Pregunta 1
¿En qué puedo ayudarlo?
—No le va a ser fácil, doctor... Mi diabetes anda medio loca; sube y baja cuando se le ocurre, y no sé si usted va a poder dominarla.
—Lo que importa no es si resulta fácil o difícil, sino que, en la actualidad, es posible. Pero yo solo, no puedo. Sí, en cambio, entre los dos.
—¿…?
—Usted podrá contar siempre con mi mayor empeño por ayudarlo, pero necesito de su colaboración, como le explicaré enseguida. De todos modos, tranquilícese. Los altibajos de la glucemia, que a usted le parecen alocados, tienen siempre una causa que los provoca. Se trata de encontrar la misma en cada caso y aplicar la solución que corresponda. Y esto se puede lograr.
Con esta pregunta comienzo mi relación profesional con una persona con diabetes que me consulta por primera vez. Antes que nada, para darle al paciente la oportunidad de empezar relatando el motivo de su consulta, vale decir, los síntomas o molestias que lo decidieran a buscar asesoramiento, como también las dudas o inquietudes que la diabetes pudiera generarle; el avance de su enfermedad y eventuales complicaciones que advirtiese; distintos aspectos o interrogantes sobre el tratamiento que esté llevando a cabo y sus resultados a veces cambiantes; etcétera.
Naturalmente, tales relatos pueden ser más concisos o más extensos de acuerdo, entre otras cosas, con el tiempo transcurrido desde el comienzo aparente de la enfermedad (días, meses o años), además de la mayor o menor espontaneidad y locuacidad de cada individuo. Y el médico debe estar siempre dispuesto a aportar su experiencia en este tipo de interrogatorio para que el paciente se explaye sobre los aspectos de mayor trascendencia, aun aquellos relegados a un segundo plano por la conciencia o la memoria.
Con frecuencia, el enfermo manifiesta una comprensible preocupación por los altibajos pronunciados de la glucemia, con valores a veces muy elevados y por momentos bastante más bajos, a lo largo de un mismo día, semanas o meses, a pesar de los diferentes tratamientos efectuados, lo que suele generarle incertidumbre, confusión, desaliento y hasta justificados temores.
Tal eventualidad me permite empezar a conocer aquello que a cada paciente aqueja, aflige o atemoriza de modo particular, así como posibles insatisfacciones o frustración por no observar que sus esfuerzos en favor de un mejor control de la glucemia estén siendo debidamente recompensados.
La segunda razón de esta pregunta —dirigida, reitero, a una persona que recién comienzo a asistir— radica en la necesidad de destacarle, con total honestidad, que la ayuda que le ofrezco no basta por sí sola para obtener un resultado exitoso. Es imprescindible contar con su colaboración activa tras el objetivo señalado.
En otras palabras, que pese a saberme dispuesto a ofrecer todo lo que mi experiencia y formación médica me permite, esto en sí mismo no es suficiente (“yo solo no puedo”) si el interesado no aporta lo suyo: la mejor disposición para hacer, también, todo lo que esté a su alcance.
A renglón seguido, le propongo conformar una sociedad entre médico y paciente, con diferentes roles pero con una responsabilidad compartida. Aquí cada socio deberá poner en juego lo mejor de sí mismo, en una misión acordada entre ambos.
Con otra aclaración de enorme importancia práctica, particularmente destinada a los allegados al paciente: no es aconsejable pedirle a una persona que modifique de un día para el otro sus hábitos de vida, exigiéndole que se comporte de manera perfecta o intachable. La perfección no es una meta, es un camino.
Mejor resulta orientar un individuo hacia la superación personal, comenzando por aplicar un cambio paulatino de aquellos hábitos de conducta (alimentarios, etcétera) que son nocivos para la salud, por hábitos nuevos que resulten favorables. Pero en forma gradual, con paciencia, comprensión, acompañamiento y perseverancia. No es el camino más fácil ni el más corto. Es el mejor.
¿Un ejemplo sencillo e ilustrativo? ¿Cómo es factible ayudar a aquellos adictos a comer pan en exceso? ¿Acaso prohibiéndoles hacerlo? ¿Reprendiéndolos cada vez que reinciden? ¡Jamás! Por el contrario, esta es la forma más fácil de fracasar en el intento por vencer cualquiera de las adicciones, sean genuinas o supuestas, como en el ejemplo mencionado.
Es posible, en cambio, lograr muy buenos resultados mediante la persuasión (“inducir, con razones, a creer o hacer”), apelando a estimular en el sujeto afectado el empleo de su inteligencia y el poder del subconsciente; con el agregado imprescindible de atributos tan valiosos como la paciencia y la perseverancia, si se desea alcanzar cambios positivos que sean auténticos y perdurables.
En términos sencillos, es conveniente imaginar que la inteligencia funciona de manera semejante a lo que acontece con la luz eléctrica: ilumina a una persona respecto de lo que está hablando, haciendo o proyectando hacer, siempre y cuando el interesado se decida a encenderla. De lo contrario es como permanecer a oscuras, tropezando a cada momento con los mismos obstáculos o adversidades que se presentan en el camino.
¿Cómo se enciende la luz de la inteligencia? Simplemente, deteniéndose a pensar sobre lo que se está haciendo o hablando (“contando hasta diez”, como se dice comúnmente), con la atención focalizada y la firme resolución de advertir y enmendar los errores que se pudieran estar cometiendo, o por cometer.
La porfía de tropezar dos veces con la misma piedra es patrimonio de quien transita con la luz apagada de su inteligencia y no ve realmente la piedra en cuestión. Nada menos que Albert Einstein se encargó de advertirlo, cuando señaló que “todos tenemos quince minutos de tontos en el día; lo sabio consiste en tratar de que ese período no se prolongue demasiado”.
Volviendo al ejemplo citado, resulta muy provechoso explicar a las personas con diabetes que en cada oportunidad que comen pan “en exceso” (u otros alimentos como las pastas y las papas), aun sin saberlo ni degustarlo, ingieren un tipo especial de azúcar llamado “almidón”, que no tiene sabor dulce, pero el hígado transforma finalmente en glucosa. Esto, naturalmente, eleva la glucemia después de comer (glucemia postprandial), lo que a su vez obliga al páncreas a producir más insulina, hormona que, además de hacer bajar la glucemia, tiene otra propiedad que se conoce como “efecto anabólico”; esto es: aumenta el apetito y el peso corporal. Por consiguiente, cuanto más pan y pastas se ingiere, más hambre se experimenta después (¿se atreve el lector a tratar de comprobarlo?).
Conocer este fenómeno y dándose la oportunidad de descubrirlo personalmente (verdadero aprendizaje), además de la necesaria autodeterminación de no seguir con los tropiezos de siempre, con el tiempo posibilita logros mucho más fructíferos que los reproches y las quejas. Sin duda alguna.
Los hábitos son conductas aprendidas, no heredadas. Tanto los buenos como los malos hábitos son costumbres que se van adoptando, a lo largo del tiempo, por imitación o por repetición continuada. ¡Y todo lo que se aprende se puede desaprender!
Al margen de aquellos aspectos vinculados con la herencia o la genética, cada individuo aprende a caminar, hablar, comer o actuar de una determinada manera de acuerdo a diversos factores familiares, culturales y sociales del entorno en que se desenvuelve, especialmente durante la primera etapa de su vida, íntimamente amalgamados con las aptitudes físicas y mentales de cada persona, en forma singular.
Bueno para recordar:
- El tratamiento consigue resultados superiores cuando el médico y el paciente aportan a un mismo tiempo lo mejor desí mismos, en procura de un objetivo común: restablecer o reparar la salud perdida o dañada por la diabetes.
- Es desaconsejable pretender y presionar a un ser humano para que cambie de un día para otro sus hábitos de vida, de un modo irreprochable y duradero. “La perfección no es una meta, es un camino”.
- Se alcanzan mejores frutos empleando la persuasión (“inducir, con razones, a creer o hacer”), junto a una buena dosis de comprensión, perseverancia, paciencia y acompañamiento, tanto por parte del médico como de los familiares y allegados al paciente. No es el camino más fácil, ni más corto. Es el mejor.
- La manera más segura de fracasar en el intento por hacer cambiar los hábitos perjudiciales —y aun las adicciones—, consiste en apelar a reprimendas o reproches.
- Los hábitos son costumbres aprendidas por imitación o por repetición a lo largo de mucho tiempo. Y todo lo que se aprende se puede desaprender.
- Dijo Alvin Toffler: “Los verdaderos analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer ni escribir, sino quienes resulten incapaces de aprender, desaprender y reaprender”.
- Cuando es utilizada en los momentos oportunos, la inteligencia ilumina a una persona respecto de lo que debe pensar, hablar o hacer, evitando o minimizando de tal forma los errores que pueda ...