Zafarrancho en Cambridge
eBook - ePub

Zafarrancho en Cambridge

  1. 240 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Zafarrancho en Cambridge

Descripción del libro

Porterhouse es un college de Cambridge que, si nunca se ha distinguido por su buen nivel académico, destaca, en cambio, por su excelente cocina y por sospechosa facilidad con la que «expenden» títulos universitarios. De hecho, su decadencia empezó cuando uno de sus administradores dilapidó los bienes de Porterhouse en Montecarlo, lo que obliga a que su subsistencia se base en donaciones con las que los padres de los alumnos logran que estos ingresen y se gradúen. Más he aquí que, en tan anticuada y sobornable institución, aparece un nuevo rector, un ex político bastante ñoño, pero con espíritu reformista, que decide darle aires nuevos a Porterhouse, sin saber que con su actitud puede dar al traste con los sucios manejos a los que el college estaba acostumbrado.

El zafarrancho está servido. Tom Sharpe, con su maestría habitual, manejará los hilos de la trama de modo que se vaya preparando el desastre, ¡y qué desastre! El nuevo rector tendrá que enfrentarse a las fuerzas vivas de la oposición reaccionaria, representadas por un enemigo nada pequeño: el portero del college, un clásico personaje de Sharpe que, a la manera de Blott, luchará con todas sus fuerzas por impedir que las cosas cambien, por el «buen» nombre de la casa.

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a Zafarrancho en Cambridge de Tom Sharpe, Javier Fernández Castro en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias sociales y Clases sociales y disparidad económica. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

1
Fue una gran fiesta. Nadie, ni siquiera el praelector, tan viejo que recordaba la fiesta de 1909, podía nombrar una igual, y eso que Porterhouse es famoso por sus comidas. Hubo caviar y soupe a Voignon, turbot au champagne, cisne relleno de pato y finalmente, en memoria del fundador, beefsteak de un buey asado entero en la gran chimenea del hall. Cada plato llevaba su vino y cada servicio contaba con cinco copas. Se sirvió Poully Fumé con el pescado, champagne con la caza y el más fino borgoña de las cavas del colegio para acompañar el buey. A lo largo de dos horas estuvieron llegando fuentes de plata anunciadas por el chirrido de las puertas de las vidrieras mientras los camareros iban y venían doblados por el peso de las fuentes y la conciencia de la importancia del día. Durante dos horas los miembros de Porterhouse estuvieron fuera del mundo, inmersos en un ritual que databa de siglos. El repiqueteo de cuchillos y tenedores, el tintineo de las copas, el susurro de las servilletas y los pasos presurosos de los sirvientes difuminaban el presente. Fuera del hall, el viento invernal barría las calles de Cambridge. Dentro, todo era calor y camaradería. A lo largo de la mesa, centenares de velas sobre los candelabros de plata proyectaban las sombras de los inclinados camareros sobre los retratos de antiguos masters que adornaban las paredes. Severos o afables, eruditos o políticos, los retratados tenían algo en común: todos eran rubicundos y sólidos. La cocina de Porterhouse venía de antiguo. Solo el nuevo master difería de sus predecesores. Sentado a la mesa de cabecera, sir Godber Evans picoteaba su cisne con unos delicados remilgos que contrastaban vivamente con la evidente fruición de los profesores. Una paralizada sonrisa dispéptica animaba las pálidas facciones de sir Godber, como si su mente buscase el alivio a los presentes sufrimientos de la carne en alguna broma de tipo intelectual.
–Una noche a recordar, master –dijo el tutor sebáceamente.
–Ciertamente, tutor, ciertamente –murmuró el master viendo realzada su broma privada por esa predicción inesperada.
–El cisne está excelente –dijo el déan–. Y el relleno de pato le da un sabor muy gamin.
–Es muy amable por parte de su Majestad concedernos su permiso para comer cisne –dijo el ecónomo–. Es un privilegio que raras veces se concede, como saben.
–Muy raras veces –asintió el capellán.
–Ciertamente, capellán, ciertamente –murmuró el master dejando sobre el plato el cuchillo y el tenedor–. Creo que me voy a reservar para el beefsteak.
Volvió a pensar que eran un hatajo de reaccionarios, y ahora, con las servilletas remetidas por el cuello –una vieja tradición del colegio--, las frentes grasientas de sudor y las bocas interminablemente atiborradas, lo parecían más que nunca. Qué poco habían cambiado las cosas desde sus tiempos de estudiante en Porterhouse. Incluso los sirvientes eran los mismos, o al menos lo parecían. Idéntico caminar cansino, la boca adenoideamente abierta y el tembloroso labio inferior, el mismo servilismo que de joven tanto ofendió su sentido de la justicia social. Y que seguía ofendiéndolo. Durante cuarenta años sir Godber había marchado –o al menos se había manifestado– bajo la bandera de la justicia social, y si algo había logrado (algunos cínicos dudaban incluso de eso) se lo debía a la sensibilidad surgida de la sima que separaba a los sirvientes del colegio de los jóvenes aristócratas de Porterhouse. Su posterior carrera política había estado marcada por las más altas aspiraciones y los más mínimos logros, carrera solo comparable, al decir de algunos, con la de Asquith, y había impulsado a través del parlamento una serie de leyes cuyo objetivo, ayudar de una forma u otra a los peor pagados, acabó convirtiéndose en ese subsidio para la clase media conocido como crédito de desarrollo. Su campaña «Ninguna casa sin su baño» le valió el sobrenombre de «Jabonoso» y un título de caballero, en tanto que su etapa como ministro de Desarrollo Tecnológico le fue pagada con un retiro temprano y el nombramiento de master de Porterhouse. Una de las ironías de tal nombramiento era que se lo debía a la institución que más odiaba, el Patronato real, y quizás fuera esa circunstancia la que le llevó a tomar la decisión de poner fin a su carrera de promotor de cambios sociales y dedicarse a alterar realmente el carácter social y las tradiciones de su antiguo colegio. Eso, y la conciencia de la reticencia con que los demás profesores habían aceptado su nombramiento. Solo el capellán le dio la bienvenida, y ello debido probablemente a su sordera y a un malentendido con el nombre completo de sir Godber. No, él era master por defecto, tanto de sus propias convicciones como por la incapacidad de los profesores para ponerse de acuerdo y elegir un nuevo master. El master anterior, por su parte, tampoco había nombrado sucesor con su último aliento, renunciando así a una prerrogativa que admite la tradición del colegio. Una vez fracasados ambos procedimientos, el nombramiento quedó en manos del Primer Ministro, inmerso a su vez en los últimos estertores de su administración, y que se liberó de toda responsabilidad al nombrar a sir Godber. En los círculos parlamentarios, ya que no en los académicos, el nombramiento fue acogido con alivio. «Ahí tienes por fin algo donde hincar el diente», le había dicho al nuevo master uno de sus colegas, referencia que no iba dirigida a la excelente cocina del colegio sino al insoportable conservadurismo de Porterhouse. En ese aspecto el colegio es único. Ningún otro colegio de Cambridge puede igualar a Porterhouse en su apego a las viejas tradiciones, y hasta el día de hoy los alumnos de Porterhouse se distinguen (sic) por el corte de sus trajes y cabellos, y por su pasión por las togas. «El pueblo viene a la ciudad» o «El caballero a la escuela», eran dos bromas que solían hacerles los otros colegios en los viejos tiempos, pero esos dichos seguían encerrando actualmente algo de verdad. Lo que caracteriza a los alumnos de Porterhouse es una enérgica confianza en todo excepto el estudio, y raro es el año que no se proclama Porterhouse Campeón del Río. Y sin embargo no es un colegio rico. A diferencia de casi todos los restantes colegios, Porterhouse tiene muy pocas propiedades en las que apoyarse. Unas cuantas casas viejas, unas pocas granjas en Radnorshire, una módica participación en industrias en decadencia... Porterhouse es pobre. Sus ingresos anuales suman menos de 50.000 libras y es justamente a esa indigencia a la que debe su reputación de ser el colegio socialmente más selecto de Cambridge. Si Porterhouse es pobre, sus alumnos son ricos. Así como otros colegios buscan la excelencia académica para sus pupilos, Porterhouse olvida más democráticamente las desigualdades del intelecto y se concentra en la evidencia de la salud. Dives in Omnia, dice el lema del colegio, y los profesores lo aplican literalmente cuando examinan a los aspirantes. En contrapartida, el colegio ofrece cachet social y una dieta envidiable. Por supuesto que se ofrecen algunas bolsas de estudios y becas que deben ser cubiertas por individuos cuyo talento sobrepase la media, pero estos son los últimos en adoptar los signos que distinguen al alumno de Porterhouse.
Para el master, el recuerdo de sus tiempos de estudiante todavía tenía el poder de estremecerle. Sir Godber, entonces simplemente G. Evans, era un becado procedente de una escuela de Bierley. La experiencia le había afectado profundamente. De entonces databa ese sentimiento de inferioridad social que era, más que sus dones naturales, la fuerza conductora de sus ambiciones y el acicate frente a unos fracasos que hubieran desanimado a un hombre mejor dotado. Después de Porterhouse, como solía recordarse a sí mismo en esas ocasiones, un hombre ya no tiene nada que temer. El colegio le había hecho socialmente resistente. A Porterhouse le debía su nervio, un nervio que unos años atrás, siendo todavía un Secretario Privado Parlamentario en el Ministerio de Transportes, le llevó a proponerle matrimonio a lady Mary, hija única del diputado liberal Earl of Sanderstead: el nervio necesario para repetir la propuesta anualmente y para aceptar su negativa anual con una falta de gracia que acabó convenciéndola gradualmente de la profundidad de sus sentimientos. Sí, repasando su ya larga carrera, sir Godber podía atribuirle muchas cosas a Porterhouse, y una de ellas era su firme determinación a cambiar de una vez por todas el carácter del colegio que le había hecho ser lo que era. Mirando los rostros iluminados por los candelabros y las sordas aseveraciones que pasaban por conversaciones, se sintió fortalecido en su resolución. El beefsteak y el borgoña vinieron y se fueron, el bizcocho al brandy y el queso stilton les siguieron, y finalmente empezaron a circular las garrafas de oporto. Sir Godber se abstenía y observaba. Solo pasó a la acción cuando hubo acabado el ritual de limpiarse la frente con una toalla humedecida en un recipiente de plata. Repiqueteando con el mango de su cuchillo contra la mesa para reclamar silencio, el master de Porterhouse se puso en pie.
Desde la galería de músicos, Skullion miraba la fiesta. A su espalda, los restantes sirvientes del colegio se apiñaban en la oscuridad y miraban boquiabiertos la brillantez de la escena que tenía lugar abajo, con sus rostros débilmente iluminados por la reflejada gloria de la solemnidad. A cada aparición de una nueva fuente se producía un mudo suspiro. Sus ojos parpadeaban fugazmente antes de volver a mirar. Solo Skullion, el portero mayor, contemplaba el escenario con un aire de crítica posesividad. No había envidia en sus ojos, solo aprobación por lo adecuado de los arreglos, y alguna regañina ocasional y no expresada cuando un camarero derramaba la salsa o no advertía un vaso vacío que aguardaba a ser vuelto a llenar. Todo era como debía ser y como había sido desde la entrada de Skullion en el colegio, tantos años atrás, en calidad de ayudantes de portero. Desde entonces habían transcurrido cuarenta y cinco fiestas, que Skullion había seguido siempre desde la galería de músicos, exactamente igual que lo hicieron todos sus predecesores desde los orígenes del colegio.
–Skullion, ¿eh? Es un apellido interesante, Skullion –había dicho el viejo lord Wurford cuando, por primera vez, en 1928, pasó por la portería y advirtió la presencia del nuevo–. Un apellido muy interesante. Skullion. Suena a scallion [cebolleta], un apellido muy sabroso. Hemos tenido Skullions desde los tiempos del fundador. Créame. Está en los libros. Un cuarto de penique para los Skullions. Puede estar usted orgulloso.
Y Skullion había estado tan orgulloso como si hubiese sido rebautizado por el viejo master. Así eran entonces las cosas, y así eran los hombres. El viejo lord Wurford, no era como uno de esos estúpidos masters de ahora. Él hubiese disfrutado con una fiesta como esta. No se hubiera limitado a permanecer allí sentado, jugueteando con su tenedor y sorbiendo vino. Se lo hubiera echado por la frente, como siempre hacía, y hubiese devorado ese cisne como si fuera pollo para luego tirar los huesos por encima del hombro. Pero él era un caballero y hombre de remo que se mantuvo siempre fiel a las tradiciones del viejo Boat Club.
–¡Un hueso para los ocho que van delante! –solían gritar.
–¿Qué ocho? No hay nadie delante de nosotros.
–Entonces, un hueso para los peces.
Y los huesos salían por encima del hombro, y si era un buen día todavía quedaba algo de carne en ellos y los del servicio estaban encantados de recogerlos. Y además era verdad. En aquellos tiempos nadie iba por delante. Solo los peces. En la oscuridad de la galería de músicos, Skullion sonrió con esos recuerdos de juventud. Ahora todo era diferente. Los jóvenes caballeros ya no eran igual. Desde la guerra habían perdido el espíritu. ¿Quién oyó hablar en los viejos tiempos de un alumno de Porterhouse que trabajase? Estaban demasiado ocupados en beber y hacer carreras. ¿Cuántos de ellos tomaban un coche para ir a Newmarket y regresaban con una deuda de quinientas libras sin despeinarse ni un cabello? El honorable señor Newland lo hizo en el treinta y tres. Vivía en la escalera Q, y cayó muerto en Boulogne, víctima de los alemanes. Skullion podía recordar alguna hazaña similar. Eran caballeros. No estúpidos petimetres sin sentido.
Ahora, cuando los platos principales fueron servidos e hizo su aparición el stilton, el chef subió de la cocina y tomó asiento junto a Skullion.
–Hola, chef. Una gran...

Índice

  1. Portada
  2. Zafarrancho en Cambridge
  3. Créditos
  4. Notas