Novela colombiana contemporánea
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Novela colombiana contemporánea

Incursiones en la postmodernidad

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Novela colombiana contemporánea

Incursiones en la postmodernidad

Descripción del libro

La postmodernidad debe entenderse como parte de un histórico-cultural en el que se entrecruzan caminos diferentes. Si, como seres humanos, somos constantes recolectores y consumidores de experiencias, como estudiosos somos también inagotables improvisadores de esquemas que nos permiten indagar el mundo delcual somos parte, buscando entenderlo mejor. Inevitablemente respondemos al llamado de una formación humanística, y es esto lo que he intentado explorar al incursionar en la novela colombiana contemporánea dentro de un contexto postmoderno. Es innegable que seguimos moviéndonos por un terreno epistemológicamente diferente, y que ante nosotros han aparecido nuevos modos de representación; pero esto no significa que, junto al cuestionado valor del lenguaje, la consiguiente devaluación de los grandes discursos, o el desaparecido poder del autor -entre otras cosas-, no podamos rescatar el valor de la experiencia humana transformada en ejercicios de escritura. Más que un comentario marginal a las abundantes propuestas teóricas que continúan agitando nuestro campo de estudio, mi interés se sigue concentrando en el determinante papel de ciertas reconocibles en cada una de las novelas escogidas como señales reveladoras de su identidad.

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Información

Año
2022
ISBN del libro electrónico
9789587464955

PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN

Han transcurrido dos décadas desde la publicación de Novela colombiana contemporánea: incursiones en la postmodernidad (2001) y retomo ahora el sendero, animado por el convencimiento de que mi aproximación crítica a los textos allí seleccionados mantiene su vigencia. Es importante constatar que, en el terreno de los estudios culturales y literarios, el tema de la postmodernidad no da señales de perder su vigor, transformado actualmente en un variado y dinámico despliegue de coyunturas ideológicas donde la teoría asume el papel de nuevo gran discurso en nuestro momento histórico. Mi experiencia personal se remonta a finales de los años 80, cuando un renovado impulso de cuestionamiento académico desplegaba ante nosotros las incontrovertibles señales de lo que Lyotard había identificado ya como la “condición postmoderna”.1 Tal fue el efecto inicial de una discusión que rápidamente se convertiría en materia central para filósofos, sociólogos, historiadores, y lingüistas, entre otros. Una amplia gama de científicos humanistas y sociales, a los que se unirían artistas de todo tipo (músicos, pintores, escritores, etc.), llamados a participar en un apremiante ejercicio de reconocimiento, en ese nuevo mundo donde —como en su momento anotaran enfáticamente múltiples voces— lo epistémico había sido desplazado por lo ontológico.
En el caso específico de la literatura, tal salto suponía que las tradicionales vías de conocimiento sobre el universo, y la experiencia en él del ser humano, quedaban despojadas de la supuesta estabilidad epistemológica predicada por esos grandes discursos heredados. Una lista que, a partir de los planteamientos de Lyotard, incluía: el cuestionamiento de la razón cartesiana como posible medio del hombre para alcanzar la verdad; la desvalorización de ésta como vía de acceso a la felicidad; la inestabilidad y contradicciones internas de sistemas políticos como el capitalismo y el marxismo, emblemáticas utopías construidas respectivamente por la burguesía y el proletariado en busca de un nuevo orden social, económico, y político; formando parte de tal debate el inevitable examen que surgiría, posteriormente, frente a ciertas narrativas fundamentales en la civilización occidental en las cuales se incluía, por ejemplo, el discurso fabulador de la redención cristiana. O sea, una verdadera conmoción ideológica cuyas secuelas siguen apareciendo. El resultado inmediato fue una sensación de inestabilidad existencial que, como era de esperarse, se vería reflejada en la escritura. Junto al desmantelamiento mimético del lenguaje en cuanto eficaz —o creíble— medio al servicio de una aceptable imagen de realidad, el discurso teórico se sigue manifestando como referente de valor especial en un complejo espacio donde modernidad y postmodernidad son, con frecuencia, significantes inestables. Muy acertado es, en este sentido, el juicio expresado al respecto por Michael Greaney:
Los momentos eureka favoritos en el campo de la teoría han sido generalmente epifanías negativas: el autor ya no es un genio inspirado que crea su trabajo ex nihilo; el autoconsciente, autodeterminante sujeto humano se ha convertido en juguete de discursos y deseos impersonales; las demandas universales de verdad en las ideologías políticas, religiosas y científicas se han disuelto en micronarrativas intercambiables; el lenguaje se ha transformado en un sistema de autorreferencialidad sin base alguna en la realidad no-lingüística; de hecho, la “realidad’ no es más que una copia carente de original.2
Tal consideración culmina con un claro tono de nota necrológica, al referirse irónicamente el investigador a los diferentes rumores que existen sobre “la muerte del autor”, “la muerte del sujeto”, “la muerte de lo real”, la devaluación de los grandes discursos, y el anuncio de que nada existe fuera del texto: Barthes, Foucault, Baudrillard, Lyotard, y Derrida convertidos así en jinetes anunciadores de un nuevo Apocalipsis.
Vale la pena recordar que en Norteamérica tal viento apocalíptico había sido ya identificado por algunos en 1967, cuando John Barth publicó su breve ensayo “The Literature of Exhaustion” /“La literatura del agotamiento”, considerado en ese momento un manifiesto postmodernista, donde apresuradamente se percibieron señales de crisis en el terreno estético, particularmente en el literario. Sus reflexiones conducían a una consideración de la experiencia postmoderna, explícitamente más democrática que la modernidad precedente con la cual contrastaba; un texto en el cual múltiples y claras diferencias de registro poético eran para él —novelista y académico— objeto de comparación. Doce años después, el malentendido era aclarado y enfatizado por el autor en otro ensayo igualmente importante, “The Literature of Replenishment” /“La literatura del reabastecimiento” (1979), ocasión en que el aporte hispano (Cervantes, Borges) recibía un merecido gesto celebrativo, cuya culminación era — según el planteamiento de Barth— Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.3 Las letras hispanoamericanas participaban así en un diálogo estético de evidente dimensión universal. Todo considerado, sigue siendo difícil proponer adecuadamente los límites conceptuales de una experiencia histórica y cultural caracterizada, en lo esencial, por la falta de estabilidad ontológica y el escepticismo epistemológico. Lo cual no impide que, a pesar de todo lo transcurrido después del análisis llevado a cabo por Lyotard en 1979, continúen los esfuerzos por concretar una definición que todavía sigue resultando huidiza. Como bien sugiere Chris Snipp-Walmsley:
La condición postmoderna debe leerse como aquélla en la cual la transición entre la Era Industrial y la Era de la Información se ha completado. En esta nueva época, las políticas territoriales que motivaron guerras han sido reemplazadas por políticas directamente relacionadas con el dominio que aseguran los armamentos más eficaces y los sistemas de información más rápidos. De igual manera, el reconocible sujeto racional, esencial en la condición moderna, es —según lo predicado por el postmodernismo— un engaño: somos todos construcciones culturales creadas por una red invisible de discursos que nos posicionan y sujetan. Es aquí, en esta crítica a los principios fundamentales de la Ilustración, donde el post-estructuralismo, el postmodernismo, y el neo-pragmatismo convergen.4
Encuentro particularmente acertada la parte final de esta reflexión, porque nos recuerda que el fenómeno de la postmodernidad debe entenderse como parte de un continuum histórico-cultural en el que se entrecruzan caminos diferentes. Si, como seres humanos, somos constantes recolectores y consumidores de experiencias, como estudiosos somos también inagotables improvisadores de esquemas que nos permiten indagar el mundo del cual somos parte, buscando entenderlo mejor. Inevitablemente respondemos al llamado de una formación humanística, y fue esto lo que intenté explorar al incursionar en la novela colombiana contemporánea dentro del contexto de la postmodernidad. Era innegable que nos movíamos por un terreno epistemológicamente diferente, y que ante nosotros aparecía un nuevo modo de representación; pero esto no significaba que, junto al cuestionado valor del lenguaje, la consiguiente devaluación de los grandes discursos, o el desaparecido poder del autor —entre otras cosas—, no pudiéramos rescatar el valor de la experiencia humana transformada en ejercicios de escritura.
El enfoque y los límites de mi proyecto en ese momento quedaban aclarados: recoger importantes reflexiones sobre un seleccionado número de textos que ilustraban adecuadamente el carácter postmoderno en la novela colombiana a partir de la demarcación genérica seña...

Índice

  1. PRÓLOGO A ESTA EDICIÓN