Una vida en acogida
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Una vida en acogida

  1. 96 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro


Una vida en acogida
refleja la realidad de mujeres migrantes en una Irlanda oculta tras las paredes de los centros de acogida. Los relatos de Melatu Uche Okorie se inspiran en su propia experiencia y arrojan luz sobre la injusticia del sistema irlandés de provisión directa y sobre el racismo estructural.

Esta colección de historias nos acerca a la rutina de muchas mujeres que se ven obligadas a hacer cola para obtener alimentos básicos en un albergue de provisión directa; a la experiencia de una joven nigeriana bajo el peso invisible del racismo cotidiano; y a una Nigeria del pasado reciente donde el sufrimiento de una madre destruida por la superstición pugna con su feroz determinación de salir adelante. La colección concluye con un ensayo esclarecedor de Liam Thornton (profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Dublín) que expone la posición legal irlandesa y europea en relación con los solicitantes de asilo y el sistema de provisión directa.

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Información

Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788415509813
Categoría
Literatura

UNA VIDA EN ACOGIDA

10:26
Por la ventana veo que están todos y veo también que está lleno. La voz de Mercy llega antes incluso de que yo entro.
—Tía —dice—, no veas el susto que me he pegado esta mañana con el pelo gris ese.
Y oigo que todas ríen. Empiezo a pensar si hablan de hacerse viejas y dónde se ha visto Mercy pelo gris, porque ella no es tan mayor.
Abro la puerta con la espalda, porque empujo el carrito con una mano sola y la puerta es demasiado pesada para abrir y a la vez sujetar el carrito. Aún no he conseguido darme la vuelta para ver las caras cuando oigo gritar a Franca, mi vecina:
—¡Eey! Mira quién ha venido.
—¡Loooca! —retumba la voz de mi amiga Ngozi, que me saluda y hace gestos para que me ponga a su lado. Empiezo a pasar entre toda la gente y todos los carritos, agarrada al mío.
—Hoy hay demasiada gente, mamita —digo a Ngozi cuando por fin la alcanzo—. Espero que consigues número por mí.
Entonces empiezo a dar abrazos: a Mercy, a su amiga Mama Bomboy, a Ma Dayo, a Franca.
—Ay, sabes que hoy es lunes y no me dejan coger número para nadie que no está aquí.
La voz de Ngozi responde a su tamaño. Es una mujer grande y su voz también y suena como voz de hombre. Le gusta llamar «loca» a todo el mundo y he oído algunas nigerianas que se quejan a sus espaldas que no se llaman «loca» y que su mamita no las llama «loca» y la próxima vez que intenta llamarlas «loca» se lo dicen a la cara. Yo puedo decir que no me importa que me llama «loca» a mí. Pero ya sabes estas nigerianas, les gusta pelear por todo.
Yo vengo a recoger mis provisiones y las cosas de aseo de esta semana. En este albergue solo se recoge lunes y martes en el comedor. Por eso tanta gente y carritos.
La primera vez que mi marido me ve cargando así con el carrito, dice:
—Pero, mujer, ¿por qué llevas carrito si no tiene bebé dentro?
—¡Aquí se hace así! —yo le explico.
Pero eso es antes. Ahora, si hace otra vez una pregunta como esa, yo le digo:
—¿Cómo puedes saber lo que hacen los demás cuando todo el tiempo estás dentro sentado viendo fútbol?
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En albergue de antes dan provisión cualquier día, pero hay que pasar un mes desde la última vez que recoges. Así que, si hoy consigues papel higiénico, pasa un mes antes que recibas más. Por eso estoy contenta cuando aquí me dan a mí cada semana, pero ahora otra vez no estoy contenta. Esto de la provisión directa es siempre lo mismo, ¿sabes?, porque incluso si recoges alimentos y cosas de aseo cada semana o recoges cada mes, es alguien que te los tiene que dar a ti. No hay nada mejor que cuando decides algo por ti misma.
Pero aun así prefiero este albergue al de antes. Porque aquí tenemos una habitación grande y uso un rincón para montar mi propia cocinita, y tenemos cuarto de baño y aseo dentro de la habitación, y mi marido y yo tenemos nuestra propia cama y mis dos hijas también tienen su propia cama. Antes, todos usamos aseo y cuarto de baño comunitario y sala común. Por eso no me gusta quejarme mucho de este albergue como hacen algunos nigerianos.
Justo la semana pasada, de camino a hacer colada veo a Ma Dayo en la puerta de su casa. Está de pie hablando con Franca. Saludo a Ma Dayo y digo:
—Ma Dayo, ¿no recoges hoy provisión?
No me gusta mucho hablar con Franca, porque ella hace cosas para enfadarme a mí.
—Los lunes yo no me molesto en dar vueltas, o jare. De acá para allá, de allá para acá, ¡¿para qué?! —me contesta como enfadada.
—Yo también —dice enseguida Franca.
Le gusta estar de acuerdo con lo que dice todo el mundo.
—De colada a recoger provisión, de recoger provisión a comprobar colada, de comprobar colada al médico, del médico a por comida, de la comida a comprobar colada—. Ma Dayo empieza a contar con el dedo—. ¡De arriba abajo, de arriba abajo, desde la mañana hasta la noche!
Ma Dayo es una mujer pequeña, pero siempre está peleando. Ahora yo conozco a Ma Dayo, pero antes, si veo que habla con alguien y sacude la cabeza, que siempre lleva envuelta en el pañuelo, pienso que va a pelear con ellos. Incluso ahora pone los ojos en blanco y me mira a mí de arriba abajo cuando habla.
—Hago lo que puedo y el resto lo dejo a Dios.
Yo coincido en que lunes por la mañana este albergue es locura total porque a todo el mundo le gusta recoger alimentos y cosas de aseo. Pero es que si vas el martes, te dicen:
«Nos hemos quedado sin artículos de aseo».
Y ahí te quedas.
También todos quieren ir al médico para el lunes. Dicen que el médico para el lunes es mejor que para el martes porque da mejores medicinas. Y a veces, cuando vas a ver al médico, te acuerdas que necesitas ir a ver servicios sociales para algo porque comparten el mismo edificio y los de servicios sociales en cualquier momento pueden poner un letrero que cambia la hora de recibir gente. Y mientras haces todo esto, también haces colada porque no quieres ropa sucia del fin de semana en casa.
A veces digo para mí que no es bueno hacer todo para el lunes porque entonces para los demás días te quedas sin nada que hacer, pero tampoco es bueno empezar la semana haciendo el vago.
—¿Quién da número? —pregunto a Ngozi.
Es mi mejor amiga de Nigeria y me cae muy bien a mí. Habla con total libertad, como yo, y no le importa lo que piensa nadie.
Cuando llego la primera vez a este albergue la gente me dice cuidado con los nigerianos, mejor no ser amiga de ellos, a los nigerianos les gusta dar problemas y se pelean mucho, a la dirección no le gustan los nigerianos.
En mi albergue de antes no es así, allí todos hacen todo juntos. Pero aun así hago caso y me junto solo con mi gente y soy amiga solo de congoleños y solo voy a fiestas congoleñas. Pero ahora sé que nadie es del todo bueno y que nadie te puede hacer tanto mal a ti como tu propia gente. Así que otra vez empiezo a hacer amiga de nigerianos. Y si me hacen mal a mí, les enseño que no vengo a Europa para aguantar mierda de nadie. Ahora ríen y dicen: «Beverlée, estás loca». Y me hacen el pelo gratis a mí y cosen mi ropa a buen precio. Ahora todos los congoleños vienen a pedir que presente a mis amigos de Nigeria por favor.
Es Mercy que me contesta a mí. Señala y dice por detrás de Ngozi:
—Más vale que te des prisa y cojas tu número. Después vuelve y te cuento dónde veo pelo gris en mi cuerpo esta mañana.
Todas ríen otra vez. Miro detrás de Ngozi y veo un hombre. Lleva uniforme de los guardias de seguridad del albergue.
—Nunca antes veo ese hombre —digo.
—Es nuevo, mi hermana —dice Ma Dayo con voz triste, y sacude la cabeza como con decepción por algo—. He hablao con él. Es de uno de esos países oyinbo falsos.5 ¡Bah! ¡No me gusta nada esa gente! Son más racistas que los irlandeses.
Mira donde está el hombre, que sujeta algo en la mano, y resopla. Ngozi ríe y empuja sin fuerza a Ma Dayo en el hombro:
—Esta mujer —dice—, qué graciosa eres.
Mercy mira a Ma Dayo sin sonrisa. Alguna vez dice que Ma Dayo es demasiado mayor para hablar así.
Miro otra vez al hombre, y él me mira a mí y quita los ojos. A lo mejor se da cuenta que hablamos de él. Aunque no me gusta cómo mira Ma Dayo al hombre, como si busca pelea, no digo nada. Sé que a Ma Dayo no le gusta nadie y siempre dice algo de alguien:
«Los musulmanes esos yo sospecho mucho dellos, ¿eh? No voy con ellos a ninguna parte».
«A esa chica camerunesa le gusta ser más que nadie. No sé quién se cree que es».
«¿Congo? Están más locos que los nigerianos, ¡eh! Nosotros, los nigerianos, solo tenemos boca, pero en Congo pelean con cuchillo».
«Los de Europa del Este son todos oyinbo falsos».
«Los irlandeses también son fríos. Todo el tiempo cuchicheando».
Me advierte de Ngozi muchas veces. Dice:
«Ten mucho cuidado. Los igbo6 son escorpiones de verdad. Si te paras a mirarlos para un minuto, cualquier cosa que ves tienes que tomar tal cual es. Me caes bien, por eso te cuento todas estas cosas».
Incluso me advierte de las mujeres de países como el de Franca, Zimbabue, Kenia, Uganda, Sudáfrica, y dice:
«Mejor vigilas tu marido con esas mujeres. Tienen el toto más suelto que nada».
Pero yo sé que, de todos, el país que más odia es Benín. Lo sé porque no le gusta Mercy. Dice:
«Los de Benín son los mejores en todo. Los mejores mentirosos, los mejores criminales, las mejores pr...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Contenido
  6. NOTA DE LA AUTORA
  7. UNA VIDA EN ACOGIDA
  8. BAJO EL TOLDO
  9. AL ROMPERSE EL HUEVO
  10. SOLICITANTES DE ASILO, REFUGIADOS Y EL (LENTO) CAMINO A LA JUSTICIA, POR LIAM THORNTON
  11. BIBLIOGRAFÍA