Las tres dimensiones de la libertad
eBook - ePub

Las tres dimensiones de la libertad

  1. 96 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Las tres dimensiones de la libertad

Descripción del libro

Un ensayo que nos ayuda a reformular la idea básica de libertad en medio de la telaraña de la globalización y las fake news.

En esta época convulsa y compleja, en la que el capitalismo financiero, armado de fake news, autoritarismo y neoliberalismo, amenaza con invadir las parcelas más íntimas del ciudadano y redefinir nuestra vida, Billy Bragg señala los tres pilares sobre los que debería edificarse la libertad para que esta no sea una mera cáscara vacía: la franqueza, la igualdad y la responsabilidad. Para protegernos de la irrupción de la tiranía, hemos de ir más allá de una idea unidimensional de lo que significa la libertad, capaz de restaurar el poder individual engendrado por sus tres dimensiones.

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Las tres dimensiones de la libertad de Billy Bragg, Damià Alou, Damià Alou,Damián Alou en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencia de la computación y Ciberseguridad. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN de la versión impresa
9788433916372
ISBN del libro electrónico
9788433944610
Categoría
Ciberseguridad

1. Franqueza

Oigo decir a algunos que tenemos que detener y debatir la globalización. Sería lo mismo que debatir si el otoño debe seguir al verano.
TONY BLAIR
¿Qué tienen en común la vida, la franqueza y la búsqueda de la felicidad? La respuesta evidente es que las tres cosas se identifican como derechos inalienables en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Sin embargo, también es verdad que, a pesar de tratarse de conceptos universalmente comprendidos, no existe una sola definición de lo que es ninguno de ellos. Más irónico es aún el hecho de que los padres fundadores unieran estas ideas para buscar otro concepto para el que nunca hemos tenido una buena definición: la libertad.
Para los antiguos griegos, libertad significaba huir de la esclavitud; en el siglo XX, se expresó a través del derecho al voto; hoy en día se nos vende como el placer de conducir un coche último modelo a toda velocidad en una carretera de montaña llena de curvas. El tiempo ha ampliado su alcance, pues cada nueva generación se enfrenta a los axiomas de sus mayores para definir una idea de libertad que refleje sus propios valores.
En su sentido más benévolo, la libertad evoca emancipación; y en su sentido más peligroso, impunidad. La libertad se manifiesta de mil maneras diferentes, y cada una se basa en circunstancias y perspectivas distintas. En nuestro intento de captar el sentido más perfecto de ser libre, somos propensos a utilizar la metáfora de «libre como un pájaro», aunque la libertad del pájaro para alimentarse es incompatible con la del granjero que cultiva la tierra.
El hilo común que recorre estas ideas enfrentadas de libertad es el deseo humano de poder. Durante gran parte de la historia, el poder era una manifestación de la riqueza. Las cuestionadas libertades de los primeros reyes y cortesanos, y después de la Cámara de los Lores y de los Comunes, condujeron al desarrollo de la democracia pluralista, lo que proporcionó cierto grado de poder colectivo a todos los niveles de la sociedad. A pesar de sus frustraciones y fracasos, el modelo democrático nos ofrece un paradigma de libertad que muchos suscriben.
Sin embargo, la relación de la democracia con el poder es paradójica. Ambas evolucionaron para incrementar el derecho del individuo a controlar su propio destino y a imponer límites en su capacidad para controlar el de los demás. La clave de una sociedad cohesionada es el equilibrio entre poder y coacción, y un consenso acerca de dónde reside ese equilibrio.
En las últimas cuatro décadas, la evolución económica ha provocado que ese consenso sea mucho más difícil de alcanzar. Desde el final de la Guerra Fría, la ideología del neoliberalismo –la creencia de que el mercado libre es el mejor mecanismo para distribuir los recursos de la sociedad– ha acabado dominando la política occidental. Los gobiernos de izquierda y derecha han aceptado la agenda neoliberal de recortes de impuestos, desregulación, privatización y hostilidad hacia los sindicatos.
El neoliberalismo es el motor de la globalización, la creación de un solo mercado de trabajo que no reconoce las fronteras ni la soberanía de las naciones en su búsqueda del beneficio. La posibilidad de que los bienes y servicios se desplacen de un país a otro sin impedimento alguno ha bajado los precios para el consumidor. Sin embargo, la globalización también ha facilitado el movimiento de empleos, beneficios y personas entre estados y continentes, cosa que ha permitido que las corporaciones burlen la jurisdicción gubernamental.
Como resultado, el individuo controla poco su precaria situación. El poder de los sindicatos para negociar los salarios y condiciones es limitado; la asistencia sanitaria gratuita, la vivienda asequible y una educación decente se han visto perjudicadas por la búsqueda del puro beneficio; y la determinación neoliberal de recortar impuestos y equilibrar las cuentas ha conducido a la imposición de austeridad.
La capacidad de la democracia a la hora de invertir las políticas que han conducido a esta situación se ve estorbada en todas partes por el poder de los mercados. Los gobiernos de todas las tendencias, después de renunciar a su soberanía por la abundancia que prometía la globalización, no pueden hacer mucho más que plegarse a la agenda neoliberal. Desde la crisis financiera de 2008, la gente busca un cambio desesperadamente, pero el sistema solo ofrece más de lo mismo.
Esta falta de poder ha conducido a una oleada de rabia. En un intento de recuperar cierto control sobre sus vidas, los votantes han empezado a prestar oídos a políticos populistas que prometen frenar la marea de la globalización reforzando la identidad nacional.
Pero si miramos más allá de la retórica de los líderes populistas, nos encontraremos con que no tienen la menor intención de cuestionar la agenda neoliberal. Por el contrario, al reivindicar la soberanía del Estado nación, pretenden que la globalización se adapte a sus propios fines. Y aunque digan que pretenden derrocar a esa élite distante, están decididos a mantener intacto el sistema que la creó.
Si su vacua promesa de recuperar el control no va a perjudicar su apoyo, los populistas necesitan proporcionar alguna sensación de poder a aquellos a quienes el ritmo de la modernidad solo ha acarreado inseguridad económica. A principios de la década de los noventa, el término «guerra cultural» entró en el vocabulario de la política, denotando una polarización entre aquellos que defendían los valores tradicionales y los compatriotas que expresaban ideas progresistas.
Muchos de los que viven fuera de las grandes ciudades de las democracias occidentales se sienten desterrados a la periferia de la cultura, sus intereses ya no se ven reflejados en la sociedad en general. Aunque todavía no están en la miseria, les preocupa su posición en un mundo que cambia rápidamente. Como resultado, sus inseguridades se vuelven menos tangibles: les preocupa el patriotismo, el rol de género, la etnia, el inclusivismo. Estos temas se convierten en la primera línea de la guerra cultural.
Quienes apoyan el poder corporativo nunca perderán la ocasión de defender la supremacía cultural por encima de la seguridad económica porque a ellos no les cuesta nada, los trabajadores siguen divididos y los adalides del libre mercado de las tertulias hablan como si estuvieran de parte del hombre de la calle. A los ciudadanos que ya no tienen la impresión de que sus voces sean escuchadas se les anima a creer que la resistencia que expresan a pequeños aumentos de cambio social es una prueba de su poder.
A primera vista, la idea de una guerra cultural parece trivializarse en argumentos acerca de si a los cristianos se les permite decir «Feliz Navidad» en lugar del más inclusivo «Felices Fiestas». Aunque este podría ser un tema de escasa enjundia para el observador desinteresado, el ofenderse a grandes voces por asuntos triviales es un aspecto clave de la campaña contra la corrección política. Es una inversión del señalamiento moral, un prejuicio performativo que se basa en amplificar de manera desproporcionada el significado de incidentes de poca monta.
Para los que son incapaces de controlar los cambios económicos que desestabilizan la seguridad de sus vidas, una guerra cultural supone una válvula de escape a su rabia. Y, para los políticos que la explotan, la campaña contra la corrección política garantiza que esa rabia se descarga contra las minorías en lugar de contra el sistema que oprime a la gente.
Cuando, durante el primer debate presidencial del Partido Republicano de 2015, a Donald Trump le echaron en cara los comentarios irrespetuosos que había hecho sobre las mujeres, le quitó hierro al asunto con una declaración de guerra cultural: «Creo que el gran problema de este país es que es políticamente correcto. Mucha gente se ha enfrentado conmigo, y la verdad es que no me interesa la corrección política total. Y, para ser honesto con vosotros, a este país tampoco le interesa.»
La capacidad de Trump de rechazar sin ningún problema las acusaciones de grosería –y de no dejarse afectar por las críticas cuando lo hace– manda un mensaje a todos los que creen que la mejora de los derechos de las mujeres, la gente de color y los jóvenes ha tenido lugar a sus expensas, y que están hartos de que se les diga que es una cuestión que tienen que abordar con educación.
La resistencia a verse obligado a aceptar el cambio cultural fue uno de los lemas de campaña de Trump. Mientras que otros políticos utilizaron un doble lenguaje para abordar temas candentes como la raza, el género, la inmigración y el cambio climático, Trump no se anduvo con chiquitas a la hora de menospreciar a sus enemigos, humillar a los progresistas y abrir viejas heridas en la sociedad estadounidense. Sus golpes siempre fueron bajos, pero a los suyos les encantó el espectáculo. Fue bronco, transgresor, divertido, sobre todo a expensas de las élites de la costa. Y después de años de que la cultura dominante lo mirara por encima del hombro, eso le supo a victoria.
La gente que llevó a Trump a la Casa Blanca no son fracasados, pero se sienten amenazados... por muchas de las cosas que atacó en su campaña. Pero ¿existe realmente lo que él afirmó que era la mayor amenaza de todas: la corrección política? Después de todo, no tiene ideología ni doctrina filosófica que exponga sus objetivos. Ningún partido político promete ponerla en práctica, y nadie se manifiesta con pancartas para exigirla.
Aunque la corrección política les parece algo muy real a aquellos ciudadanos a los que les preocupa, en gran medida es una proyección de su propia impotencia. Al igual que el monstruo que acecha debajo de la cama cuando mamá apaga la luz, la corrección política es la suma de sus inseguridades. Si queremos enfrentarnos a esta hostilidad visceral contra las ideas progresistas, primero tenemos que comprender de dónde proceden sus inseguridades.
En 1960, el economista Friedrich Hayek publicó Los fundamentos de la libertad, en el que afirmaba que la mayor amenaza a la libertad era la regulación de los mercados. En sus primeras líneas decía: «En este libro nos ocupamos de esa situación de los hombres en la que la coacción de algunos por parte de otros se reduce al máximo en la sociedad.» Para Hayek, la idea de que todos los individuos deberían contribuir a los recursos colectivos de los servicios sociales según sus medios era una forma de coacción.
Nacido en Viena en 1889, Hayek fue a Gran Bretaña en 1931 para dar clases en la London School of Economics. Era partidario de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, que sostenía que durante las épocas de crisis económica no había que emprender ninguna acción para evitar el hundimiento de las empresas que carecían de viabilidad. Hayek consideraba que la libertad era una expresión de los deseos personales de los individuos, tal como los manifestaba el funcionamiento del mercado. El poder de cada individuo se alcanzaba gracias a los precios que aceptaban en sus selecciones como consumidores y vendedores.
Al parecer indiferente a la acumulación de riqueza, Hayek centraba su crítica en los esfuerzos del gobierno para abordar la desigualdad mediante la redistribución de los recursos. Sus ideas ejercieron una enorme influencia en Margaret Thatcher y Ronald Reagan, a quienes proporcionaron la filosofía que apuntala el neoliberalismo. Mientras estuvo en la LSE, Hayek fue colega de John Maynard Keynes, el economista más influyente de su época, cuyas teorías ponían en entredicho la sabiduría del mercado que había prevalecido desde el siglo XVIII.
Como sistema basado en la competencia, el libre mercado no necesita igualdad, y, en lugar de en la responsabilidad, confía en una mano invisible. Esa fue la metáfora que utilizó Adam Smith para describir...

Índice

  1. Portada
  2. Introducción
  3. 1. Franqueza
  4. 2. Igualdad
  5. 3. Responsabilidad
  6. Referencias
  7. Notas
  8. Créditos