Cuando España cambió el mundo
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Información

ISBN de la versión impresa
9788416750924
ISBN del libro electrónico
9788411310963
MÉXICO
HERNÁN CORTÉS
MALINCHE
MONTEZUMA
21. HERNÁN CORTÉS ORGANIZA SU ARMADA PARA LA NUEVA ESPAÑA, MÉXICO, TENOCHTITLAN
Crónica de la Nueva España. De Francisco Cervantes de Salazar.
Partiéndose Hernando Cortés del puerto de Sanctiago de Cuba a diez e ocho de noviembre (1518), tan a pesar, como todos dicen, de Diego Velázquez, invió luego una carabela a Jamaica para cargarla de bastimentos, mandando al capitán della que con lo que comprase se viniese a la Punta de Sant Antón, que está al fin de la isla de Cuba hacia poniente, y él en el entretanto, con los demás que llevaba, se fue a Macaca, do compró trecientas cargas de pan y mucha cantidad de tocinos, y de allí, yéndose a la Trinidad, compró un navío de Alonso Guillén y tres caballos y trecientas cargas de maíz. Allí tuvo aviso que pasaba un navío cargado de vituallas que Joan Núñez Sedeño inviaba a vender a unas minas. Mandó luego que Diego de Ordás le saliese al camino, y pagando lo que era razón, por fuerza o por grado, le tomase las vituallas. Diego de Ordás lo hizo así, compró mill arrobas de pan y mill e quinientos tocinos y muchas gallinas, yéndose con todo esto, como le era mandado, a la Punta de Sant Antón.
En el entretanto, Cortés recogió en la Trinidad y en Matanzas y en otros lugares cerca de docientos hombres de los que habían ido con Grijalva, e inviando los navíos delante con los marineros y algunas personas de quien él se confió, con toda la demás gente se fue por tierra a la Habana, que estonces estaba poblada, a la parte del sur, a la boca del río Onicaxonal. Los vecinos de allí, temiendo enojar a Diego Velázquez, no quisieron venderle bastimentos algunos, y él, como iba puesto en justificar su negocio lo mejor que pudiese, aunque era más poderoso que ellos, no quiso tomar nada por fuerza, y así comprando de uno que cobraba los diezmos y de un receptor de bulas dos mill tocinos y otras tantas cargas de maíz e yuca e ajos, contento de haber proveído medianamente su flota, prosiguió su viaje.
Llegaron luego en una carabela ciertos caballeros, de los cuales eran los principales, y que después fueron Capitanes en la conquista de la Nueva España, Francisco de Montejo, Alonso de Ávila, Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid. Recibiólos Cortés con muy alegre rostro, porque eran personas de mucha cuenta y de quien después se ayudó mucho. Así en conserva llegaron a Guaniguanico, donde ordenando su gente y concertando su matalotaje, vino un criado de Diego Velázquez que se decía Garnica, con cartas por las cuales le rogaba afectuosamente, con palabras de mucho amor, no se partiese hasta que se viesen. Este mismo mensajero traxo también cartas y mandado de Diego Velázquez para Francisco de Montejo, Alonso de Ávila, Pedro de Alvarado, Diego de Ordás, Cristóbal de Olid, Morales, Escobar y Joan Velázquez de León, que todos habían sido sus criados y capitanes, si no era Alonso de Ávila, a quien tenía por particular amigo, encargándoles y mandándoles que impidiesen el viaje a Cortés, y que como leales amigos se lo prendiesen y enviasen a buen recaudo. Los más dellos vinieron en que era bien, pues Cortés daba tan claras muestras de quererse alzar contra Diego Velázquez, de quien tan buenas obras había rescebido, que le prendiesen, aunque algunos eran de parescer contrario, diciendo que aquel era el hombre que ellos habían menester, y no a Grijalva, que de las manos dexó la buena ventura para sí y para otros; y como siempre vencen los que son más, determinóse muy en secreto que en el navío de Diego de Ordás hiciesen un banquete, para el cual convidando a Cortés, después de haber comido, le pudiese prender con alguna gente que para ello tenían puesta de secreto.
Cortés, no sabiendo de las cartas que a aquellos caballeros se habían dado, nada receloso del convite, le aceptó con alegre rostro, y metiéndose con pocos en una barca para entrar en el navío de Diego de Ordás, tuvo aviso, créese que de alguno de los que contradixeron, de lo que estaba tratado; fingió luego vómito de estómago, y metiendo la manó echó un poco de flema, y así diciendo que se sentía mal dispuesto y que no estaba para comer, agradesciéndoles mucho la comida, aunque en su pecho sentía otra cosa, se volvió a su navío, adonde llamó luego a los que entendía que eran sus amigos, y a unos rogó que estuviesen apercebidos y a punto para lo que se ofresciere, y a otros de quien más se confiaba, descubrió el secreto y la intención que contra él tenía Diego Velázquez de impedirle la jornada, dándoles en esto a entender cuánto a todos importaba que él y no otro la hiciese, porque si Diego Velázquez la cometía a otro, no sería tan amigo dellos como él. Los unos y los otros, con juramentos y palabras de mucho amor, le ofrescieron sus personas y vidas, prometiéndole de morir donde él muriese.
Confiado Cortés de la promesa déstos, que eran los más de la flota, se dio luego tan buena maña y tanta priesa que aquella noche hizo embarcar toda la gente, y antes del día salió del puerto, que fue la peor repuesta que se podía dar a Diego Velázquez. Todavía los Capitanes, aunque se hacían a la vela, estaban en propósito de prender a Hernando Cortés, cuando para ello hobiese tiempo; pero como Dios quería otra cosa, levantóse de súbito una tan gran tormenta, que de tal manera apartó los unos de los otros, que apenas iba navío con navío. Visto esto, los Capitanes mudaron el propósito, y algunos dellos lo manifestaron a Hernando Cortés, prometiéndole de serle leales amigos, pues veían que claramente Dios era servido que él y no otro prosiguiese tan importante negocio. Él, como sagaz, no descubriendo el vómito que había fingido, por no darles a entender que les había tenido miedo, de ahí adelante los tractó con más amor y hizo mayor confianza dellos, diciendo que como con Diego Velázquez habían sido tan leales, así lo serían de ahí adelante con él, y él quedaría obligado a morir por ellos cuando se ofresciese.
Llegados todos los navíos y gente del armada de Cortés a Sant Antón, hizo luego allí alarde, y halló que llevaba quinientos e cincuenta españoles, de los cuales los cincuenta eran marineros. Repartió toda la gente en once compañías y diólas a los capitanes Alonso de Ávila, Alonso Hernández Puerto Carrero, Diego de Ordás, Francisco de Montejo, Francisco de Morla, Francisco de Saucedo, Joan de Escalante, Joan Velázquez de León, Cristóbal de Olid y a un Fulano de Escobar, y Cortés como General tomó otra; y así los once Capitanes, cada uno con su gente, se embarcaron en once navíos, para que cada Capitán tuviese cargo de su gente y navío. Nombró por piloto mayor de la flota a Antón de Alaminos, porque era el que mejor entendía el viaje, a causa que en el primero descubrimiento había ido con Francisco Hernández de Córdoba y después con Grijalva. Aliende de toda esta gente, para el servicio della llevaba Cortés docientos isleños nascidos en Cuba y ciertos negros y algunas indias para hacer pan, y diez y seis caballos e yeguas. De matalotaje se halló que había cinco mil tocinos, seis mill cargas de maíz, mucha yuca y gran copia de gallinas, vino, aceite y vinagre el que era menester, garbanzos y otras legumbres abasto, mucha buhonería o mercería, que era la moneda y rescate para contratar con los indios, porque, aunque tenían mucho oro y plata, no tenían moneda dello, ni de otro metal, sino era en ciertas partes, unas como pequeñas almendras que ellos llamaban cacauatl, (cacao) y déstas hoy por más de quinientas leguas de tierra usan los indios en la Nueva España en lugar de moneda menuda, porque también usan de la nuestra; y de comida y bebida repartió Cortés matalotaje y rescate por todos los navíos, conforme a lo que cada uno había menester.
La nao capitana, donde Cortés iba, era de cien toneles; otras había de a ochenta y de a sesenta, pero las más eran pequeñas y sin cubierta, como bergantines. La bandera que Hernando Cortés tomó y puso en su navío era de tafetán negro, su devisa era una cruz colorada en medio de unos fuegos azules y blancos; el campo y orla negros; la letra que iba por la orla decía: «Amigos, la cruz de Cristo sigamos, que si en ella fee tuviéramos, en esta señal venceremos.» Era tan devoto de la Cruz, que doquiera que llegaba, habiendo para ello lugar decente, ponía una cruz en el sitio más alto que hallaba, para que de lexos pudiese ser vista y adorada de los que después por allí pasasen; queriendo también dar a entender a los moradores de aquellas tierras a quien iba a convertir a nuestra sancta fee, que en otra señal como aquella Jesucristo, Dios y Hombre, murió para que el hombre se salvase y heredase el cielo, para el cual Dios le había criado; y aunque dicen algunos que los primeros descubridores hallaron cruces, los indios más las tenían acaso que por saber lo que eran ni lo que significaban, como muchos de los antiguos las tenían, por tormento, afrenta y oprobio, salvo si no decimos que Dios por sus ocultos juicios quiso que las hobiese en todas las partes del mundo, y en estos para que los moradores dellas, que habían de ser alumbrados por los españoles, con devoción considerasen el misterio que en tal señal por tanto tiempo les había estado encubierta, y en otras para dar a entender que después que en tal señal, el que era y es vida, Jesucristo Nuestro Señor y Dios, por darnos vida murió fuese tan honrosa que todo cristiano se arrodillase a ella como al mismo Cristo que en ella nos redimió, por lo cual Cortés con gran razón, como el Emperador Constantino, poniéndose debaxo desta fuerte bandera y estandarte, dixo lo que él: «En esta señal venceremos», y fue así que le fue tan favorable, que Príncipe en el mundo no hizo tan señaladas cosas.
Ordenado todo como tenemos dicho, Hernando Cortés, en quien era nescesario para tan dichosa jornada concurriesen, como concurrían a la igual, saber y esfuerzo, paresciéndole que era razón, pues ya estaba todo a punto y no faltaba otra cosa sino el comenzar, animase a sus compañeros; y para que todos tuviesen entendido cuánto importaba la jornada que emprendían, haciendo señal de silencio, puesto en parte de donde de todos pudiese ser oído, les habló en la manera siguiente:
«Señores y hermanos míos: Entendido tengo que cada uno de vosotros en particular habrá hecho su consideración del viaje y conquista que al presente intentamos, y cómo en ella ponemos el cuerpo a tantos trabajos y la vida a tantos peligros, entrando por mar que hasta nuestros días no ha sido de cristianos navegado, y procurando tan pocos en número como somos (aunque muchos, como espero en Dios, en virtud y esfuerzo), entrar por tierras tan grandes que con razón las llaman Nuevo Mundo, moradas y habitadas, como tenemos entendido, de casi infinitos hombres, en lengua, costumbres y religión y leyes tan diferentes de nosotros, que siendo la similitud causa y vínculo de amor, no pueden dexar de extrañarnos mucho; y no habiendo de presente, aunque les hagamos muy buenas obras, cómo se confíen de nosotros, sernos enemigos, recatándose de que los engañemos, principios tan duros y ásperos verdaderamente no se pueden hacer fáciles y sabrosos, si no se considera la grandeza del fin en quien van a parar; y pues este es el mayor y más excelente que en la tierra puede haber, que es la conversión de tan gran multitud de infieles, justo es que, pues llevamos oficios de apóstoles y vamos a libertarlos de la servidumbre y captiverio de Satanás, que todo trabajo, heridas y muertes demos por bien empleadas; pues haciendo tanto bien a estas bárbaras nasciones y tanto servicio a Dios, lo mejor ha de redundar en nosotros, porque este es el mayor premio del que hace bien, que goza dél más que aquel a quien se hace, como del que hace mal, lloverle encima. Ofensas hemos hecho todos a Dios tan grandes, que por la menor dellas, según su justicia, merescemos muy bien el infierno; y pues, según su misericordia, nos ha hecho tanta merced de tomarnos por instrumento para alcanzar al demonio destas tierras, quitarle tantos sacrificios de carne humana, traer al rebaño de las escogidas tantas ovejas roñosas y perdidas, y, finalmente, hacer a Ia Divina Majestad tan señalado servicio entre tantos trabajos y peligros como se nos ofrescerán, grande alivio y verdadero consuelo es saber que el que muriere, muere en el servicio de su Dios y predicación de su fee, y el que quedare, si algo nos debe mover lo temporal, permanescerá en tierra próspera, illustrará sus descendientes, hallará descanso en la vejez de los trabajos pasados, y nuestro Rey e señor tendrá tanta cuenta con nuestros servicios, que gratificándoles como puede, anime a otros que, con no menos ánimo que nos, acometan semejantes empresas; y porque veáis claro que en esta jornada se interesan el servicio de Dios, la redención destos miserables, el rendir al demonio, el servir a nuestro Rey, el illustrar vuestras personas y el ennoblecerse y afamar vuestra nasción, el ganar gloria y nombre perpectuo, el esclarecer vuestros descendientes y otros muchos y maravillosos provechos, que no todos, sino cualquiera dellos basta a inflamar y encender cualquier ánimo, cuanto más el del español; será superfluo y aun sospechoso con más palabras tractar cuánto nos conviene, pues hemos puesto la mano en la esteva del arado, por ningún estorbo volver atrás, que grandes cosas jamás se alcanzaron sin trabajo y peligro. Lo que de mí os prometo es que con tanto amor procuraré el adelantamient...

Índice

  1. Palabras del recopilador al lector
  2. A modo de prólogo
  3. EL INICIO
  4. PRIMEROS PROBLEMAS INTENTO DE SOLUCIONES
  5. NORTEAMÉRICA LA FLORIDA
  6. LA BÚSQUEDA DEL PASO
  7. MÉXICO
  8. LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO
  9. A modo de epílogo
  10. ADENDA
  11. Bibliografía
  12. Agradecimientos