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Eso no estaba en mi libro de historia de la casa real española
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Información
Editorial
Editorial AlmuzaraAño
2022ISBN de la versión impresa
9788418648458ISBN del libro electrónico
9788411310888Los Austrias mayores. El emperador y el rey del mundo
Abuelastra y, sin embargo, amante
No podría imaginar Fernando de Aragón que compartiría amante con su nieto, el futuro rey emperador. Ni los mejores guionistas de telenovelas hubieran ideado una trama así. Veamos.
Un año después del fallecimiento de Isabel, en marzo de 1506, en virtud del Tratado de Blois que sellaba una alianza franco-aragonesa, Fernando el Católico acordó su matrimonio con Germana de Foix, hija del conde de Etampes y vizconde de Narbona, Juan de Foix, y de la hermana de Luis XII de Francia, María de Orleans; sobrina, por tanto, del monarca francés. Germana, de dieciocho años, y Fernando, de cincuenta y tres, se casarían por poderes en el palacio de los Condes de Buendía, en Dueñas (Palencia), el 18 de marzo de 1506. Días después, el matrimonio se consumó en Valladolid.
Se trataba de un matrimonio político, tal y como declaró el propio Fernando ante notario. Y es que en el tratado del enlace, el rey francés reconocía los derechos del español sobre el trono de Nápoles. Es decir, si el francés fallecía primero, Fernando (y no la esposa de Luis XII) heredaría dicho territorio. Además, Fernando logró que el papa Julio II anulara las capitulaciones matrimoniales que había firmado antes de la boda según las cuales, en el caso de no tener descendencia con Germana, los derechos sobre el reino de Nápoles revertirían al rey francés. Y menos mal, porque el matrimonio tuvo un hijo, Juan de Aragón (como el primero que tuvo con Isabel), que murió a las pocas horas de nacer. Para más inri, posteriormente Fernando «consiguió» que el papa excomulgara a Luis XII. Pero eso es otro asunto.
Germana fue adquiriendo poco a poco protagonismo en la corte. Fernando la nombró lugarteniente general de Aragón, Cataluña y Valencia y presidenta de las Cortes en su nombre entre 1512 y 1515. Además, el rey le legó las villas de Madrigal de las Altas Torres (lugar de nacimiento de su primera esposa, Isabel) y Olmedo.
Fernando falleció el 23 de enero de 1516, probablemente por una nefritis como consecuencia del continuo uso de afrodisíacos. No quiso el destino que se perdiera la unidad territorial de España por «culpa» de otro heredero de la Corona de Aragón. Se siente, Fernando.

Desembarco de Fernando el Católico y Germana de Foix en Valencia del pintor Josep Ribelles, 1789. Cuadro expuesto en el Museo de Bellas Artes de Valencia. [Fotografía de Joanbanjo]
En su testamento, había dispuesto que Carlos I, su nieto, hijo de Juana y de Felipe, debía velar por Germana: «Vos miraréis por ella y la honraréis y acataréis, para que pueda ser honrada y favorescida de vos y remediada en todas sus necesidades»33. Y los testamentos están para cumplirlos. Eso es así. De esta forma, al año de fallecer su abuelo, Carlos, que tenía por aquel entonces diecisiete años, llegaría a España para conocer a su «abuelastra» de veintinueve. El primer encuentro entre ambos tuvo lugar en las inmediaciones de Valladolid. Germana quiso inclinarse ante él, pero Carlos no lo consintió.
Parece que ambos congeniaron muy bien, entre otras cosas porque su lengua materna era el francés. Recordemos que el rey emperador no hablaba español y encontró en Germana a una interlocutora con la que no tenía problemas de comunicación. Además, Germana conocía a la perfección la corte, por lo que resultaba una guía perfecta para presentar al joven heredero a las personalidades más relevantes del reino. Esta relación de complicidad desembocó en un romance entre ambos. Qué sorpresa.
Obviamente, se trataba de un amor clandestino sobre el que planeó la sombra del incesto a pesar de que no existía parentesco entre ambos. Para esconderse, Carlos mandó construir un puente de madera entre el Palacio Real de Valladolid y el palacio donde vivía Germana. Parece que ella, fruto de estos encuentros furtivos, quedó embarazada y dio a luz a una niña a la que llamaron Isabel (curiosa elección). Carlos nunca llegó a reconocer su paternidad, pero Germana en su testamento indicó que él era el padre de su hija mencionándola como «serenísima Doña Isabel, Infanta de Castilla, hija de su majestad el Emperador, mi señor». Aunque lo cierto es que no le correspondía el tratamiento de infanta por ser ilegítima. En este mismo texto, Germana le dejaba a su hija en herencia un collar de ciento treinta y tres perlas. Poco sabemos de la vida de esta niña, pues quedó recluida en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Madrigal de las Altas Torrres, en Ávila. Cuentan también que en este mismo convento vivían dos hijas bastardas de Fernando, las dos de nombre María. Una, hija de la portuguesa María de Pereira; la otra, de la vasca Toda de Larrea. Eso cuentan.
Pero volvamos a Germana y a Carlos. El nuevo rey, al igual que su abuelo, también confió en Germana y le pidió que lo acompañara en diversas negociaciones. Incluso llegó a nombrarla virreina y lugarteniente general de Valencia. Para proteger a su «abuelastra» y combatir rumores en torno a su relación secreta, el rey la casó en 1519 con el marqués de Brandemburgo, uno de los cinco electores del imperio a los que Carlos debía convencer para ser elegido emperador alemán. De hecho, la propia Germana asistió en 1520 a la ceremonia de proclamación de Carlos como emperador en calidad de acompañante de su segundo marido.
Germana volvió a enviudar en 1525 y se casó en terceras nupcias en 1526 con el duque de Calabria.
La última reina de Aragón murió el 15 de octubre de 1536 en su palacio de Liria, en Valencia. En sus últimas voluntades manifestó su deseo de ser enterrada junto a su tercer esposo en un monasterio de la Orden de los Jerónimos, la orden favorita de Carlos I, quien al final de sus días se retiraría al monasterio de Yuste.
Fernando, que así se llamaba el tercer marido de Germana, igual que el primero, la enterró en el convento de Nuestra Señora de Jesús de Valencia mientras esperaba disponer de un panteón en un templo jerónimo. Más tarde, trasladó el cuerpo al monasterio de San Bartolomé, de dicha orden, en Valladolid. Sin embargo, puesto que la distancia le dificultaba visitar su tumba, el duque propuso a los jerónimos de Valladolid que se instalaran en Valencia a cambio de un edificio mejor. En 1544, el duque convenció al papa Paulo III para que suprimiera el monasterio cisterciense de San Bernardo en Valencia de forma que sus monjes fueran trasladados a otros monasterios y los derechos eclesiásticos correspondientes revirtieran a la Orden de los Jerónimos con el nombre de San Miguel de los Reyes. El edificio cisterciense fue demolido y el duque, en sus últimas voluntades, al fallecer sin descendencia en 1550, legó todo su patrimonio a la Orden de los Jerónimos para la construcción del nuevo proyecto.
Juana, viuda loca
Tras el fallecimiento de Felipe I el Hermoso en 1506, se ocasionó un nuevo vacío de poder en Castilla. Su hijo, el futuro Carlos I, apenas contaba con seis años de edad y vivía en Flandes. Y Juana, la viuda, parecía tener trastornos mentales. Fernando el Católico, padre de la reina, movió sus influencias para que el cardenal Cisneros, arzobispo de Toledo, pudiera ejercer la regencia en Castilla mientras él encontraba la forma de instalarse allí, ya que en ese momento se encontraba en Aragón.
Pero veamos qué paso con Juana. La reina estaba embarazada de su hija Catalina (futura reina de Portugal) y la muerte de su marido empeoró su presunta enfermedad mental. Cuentan que durante el tiempo que el cadáver permaneció sin sepultura, la viuda lo abría diariamente para ver a su esposo y que comunicó su intención de trasladar sus restos a Granada mediante una procesión desde la corte. Y lo intentó.
Tal y como relata Pedro Mártir de Anglería, testigo de los hechos, antes de comenzar el cortejo fúnebre por media España, la reina ordenó en la Cartuja de Burgos que se abriera el féretro para que los súbditos del rey pudieran contemplarlo. A continuación, pidió que fuera subido a una carreta para comenzar el peregrinaje. Sin embargo, cerca de la villa de Torquemada, Juana se indispuso por molestias provocadas por su embarazo. Fernando, su padre, se reunió con ella y la confinó en Tordesillas, donde permanecería encerrada hasta su muerte por más de cuarenta años, aunque nunca dejaría de ser la reina por derecho de Castilla. El féretro de su marido fue trasladado al monasterio de Santa Clara, para que la reina pudiera contemplarlo desde una ventana del palacio. Un detalle.
Lo curioso de la historia de la hija de los Reyes Católicos es que durante su juventud no había dado ninguna muestra de trastorno mental. De hecho, a sus padres les recordaba a Juana Enríquez, la madre de Fernando (abuela paterna de la niña), por su sentido de la responsabilidad. Incluso, parece ser que Isabel bromeaba llamando a su hija «suegra» y Fernando hacía lo propio dirigiéndose a ella como «madre».
¿Cuándo comenzó, entonces, su supuesta locura? Muchos historiadores coinciden en señalar las continuas infidelidades de su marido en la corte flamenca donde cada vez se sentía más sola. Es decir, probablemente, todo comenzó con una depresión (a la que, obviamente, no ayudó su encierro).
Juana había llegado a los territorios de su futuro esposo, hijo de Maximiliano de Austria, en un viaje en barco, puesto que nuestro país se encontraba en aquel momento en guerra con Francia y era arriesgado viajar por tierra. La escuadra que acompañaba a la infanta Juana tenía también la misión de recoger y traer a España a la princesa Margarita para que se desposara con el príncipe Juan. Se trataba, por tanto, de un «intercambio», un doble enlace matrimonial gestionado por los Reyes Católicos, ya sabemos, como parte de su estrategia de alianzas europeas. En realidad, era el mismo sistema que empleaban los Austrias, que se guiaban por la máxima latina «Alii bella Gerant. Tu felix Austria, nube», que puede traducirse como «Deja que otros hagan la guerra. Tú, feliz Austria, cásate». Los primeros hippies de la historia, proclamando aquello de «hacer el amor y no la guerra». Por interés, sí, pero amor al fin y al cabo.

Felipe y Juana. Francisco José Orellana (1862) La reina loca de amor.
Volvamos a Juana, que me disperso. No se celebró en la corte de Castilla ninguna fiesta de despedida para la infanta. De hecho, ni siquiera Fernando, su padre, pudo despedirla cuando partió de Laredo. Pero una madre es una madre. Isabel, consciente de los riesgos...
Índice
- Prólogo
- Introducción
- Antecedentes
- Isabel y Fernando, sus católicas majestades
- Los Austrias mayores. El emperador y el rey del mundo
- Los Austrias menores. El Tercero, el Cuarto y el Hechizado
- Los primeros Borbones. Felipe V, padre de tres reyes
- Carlos IV, Fernando VIIy los franceses
- De la primera María Cristina a la Primera República
- El doce y el trece
- De la Segunda República a Juan Carlos
- Bibliografía