Capítulo 1: Miradas críticas, filiaciones literarias y figuraciones (auto)poéticas
Por fin me conociste de verdad,
en carne y verso.
Gloria Fuertes, HG
¡Qué más quisiera yo que ser actriz
y no el autor de todos mis mil versos!
Soy anverso y reverso de mi verso.
Gloria Fuertes, MVP
En el “Prólogo” escrito para la primera edición de las Obras incompletas (1975), titulado “Medio siglo de poesía de Gloria Fuertes o vida de mi obra”, la autora incluye un primer apartado denominado “Con toda sinceridad”, que destaca la tendencia autobiográfica como una de las principales de su obra:
Con cierta frecuencia, y sin saber explicar el porqué, continué cantando o contando mi vida muy directamente en ciertos poemas que, o bien titulaba “autobiografías” o que, sin titularse así, informaban sobre mis estados anímicos, económicos, sentimentales-emocionales, circunstancias exteriores, experiencias interiores, etc. Se ha visto a través de los siglos que toda obra literaria es en parte autobiográfica, sobre todo si el autor es poeta. Mi obra en general, es muy autobiográfica, reconozco que soy muy “yoista”, que soy muy “glorista”.
Asimismo, en la “Introducción” que escribe González Rodas para HG (1980), se cita una carta de la poeta en la que refuerza este carácter confesional de la escritura, emparentada con el discurrir privado del diario íntimo: “son poemas que he arrancado de mi diario íntimo (de ahí el título), es la historia de mi penúltima experiencia amorosa… Los poemas no están cuidados ni repensados, están sentidos (sufridos) están cual salieron de la punta del ‘boli’”. Por último, en la “Introducción” a la primera edición de Isla ignorada (1950), su libro inicial, la escritora diseñaba ya algunos de los caminos de lectura que pervivirán hasta sus poemarios más tardíos: “Gloria Fuertes soy yo […] Mi poesía está aquí, como nació –sin ningún ropaje de retórica– […] Mi poesía recuerda y se parece a mí”. Sin duda, las citas ponen en escena, desde la veta autopoética de su obra, algunas cuestiones centrales que encuentran su correlato, a la vez, en el universo textual, en el diseño de una escritura atravesada por estrategias y procedimientos tendientes a la construcción, en el marco de la poesía, de una “atmósfera autobiográfica”: fechas, parentescos, topónimos y, especialmente, la inclusión en el poema del nombre propio de la autora. Estos elementos incorporan a la escena poética guiños provenientes del imaginario biográfico, que exceden la construcción verbal o lingüística del sujeto poético para remitir, desde una perspectiva pragmática, a la escritora que firma y publica los poemarios.
En esta misma línea autopoética la autora hace alarde de una obra que “camufla” o pretende desdibujar el carácter de artificio o el “ejercicio de inteligencia” –tomando una expresión de Gil de Biedma (1980)– que supone la escritura poética. En cambio, Fuertes enfatiza en el citado “Prólogo” una “obsesión de comunicación”, a través de un estilo que se pretende, justamente, “sin estilo”: “Empecé a escribir como hablaba, así nació mi propio estilo, mi personal lenguaje. Necesitaba decir lo que sentía, decirlo, sin preocuparme de cómo decirlo. Quería comunicar el fondo, no me importaba la forma, tenía prisa”, y describía en estos términos su poética, ya en la “Introducción” de su primer libro: “descalza, desnuda, rebelde, sin disfraz”, enfatizado asimismo la idea de “confesionalidad” que sesga todas sus reflexiones: “hoy podemos manejar un sinfín de elementos para decir lo que sentimos, y antes, los que escribían versos sólo podían usar ciertas palabras y deformar su lírico sentir al tener que apresarlo en moldes fríos”.
Así, se exalta una poética que es “directo-comunicativa”, que persigue la “comunión-comunicación con el lector”, a la que acompaña una insistente brevedad poemática que permite expresarse con “la rapidez de un dardo, un navajazo, una caricia”. A la vez, por otro lado, en cuanto a su formación como poeta, se reconoce y afirma un eminente autodidactismo y un marcado carácter insular respecto de la tradición poética: “a mí no hay quien me influya”, emplazamiento solitario que suscribían ya algunos de sus títulos más conocidos, como uno de sus poemas tempranos, “Cabra sola”.
Las declaraciones ensayísticas de la autora han sido el soporte principal para múltiples estudios críticos que han leído su obra a la luz de su biografía. Como indica Acereda, por ejemplo, “para alcanzar un sentido completo y válido […] del mundo poético de Fuertes interesa conocer sus raíces familiares, de padre obrero y madre modista”, ya que “el sentido de la producción literaria de Gloria Fuertes se ilumina bajo el prisma de su biografía”. En otro lugar (2000), señalaba también que “la poesía de Fuertes debe recuperarse como un documento de época”, para insistir en el cariz revelador de su biografía: “su vida ilumina el conocimiento de su poesía porque estamos ante una obra autobiográfica, según afirmó la misma poeta”. Por último, en 2002, el mismo crítico ratificará el estatuto confesional de su escritura, abonado por las manifestaciones de la propia autora: “su obra poética constituye un testimonio confesional y autobiográfico que la misma autora reconoció”. Por su parte, en esta misma línea, González Rodas apunta también al tenor intimista de su producción en HG, al postular –esta vez, invirtiendo los términos– que “para conocer su vida basta leer su obra”. El escritor Camilo J. Cela, en ocasión de presentar su libro de 1995 (MVP) se preguntaba a su vez por este empeño en la fusión de la vida y la palabra: “¿Por qué, Gloria Fuertes, te empeñas en que nos aprendamos tu cédula de memoria? Tu madre era de clase media, tu padre de clase baja […] ¡Qué envidia, Gloria, que hayas acertado a fundir la sangre con la palabra!”. Finalmente, como un último ejemplo de estos extractos críticos recurrentes que privilegian el tratamiento autobiográfico de su obra, podemos destacar también a Francisco Ynduráin, uno de sus primeros y más importantes estudiosos, quien en su Antología, editada por Plaza y Janés en 1970, extrema la consideración confesional al acudir a conceptos como “verdad”, “fidelidad” o “sinceridad”, aludiendo al “consejo y compromiso de ‘no mentir’, lema de fidelidad a la verdad propia, muy de acuerdo con la intención de la escritora a lo largo de su obra toda, alarde de sinceridad”.
Estas aproximaciones críticas biográficas a la obra de la madrileña, como mencionamos, se apoyan especialmente en el propio proyecto que diseña la autora en la lectura de su obra, revalidado en prólogos, entrevistas, etc. A partir de lo anterior, nuestro interés en la lectura de la obra gloriana radica en analizar de qué modo se imbrican ese sesgo autobiográfico con posicionamientos discursivos que, a la luz de la teoría, matizan y replican ese tenor confesional que implicaría una correspondencia casi directa entre vida y obra.
La primera persona entre el singular y el plural: “yoismo expansivo”
En primer término, es importante advertir que el “yoismo” que postulaba la autora responde a una apuesta generacional compartida con la vertiente social de la poesía de posguerra, como una afirmación de identidad y supervivencia que, desde la literatura, se proyectaba hacia la situación histórico-política. Su extensa obra coincide en sus albores con las corrientes de poesía social de la posguerra española, pero es de difícil ordenación, como hemos anticipado en la Introducción. La dificultosa ubicación de Fuertes en “movimientos” o “escuelas” o en una “generación” específica es tema de interés en la mayoría de la crítica abocada a su estudio. Por un lado, es factible reivindicar su pertenencia cronológica al grupo de los “sociales mayores” (como Celaya y Otero, poetas con quienes ella misma conecta su quehacer poético) pero, a la vez, su trabajo escriturario singular la aleja, de acuerdo con la crítica, de estos primeros cauces para vincularla, en cambio, con los “poetas del 50”, lectura propuesta por ejemplo por las voces de algunos de sus primeros críticos, como Persin o Debick...