Seralini contra la «comunidad científica»
Donde el presidente de una comisión, el lamentable «jefe de expertos franceses», se despistó e informó a Monsanto de su derrota en los tribunales, y donde las telarañas internacionales de la empresa quedaron al descubierto.
Fui miembro de la Comisión de Ingeniería Biomolecular (CGB), presidida por el genetista Marc Fellous, de 1997 a 2008. Cuando todavía estaba estudiando, ya había oído hablar de él como de un investigador consagrado. En el seno de la Comisión, nos enfrentamos. Desde mi perspectiva, los criterios de que se valía para realizar las valoraciones —necesarias para autorizar la comercialización de los OMG con pesticidas— eran demasiado laxos. Ahí estaba él en 2006 frente a la cámara de Paul Moreira,1 incómodo en su silla, cruzando y descruzando las piernas, tartamudeando a la hora de dar su versión. Defendía las pruebas llevadas a cabo por Monsanto con ratas que solo habían ingerido transgénicos durante tres meses; estas pruebas le bastaron para autorizar varios transgénicos en Europa, pese a los efectos secundarios observados en los riñones. Sostenía que no tenía duda alguna sobre su inocuidad: «No veremos nunca un OMG tóxico», decía como jefe de expertos —según el periodista—. Qué duda cabe…, otra cosa es, tal vez, pasados cuatro o cinco años…», que es un tiempo de dos a tres veces mayor que la esperanza de vida de esas ratas. ¿Y aquel hombre era el «líder»?
A pesar de aquella intervención televisiva tan poco convincente, escribió primero a France 5 (Le Magazine de la santé) y después al CSA2 para protestar por el hecho de que me hubieran permitido hablar de nuestro estudio. En él, ya se analizaban datos de Monsanto que pasaban por alto los efectos tóxicos de sus transgénicos resistentes al Roundup, avalados por Fellous. En aquella carta, se ensañó contra mí: me trató de «activista demagógico, militante anti-OMG, mercader del miedo, polémico y no avalado por la comunidad científica». La carta la reproducirían las academias, las agencias y la Asociación Francesa de Biotecnología —asociación que Fellous presidía y en cuyo nombre escribía—. El 18 de enero de 2011, en la primera de las siete demandas que presenté, esta asociación fue declarada corresponsable en un juicio civil, junto a él, que fue condenado por difamación de un funcionario del Estado en el ejercicio de sus funciones, por la 17.a Cámara Correccional del Tribunal Superior de París, «en nombre del pueblo francés».
Al día siguiente, Fellous informó a Monsanto, la empresa matriz, de la derrota, omitiendo algunos detalles de la condena, pero asegurando que la batalla conjunta por la «biotecnología verde» proseguiría ¡con el «valioso apoyo» de la compañía (MONGLY 02997262)! Hasta que los Papeles de Monsanto no salieron a la luz, no se conocieron los vínculos directos entre Fellous y Monsanto. Demos la palabra a Gaël Lombart, del periódico Le Parisien:3 «El francés Marc Fellous, que firmó la carta [en Food Chem Tox para que se retractaran de nuestro estudio], es miembro de AgBioChatter. Dijo que no solo ignoraba que Monsanto estuviera metido en el ajo, sino que tampoco sabía que la sociedad estuviera involucrada en las discusiones de AgBioChatter: “No lo sabía. De todos modos, no tengo ningún contacto con Monsanto”».
De hecho, Monsanto y, en particular, Eric Sachs, conocían la AFBV y a algunos de sus miembros, Fellous incluido, con quien todos hablaban.
El 26 de enero de 2011, Donna Farmer estaba inquieta, porque el nombre de Monsanto aparecía directamente en una campaña de desprestigio dirigida por la AFBV desde 2009 contra uno de mis artículos acerca de los efectos del Roundup en las células humanas. Mencionó a Claude Allègre, Axel Kahn y Marc Fellous, las tres personas a las que había demandado (MONGLY 02428282). Claude Allègre, exministro de Investigación, no tardó en desacreditarme en el periódico La Provence4 tras la publicación de nuestro estudio de 2012. También permitió a Axel Kahn sacar adelante un proyecto con Rhône-Poulenc, del cual el investigador formaba parte. Se trataba de un megaproyecto, además, llamado Genoplante, gestionado asimismo por Limagrain, cuyo presupuesto alcanzaba la friolera de 1400 millones de francos de la época y, por tanto, estaba financiado con nuestros impuestos. Esto sucedió en 1998-1999, cuando Axel Kahn abandonó la Comisión de los OMG y Fellous tomó el relevo. El mismo tipo que no ahorraba en mentiras y al cual no detenían los escrúpulos: llegó a presentar ante los tribunales5 un documento con una firma falsa de uno de nuestros colegas6 para justificarse. Pero no era el único embustero de esta red.
A la cabeza de esta red, AgBioChatter, donde esta buena gente se autoestimulaba y organizaba sus acciones, bajo la batuta de Eric Sachs, máximo ejecutivo de Monsanto, nos topamos con Kevin Folta, de la Universidad de Florida, que se enfrentaría a la justicia en 2018: en Illinois, el tribunal lo interrogó acerca de sus acciones en favor de Monsanto y como consultor de Bayer, a razón de 600 dólares la hora, durante ciento veinte en 2018.7 En octubre de 2017, a la pregunta: «¿Cuánto han aportado las compañías de biotecnología al Departamento de Ciencias de la Horticultura de la Universidad de Florida?», Folta respondió: «Ha habido cero donaciones, al menos en los últimos cinco años. Yo lo controlaba todo». Esto no había evitado que en 2013-2014 la Universidad de Florida8 recibiera 12 millones de dólares. Los donantes se dividían de la siguiente manera: donante oro, Monsanto —reconocimiento otorgado a cambio de un mínimo de 1 millón en donaciones—, donantes diamante, Syngenta —más de 10 millones—, además de BASF —1 millón— y Pioneer Hi Bred —al menos 100 000 dólares—. Folta propuso a Monsanto ocultar las donaciones de la compañía de cara al público y él aportó la solución administrativa para hacerlo y evitar cualquier conflicto de interés. Folta era un escritor fantasma que promovía el uso de pesticidas y utilizaba falsas identidades para hacerse entrevistar y hablar de los beneficios de los OMG en podcasts. El chat Talking Biotech, de biotecnologías agrícolas, como su nombre indica, fue usado en 2015 para desacreditar las opiniones discrepantes de la OMS y el CIRC en lo relativo al glifosato, entre otras cosas.
Las declaraciones de Fellous y de la AFBV básicamente alegaban que Greenpeace financiaba mi trabajo. Esto, en sí, era cierto, pero solo se trataba de unos 10 000 euros —el 3,45 % de nuestros ingresos a lo largo de varios años—, como pudo demostrar un experto contable en un tribunal. Además, esa cantidad se usó para una beca de estudios de unos cuantos meses —que el Gobierno francés no financiaba— para un Máster en Estadística de un estudiante encargado de analizar los datos cuantitativos de Monsanto. La justicia, sin duda, agradeció la buena fe de la AFBV y de su presidente Marc Fellous, que reivindicaron su «estricta independencia» al menos dos veces. ¿Y si nos centramos en la lista de empleos y mandatos de los miembros de la AFBV, revelada por el minucioso trabajo de investigación de mi abogado, Bernard Dartevelle? Tres miembros fundadores trabajaban para Limagrain, el gran productor de semillas francés, otro para la Asociación Francesa de Productores de Semillas y para Pioneer, otros dos para Maïz’Europ’, otro para Maïsadour —volumen de negocio: 1000 millones de euros—, uno más para Rhône-Poulenc Agro o Aventis Céréales, y finalmente tenemos al consejero delegado de Champagne Céréales —volumen de negocio: 840 millones de euros— y a su presidente. En la lista también figuraban Agralys, Euralis… Así, no era desmedido sospechar que pudiera haber algún conflicto de interés en la asociación de Marc Fellous, que él mismo tildaba de «independiente», escudándose en la «ciencia oficial». ¿La de las manzanas podridas?
Entre los padrinos de la asociación, estaban, por cierto, Axel Kahn, antiguo presidente de la CGB, que consiguió la autorización del primer maíz transgénico de Novartis, con un gen resistente a los antibióticos, y Claude Allègre, el «célebre» geólogo y antiguo ministro francés.
¿Desea el lector saber más sobre sus miembros y sus patentes? De parte de Nestlé y su café transgénico, encontramos a Roland Douce, miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EE. UU., que también trabajaba para Rhône-Poulenc; destaca, también, Lise Jouanin, que trabajaba para Imperial Chemical Industries, Genoplante, Limagrain y Bayer; o Alain Toppan, un fabricante de OMG que solía hacer encargos a Marc Fellous y que provenía de Sanofi Elf y Elf Aquitaine. Perdón, nos olvidábamos de Marc Van Montagu, el galardonado inventor de los OMG, ya en 1983, que trabajó con Plant Genetic Systems y más tarde con Bayer AG. Una alumna de Van Montagu fue contratada por la EFSA, la cual posteriormente criticó nuestro trabajo. Damos por cerrada esta lista no exhaustiva con la presencia de Marcel Kuntz, quien, junto con Syngenta, solicitó dos patentes de plantas transgénicas.
Se trataba de un clan de fabricantes de OMG con pesticidas y productos petroleros casi enteramente francés. Todo aquello era independiente, ¿de veras? Al final, también sus declaraciones daban fe de su independencia…, pero no de la industria propiamente dicha, sino del pueblo francés.
Detengámonos en Marcel Kuntz, autor de L’Affaire Seralini. L’impasse d’une science militante, el libreto de 2019 distribuido en varios idiomas a los parlamentarios de distintos países. Había recibido la Medalla de Oro de la Academia de Agricultura de Francia y aseguraba en esta publicación que «no recibía ningún ingreso ligado a la comercialización de productos agrícolas, biotecnológicos o agroquímicos». Sin embargo, contaba con diversas patentes sobre las técnicas de transformación genética. ¿Que eso no era lo mismo? ¡Hombre, como mínimo era una fuente de ingresos vinculada a los OMG! No criticaba nuestro trabajo de investigación más que con falsedades, apoyadas, además, por sus colegas. Era miembro de AgBioChatter, donde se nutría de argumentos. La idea era siempre defender que nosotros estábamos equivocados e impedir que nuestra influencia aumentara, especialmente cuando mi coautor y yo mismo aparecimos en el programa Envoyé spécial, momento en el que también comenzamos a asesorar a los abogados estadounidenses en sus victorias contra Monsanto.
Las imágenes de los tumores de nuestras ratas en el estudio de 2012, que se emitieron en aquel programa, eran demoledoras para la firma y sus acólitos, casi tanto como el suplicio que sufrieron nuestras cobayas. Por esta razón, me colocaron en su nueva lista negra. No obstante, Bayer siempre minimizó, por medio de una agencia de comunicación, la importancia de la lista de personalidades ilegalmente puestas en el punto de mira por Monsanto. Al ser miembro destac...