Mentiras creíbles y verdades exageradas
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Mentiras creíbles y verdades exageradas

500 años de leyenda negra

Enrique Sueiro Villafranca

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Mentiras creíbles y verdades exageradas

500 años de leyenda negra

Enrique Sueiro Villafranca

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Ignorancia y libertad no riman. Personas, organizaciones y países albergan claroscuros. Lo sensato es conocerlos, asumirlos y gestionarlos con proporción. Paradigma de tal desafío es la Leyenda Negra: estereotipos que —conscientemente o no, del siglo XVI a hoy— transmiten una imagen falsa de la realidad histórica de España al magnificar miserias y silenciar grandezas. Una verdad exagerada se aproxima a una mentira.Ante un fenómeno tan poliédrico y controvertido, Enrique Sueiro armoniza sutileza y matiz con verdades sin complejos y mentiras al desnudo. Huye de la visceralidad de fuentes que van de la extrema defensa al radical ataque.Consciente de que lo veraz no es la equidistancia entre dos falsedades, estas páginas inyectan apertura mental para: - Adaptar la percepción a la realidad, no al revés- Desvelar la mentira de la verdad exagerada- Combatir la mentira de la verdad omitida- Verificar datos, ofrecer contexto y embridar emociones- Conocer claves del comportamiento humano- Saber comunicar reputación- Ponderar lo anecdótico y lo sintomáticoLos hechos tardan en confirmarse, pero las emociones afloran ipso facto. Tan urgente como importante es verificar si la retórica coincide con la realidad.

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Información

Editorial
Kolima Books
Año
2022
ISBN
9788418811685
Edición
1

1

Adaptar la percepción a la realidad, no al revés

Si es una leyenda, el color da igual

Leyenda: del latín legenda, cosas que deben leerse, que se leen. Negra: de nigra, negra, y derivados como negrero o denigrar. Inteligente: de intelligens-intelligentis, el que entiende; y de intus, dentro, y legere, leer. En libre traducción, la persona inteligente lee dentro, lee entre líneas o incluso sin ellas.
El diccionario de la Real Academia Española (2022) refiere estas dos primeras acepciones de leyenda: «Narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición» y «relato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración». También define el sintagma «leyenda negra» como «relato desfavorable y generalmente infundado sobre alguien o algo».35
Precedentes de la expresión común «leyenda negra» se hallan en varios textos36 acerca de Napoleón. En el primero, anónimo de 1819, se lee sobre el emperador galo: «Y él mismo, para quien, en la leyenda negra / se fue a buscar un nombre tan rimbombante como su gloria / ese gran Napoleón, a quien Córcega engendró…». En 1893 se publica, también en francés, otro libro, que afirma que «la realidad acaba zafándose de las leyendas, tanto de la dorada como de la que podemos llamar leyenda negra napoleónica».

¿Hacer patente lo latente o desterrar palabras sobre lo que disgusta?

Por acción u omisión, deliberada o casual, hay que reconocer el éxito francés para que no prosperase el uso de la expresión inicialmente referida a uno de sus líderes históricos más señeros. Lo bueno de poner nombre a algo que existe es que alerta, justamente, a los inconscientes de esa realidad. Por eso no es indiferente enterrar palabras que remiten a realidades que disgustan. Si fuera francés, no me gustaría que la expresión Leyenda Negra se empleara para referirse a quien fue emperador de mi país, por muy condenables que fueran —y son— algunas de sus acciones más impropias de la condición humana.
Sin embargo, quien por primera vez empleó el sintagma genérico «leyenda negra» referido a España parece ser la gallega Emilia Pardo Bazán. Fue en una conferencia pronunciada en París y en francés el 18 de abril de 1899, el año siguiente a la pérdida española de Cuba en la guerra con EE.UU.:
«En el extranjero se saben de sobra nuestras desdichas, y aun no falta quien con mengua de la equidad las exagere; sirva de ejemplo el libro reciente de M. Yves Guyot, que podemos considerar como tipo de leyenda negra, reverso de la dorada. La leyenda negra española es un espantajo para uso de los que especialmente cultivan nuestra entera decadencia, y de los que buscan ejemplos convincentes en apoyo de determinada tesis política.
Nos acusa nuestra leyenda negra de haber estrujado las colonias. Cualquiera que venga detrás las estrujará el doble, solo que con más arte y maña.
Tengo derecho a afirmar que la contraleyenda española, la leyenda negra, divulgada por esa asquerosa prensa amarilla, mancha e ignominia de la civilización en Estados Unidos, es mil veces más embustera que la leyenda dorada. Esta, cuando menos, arraiga en la tradición y en la historia; la disculpan y fundamentan nuestras increíbles hazañas de otros tiempos; por el contrario, la leyenda negra falsea nuestro carácter, ignora nuestra psicología y reemplaza nuestra historia contemporánea con una novela, género Ponson du Terrail, con minas y contraminas, que no merece ni los honores del análisis».37
El primero en abordar el fenómeno con profundidad conceptual y análisis sistemático en un libro fue el madrileño Julián Juderías, historiador políglota que hablaba dieciséis lenguas, había viajado y vivido en el extranjero, y trabajaba de intérprete en el Ministerio de Estado (hoy Asuntos Exteriores). En su obra más conocida, La leyenda negra (1914), la define como:
«El ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación o, por lo menos, la negación sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y el arte; las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos, y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.
En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional».38

Fiabilidad y exactitud de los testigos al describir con precisión lo que han visto

Juderías narra lo ocurrido en un congreso de psicología en Gotinga (Alemania). Los organizadores aprovecharon el encuentro para experimentar con los propios asistentes, grandes expertos. En un lugar cercano se celebraba una fiesta popular y, en un momento determinado, irrumpieron en la reunión científica un payaso y un negro que lo perseguía con un revólver. En medio del salón cayó el payaso al suelo, su perseguidor le disparó y, seguidamente, salieron ambos del local.
Tras el susto, el presidente del congreso pidió a los asistentes que resumieran en un papel lo que acababa de suceder. De los cuarenta textos recopilados, diez resultaron completamente falsos, veinticuatro contenían detalles inventados y apenas seis se ajustaban a la realidad. Concluye Juderías que este hecho es muy «desanimante» para los aficionados a la historia. Si esto sucedió en un congreso científico con personas de buena fe, «qué no habrá sucedido con los relatos de los grandes acontecimientos históricos, de las grandes empresas que transformaron el mundo y con los relatos de insignes personajes que han llegado hasta nosotros a través de los documentos más diversos y de los libros más distintos por su tendencia y por el carácter de sus autores».39
Sobre la fiabilidad de creer a un testigo, investigaciones de la psicóloga experimental Giuliana Mazzoni analizan los motivos por los que «un testimonio nunca coincide con los datos fácticos a los que dice referirse. La principal causa de semejante discordancia radica en el modo de funcionar de nuestra memoria».40 La investigadora italiana estudia los mecanismos psicológicos que hacen que las personas modifiquen, sin darse cuenta, hechos y acontecimientos nuevos o creen ex novo recuerdos de acontecimientos que nunca han vivido, pero que consideran parte de su vida pasada. A esto se refería el colombiano Gabriel García Márquez, Nobel de Literatura (1982), en sus memorias: «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla».41 También la neurociencia confirma que recordamos más lo que coincide con lo que pensamos, hasta el punto de que la evidencia no suele hacernos cambiar de opinión.
El testimonio depende en primer lugar de la memoria, y cuenta con dos variables determinantes: la fiabilidad y la exactitud, que se superponen. La fiabilidad se refiere a la correspondencia entre lo relatado y lo acontecido. La exactitud alude a la conexión entre lo representado en la memoria y lo realmente sucedido, entre el contenido del suceso y el contenido de la memoria.
En el caso relatado por Juderías, la fiabilidad procedería, por ejemplo, de testimonios que abundaran en detalles ciertos del vestuario, color del pelo, modo de andar, etc. de los dos protagonistas. Sin embargo, un testimonio más exacto sería el que, sin mencionar detalles menores como los recién citados, solo dijera que entraron un payaso y un negro que lo perseguía con un revólver, el payaso cayó al suelo, su perseguidor le disparó y los dos se fueron.
Ante cualquier situación, concluye Mazzoni, tendemos a interpretar espontáneamente lo que observamos. Y más importante: lo que queda grabado en la memoria dependerá del modo en que lo ocurrido venga interpretado.
Muchos recordamos dónde estábamos y qué hacíamos en el momento de enterarnos de los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York. A partir de ese día, la psicóloga Elizabeth A. Phelps y varios colegas también neurocientíficos prepararon un cuestionario y, en puntos estratégicos de siete ciudades estadounidenses, entrevistaron a 3.000 personas, a quienes preguntaron cómo se habían enterado del atentado y qué detalles recordaban. Realizaron las primeras entrevistas al cabo de una semana, las repitieron con las mismas personas al año siguiente y treinta y cinco meses después.42 En 2002, el 37 % de los participantes había modificado sus recuerdos. En 2003 ese porcentaje ascendía al 43 %. Entre los numerosos cambios de versión, algunos afirmaban haber estado en un lugar distinto cuando cayeron las torres. Modificar su relato no les impidió, sin embargo, mostrar la misma certeza acerca de lo ocurrido que a los pocos días de la tragedia.

Claroscuros de la acción humana

El historiador francés Pierre Vilar describe el liderazgo español y su momento dorado, cuando «el castellano es la lengua noble de todas partes. En la Isla de los Faisanes —veamos los tapices de Versalles—, la vieja distinción de la corte castellana anula el lujo sin gusto de Luis XIV y de su séquito. Tendrá que pasar mucho tiempo para que los nuevos ricos, que son Inglaterra, Países Bajos y la misma Francia, perdonen esa superioridad».43 En la penitencia española por aquella hegemonía cabría encuadrar la Leyenda Negra. El autor galo pondera la controversia entre las posturas más extremas:
«Lo esencial, de hecho, es distinguir entre una práctica brutal (pero no más brutal que cualquier otro tipo de colonización) y una doctrina, e incluso una legislación, de intenciones sumamente elevadas (que ha faltado frecuentemente a colonizaciones más modernas). Como la leyenda negra se ha apoyado sobre todo en las denuncias unilaterales de [Bartolomé de] Las Casas, ha sido fácil poner en tela de juicio los horrores, cuyos vestigios concretos resulta difícil encontrar históricamente. Por el contrario, los textos de las leyes y las afirmaciones doctrinales son de indiscutible autenticidad. Negar la leyenda negra no es por eso más objetivo que aceptarla sin crítica».44
El intelectual y revolucionario cubano Roberto Fernández R...

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