CAPITULO I
LA PÉRDIDA DE LO PÚBLICO
1. El problema del poder público ha estado instaurado en el inconsciente humano desde milenios, y durante ese transcurrir, su interpretación se ha ido transformando de acuerdo a los diferentes esquemas cognitivos que históricamente el individuo y las comunidades han tenido para comprender el fenómeno. En el trasfondo, el comparar al poderoso con un dios o con un ser extraterrenal, por ejemplo, ha sido la excusa normal de aquellos hombres que han quedado sometidos de una u otra forma a los lazos de dominio. Durante milenios, estas comparaciones han evitado el verdadero problema.
2. El carácter “divino” del poder engendra de por sí unos rituales religiosos que lo acompañarán en todas sus formas, ya sea en la ejecución de la fuerza y el dominio entre los hombres, o en otras maneras parecidas. El ritual se traduce en dramas y situaciones comparadas al show moderno. El primer espectáculo que el hombre vivió, como hoy se vive las escenas de una presentación artística o de masas, fue el espectáculo del poder. Sus tramas, rituales, misterio, secretos y sobre todo su inaccesibilidad, creó en el inconsciente humano la idea de que el poder era algo extrahumano, extraterrenal, hasta incluso inmortal, pensado para mortales1 .
3. El síndrome que produce el espectáculo del poder quizás tenga sus raíces en la victoria que se obtiene después de una guerra. El jefe militar victorioso entra a su ciudad, a su pueblo, en medio de una multitud de elogios y alabanzas. Los aplausos que da el pueblo al poderoso producen un doble trance, por un lado el pueblo se siente protegido y dichoso de que el victorioso haya traído el premio y por lo tanto brinda una paga que se da con gloria y honra. El pueblo cede al guerrero la cantidad de prestigio necesario que lo va a revestir con una investidura real. Será el victorioso un rey momentáneo. El militar se arropa, por otro lado, con su ánimo de dominio; el pueblo lo ha hecho líder supremo y, por tanto, se está formando en él un nuevo yo que proviene de otro trance: el de él mismo. La vanidad y el narcisismo se ponen al descubierto; en este instante, el poderoso, que no carece de autocontrol, perece ante su peor enemigo: su misma vanidad. Y he aquí donde el espectáculo se vuelve poder y el poder espectáculo. Y es este síndrome el que nos ha presentado el poder como algo fuera de lo común.
4. El poder, como drama que produce un espectáculo, no necesita llevar a cabo ensayos o entrenamientos para su salida al público, mientras que los otros shows sí lo necesitan. El teatro, los rituales religiosos, las bodas, los bautismos, los estados de iniciación, los ritos y las fiestas, etc., se preparan de antemano porque se llevan a cabo en un tiempo determinado y en un espacio geográfico. El que se prepara piensa en el público y en los aplausos que darán reconocimiento a su labor, o en la gratificación positiva, en la alabanza parecida a la victoria de la guerra. Pero cuando el poder se engendra como espectáculo permanente, el acto del poderoso como show se combina con sus defectos y sus malestares. El poder como espectáculo entroniza la ridiculización del endiosamiento, ha empezado la ceremonia solemne de ese individuo que se cree ahora cercano a los dioses. Él ahora no necesita ensayar. El poderoso es un permanente show. El poder se ha convertido en espectáculo2 .
5. El poderoso, inconscientemente, se asimila al hombre exitoso. El sentido común piensa que poder es igual a victoria o a éxito. De ahí su capacidad para engendrar actos “show” y actos espectaculares. Pero esta institucionalización de la farándula es una de las grandes mentiras que hacen que el poderoso empiece a disfrazar lo verdadero y muestre una realidad impostada, para así hacerse creer o vender la idea de que él es un hombre de éxito y de victorias, y que de ahí proviene su fuente de dominio: es esta una de las mas tradicionales estrategias que se han vendido por siglos. No es así, en el fondo ocurre otra cosa. El éxito como fuente de poder es un disfraz, una máscara que se pone el poderoso para auto justificarse, para no mostrar su rostro y así manipular la información concreta de su andar. Es aquí, en esta manipulación, donde se genera el nacimiento del discurso de dominio; otros dirían, de la ideología. El ideólogo, como brujo social, sale al ruedo3 . El ideólogo, como exorcista de mentes que busca adentrarse al alma para que se pueda justificar el poder en cada uno de los espíritus individuales de un cuerpo social, nace a la vida. Ideología como hacedora de palabras, como fuente de dominio.
6. La ideología como discurso de dominio4 . La ideología no la debemos ver como una explicación del mundo; es una explicación de la totalidad de los asuntos que tienen que ver con el poder. La ideología, vista así, cambia su sentido tradicional. Aquí se considera como mero discurso de dominio. Por lo tanto, la ideología desde una teoría del poder, es el discurso central que fabrica, que realiza el poderoso para explicar los hechos de poder. La ideología no es, entonces, la conciencia del hombre determinando su ser, ni incluso su ser social determinando la conciencia, como pensaban los marxistas; la ideología es un método, un método hipnótico, un método para someter en trance a grandes masas de individuos. Ideología que se respete no explica los hechos de la realidad, por el contrario, los manipula. Así, el subordinado no solo será sometido en su cuerpo y en su libre albedrío, sino en su manera de pensar5 .
7. La ideología6 como discurso de dominio no acepta el error, la mentira, ni la falsedad. Para el ideólogo, todo lo que el poderoso hace es verdadero. Las falsas creencias y los errores los tiene la contraparte, según el ideólogo: los opositores, los enemigos, los candidatos al exilio, a deportaciones, a desaparecimientos. La escisión de la conciencia es una de las tareas de la manipulación cognitiva que se engendra en el discurso ideológico. Lo real debe ceder. El ideólogo es un transformista, un hipnólogo nato que somete en trance a individuos que caen a sus pies, quienes lo prosiguen, lo acompañan, lo mantienen y hasta dan su vida por él. La ideología es el poder metido en las tripas de la conciencia y, como tal, el mejor veneno que tiene el poderoso para matar la libertad del hombre desde adentro de su alma.
8. La ideología7 no es una superestructura que se instaura como una etapa previa a las condiciones concretas. No. Es un factor real, tan objetivo como la economía, las clases sociales o el mundo de la política, pues en una lógica de poder ella es tan primordial e importante que, si no está presente, el poder fenece. Marx8 y los marxistas no tenían la razón cuando afirmaban que la ideología era una superestructura en la sociedad. Afirmamos lo contrario: como discurso de dominio, ella es contemporánea al andamiaje de control, pues en medio del acto obediente y dócil se necesita del trance. La hipnosis se da en medio de los hechos y no después de ellos. La ideología es psicología del poder puro y, por tanto, parte de la estructura de dominio, su elemento más eficaz.
9. Marx9 inventó un nuevo concepto de ideología y lo adaptó a su manera de pensar el mundo; los marxistas extremaron esa expresión y llevaron el pensamiento de su maestro en esta área a una catástrofe. El tratar de igualar el concepto de ideología a un pensar general de las cosas, ha sido en el fondo un acto que estrangula la realidad. El universo, como está caracterizado por el marxismo, se vino abajo; el solo hecho de querer totalizar el mundo y tratar de colocar la ideología en el ámbito casi de la metafísica o en el puesto que ocupan la teoría general de las ideas, catapultó la imaginación de los seguidores de Marx. La ideología para Marx es un acto imaginario del mundo en su totalidad. Los marxistas9 llevan la noción de ideología a un totalitario proceso de conversión, a una categoría metafísica de lo real. Ella es interpretación del cosmos, de la vida y de los hombres del mundo político donde todos estamos inmersos10 .
10. Pero el acto ideológico no es una mera imaginación del mundo. El acto ideológico es una precondición contemporánea a la toma del poder político que busca generar legitimidad en la mente de sus súbditos. La ideología no es un efecto, es una causa en sí misma. La ideología como instrumento de poder se considera discurso de dominio. Ella hace parte de las armas previas a la toma del poder, está ahí, latente, y luego se ensancha y se vuelve discurso de control cuando ya el poder se ha vuelto una institución en medio de una comunidad que ha sido declarada como sometida. Lo que antes era proyecto de intención, ahora es “poder-legítimo”. La ideología pasa a ser pieza clave en la instauración de un sistema de dominio; la ideología es manipulación que le sirve a las estructuras que subyugan comunidades. Esa manipulación llega a ser tal, que el manipulador que la inventó, muchas veces llega a creer que es cierto lo que él mismo ha inventado para dominar a otros, en una especie de manía autonómica.
11. Los marxistas replegaron el concepto de ideología a todos los asuntos públicos. Totalizaron la polis griega con un falso dios, del cual sacaron provecho excesivo. Pero no solo hicieron eso; extrapolaron el término y lo llevaron a niveles impensables, haciendo de la ideología una teoría del todo. La ideología estaba hasta en el carbón de la estufa medieval y en el tuétano de la vida cotidiana, haciendo del mundo algo terrible, alienado, para supuestamente llevarlo al usufructo de una libertad fantasmal y penosamente totalitaria. La idea de Platón se degradó en ideología marxista. La interpretación de la cosa en sí, en tergiversación del mundo para que éste fuera sometido por un grupo o por un partido.
12. Desarmemos el fantasma de la ideología como metafísica y devolvámosle a Platón las ideas. La idea griega se interpreta como instancia del pensar, de la cognitio, la idea es el ojo para ver lo real. El ojo absoluto, el único ojo que puede ver lo visto. Desde Platón, la idea es un ver, una especie de captar lo real en sí. Para que se dé la idea debe haber fos, luz. Si no hay luz, no hay videncia y, por tanto, evidencia. En El mito de la caverna, los hombres atados entre sí no pueden ver lo real, por eso no pueden ser libres. Un camino hacia la libertad debe brindar la posibilidad de desatarse espiritualmente de aquellas ataduras que encadenan el actuar cognitivo. Sin luz, el objeto es solo sombra u oscuridad, lo captado está ahí frente a mí, pero yo estoy deformándolo. El camino me es oscuro. El fenómeno que capto es solo un monstruo debido a mi incapacidad, debido a la miopía inducida por la falta de luz. Pero este proceso no resiste el resplandor absoluto, porque el destello también puede cegar. Aquí lo que se necesita para ver lo real es una luz adecuada a las condiciones de la visión. El vidente no puede ver si no hay esas circunstancias. El ojo necesita condiciones para percibir y examinar con visión. El hombre sensible y sin luz puede, aunque teniendo los órganos de la visión intactos y en buenas condiciones, estar permanentemente ciego.
13. La idea hace visible lo invisible, hace fácil lo difícil, y hace difícil lo que el sentido común ve como fácil. Como fuente, la idea es productora de visibilidad, posibilita una relación. hace surgir la presencia de lo existente al mundo del entendimiento. El ojo que ve los colores, pero no los entiende, es un ojo cuya facultad de comprensión esta sesgada, rota. El ojo debe acceder al matiz, a los entrepaños de lo visto, para que pueda acceder a la cosa. Conocer lo real implica desocultar; Aletheia, decían los griegos, pero ese desocultar se hace con capacidad de develar lo visto. La idea platónica se instaura en el ojo humano como precedente del entendimiento, como acto previo a lo conocido, como arquetipo de lo real.
14. Una vez se ha instaurado la idea en el espíritu del hombre, el mundo aflora a la vista, se hace visible, los ojos empiezan a ver. Las sombras que estaban al frente se van diluyendo, se convierten en fenómenos. La catarata innata del ojo del pensar normal se va curando y se hacen accesibles los asuntos del mundo, de la vida y del hombre. La visibilidad de lo real se vuelve una posibilidad y una gran realización del entendimiento humano. La idea de Platón es, entonces, una partera de la realidad, es una comadrona de lo real, de esa cosa que denominamos objeto, universo, mundo.
15. “Porque en parte conocemos y en parte profetizamos”12 dice San Pablo en la Carta a los Corintios; o, mejor, el mundo del entendimiento puro está compuesto de dos ámbitos: uno, el que nos pertenece a nosotros a través de la idea y es lo que Pablo llamaba conocer y, el otro, que no nos corresponde penetrar por la mente sino acceder por revelación divina, y es la develación. El profeta no es científico, es un hombre inspirado por Dios para develar los asuntos. El profeta no tiene ciencia, sino que ésta le es revelada. El entendimiento, en cambio, es esfuerzo, sacrificio, búsqueda permanente en lo que sucede desde la meditación, la reflexión, el análisis y la búsqueda de nuevas perspectivas sobre lo problemático que ocurre. El entender es un acceso a lo develado. San Pablo dice de sí mismo: “Ahora vemos por espejo, oscuramente, más entonces veremos cara a cara”. Como en la caverna de Platón, el profeta, a quien le es develado un asunto de lo verdadero, debe pelear con el espejo que muestra la realidad deformada. El espejo de San Pablo no es un cristal brillante, digital y moderno. El apóstol nunca conoció el espejo que hoy muestra casi todos los detalles del reflejo. Él está pensando en un bronce pulido o en un metal reluciente que brinda una imagen del rostro con muy poca definición. O sea, que el ver por reflejo del maestro cristiano, no es un asunto nítido sino opaco, difuso, un reflejo borroso, distorsionado. Vemos dos caminos para acceder a lo real. La mente humana posee dos posibilidades para ver la idea: la platónica y la paulina. La idea es un arquetipo previo de lo que el hombre piensa es lo real y este acto lo hace un ser- hombrepensante-racional.
16. Otro asunto es la manipulación de las ideas a través del interés y el deseo de poder, en el ámbito de la justificación de una dominación; este ámbito es lo que podría denominarse discurso de dominio que busca, una vez conquistado el poder político sobre una comunidad, justificar y luego legitimar el control social por parte de estructuras de poder. Hay una primera condición que debe crear el discurso de dominio: consiste en elaborar un clima adecuado, una atmósfera que favorezca un cambio de perspectivas que transforme la forma de ver los asuntos de la vida cotidiana de un conglomerado. Esto se lleva a cabo mediante la construcción de estados cognitivos, de acciones experienciales o actos del discurso, capaces de elaborar narrativas o simbologías que promuevan el éxito y la victoria del poderoso. El discurso de dominio busca promover un alargamiento de la escena de conquista y toma del trono en una comunidad. Si antes se deseaba el poder, ahora lo que se busca, estando en él, es su legitimidad, para justificar el cambio de manos. El poderoso (grupo o individuo) no puede solo con las armas y la violencia legitimar esa fuerza. Necesita echar mano de las creencias, rituales, simbolismos, tradiciones y herramientas propias de la psicología social para entrar, ya no en el territorio conquistado, sino para proseguir en ese otro terreno: la subjetividad de los vasallos. He ahí las bases del discurso de dominio.
17. Un discurso de dominio busca legitimidad,13 teniendo en cuenta el lenguaje del súbdito, sus creencias, sus intereses, sus motivaciones, sus proyectos de vida, sus necesidades, sus comportamientos, el folclore que le da existencia cultural, la cosmovisión de su pueblo, su fe. Un discurso de dominio busca, con estas herramientas, entrar en la convicción de los asociados, del grupo, de la tribu del clan, del pueblo. Pero esa convicción, que es la que en últimas va a generar obediencia, implica las dos caras de una misma moneda o puede llegar a ser una convicción intuitiva, ciega, hasta el punto que obligue al individuo a un sometimiento, incluso en contra de su propia libertad. La toma de partido en un asunto deja de ser una decisión autónoma cuando hay de por medio convicciones mediadas por un discurso de dominio.
18. La primera técnica que aplica un discurso de poder14 en los nuevos súbditos, arranca con la estructuración de un discurso hablado o escrito que genere un estado de ánimo en el sujeto dominado y lo haga maleable a las nuevas estructuras de poder, de tal manera que se construya en él una simpatía hacia el nuevo poderoso. Esta primera forma de convicción es la que más utilizan los centros de poder para comenzar a producir legitimidad y justificación, en una nueva población que ha sido objeto de dominio. El primer interés de esa gran técnica es el propósito que tienen los entes de poder para que el dominado acepte un cierto contenido intencional del discurso de dominio y así conseguir que el individuo realice actos de subordinación sin necesidad de un excesivo control externo15 . La idea inicial es cambiar los estados cognitivos que proporcionan las nociones de realidad y certeza en el dominado, con mecanismos distorsionadores de lo que sucede para así hacerlo sensible a un cambio funcional en contra de sí mismo y a favor de la estructura, que lo predisponga en una situación donde él solo pueda actuar sin esa presión externa que promueven los nuevos mandatos de obediencia. En este discurso de dominio, el poderoso instaurará imágenes y representaciones en el nuevo súbdito, que harán cambiar su visión sobre lo real. La aceptación de contenidos intencionales convierte, al futuro obediente, en un individuo con poca resistencia respecto a los mensajes de control que buscan en él la autoconstricción y el autoavasallamiento. La acción discursiva del poder intenta obtener de la persona un espacio mental para que en él se instale un estado de ánimo propicio a la sumisión, que lo lleve a creer en el nuevo discurso de dominio. El sujeto que ha empezado a ceder su autocontrol individual con la aceptación del discurso de dominio, aplaza su capacidad de juicio y su carácter racional y, por ende, aquella libertad que no podían someter sin su consentimiento: la libertad de su espíritu. El juez interior16 , esa voz que nos juzga a cada rato, es contagiado y obnubilado con la limitación de la capacidad reflexiva que ocasionan esos contaminantes cognitivos que buscan la docilidad de una persona. La conciencia se desplaza hacia sectores solo de obediencia. Ese doble yo interno que discute y nos pone a temblar, acusándonos o elogiándonos por nuestras decisiones, cede ante la avalancha de sugestiones que produce el discurso de dominio. La misión del discurso es poner fin a las dudas sobre lo benéfico u óptimo de los nuevos parámetros que esboza el juicio instalado en el yo del obediente. El tribunal interior ha sido asaltado y, ahora, gobiernan en él ideas externas que harán del mundo del dócil algo pequeño, cuya explicación solo existirá en el ámbito del discurso de dominio; éste, incluso, se convertirá en un alimento metafísico que orientará la acción hacia ese nuevo motor del alma que es ahora la convicción sujetada, violada, manipulada y alienada a favor del poderoso
19. La convicción irracional ahora gobierna la mente del subordinado17 . Ella se puede comparar con una cera blanda, como un barro dispuesto, como una plastilina maleable, moldeable y, por tanto, propicia para que se haga en ella lo que verdaderamente desea el discurso de dominio. Ha comenzado ya no la obediencia racional y consensuada, sino la sumisión, la obediencia ciega que reemplaza la deliberación y la toma de decisión propia; el individuo ha sido excluido de su capacidad crítica. Adiós al juicio. Bienvenido el fundamentalismo.
20. La conciencia ha sido contaminada18 , el funcionamiento de la capacidad de entendimiento se ha roto. La libertad de la conciencia ha sido asaltada, otra persona manda en el alma del vasallo. La voz interior ya no pertenece a las reflexiones autónomas y a la deliberación del propio individuo, ellas han cedido el paso a las imágenes, representaciones, deseos, intereses, que el discurso del dominio ha pegado en su conciencia. El poder de ser uno mismo ha cedido el paso a una subjetividad contaminada. El código cultural adquirido en la niñez, que se había interiorizado para que actuara el individuo normal, se trastocó en otro sistema de valoración. El discurso de dominio ha tomado posesión de un individuo, que desea ya no solo acatar unas normas y obedecer unas leyes, sino que ahora aspira a dar su propia vida por unos principios convertidos en amuletos de su existencia. Las ideas de justicia, paz, convivencia, obediencia, resistencia, rebelión, pasan a ser reinterpretadas por un manual cognitivo que solamente provee el discurso de dominio. En ese manual se define quién es el enemigo y qué personas son abominables, qué hechos hay que rechazar, a quiénes tenemos que odiar, a quiénes amar, a qué personas debemos creerle aún sin conocerlas. El discurso de dominio antepone intereses previos en el deseo humano, antes de que el individuo incluso pueda experimentarlo empíricamente o incluso meditarlos, se ha preconstruido un obrar que va en busca de acuerdo a un vasallaje ciego.
21. Esculpir una conciencia alienada19 no es producto de un entrenamiento dirigido solo hacia personas mentalmente débiles; es v...