
- 126 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El dolor del faraón
Descripción del libro
¿Qué es el dolor emocional? En este libro de Josep López se analiza el dolor emocional y como tratarlo. Muchos lo rechazan, pero López propone abrazarlo, escucharlo, entenderlo y analizarlo. A través de la historia de un joven faraón que huye de su duelo, el autor analiza la importancia del sufrimiento y del dolor como forma de entender unos valores vitales. Con una mezcla de literatura y de neurociencia, en el libro se traza un camino por todas las manifestaciones del dolor emocional.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a El dolor del faraón de Josep Lopez,Josep Lopez en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Desarrollo personal y Superación personal. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Categoría
Desarrollo personalCategoría
Superación personal1ª PARTE
El dolor del faraón
1
El joven Meriatón se levantó aquella mañana con una molestia en su pierna derecha. No era como otros dolores que había experimentado a lo largo de sus dieciocho años de vida, como cuando siendo niño cayó por las escaleras del templo de Hatshepsut y se desolló una rodilla, o como aquella ocasión en que un halcón se instaló en su hombro y le clavó las garras. Esta vez se trataba de un dolor impreciso pero incesante, obstinado, que le impedía cualquier acción que no fuera estar pendiente de su pierna.
Aunque hasta ese momento de su vida había procurado no quejarse y mostrarse como un faraón fuerte y digno del designio de los dioses, la persistencia del dolor le alarmó sobremanera, así que con un grito llamó a su sirviente de cámara, el viejo esclavo Hem, que acudió con la mayor presteza que le permitieron sus cansadas piernas.
- ¿Qué desea mi bienamado faraón, hijo de los dioses y dios él mismo en la tierra? -saludó el esclavo rodilla en tierra.
- Déjate de formalismos, Hem, y llama de inmediato a la sacerdotisa Sejmet. Noto una sensación extraña en la pierna derecha y no sé qué hacer.
- ¿Queréis decir que os duele, Señor?
- No sé... Sí, creo que sí... -titubeó-. Ya sabes que no suelo quejarme, pero este dolor es muy extraño...
Se quedaron ambos en suspenso un instante y Hem pensó que, efectivamente, el joven Meriatón apenas se había quejado en toda su vida de dolor alguno, ni siquiera cuando un año atrás sus padres murieron de forma trágica y él tuvo que ascender al trono y ocupar su lugar. Fue un momento difícil para todos en la corte, sin embargo el joven Meriatón no mostró afligimiento de ninguna índole, como si los dioses le hubieran dado una fuerza sobrenatural para distinguirlo del resto de los humanos. Durante los meses siguientes, su rostro todavía infantil mantuvo en todo momento el pétreo gesto de la esfinge de Giza, tanto en el uso de su mando como en el trato con su séquito, lo cual le reportó fama de dios en la tierra, inmune a los sufrimientos cotidianos de sus fieles. El viejo Hem sospechaba, sin embargo, que bajo la dureza del rostro del joven faraón había un torrente de emociones contenidas. Por eso, y porque le tenía un gran afecto, decidió mantenerse atento a cualquier pequeña alteración en el ánimo de Meriatón.
Hem observó el rostro contrito de su Señor y supo que algo había empezado a cambiar, por lo que salió de sus pensamientos y corrió al templo de Horus en busca de la sacerdotisa Sejmet.
Cuando la divina adoratriz y cantora de Amón-Ra llegó ante el joven faraón, echado de lado en la cama con las dos manos agarrando su pierna derecha, se arrodilló con sigilo y dijo en un susurro, como para no importunarlo:
- Decidme, Señor del Sol, ¿en qué puedo serviros?
Meriatón se incorporó, sobresaltado:
- ¡Gracias a los dioses que habéis llegado, Sejmet! Veréis, desde que he despertado esta mañana noto en mi pierna derecha una sensación desagradable en forma de... Cómo os lo podría explicar... Como si alguien desde dentro apretara con miles de punzones en todas direcciones para salir... Es muy extraño, jamás había experimentado nada igual.
Sejmet se incorporó y avanzó en dirección a Meriatón. Inclinándose hacia él preguntó:
- ¿Y decís que la sensación ha aparecido de repente?
- Sí, esta mañana desperté de un sueño en el que aparecía mi señor padre y noté de inmediato el dolor.
- ¡Ah, un sueño! -exclamó Sejmet tensando de pronto la espalda. La simple mención de aquella palabra la había puesto en guardia, como un chasquido a una cobra.
- ¿Y puedo preguntaros qué pasaba en ese sueño?
- Pues... Aparecía un escorpión, creo recordar. Y sangre negra esparcida por el rostro de mi padre.
- ¡Ah, una señal!
La sacerdotisa levantó las manos al cielo y empezó a recitar una salmodia incomprensible.
- Decidme, Sejmet, ¿qué está sucediendo? -la interrumpió, insólitamente alarmado, Meriatón.
- El escorpión y su sangre -explicó la adoratriz- son una señal de que debéis purificaros, sin duda. Algo en vuestro proceder reciente no ha sido del agrado de Horus, que os ha enviado una señal en forma de dolor.
- ¿Y entonces?
- Debéis ofrecer a los dioses un sacrificio ritual. Enviadme al templo diez jóvenes que todavía no hayan sangrado y yo me ocuparé del resto.
- ¿Estais segura de que...?
- ¡¿Dudáis de mi capacidad para comunicar con los dioses?! -se atrevió a cortar la sacerdotisa.
- No, Sejmet, ya sabéis que os tengo en gran consideración. Es sólo que no veo cómo el sacrificio de unas niñas puede aplacar mi dolor.
- Alguna vez os lo he explicado, joven faraón: nuestras vidas están en manos de los dioses, que hacen y desahacen a su conveniencia. Sus designios no son de nuestra incumbencia. Simplemente debemos atender las señales que nos envían para que sus iras no se desboquen y nos condenen al oscuro sueño en lugar de a la luminosa vida eterna.
- Está bien, Sejmet, sea como dices.
Cuando la sacerdotisa hubo abandonado los aposentos reales, Meriatón pidió agua a su sirviente, al que seguidamente ordenó:
- Dispón que diez pequeñas esclavas, todas en edad impúber, sean llevadas al Templo de Horus para ser sacrificadas.
Hem dio un respingo y tensó de golpe todo su enjuto cuerpo. Luego recuperó el gesto sumiso e inclinándose dijo: - Joven Meriatón, Señor del Alto y el Bajo Egipto, os ruego perdonéis mi atrevimiento al hacer esta pregunta, pero no puedo por menos que formularla: ¿es ese sacrificio el precio que Sejmet os ha dicho que debéis pagar para que desaparezca vuestro dolor en la pierna?
- Sí, así es, ¿por qué lo preguntas?
Hem se arrodilló para que sus palabras no parecieran altivas a los oídos de su señor:
- Veréis, no hay razón alguna para pensar que el dolor de unas pobres niñas tenga alguna relación con el de vuestra pierna. Me atrevo a afirmar que, de hecho, no existe ninguna.
- Sí, yo también tengo mis dudas sobre eso, a pesar de lo mucho que admiro a Sejmet. Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer?
- Sé que os sonará extraño, pero el dolor que sentís en la pierna os está hablando.
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que trata de deciros algo. Y os haría mucho bien escucharlo, si me permitís el atrevimiento.
- Pero, ¿cómo quieres que escuche a algo que no habla, viejo Hem?
Sin esperar respuesta se giró hacia el paisaje árido que se extendía más allá del ventanal de sus aposentos y lo observó como si fuera la primera vez que lo veía. Aunque trató de disimularlo, se sintió preso de la duda y la inquietud.
Al cabo de unos instantes de reflexión miró de nuevo a Hem y, con gesto de nuevo contrito, dijo:
- Tal vez deba buscar una segunda opinión. En todos estos años apenas he necesitado de mi médico, pero creo que ha llegado el momento de utilizar sus servicios. Hazlo venir de inmediato.
2
Hem obecedió a su amo, como no podía ser de otra forma, y fue en busca del médico, que era además el jefe de todos los médicos de la corte faraónica. Tan sólo en un par de ocasiones Meriatón había requerido de sus servicios, hasta tal punto su salud había sido impecable y la protección de sus padres infalible. Precisamente por eso el médico puso cara de preocupación al recibir el encargo de Hem. Khamuni, que así se llamaba, acudió con presteza ante Meriatón acompañado por dos de sus más destacados discípulos, y se entretuvo en el quicio de la puerta haciendo todo tipo de reverencias dedicadas al hijo de Ra, algunas de ellas de difícil ejecución dado su físico orondo y la dificultad para doblarse sobre su pronunciada barriga.
- Dejad el protocolo para mejor ocasión y acercaos -ordenó Meriatón a Khamuni al tiempo que descubría su extremidad dolorida y se la mostraba.
El médico de médicos examinó en silencio la pierna del faraón. La dobló, la estiró y la volteó en la medida de lo que daba de sí la musculatura del soberano, aún joven y por tanto flexible.
- ¿Ha sufrido vuestra majestad recientemente una caída o algún contratiempo parecido? -quiso saber Khamuni.
- Ninguno. De ser así vos habríais sido el primero en tener noticia.
- Pues en ese caso no sé qué deciros, majestad -declaró dudoso el médico-. No parece haber ningún problema.
- Y sin embargo me duele. ¿Qué recomendáis entonces?
- Tal vez podéis aplicar a la pierna ungüentos de árnica para aliviarla...
- ¿Estais seguro de que eso hará desaparecer el dolor?
- Si he de seros sincero, y entiendo que así debe de ser, no. Lo paliará un poco, eso sí, pero no hay ninguna garantía de que desaparezca completamente.
- Pues entonces no parece muy eficaz vuestra medicina -criticó con altivez el faraón-. ¿Me estáis diciendo que no existe manera alguna de eliminar un simple dolor en una pierna? Tal vez deba ir pensando en cambiar de médico...
Khamuni, asustado ante la posibilidad de perder los favores reales, pidió unos segundos para conversar con sus ayudantes y, con esa excusa, tener él mismo tiempo de pensar en alguna respuesta que dar al faraón.
Al cabo regresó junto al lecho y dijo:
- Veréis, joven Meriatón, existe una posibilidad de curaros, pero es un tanto... radical, por así decirlo.
- No entiendo qué queréis decir. Explicaos.
- Se trataría de cortar la pierna en la que se ha instalado vuestro dolor. De esa forma, apartando de vos la extremidad que os duele, se irá con ella su dolor.
- Ahá -asintió pensativo Meriatón-. Parece que tiene cierto sentido. No obstante, cortarla también me dolerá, ¿no es así?
- Tan sólo durante un par de días o tres, eso sí os lo puedo asegurar.
- Bien, entonces id a buscar el instrumental necesario y proceded.
El orondo Khamuni y sus discípulos se retiraron caminando de espaldas y dedicando al jovén faraón nuevas reverencias, cargadas no ya de admiración y respeto, sino de un miedo profundo.
3
Tras marcharse los médicos, el viejo Hem, que desde su lugar privilegiado en la puerta lo había escuchado todo, se acercó con un cuenco a su soberano y le sirvió agua.
- ¿Me permitís deciros una cosa, Señor?
- Habla, Hem.
- Me veo en la obligación de advertiros, joven y amado faraón, que eso que os propone Khamuni es una barbaridad. Vuestro dolor no desaparecerá tan fácilmente, pues es algo más que un simple dolor.
Meriatón lo miró con un gesto que no ocultaba el desprecio.
- ¿Acaso sabes tú, un simple esclavo, más que el jefe de todos los médicos de Egipto?
- Por supuesto que no, mi Señor.
- ¿Entonces?
- Pero sí sé que ese dolor que sentís clama por ser escuchado. Tal vez lo aplaquéis durante un tiempo, pero volverá. Es un dolor necesario, es decir, necesita expresarse y vos necesitáis sentirlo. Es parte de vuestro proceso de curación.
- ¡¿De curación?! ¿Cómo va a curar algo que procura dolor? ¿Confundís acaso el remedio con la propia enfermedad? ¿Ha empezado a fallar vuestro anciano cerebro?
- Sé que es difícil de entender, majestad, pero la enfermedad es en este caso vuestro remedio.
- Pero, ¿no te das cuenta de que eso que dices no tiene ningún sentido...?
Hem quiso explicarse mejor y convencer a su señor, pero el joven faraón detuvo con un gesto firme el intento. Luego, tras un suspiro, se dirigió a él con un afecto que muy rara vez mostraba a sus súbditos:
- Querido Hem, a pesar de que eres un esclavo te aprecio, pues durante años, desde que era un niño, me has prestado incontables servicios, pero creo que algo en tu cabeza empieza a no funcionar bien, seguramente debido a la edad. Vé a descansar y déjame en manos de mis médicos. Ellos sabrán lo que hay que hacer.
Hem hizo un nuevo aunque tímido amago de protesta, pero de inmediato entendió que no podía insistir más, que había llegado al límite de lo que su amo estaba dispuesto a tolerar en aquel momento, así que se retiró.
Al salir se cruzó con los médicos, que ya entraban con el aparatoso instrumental quirúrgico, dispuestos a ejecutar su tratamiento.
Se quedó postrado a los pies de la puerta cerrada, entre los dos fornidos soldados que custodiaban la entrada a los aposentos faraónicos, el doble de altos y anchos que él, la mitad de jóvenes o más. Y al cabo de un rato escuchó desde allí, con rabia y tristeza, los alaridos de Meriatón, al que acababan de seccionar la pierna derecha.
4
Durante dos días y dos noches, el joven Meriatón recibió los cuidados de su fiel Hem y las visitas frecuentes de sus médicos, a los que el esclavo procuraba no mirar por temor a que percibieran su odio.
El tercer día, el gordo Khamuni trajo al faraón un bastón dorado con una representación de Isis, la diosa de la salud, en su extr...
Índice
- El dolor del faraón
- Copyright
- Dedication
- Introducción
- 1ª PARTE El dolor del faraón
- 2ª PARTE Sobre el dolor emocional y cómo afrontarlo
- Acknowledgements
- El autor
- Sobre El dolor del faraón