Avisos provechosos
para la vida espiritual
Capítulo 1
De la imitación de Cristo y desprecio de todas las vanidades del mundo.
[1] «Quien me sigue no anda en tinieblas» (Jn 8,12), dice el Señor. Estas palabras son de Cristo, con las cuales nos amonesta que imitemos su vida y costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y libres de toda la ceguedad del corazón.
Sea, pues, nuestro estudio pensar en la vida de Jesucristo.
La doctrina de Cristo excede a la de todos los santos, y el que tuviese espíritu hallará en ella maná escondido.
Mas acaece que muchos, aunque a menudo oigan el evangelio, gustan poco de él, porque no tienen el espíritu de Cristo.
El que quiera entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, conviene que procure conformar con Él toda su vida.
[2] ¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad, por donde desagradas a la Trinidad?
Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo; mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios.
Más deseo sentir la contrición, que saber definirla.
Si supieses toda la Biblia a la letra y los dichos de todos los filósofos, ¿qué te aprovecharía todo sin caridad y gracia de Dios?
«Vanidad de vanidades y todo vanidad» (Qo 1,2), sino amar y servir solamente a Dios.
Suma sabiduría es, por el desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales.
[3] Vanidad es, pues, buscar riquezas perecederas y esperar en ellas.
También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente.
Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente.
Vanidad es desear larga vida y no cuidar que sea buena.
Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero.
Vanidad es amar lo que tan presto se pasa y no buscar con solicitud el gozo perdurable.
[4] Acuérdate frecuentemente de aquel dicho de la Escritura: «No se harta la vista de ver ni el oído de oír» (Qo 1,8).
Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios.
Capítulo 2
Del bajo aprecio de sí mismo.
[1] Todos los hombres, naturalmente, desean saber; mas, ¿qué aprovecha la ciencia sin el temor de Dios?
Por cierto, mejor es el rústico humilde que a Dios sirve, que el soberbio filósofo que, dejando de conocerse, considera el curso del cielo.
El que bien se conoce, tiénese por vil, y no se deleita en alabanzas humanas.
Si yo supiese cuanto hay en el mundo y no estuviese en caridad, ¿qué me aprovecharía delante de Dios, que me juzgará según mis obras?
[2] No tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla grande estorbo y engaño.
Los letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales.
Muchas cosas hay que, el saberlas, poco o nada aprovecha al alma; y muy loco es el que en otras cosas entiende, sino en las que tocan a la salvación.
Las muchas palabras no hartan el alma; mas la buena vida le da refrigerio y la pura conciencia causa gran confianza en Dios.
[3] Cuanto más y mejor entiendes, tanto más gravemente serás juzgado si no vivieres santamente.
Por eso no te ensalces por alguna de las artes o ciencias; mas teme del conocimiento que de ella se te ha dado.
Si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras.
«No quieras saber cosas altas» (Rom 11,21); mas confiesa tu ignorancia.
¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose muchos más doctos y sabios en la ley que tú?
Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te conozcan ni te estimen.
[4] El verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo es altísima y doctísima lección.
Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y reputarse en nada.
Si vieres a alguno pecar públicamente o cometer culpas graves, no te debes juzgar por mejor, porque no sabes cuánto podrás perseverar ...