Fuego en el 23: Despertar
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Fuego en el 23: Despertar

  1. 554 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Fuego en el 23: Despertar

Descripción del libro

Una potente trama urbana en la que se mezclan el crimen, la magia negra, la santería, las drogas de diseño y los viajes temporales.

Un incendio ha devorado la discoteca latina «El 23». Ni uno solo de los muertos pudo dejar de bailar mientras ardía. Solo ha habido una superviviente: Isaura, una joven bailarina de ballet que se convierte en testigo de lo ocurrido. A partir de ese momento, habrá de cruzar su destino con Alex, bailarín de hip hop. Juntos se verán atrapados en una persecución más allá del tiempo, una maraña en la que ciencia y magia son sinónimos.

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788726939873
Categoría
Arte general

1. PELIRROJA Y SIN PECAS

Pete Rodríguez, I like it like that
—Lo siento —contestó la enfermera—, los médicos han ordenado que nada de visitas.
El caballero vestido de blanco se apartó del mostrador. Al volver a ponerse su sombrero de ala ancha dio por entendido que zanjaba la conversación. No estaba decepcionado, pues ya se había imaginado que recibiría esa respuesta. De hecho, preguntar amablemente había sido solo una formalidad. Para acceder a lugares restringidos estaba acostumbrado a utilizar otros métodos, nada convencionales.
No había recorrido setecientos kilómetros en coche, parando apenas veinte minutos para comer algo y repostar gasolina, y había cruzado Madrid —ese tráfico que tanto odiaba— hasta el hospital Gregorio Marañón, para rendirse con tanta facilidad. Aunque la paciente estuviera aislada en la unidad de cuidados intensivos, rodeada de neurólogos y psiquiatras, sometida a todo tipo de pruebas, tendrían que hacer un alto para recibirle.
¿O acaso no sabían con quién estaban tratando?
La mano derecha la tenía ocupada con su bastón de marfil —no parecía necesitarlo, pero él no lo soltaba ni a sol ni a sombra— así que era en la izquierda donde cargaba con el periódico doblado. De reojo, volvió a mirar la portada. En ella se podía ver la foto de la modelo granadina, Conce Martín, la paciente que había venido a ver. Llevaba afincada en Madrid desde 2001 y, a pesar de ser una top model, era la primera vez que salía en la portada de los principales periódicos de tirada nacional. No era para menos. Después de tres años sin apenas dar señales de vida, acababa de aparecer sentada en un parque, en un estado semivegetativo. La habían reconocido unos niños y la madre de uno de ellos había llamado a la policía. Estaba viva: reaccionaba a la luz, al ruido, a los cambios de temperatura, pero no era consciente de nada. Como una planta. Los médicos estaban completamente desconcertados. Y a la prensa le encantaba este tipo de historias para no dormir.
El hombre de blanco asintió al ver la foto. Estaba nervioso, casi podría decirse que emocionado. Había pasado tiempo ya desde la última vez…
La modelo granadina era el motivo, la pista, la esperanza por la que había regresado a Madrid a toda prisa, después de tantos años. Y no lo había hecho solo. Nunca lo hacía solo.
—Disculpe —dijo la acompañante del caballero de blanco, asomándose desde detrás y relevándole frente a la enfermera—, ¿está segura de que no podemos pasar?
La joven, con el rostro a medio cubrir por unas gafas de sol y un pañuelo azul que no dejaba ver su cabello, se apoyó en el mostrador con las dos manos, en actitud beligerante. Parecía una famosa, tratando de pasar de incógnito, a punto de cabrearse. Sus facciones y su figura, si bien no podían delatar su identidad, sí que anunciaban sin reparos que también ella podría haber sido modelo. De no haberse dedicado a los turbios asuntos que la ocupaban, claro estaba.
—Será una broma, ¿no? —le bufó a la enfermera, que se resistía a repetir lo mismo otra vez.
La compañera del caballero de blanco poseía ese color de piel que no necesita broncearse y un acento latino, tan marcado, que hasta un ciego habría sabido que no era española.
—Señorita, creo que me ha oído usted perfectamente. —A pesar del aspecto arrebatador de la misteriosa joven, la enfermera no se amilanó—. Por favor, sálganse de la cola que hay gente detrás esperando para ser atendida.
—¿Perdón?
La boricua, pues había nacido en la isla del encanto, Puerto Rico, agarró la montura de sus gafas de sol y la dejó deslizar por su perfecta nariz hasta que sus ojos verdes, como esmeraldas brillantes, se clavaron en la enfermera. Justo en ese momento, su acompañante notó un pinchazo en su cerebro, pero ni se inmutó. Se lo esperaba desde hacía un rato. Después de tantas y tantas veces, resultaba más molesto que doloroso.
—¿Decía? —insistió la mujer.
La empleada del hospital tragó saliva sin poder apartar la mirada de su interlocutora. De pronto, como si el cielo se despejara de nubes, la expresión de su cara cambió y una sonrisa afloró como si siempre hubiera estado ahí debajo, escondida.
—¡Qué tonta! —se disculpó la enfermera, levantándose—. Si les parece bien, yo misma les acompañaré a la habitación de la señorita Martín.
—¡Qué amable por su parte! —exclamó la joven puertorriqueña, rebosante de teatralidad, mientras se ajustaba de nuevo las gafas.
El caballero de blanco se rió por dentro. ¿Existía algo que no fuera capaz de conseguir su amiga? Sin duda, en algunos campos, la vida era más fácil para ellos que para el resto de los mortales. En otros, por el contrario, esa misma vida tenía algo de condena. De maldita.
«Pero no hoy» —se dijo a sí mismo—. «No hoy» —repitió—. «Hoy será un día maravilloso».
Era viernes 8 de abril, por la tarde. Una fecha para marcar en el calendario, si todo salía como esperaba. La modelo granadina era su esperanza. La primera pista en mucho tiempo. La única pista que necesitaba para encaminar al fin su última misión.
—Oiga, enfermera, que…
—No puede…
—Pero, bueno, ¿a dónde va?
Aunque la gente se puso a protestar, la empleada del hospital, al salir de detrás del mostrador, pasó por delante de la cola como si no la viera. La sonrisa tonta que se le había quedado perenne en el rostro hablaba por ella tanto como sus acciones. De pronto, la gente que esperaba en la cola y la recepción de urgencias del hospital habían pasado a un segundo plano. Mucho más importante ahora era atender a la extraña pareja de recién llegados.
—Después de ti, querida —le dijo el hombre a su amiga, señalando la estela de la enfermera.
La puertorriqueña hizo resbalar las gafas de sol por su nariz y le guiñó el ojo. Como siempre, pan comido. Ambos siguieron a la empleada sanitaria por los pasillos del centro. Si alguno de los trabajadores del hospital se extrañó de que su compañera dejara caminar libremente a aquellos dos civiles, por una zona reservada para ellos, nadie actuó más allá de una mirada curiosa o un levantamiento de cejas. No hubo preguntas.
Hasta que llegaron a la habitación de la modelo granadina.
Un médico neurólogo justo cerraba la puerta detrás de él, cuando levantó la mirada y se dio de bruces con la enfermera, el caballero de blanco y la preciosa joven de las gafas de sol.
—Disculpen ustedes —dijo, interponiéndose en su camino, después de adivinar sus intenciones—. El acceso a esta zona está restringido a los empleados del hospital.
—Vienen conmigo, doctor —se defendió la enfermera, sin que se le cayera la sonrisa—. ¿Es que no lo ve?
—¿Son de la policía? —creyó entender el neurólogo—. ¿Tienes alguna identificación?
La joven boricua sonrió, llevándose la mano a la cabeza, para colocarse mejor el pañuelo azul. Miró de reojo a su acompañante y comprobó que ya estaba preparado.
—No necesitamos ninguna identificación —señaló, bajando de nuevo sus gafas de sol y mostrando sus ojos verdes, verdes como esmeraldas incandescentes—. ¿No se acuerda de lo que le dijo la policía?
El doctor se quedó perplejo y durante un segundo rebuscó entre sus propios pensamientos. Allí se encontró, sorprendentemente, con lo que le estaba advirtiendo la misteriosa joven. Al parecer, no se había dado cuenta hasta ese preciso instante, pero el director del hospital y el inspector jefe de policía le habían especificado claramente que si aparecía un tipo mayor vestido entero de blanco y una joven con gafas de sol y pañuelo azul, guapísima, por cierto, tenía que dejarles pasar a la habitación. Y ayudarles en lo que hiciera falta.
—Tienen toda la razón, ¡qué descuido! —se disculpó el neurólogo, echándose a un lado, al tiempo que abría la puerta—. Pasen, por favor —les invitó.
—Usted ya puede volver a su trabajo. Gracias. —Le ordenó la joven a la enfermera.
—Sí, ya me encargo yo —lo corroboró el doctor.
La enfermera asintió y, dándose media vuelta, a paso rápido, regresó a la recepción. Cuando se incorporó a su puesto de trabajo le dolía la cabeza de tal manera que no consiguió volver a sonreír en lo que le quedaba de turno.
El doctor entró en la habitación detrás de sus invitados y cerró la puerta.
—Conce Martín ingresó el jueves por la tarde en este estado y desde entonces no ha mostrado ningún cambio —les explicó.
La modelo granadina estaba sentada en la única cama que había en la habitación. Tenía los ojos abiertos y respiraba con normalidad, pero no reaccionó ante la visita. Casi ni se movió. Permanecía mirando a la televisión apagada de la pared. Sus constantes vitales estaban siendo monitorizadas, así como sus pautas cerebrales.
—Está despierta, pero como puede estar despierta una planta. A veces reacciona al sonido, o a la luz. Si algo le duele trata de apartarse. Pero nada más. Es como si solo sus reflejos existieran. El resto de la actividad cerebral ha desaparecido. Jamás había visto un caso así — confesó el neurólogo.
La noticia en el periódico que había llamado la atención del caballero de blanco explicaba justamente eso, la confusión absoluta que reinaba entre los médicos que la estaban tratando.
Sin embargo, tanto él como la joven puertorriqueña creían saber lo que había pasado. Por eso habían hecho setecientos kilómetros de madrugada. Para comprobarlo.
A pesar de aquella luz criminal y la ausencia de todo maquillaje, todavía se podía apreciar su belleza. Quizá por eso resultaba más incómodo aún mirarla, presa de tanto cable, rodeada de tanto aparato médico.
—Le hemos hecho una tomografía del cerebro, análisis tóxicos de sangre y orina e incluso un PET, pero nada, estamos como al principio. Ni una sola pista de lo que le ha podido pasar a esta pobre chica.
La boricua se quitó las gafas de sol y se acercó a la modelo granadina. Ella no necesitaba nombres extraños ni sofisticados aparatos para llevar a cabo sus pruebas. Solo necesitaba a su acompañante.
—Déjenos solos, por favor —le ordenó al doctor.
—Sí, por supuesto.
Y se marchó.
Después de unos segundos, el caballero de blanco se acercó a su compañera, descubriéndose la cabeza. Ni la joven ni él dijeron nada al principio. No por respeto, sino porque estaban saboreando el momento. Si la máquina que le medía los latidos a la granadina hubiera estado conectada a ellos en lugar de a la paciente, se habría puesto a correr fuera de sí, delatando la excitación que estaban viviendo.
—Es pelirroja natural —apuntó el hombre—. Y ni una sola peca.
—Pelirroja y sin pecas —corroboró ella—. Ya te lo dije.
Ambos respiraron hondo a la vez. Había llegado el momento.
—¿Qué ves?
Ella se inclinó para aproximarse todavía más a la paciente, hasta quedar sus rostros a un palmo escaso. El caballero de blanco sintió, por tercera vez en la tarde, el pinchazo en su cerebro, doliéndole más esta que las anteriores.
—La han vaciado —concluyó la joven—. La han robado todos sus pensamientos, sus recuerdos, sus ideas. Han estropeado todo a su paso, dejando un blanco tan grande que no puede salir de ahí.
—¿Han sido ellos?
En lugar de responder con palabras, la boricua abrió un hueco entre el cuerpo de Conce Martín y el respaldo de la cama y la giró, apartando la camisola que le habían puesto para poder ver su espalda.
Allí estaba la respuesta.
—Ha sido él —especificó—. Él ha dado la orden.
En la espalda de la pelirroja estaba el tatuaje del águila bicéfala.
Basileus Basileon, Basileuon Basileuonton —recitó el hombre, en latín.
—Rey de reyes —tradujo al instante la boricua—, que reina sobre los que reinan.
El águila bicéfala estaba presente en la iconografía y heráldica de varias culturas, pero ese, en particular, venía del escudo de los zares de Rusia.
—Por fin.
El hombre trató de tragar saliva, pero la boca se le había quedado seca de la emoción. Se dio cuenta de que llevaba casi un minuto sin respirar.
—Entonces está claro —añadió, después de un largo suspiro—. El último ruso.
—Sí —contestó ella. Y luego negó con la cabeza mientras decía—: ¡Qué hijo de puta!
La joven dejó a la modelo en la posición en la que la había encontrado y dio un par de pasos hacia atrás. La tensión entre ellos se podía sentir. Como la de un ejército antes de plantar cara al enemigo.
—Es curioso que, después de tanto tiempo, vayamos a pillarle por algo así —reconoció el caballero de blanco—. Él, que siempre fue tan cuidadoso.
—Está obsesionado —le recordó la joven, dándose la vuelta. Ya había visto demasiado. Necesitaba salir de allí, así que se acercó a la puerta—. Te lo dije.
—¿Puedes hacer algo por ella? —quiso saber el hombre, volviendo a cubrir su cabello blanco y rizado con el sombrero. Había recibido la indirecta: tenían que marcharse.
—No. Nadie puede —contestó, enfadada—. Se...

Índice

  1. Fuego en el 23: Despertar
  2. Copyright
  3. Other
  4. Other
  5. Dedication
  6. PRÓLOGO
  7. 1. PELIRROJA Y SIN PECAS
  8. 2. EL DESEMBARCO
  9. 3. VIERNES NOCHE EN EL 23
  10. 4. DESPELOTE Y GOZADERA
  11. 5. ÊTRE FORT POUR ÊTRE UTILE
  12. 6. LA PRISIÓN DE ISAURA
  13. 7. BIENVENIDO, DON BARTOLOMÉ
  14. 8. CLARO COMO EL AGUA
  15. 9. REBELDE SIN CAUSA… HASTA EL MOMENTO
  16. 10. LA PRINCESA EN LA TORRE
  17. 11. EL POKER Y LA CENA SIN HACER
  18. 12. LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA
  19. 13. NO ME CUENTES CHISTES
  20. 14. NIÑA O MUJER
  21. 15. CUANDO SE MUERE LA SALSA
  22. 16. AZÚCAR DE MADRUGADA
  23. 17. BIENVENIDOS AL PANTEÓN
  24. 18. EL VENDEDOR DE PERIÓDICOS QUE NO VENDÍA PERIÓDICOS
  25. 19. PEDRO TEJEDOR Y SU CORBATA
  26. 20. A LA HOGUERA CON LOS VAGOS
  27. 21. ALEA JACTA EST
  28. 22. LA CONFESIÓN DE LEANDRO
  29. 23. ¿DÓNDE ESTÁN LOS CABALLEROS ANDANTES CUANDO SE LES NECESITA?
  30. 24. WHAT’S GOING ON?
  31. 25. COMO UNA HERMANA… O CASI
  32. 26. PATRÓN SIN MARINEROS
  33. 27. VERDE ESMERALDA
  34. 28. ADIÓS A MADRID
  35. 29. EL TATUAJE DE TU ESPALDA
  36. 30. Y LA LASAÑA SE ECHÓ A PERDER
  37. 31. LA CASA DE LAS LOCAS
  38. 32. SACRIFICIOS POR HACER
  39. 33. TOMMY INSIDE OUT
  40. 34. CUALQUIER COSA QUE DIGA PUEDE SER Y SERÁ USADO EN SU CONTRA
  41. 35. EL DESCANSO DEL GUERRERO
  42. 36. CÓMO OLVIDARSE DE LA NEGRA
  43. 37. UN VIAJE A NUEVA YORK
  44. 38. EL ÁGUILA BICÉFALA EN LA ESPALDA DE LA PELIRROJA
  45. 39. ME ENCANTA QUE LOS PLANES SALGAN BIEN
  46. 40. MEN SANA IN CORPORE SANO
  47. 41. «DESCANSA EN PAZ, SEÑORITA FIGUEIRAS»
  48. 42. LIBERTAD CONDICIONAL
  49. 43. VIVA Y COLEANDO
  50. 44. SIN DECIR NI UNA PALABRA
  51. 45. ATRAPADOS EN LA RED
  52. 46. CAMINO DE LA MANSIÓN FIGUEIRAS
  53. 47. LA VISITA INESPERADA
  54. 48. MAMI, QUÉ SERÁ LO QUE TIENE LA NEGRA
  55. 49. COMO SI TAL COSA
  56. 50. DE VUELTA AL MUNDO
  57. 51. LOS VIOLINES DE EL ÚLTIMO MOHICANO
  58. 52. CUANDO MARCELINA SE PONE AL MANDO
  59. 53. UN ÚLTIMO TRABAJO PARA EL PANTEÓN
  60. 54. SÁBADO POR LA MAÑANA EN LA CASA DE LAS LOCAS
  61. 55. CRUCE DE CAMINOS EN El ALMAZÉN
  62. 56. DE MADRID AL CIELO
  63. 57. EL ALMAZÉN DE LOS SENTIDOS
  64. 58. A PUNTA DE PISTOLA
  65. 59. AL RESCATE
  66. 60. EL SÉPTIMO DE CABALLERÍA
  67. 61. DEMASIADOS CUBANOS MUERTOS
  68. 62. ME LLAMO ÁLEX
  69. 63. PISO SEGUNDO, LETRA D
  70. 64. EL CAMBIAZO
  71. 65. GILIPOLLAS
  72. 66. UNA MÁS Y TIRO PORQUE ME TOCA
  73. 67. TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN AL CEREBRO
  74. 68. SMITH & WESSON 686, DEL CALIBRE 357
  75. 69. DESPEDIDAS
  76. Epílogo
  77. Agradecimientos
  78. Sobre Fuego en el 23: Despertar