó la palabra que cambiaría el curso de la Historia: «¡Tierra!». La relación entre Colon y Pinzón fue buena hasta la llegada al nuevo continente, pero convertido ya Colón en Almirante, cambiará de forma radical. En la anochecida del 21 de noviembre en un acaecimiento normal de la navegación a vela y al haber ordenado Colón el regreso a Cuba, Martín Alonso no vio las señales y se separó de la flotilla, llegando el primero a Babeque y a la Española. En el diario de Colón extractado por las Casas, quedó constancia de unas severas acusaciones contra Pinzón por aquella separación, pero según testimonios de los pleitos colombinos, tales imputaciones podrían no tener fundamento. La enemistad entre ambos se mantendría hasta el final del viaje. Martín fue el primero en llegar a la península, pero su fallecimiento a los pocos días lo hizo desaparecer de las recompensas y la notoriedad de la epopeya marítima más portentosa de todos los tiempos, en la que junto a él, un buen número de personajes fueron injustamente olvidados: Deza, Juan Pérez y Antonio de Marchena, sus hermanos Francisco y sobre todo Vicente, Juan de la Cosa y los palermos, los mejores nautas de la época, sin cuya intervención, hubiera sido difícil preparar la expedición. Después de más de cinco siglos, es hora de devolverle el honor y la honra al navegante de Palos, sin cuyo concurso, Colón jamás hubiera llegado a América en octubre de 1492.

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Información

ISBN de la versión impresa
9788418952609
ISBN del libro electrónico
9788411310802
IV
Colón
Alice B. Gould, en su ya citada Nueva lista documentada de los tripulantes de Colón en 1492, en los pocos párrafos que dedica a Colón dice lo siguiente: «Tenemos escritores que ponen duda sobre casi todos los acontecimientos de la vida de Colón. Se discute donde nació y donde yace su cuerpo, cuantas veces se casó, en donde pasó su vida de marinero, lo que buscaba al oeste, sus motivos para creer en la posibilidad del viaje y hasta su cristiandad. Todavía no niegan que fue en la flota que descubrió en 1492 el Nuevo Mundo, aunque digan que otras naves de la época ya habían llegado antes». El general auditor de la Armada e historiador José Cervera Pery, nos ofrece esta aguda visión de la figura del nauta: «Y es que el ser real, el hombre, la criatura Cristóbal Colón sigue siendo a pesar de todo bien poco conocido. Apenas definible por rasgos tan genéricos, por esquemas tan contradictorios, todavía hoy Colón es casi para todos los gustos, para todas las alabanzas, todas las mezquindades humanas, genovés, catalán, portugués, gallego, judío converso, cristiano viejo en cuanto a posibles nacionalidades. En la flor de la madurez o en la casi ancianidad al momento central del descubrimiento. Notable navegante, buen cartógrafo, un loco mediocre en ambos títulos. Una personalidad cautivante, carismática, un hombre duro, mezquino solo movido por la ambición del poder y la riqueza. Un genio precursor, un empecinado que no fue capaz de reconocer siquiera que había dado a la humanidad un nuevo mundo, que murió sosteniendo porfiadamente que aquello era el Asia, las Indias. Un místico religioso cristiano, casi un santo al modo medieval, un solapado converso que eludía con habilidad las sospechas de la terrible recién nacida Inquisición. Un hombre de oscuros, humildísimos orígenes, alguien que siendo de cuna sino principal, cuando menos hidalga ennoblecida, ocultó para los más esa condición, quién sabe por qué causas. Colón, pues, en los mismos umbrales del siglo XXI, sigue siendo un misterio»90.
Del carácter de Colón nos habla también Castelar con tal videncia psicológica que es difícil superar el retrato hecho por el gran político español: «Quien desconozca de Colón las plegarias, las visiones, las profecías, el propósito de evangelización, el proyecto de recuperar el santo sepulcro, la tendencia incontrastable a "oraculear" y a presagiar, desconoce una parte del ser suyo, pero quien desconozca su finura de italiano, su mercantilismo genovés, su diplomacia del siglo XV, su hidrópica sed natural de riquezas, sus estratagemas de navegante, sus dobleces florentinas de conspirador, su propensión a entregarse al primer potentado con quien topaba en cuerpo y alma, sus continuas sumas y restas, lo desconoce a su vez en otro aspecto no menos curioso que el primero y no menos decisivo para su magna finalidad y para su creación maravillosa. En Colón había todo eso y había también un pésimo administrador que arbitraba irregularidades medidas. En compensación con la capacidad para crear un mundo con la fuerza de su visión intelectual encuentra asimismo una incapacidad que lo llevaba a destruir ese mundo con los expedientes de su imprevisión y desgobierno». Veamos lo que nos dice Carlos Pereyra: «Colón no era sabio. Su geografía estaba constituida por dispares y fragmentarias interpretaciones de la ciencia antigua infantilmente llevadas a la simplificación que le servía para sus planes. Deformaba las realidades que le salían al paso, se obstinaba en una representación incompatible con la experiencia. Todos recibían de frente la luz de los hechos; él se empeñaba en cerrar los ojos a esa luz de evidencia. También le faltaba en grado sumo el don humano de la simpatía. Carácter duro pero no era la suya la dureza del hombre poseído por su idea. La dureza de Colón estaba constituida por el egoísmo personal y por la injusticia del hombre negado para el afecto que solo tuvo en su círculo cerrado de consanguinidad. No tuvo amigos, su gratitud solo figuro en escritos de argumentación y con fines retóricos. Su egoísmo tenía una estrechez inverosímil y una dureza de mármol, era la malevolencia que nada perdona. Todo prójimo fue un enemigo, todo inconforme un rebelde, todo émulo un traidor, a la ley imperiosa del monomaniaco poseído por su propia grandeza, de su propia virtud y del concepto aberrante que imponía su interés como ley universal…». «Colón sale de Portugal con el san benito de "Homen falador e glorioso, mais fantastico, que certo no que dizia»"y Castilla le llamaba "soñador fabuloso". Uno y otro juicio serán luego el arranque de su leyenda, que nos presentará a Colón como a un "inocente traicionado y un genio incomprendido". Pero no hay traición en Portugal, ni incomprensión en España. Colón si hubo alguna traición, fue a sí mismo: por su carácter. Vivía en un mundo irreal, con sus ilusiones, sus fantasías, sus silencios, se llegó a creer de buena fe sus propios errores, que los creyó a fuerza de repetirlo, y se olvidó de la realidad»91.
4.1. Dudas sobre la historiografía del descubrimiento y sobre los documentos que dan pie a los datos biográficos de Cristóbal Colón
No creo que haya personaje en la historia del que existan tantas dudas sobre su biografía y haya generado por ello tal cantidad de libros y escritos tratando de indagar sobre sus inciertos orígenes. Como dijo Menéndez Pidal, Colón actuó «como las raposas borrando sus huellas con el rabo». Por otro lado las fuentes prístinas que nos ofrecen datos sobre todo lo que corresponde a la biografía colombina y sobre las que se cementa la arquitectura del edificio de la historia de Colón, han sido puestas en duda por una gran cantidad de historiadores. Así, la archiconocida Historia del Almirante, atribuida a Hernando Colón es opinión general que la parte estrictamente biográfica no está redactada por él sino por un mal biógrafo cercano a la casa de la virreina, y con buenos conocimientos de latín, quizás el capellán. Veamos esta obra en detalle.
La obra conocida como la Historia del Almirante que oficialmente fue atribuida a Hernando, o Fernando Colón, hijo natural del almirante, se publico en Italia (Venecia) en 1571 y fundamentalmente circuló por ese país, y de allí paso a otros países de Europa, aunque no tuvo en sus primeros tiempos la resonancia y fama que alcanzaría posteriormente. En España, la obra no fue publicada y conocida hasta que Barcia la tradujo no muy bien al castellano en 1749. En 1932 Manuel Serrano Sanz, realizó una segunda traducción, mucho más afortunada y que hoy es quizás la más consultada de las ediciones en castellano. No empezó realmente a ser bien estudiada hasta el siglo XIX, con el auge de estudios sobre la Historia de América y sobre todo por el afán revisionista sobre los documentos que conformaban la historiografía de esa magna epopeya, de manera que se puso seriamente en duda la autenticidad de los documentos que conformaban la arquitectura del edificio que sostenía lo conocido hasta entonces de los primeros momentos de la historia del descubrimiento, su génesis y el desarrollo, sobre todo del primer viaje. Uno de los documentos que se puso en duda, además de otros como el Diario de Navegación, las Cartas de Toscanelli y otras epístolas de Colón y la Historia de las Indias de las Casas, fue la Historia del Almirante. Algunos de esos estudios generaron tremendas polémicas, algunas de las cuales todavía colean, tales como la que generó la obra del americano Henry Harrisse, o la célebre polémica entre el investigador argentino Rómulo Carbia, gran detractor de la veracidad de los documentos anteriores, por un lado, y el afamado historiador español, Emiliano Jos, por otro, en una larga pugna de duelos dialecticos, que convirtieron la que debe ser sosegada materia del estudio de la Historia en un verdadero campo de batalla con descalificaciones personales y argumentos poco científicos, basados en meros egos personales, que en nada o no demasiado, ayudaron en realidad a esclarecer los hechos. Entre los que se creen a pie juntillas la veracidad de todos estos documentos, están, como no podía ser menos, aquellos que se pueden encuadrar en el bando de los panegiristas de Colón y el primero de ellos, cronológica y argumentativamente hablando, debe considerarse Washington Irving, al que Rumeu de Armas llama «pionero del colombismo», quien considera la Historia del Almirante como «la piedra angular de la historia del descubrimiento americano». Otro historiador del mismo bando es Cesare de Lollis, quien califica la obra de Hernando: «Como el primero y más importante documento para la historia de Colón y América». En lo que respecta a autores españoles, dos de los más señeros, Manuel Serrano y Sanz y Antonio Ballesteros Beretta, consideran que el libro de Hernando es autentico, pero discrepan respecto a la veracidad del contenido. Otros creen directamente, que los documentos citados, son una superchería y entre ellos algún autor como Carbia, dicen que habría que rehacer la Historia de América. Es a estos a los que debemos de prestar más consideración, pues en algunos casos, como los citados Harrisse o Carbia, sus argumentos, no han sido desmentidos de forma rotunda, ni siquiera aproximada, por lo que la conclusión general es que todos estos documentos y en especial algunas partes de ellos, se puede asegurar que no son del autor a quien se le atribuye la obra, léase Fernando Colón, ni su contenido es veraz. Los primeros autores en dudar de parte de la Historiografía colombina, se pueden considerar los padres jesuitas de Trévoux, quienes en sus memorias, se extrañan de lo poco clara que es La Historia del Almirante. Piensa lo mismo, el francés Pierre Charlevoix, quien no se explica cómo un hombre de la vasta cultura de Hernando, no hubiera podido redactar una obra de una calidad superior. Más adelante en el tiempo, Bartolomé José Gallardo, sabio bibliófilo, lanza la tesis de que la obra de Hernando Colón está relacionada con la del cronista Pérez de Oliva, quien también escribió una biografía del almirante. La aparición en una biblioteca norteamericana de un ejemplar original de la biografía de este autor y su apenas similitud con la de Hernando echó por tierra esta teoría. De otra índole, sin duda mucho más consistente, es la obra publicada y puesta en circulación en Sevilla en 1871, por el gran americanista, Henry Harrisse, titulada Don Fernando Colón, historiador de su padre, y que fue traducida al francés en 1872 con el título: Fernand Colomb. Sa vie, ses ouvres. Esta obra sigue vigente, parte de ella, y no se han podido desmontar los argumentos que evidencian una superchería en ciertos documentos capitales de la historia del descubrimiento. Aunque Harrisse, detecto un gran número de invenciones, errores y supercherías, sin embargo, en la parte en la que intentó demostrar las razones de su falsedad, no fue tan certero. El error más grave que cometió, fue el no reconocer que otros autores coetáneos, como Las Casas, pudieran haber tenido conocimiento de la obra del hijo del almirante con el agravante de que Harrisse estuvo en la Biblioteca Nacional, en Madrid, consultando el original de Las Casas y no fue capaz de detectar, el gran parecido entre la obra del dominico y la historia de Hernando. Harrisse, por otro lado, anuncia una conclusión muy ambigua y en realidad poco apropiada, y esta es, que una copia de la biografía de Pérez de Oliva, se habría vendido en Génova en 1563 a Baliano de Fornari y esa obra fue en la que se basó el famoso traductor español Alfonso de Ulloa, que estaba encarcelado en Venecia, creando de esta guisa uno de los mayores engaños en materia bibliográfica que se pueden recordar. Harrisse fue discutido por los panegiristas de Colón con gran virulencia y Jiménez de la Espada y Antonio Mª Fabie, le advirtieron del error de no haberse dado cuenta del parecido de las obras de Las Casas y de Fernando, aunque lo hicieron con mesura. Sin embargo, otros partidarios de las tesis favorable a la veracidad de la bibliografía colombina, como Arata, Dávezac y Peragallo, hicieron críticas descarnadas contra la tesis del americano, y la polémica duro años. La discusión fue olvidándose y las aguas se calmaron y la Historia del Almirante, siguió considerándose veraz, pero de nuevo en el siglo XX, se desato la polémica y con más fuerza que antes, y su origen tuvo lugar en las sesiones del Congreso de Americanistas de Sevilla de 1935, donde Carbia presento su tesis, contraria a la veracidad de los documentos citados, tildándolos de superchería92.
Las dudas de esta segunda oleada de críticas a los documentos claves de la historiografía colombina, se centran, no tanto en la falsedad de la obra de Hernando Colón, sino en la similitud del contenido de la obra la Historia del Almirante con la del padre Las Casas, la Historia de las Indias. Hasta entonces lo que se pensaba era que el traductor Ulloa, el autor que tradujo en Venecia la obra de Hernando Colón, era el falsificador. A partir de ese momento el culpable pasa a ser Las Casas, a quien se le atribuye, la autoría, o al menos la intervención indirecta de la obra atribuida a don Fernando Colón. Esta segunda oleada, como hemos dicho, la inició el argentino Rómulo Carbia, con un artículo titulado, La superchería en la Historia del descubrimiento de América93.
En dicho artículo, Carbia, articula su tesis, según la cual, la Historia del Almirante, no es más que un fraude realizado por La Casas por ...

Índice

  1. Introducción
  2. Conocimientos geográficos previos al descubrimiento
  3. Otras referencias de tierras a poniente
  4. Martín Alonso Pinzón
  5. Colón
  6. Palos, La Rábida, fray Juan Pérez, fray Antonio de Marchena y su papel en los preparativos del viaje del descubrimiento
  7. Importancia de Martín Alonso Pinzón en la salida de la expedición, encuentro Colón-Pinzón y sus acuerdos. Financiación de la expedición
  8. Intervención de Pinzón durante la navegación hasta descubrir tierra: los motines
  9. El descubrimiento: tierra
  10. La fatídica travesía
  11. Acaecimientos después de la separación de Martín Alonso. Pérdida de la «Santa María»
  12. Reencuentro con Martín Alonso Pinzón: El tornaviaje. Estancia en Bayona de Pinzón y en Lisboa de Colón
  13. Llegada a Palos.
  14. A modo de epílogo