La expresión poética de Shirley Campbell Barr y Mayra Santos Febres
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La expresión poética de Shirley Campbell Barr y Mayra Santos Febres

  1. 255 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La expresión poética de Shirley Campbell Barr y Mayra Santos Febres

Descripción del libro

Esta monografía se plantea el análisis de los patrones temáticos y poéticos que definen la poesía de Shirley Campbell Barr y Mayra Santos Febres. Los resultados de la investigación permiten destacar los puntos de contacto entre la producción de ambas autoras, pero también delinean los vínculos que la producción de las dos poetas mantiene con la producción literaria del marco afrodescendiente. Al mismo tiempo, el estudio aclara los elementos por los cuales su poesía puede ser incluida en la reciente categoría analítica de 'literatura de la afrodescendencia'.

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Información

Editorial
Ledizioni
Año
2022
ISBN de la versión impresa
9788855266543
ISBN del libro electrónico
9788855266550
Categoría
Literature

1. Cuestiones terminológicas

Questions of identity are always about representation.
(Stuart Hall, Negotiating Caribbean Identities)
1. En búsqueda de un nombre
Al aproximarnos al estudio de las producciones culturales afrocentroamericanas y afrocaribeñas nos preguntamos, ante todo, si los términos que adoptamos son adecuados a la tarea. En particular, nos interesa sondear la complejidad del término ‘afrodescendiente’ y su posible aplicación para la identificación de rasgos comunes dentro de la producción literaria afrolatinoamericana.
El término ‘afrodescendencia’ se presenta como un contenedor heterogéneo, en el que quedan incluidos los descendientes de los grupos étnicos que fueron trasladados de África a América durante la trata atlántica del comercio de esclavos. La delimitación geográfica de este concepto no coincide con un territorio específico, al contrario, la ‘afrodescendencia’ interesa a ambos lados del Atlántico. En lo que se refiere a América, uno de los puntos de referencia primarios son las Antillas, por haber sido estas uno de los arribos destinados a los barcos esclavistas (Naranjo Orovio, 2014: pos. 262). Durante la trata, miles de africanos, en su mayoría procedentes de la región centro occidental de África, pasaron por las Antillas y de ahí se esparcieron por el continente tras ser vendidos como bienes (Morgan, 2004: 29).
Según Kenneth Morgan el 90% de los esclavos comercializados durante la trata fue enviado a las plantaciones: un 45,5% a Brasil y un 37,7 % al Caribe (Morgan, 2004: 29-31). El periplo que los esclavos tenían que enfrentar llegados a América podía variar según lo que las economías de plantación y las minerías (los ámbitos más usuales en los que trabajaban) iban dictando. Sin embargo, los esclavos eran destinados en su mayoría a las plantaciones, porque la mano de obra indígena no era suficientemente numerosa y accesible como para ocuparse de todo el trabajo requerido. A estos hay que añadir las grandes cantidades que eran comercializadas para reemplazar a quiénes morían como consecuencia de las pésimas condiciones de vida que sus dueños les proporcionaban (Morgan, 2004: 40-45) y, en una menor medida, los esclavos que eran destinados al trabajo doméstico. Estos últimos podían alcanzar mejores condiciones de vida, pero no les garantizaba un trato equitativo o un reconocimiento político y administrativo.
Para comprender la historia a la que apela el término afrodescendiente es crucial el tema de la representatividad. Mientras dure la trata los africanos reducidos a esclavitud llegarán a América como contingente de fuerza trabajo en condiciones de precariedad y escasez. De forma diferente respecto a las oportunidades de emancipación que se le otorgaban al esclavo durante la época clásica, el destino del esclavo africano en las plantaciones era el de trabajar y producir según las expectativas de sus dueños, con muy pocas opciones para mejorar su calidad de vida.
Martínez Montiel destaca cómo en un principio la cosificación sufrida por los esclavos fue la consecuencia de su fuerza física y de su adaptabilidad al ambiente: «al fracasar la esclavitud india y la servidumbre blanca, la capacidad de trabajo del negro se manifestó como superior, por lo cual sus rasgos físicos, su pelo, su color y sus características, fueron estimados como adecuados para justificar el hecho económico de la necesidad de su fuerza de trabajo» (80). Paradójicamente, la fuerza de los africanos los vuelve sujetos explotables y los pone a la merced de los científicos, que a partir del siglo XVIII buscan argumentos para fundamentar la diferencia entre razas y justificar la esclavitud (82). De esta forma, para los africanos deportados la vida en la plantación se presenta como una condición ineludible, a menos que no se construyeran las condiciones para una rebelión o que sucediera la muerte. Los africanos son transformados en la categoría social del ‘negro’: «el africano cosificado, despersonalizado, sin identidad, un ser humano convertido en mercancía» (Martínez Montiel, 2008: 57) a quien se le atribuye un valor económico según edad, género y estado físico, pero para el que no es previsto ningún tipo de reconocimiento humano o cultural.
Otro punto interesante para comprender los elementos que constituyen los límites del concepto de ‘afrodescendencia’ es el maltrato que los esclavos sufrían desde el punto de vista cultural. Los dueños de las plantaciones no solo negaban a los africanos cualquier tipo de legitimidad política o social, sino que reducían al mínimo los espacios y las ocasiones para desarrollar actividades que les permitieran organizarse socialmente7. Como resultado de la práctica común de separar a los núcleos familiares y las comunidades étnicas para garantizar la obediencia y reducir las ocasiones de sedición, los esclavos se encontraban no solo desterrados, sino también aislados lingüística y socialmente (Martínez Montiel, 2008: 165). A esto se añadía que sus condiciones de vida eran miserables. En las plantaciones se garantizaba una alimentación pobre, una escasa atención médica, un aislamiento emotivo y social persistente y, frecuentemente, una dosis de violencia descomunal y descontrolada (Morgan, 2004: 55-83). Todo esto tenía lugar sin que existieran las posibilidades para el conseguimiento de una hipotética libertad para los esclavos de piel ‘negra’8, quienes deberían esperar hasta finales del siglo XVIII para empezar a ver (aunque no de forma concreta) los primeros cambios en las legislaciones con las que los estados colonizadores iban organizando la trata. Unas de las pocas formas con la que los esclavos lograron oponerse a las dinámicas impuestas por la esclavitud fueron la rebeldía (opción ampliamente desarrollada a través de los palenques y el cimarronaje), el sabotaje de las actividades de trabajo (ralentizando las maniobras) o la muerte (frecuentemente intentada ya durante la navegación) (Pizarro, 2002: 17).
Fuera de estas opciones los esclavos vivieron en una condición de subordinación que, en cierta medida, repercutió en la vida de sus descendientes. Con el cese de la esclavitud y la adquisición de la libertad, los esclavos salieron de la condición de cosificación que había caracterizado los primeros trescientos años de su historia en América, pero siguieron enfrentándose a la escasez y a la pobreza. La emancipación fue de algún modo «una abstracción» (Martínez Montiel, 2008: 243) que no aseguró ni un trato democrático ni una organización comunitaria aceptable. No hubo un plan de desarrollo para las comunidades de exesclavos, que quedaron marginalizadas y sometidas a los mismos estereotipos y discriminaciones que sufrían durante la época esclavista. En Centroamérica, destaca Agudelo, las poblaciones de origen africano fueron «olvidadas» y excluidas de los discursos sociales y de las identidades nacionales hasta finales del pasado siglo (Agudelo, 2017: 202).
Tras la emancipación, la población afrodescendiente se encontró en una posición marginalizada con respecto a los centros de poder gobernados por las nuevas élites; al mismo tiempo, empezó a migrar para satisfacer la demanda de mano de obra de la recién implantada industria privada (sobre todo ferrocarriles y construcciones), lo cual resultó en el desarrollo de procesos de marginalización aún más evidentes, que mantenía a los trabajadores migrantes en algunas de las zonas más impracticables del Caribe continental (Putnam, 2011: 23-25; Johnson, 2011: 11).
La situación decimonónica se vio empeorada por la voluntad con la que los distintos gobiernos nacionales difundieron y organizaron políticas excluyentes y discriminatorias de corte racial9. En Costa Rica, por ejemplo, los procesos de blanqueamiento de la imagen nacional puestos en marcha por el gobierno provocaron la cancelación de la categoría del ‘negro’ (Mosby, 2012: 321). Además de impedirles la obtención de la ciudadanía, la categoría social del ‘negro’ se veía borrada de los censos o diluida en capas sociales de colores diferentes, con un propósito tanto esencialista como revisionista de la identidad de quienes habían formado parte de una clase que durante la trata había sido invisibilizada en cuanto mercancía y ahora se volvía invisible en cuanto testimonio somático de la época de la esclavitud10.
1.1. En búsqueda de la representatividad
Las primeras formas de emancipación y búsqueda de reconocimiento por parte de la comunidad esclava pueden ser rastreadas en las comunidades cimarronas. Ahí los esclavos demuestran su habilidad para la organización política y económica (Martínez Montiel, 2008: 168) y consiguen incluso pactar con la administración colonial. Sin embargo, la plena participación y representatividad en las políticas nacionales llega solo a finales de la segunda mitad del siglo XX. Gracias a la irrupción del multiculturalismo se abren las puertas hacia una nueva fase de su historia, en la que los ‘afrodescendientes’ son incluidos en las discusiones y es reconocido su aporte a la cultura latinoamericana como una “tercera raíz”11.
Durante esta fase, más bien política, se gestan las reclamaciones de los derechos de los que los grupos afrodescendientes no habían gozado debido a la condición de precariedad y pobreza que históricamente caracterizaba su condición (Agudelo, 2019). En particular, hay que subrayar que la necesidad de reescribir las constituciones nacionales decimonónicas bajo patrones distintos, esta vez basados en la libertad, la igualdad, el derecho al acceso a la vida pública y al bienestar, produjo las condiciones para que se conformaran nuevos programas políticos dentro de los cuales exigir el reconocimiento de los afrodescendientes en cuanto grupo “étnico” (Agudelo, 2019). En una primera fase, la transformación de la representatividad se dio dentro de las mismas comunidades afrodescendientes, en las que se trabajó hacia una autoconcientización de su rol y de su territorialidad (García, 2001b: 84). En un segundo momento las comunidades afrodescendientes, respaldadas por las organizaciones de derechos humanos, se centraron en la lucha al racismo y a la discriminación social, cuyo objetivo era la desconstrucción del pensamiento dominante impuesto desde la colonia (García, 2001b: 85-86). La cumbre del proceso es el cambio epistémico que tiene lugar en el año 2000, en Santiago de Chile, en ocasión de la Conferencia preparatoria de las Américas (Contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia)12. Durante este evento, en el que prácticamente todos los países americanos se comprometen en la creación de nuevas políticas de igualdad, es reconocido el aporte y el lugar que la afrodescendencia desempeña en el ámbito histórico y cultural para América Latina. Es reconocido también el rol de víctimas que los afrodescendientes sufren a raíz de la perpetuación de formas de esclavitud que los ven marginalizados y subordinados a lógicas racistas y, finalmente, es destacado su aporte en la formación de la cultura americana, así como es reclamado el derecho a recibir un trato justo y equitativo política, social y humanamente.
El término ‘afrodescendiente’, sin embargo, no está libre de cuestionamientos. El primer elemento que puede ser señalado como problemático es de tipo lingüístico: la inclusión del término “afro” produce una inmediata conexión con África; sin embargo, se trata de una relación que se establece en un nivel simbólico, que pasa por la experiencia de las condiciones históricas, entre las cuales contamos las que Valencia Peña cita desde De Friedemann (1984): una ocupación territorial aislada y marginada y las consecuencias que se producen a raíz de su marginalización, invisibilización y estigma racial (Valencia Peña, 2014: 257). Los afrodescendientes abogan a un llamamiento comunitario al pasado de la esclavitud como momento traumático que ha marcado el desarrollo de sus comunidades a lo largo del tiempo y se reconocen en una voluntad de emancipación de métodos de clasificación basados en la raza y en el racismo. De cierta forma, aunque no sea este el lugar para discutirlo, la vinculación directa con África que era propuesta por los movimientos panafricanos, y que se había revelado difícil de practicar, es sustituida en el término ‘afrodescendiente’ por una vinculación que busca en África un origen simbólico y reivindica el lugar geográfico como una raíz que, en r...

Índice

  1. La expresión poética de Shirley Campbell Barr y Mayra Santos Febres
  2. Indice
  3. Premisa
  4. 1. Cuestiones terminológicas
  5. 2. Nuevas perspectivas: el Ser-como-Relación
  6. 3. El contrapunteo poético
  7. 4. Poetizar el cuerpo para salir del estigma
  8. 5. Ritmos e imágenes en la poesía de Shirley Campbell Barr y Mayra Santos Febres
  9. Epílogo
  10. Agradecimientos