La realidad en crisis
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Markus Gabriel

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La realidad en crisis

Markus Gabriel

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La crisis pandémica ha evidenciado la necesidad de una Nueva Ilustración, una nueva puesta en valor del conocimiento humanístico. La realidad en crisis recopila tres conferencias impartidas por Markus Gabriel en el Tecnológico de Monterrey durante tiempos de encierro total con las que invita a retomar ese camino de reflexión y descubrimiento: «Virus y sociedad. La crisis del orden simbólico», «La objetividad y las humanidades: perspectivas para un Nuevo Realismo» y «La crisis del ser humano». El filósofo aborda los grandes desafíos a globales a los que se enfrenta la sociedad del siglo xxi: «alcanzar una cooperación transcultural, transdisciplinaria, una cooperación con miras a una organización moralmente mejor de la humanidad en este planeta (más allá de la explotación, de la dominación, de la asimetría, que todavía caracterizan el orden del poder), el único que nos queda».

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Información

Año
2022
ISBN
9788412488289
Categoría
Literatura

VIRUS Y SOCIEDAD

La crisis del orden simbólico

Presentación

Nueva Ilustración en el mundo poscoronial

PALOMA VARGAS
Cocoliztli es la denominación que aparece en las crónicas mexicanas para referir a las principales epidemias ocurridas en el siglo XVI, la de 1545 y la de 1576. Se trata de la palabra náhuatl para plaga que bautizó a una enfermedad que no presentaba erupciones cutáneas y cuyos síntomas característicos eran copiosas hemorragias nasales y abscesos retroauriculares. La cocoliztli, que en el 2018 se identificó como salmonela gracias a estudios de arqueogenética, causó la muerte de millones de personas y tuvo efectos de enorme importancia para la configuración del poder virreinal y los grupos indígenas. Y por lo tanto del México en el que hoy vivimos y hemos heredado.
Tal como hoy sucede con el Covid 19 y utilizando la terminología de Markus Gabriel, la cocoliztli se convirtió en una entidad social frente a la cual españoles e indígenas tuvieron que haberse posicionado. De hecho, las crónicas refieren cómo los temazcales, que habían sido utilizados como medida terapéutica hasta ese momento, se convirtieron en centros de contagios con la cocoliztli. También, que se llevaban a cabo mitotes y rituales utilizados para enfrentarse culturalmente a una epidemia que junto a los cambios sociales, representaba la alteración definitiva del orden simbólico.
Fernand Braudel señala que el oficio de historiar parte de la necesidad que surge en un determinado presente por hacer preguntas específicas a un pasado, del cual se pretende desentrañar sentido o cierto grado de entendimiento sobre la experiencia humana que es significativa en el dicho presente. Es por eso que desde marzo del 2020 el interés por el estudio de las perspectivas históricas y literarias de las epidemias en México ha crecido en el seno de los estudios humanísticos de nuestra universidad.
En el mes de septiembre del 2020 la Cátedra Alfonso Reyes nos permitió contar con la presencia del filósofo Markus Gabriel, catedrático de la Universidad de Bonn. Autor de los libros Por qué no existe el mundo y Sentido y existencia, una antología realista, entre otras destacadas publicaciones. Con el título «Virus y sociedad: la crisis del orden simbólico» de la mano de Markus exploramos una mirada que no es hacia el pasado, sino hacia el futuro, abordando ideas como el imperativo virológico, el progreso moral y en general un modelo para una visión positiva de un futuro donde el orden poscoronial ofrece la posibilidad de la reconstrucción del orden global en términos éticos y morales.
Ante la crisis del orden simbólico, el imperativo virológico es una visión de carácter moral en la que, en palabras de Gabriel, «debemos y podemos permitirnos reconstruir el orden global en términos de objetivos moralmente justificables, incluso éticamente deseables». La necesidad de una brújula moral que apunte a la cooperación internacional es indispensable para enfrentar el mundo «poscoronial», uno en el que la actual crisis del coronavirus será recordado como sólo un presagio de una situación de crisis incomparablemente más peligrosa: la crisis ecológica.
El hombre, como ente capaz de una moralidad superior, puede realizar cambios sistemáticos en el comportamiento. «Mi visión positiva para el orden poscoronial es que ahora deberíamos aplicar a los grandes desafíos del siglo XXI la brújula moral universal que usamos al comienzo de la pandemia con respecto al imperativo virológico», señaló Markus Gabriel.
En este orden de ideas ¿qué valores morales deben guiar la interpretación de nuestras acciones? ¿Cuáles son los elementos de nuestro orden simbólico que habrán de perdurar? El filósofo apunta la necesidad de una Nueva Ilustración. Esto remite a la importancia del conocimiento humanístico y su aportación en la formación de una sociedad capaz de asumir los cambios profundos e ineludibles que el histórico 2020 nos ha planteado como individuos, como humanos.

Virus y sociedad

La crisis del orden simbólico

MARKUS GABRIEL
El orden simbólico se ha visto sacudido desde que la Organización Mundial de la Salud declaró una pandemia viral en marzo de 2020. Los subsistemas formativos de la sociedad moderna se han descarrilado y tratan de frenar su rumbo deslizante bajo la lupa de una atención globalmente coordinada sin precedentes. El orden simbólico es el lugar donde la sociedad se representa a sí misma. La sociedad es el sistema máximo de transacciones sociales, nunca cerrado y por principio inaprehensible. Debido a que la sociedad no es aprehensible y ni siquiera puede aproximarse ni controlarse como un todo, siempre hay concepciones de la sociedad que están más o menos distorsionadas por su naturaleza. Por tanto, el orden simbólico es siempre susceptible a los engaños y autoengaños, las ideologías, manipulaciones, propaganda, etcétera. Es decir, a toda la gama de fenómenos que se generan debido a que las personas actúan en condiciones de incertidumbre, falibilidad, presiones del tiempo, incertidumbres y complejidades que nunca podrán eliminarse con éxito (cf. Gabriel 2020a).
Los virus pertenecen ontológicamente al reino de las entidades naturales. Las entidades naturales son aquellas cuyas propiedades son en su totalidad, o en gran medida, independientes de cómo las definamos como seres vivos dotados de espíritu, lenguaje o teoría. El SARS-CoV-2 tiene un determinado genoma de virus, nucleótidos, etcétera, cuyo análisis conducido en febrero de 2020 lo clasificó como perteneciente a la misma especie que el SARS-CoV.
Este punto se complica ontológicamente. La clasificación del nuevo coronavirus en la especie de SARS fue acompañada automáticamente de una evaluación de riesgos, ya que ha habido un amplio consenso durante más de una década de que el SARS es un virus particularmente peligroso para los humanos. El proceso taxonómico al comienzo de la crisis del coronavirus fue controvertido porque el uso del término SARS-CoV-2, como se le llama ahora, contribuye al hecho de que, como todos hemos visto, «[la gente] entra en pánico al pensar en una reaparición del SARS», contra lo que advirtió un grupo de virólogos chinos en la reconocida revista The Lancet a principios de marzo de 2020. «[El] nombre SARS-CoV-2 podría tener efectos adversos sobre la estabilidad social y el desarrollo económico en países donde el virus está causando una epidemia, quizás incluso en todo el mundo».1 La respuesta a esta sugerencia en el mismo número de la publicación se basa en el hecho de que la clasificación taxonómica como SARS-CoV-2 es genéticamente correcta, por lo que los autores conceden: «La relación entre el nombre de un patógeno viral y sus enfermedades asociadas es compleja» y por ello proponen en el futuro, desde un punto de vista médico humano, denominar una versión más inofensiva del virus, anticipada por uno de los dos grupos de discusión, como «coronavirus humano de baja patogenicidad, como LPH-CoV» a su debido tiempo2.
En esta foto instantánea de un complejo debate virológico se muestra rápidamente que el nuevo coronavirus no es de ninguna manera exclusivamente una entidad natural. Desde que nosotros como anfitriones notamos que la enfermedad, más tarde conocida como Covid 19, es causada por el virus, éste se ha venido entretejiendo en procesos socioeconómicos y, por lo tanto, se ha convertido en una entidad parcialmente social. A diferencia de una entidad puramente natural, una entidad social tiene esencialmente propiedades que sólo pueden explicarse si se tiene en cuenta la reacción coordinada consciente o inconsciente de varias personas cuyas acciones están alineadas con la entidad.3 Cuando las personas cooperan ante una situación peligrosa, esta situación se traslada a una dimensión social, lo que no significa que pierda sus propiedades naturales ipso facto: una entidad natural formateada socialmente sigue siendo (en gran parte) natural.4
La reacción a una pandemia viral, a diferencia de la lógica de la propagación de un virus, no es (en gran medida) natural. No existe (o al menos no se conoce) una sociobiología que nos permita entender a los humanos, es decir, explicar científicamente sus reacciones, particularmente en materia de política sanitaria ante la declaración de una pandemia viral. El hecho de que las fronteras nacionales se hayan cerrado dentro de Europa no puede explicarse sociobiológicamente, y sería una hipótesis extremadamente extraña suponer que la existencia de fronteras nacionales tiene una explicación sociobiológica.

El imperativo virológico

La reacción social en su totalidad, especialmente la reacción política al virus, incluidas las clasificaciones virológicas de actores políticamente involucrados como el Instituto Robert Koch, así como la declaración de una pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud, modifica la interacción de los subsistemas de la sociedad, lo que se refleja en el término «relevancia sistémica». Los grandes sistemas geopolíticos han estado escenificando sus valores en todos los canales disponibles durante meses y los movilizan mediante su gestión de crisis normativa.
Permanece indefinido qué actores políticos garantizarán la soberanía interpretativa sobre la crisis del coronavirus en los próximos años, ya que actualmente todavía nos regimos por leyes de protección contra infecciones y estados de emergencia. Como resultado, ha surgido un desequilibrio axiológico en Europa desde marzo de 2020 que está provisto de una pseudo racionalidad. Este desequilibrio consiste en que el imperativo virológico, el cual nos pide hacer todo lo posible individual y colectivamente, a casi cualquier precio, para hacer frente a la pandemia viral, elimina en gran medida los demás puntos de vista. Desde hace meses, la única alternativa pensable en la autodeterminación humana ha sido la economía, lo que ha llevado a que las discusiones sobre la relajación de las medidas se centren en la cuestión de cuán caro resulta exactamente contener la pandemia. La pseudo racionalidad del imperativo virológico consiste en que se formulan riesgos potenciales del nuevo coronavirus sobre la base de datos inciertos, de tal manera que incluso se sugiere que se debería haber impuesto un confinamiento más temprano, más estricto y por más tiempo en Europa (véase Mukerji y Mannino 2020). Si el objetivo principal de las actividades en la sociedad en su conjunto fuera contener el virus, tal interpretación del riesgo teórico podría aplicarse según los datos fácticos y los estudios médicos. Pero la premisa unilateral de la teoría del riesgo (que no señala una salida a la crisis del coronavirus) es completamente absurda, ya que pasa por alto el hecho de que, en primer lugar, hay muchos otros riesgos para la vida (incluidos los virales, como la pandemia interminable del VIH), que no se convierten en la «máxima máxima» de la acción estatal, y en segundo lugar que las medidas tomadas para combatir el virus son en sí mismas riesgosas y que en algunos casos ya han producido y están por producir grandes daños colaterales.5
Aquí es donde entra un formato de observación de análisis crítico sobre la crisis del coronavirus, el cual me gustaría utilizar como modelo para una visión positiva del futuro. La crisis revela en esta óptica las debilidades sistémicas del orden global que ha surgido en el curso de una globalización interpretada en su mayoría de forma neoliberal, porque en efecto, esta crisis tiene lugar mayoritariamente en el orden simbólico: una representación de la pandemia viral ha absorbido toda la operación de los medios, así como la atención de casi todas las personas que viven en la actualidad y que pueden seguir los eventos mundiales en línea en tiempo real. En el caso de Alemania en particular, se puede afirmar que, afortunadamente, el disparo inicial para hacer frente a la pandemia fue impulsado por una visión moral. En vista de los peligros médicos, se hizo evidente de inmediato un consenso en la sociedad en su conjunto, en la forma de una ola gigantesca de solidaridad, interpretada en el sentido de que es nuestra obligación incondicional hacer todo lo posible a casi cualquier precio económico por proteger a las personas particularmente amenazadas del curso grave de la enfermedad y, por lo tanto, también para proteger nuestro sistema de salud de su saturación. A esta visión moral la llamo «el imperativo virológico».6

La visión de un orden poscoronial

Gracias a la dinámica moral de la primera fase de gestión de la pandemia, en la que se trataba de la protección de la vida, se ha demostrado frente al público que es una mera excusa política afirmar que, por necesidades del mercado, no seamos capaces de crear un orden mundial moral cuyo objetivo sea poner en la cima de nuestros objetivos la sostenibilidad, la justicia distributiva y otros imperativos urgentes para mejorar las condiciones sociales más allá de las fronteras nacionales. En resumen: debemos y podemos permitirnos reconstruir el orden global en términos de objetivos moralmente justificables, incluso éticamente deseables. Lo que es posible para contener una pandemia viral no puede ser imposible para prevenir la crisis climática mucho peor y los diversos agravios que asolan a miles de millones de personas con pobreza extrema y escasez de suministros.
Mi visión positiva para el futuro se refiere a que hemos reconocido que somos capaces de progresar moralmente. Por lo tanto, no es una coincidencia que, en medio de la pandemia viral, estemos lidiando con problemáticas de carga moral –discusión sobre racismo, cambio climático, renta básica incondicional, explotación de humanos y animales en la industria cárnica, noticias falsas y populismo de derecha– con un enfoque inesperado. En general, el progreso moral consiste en hacer visibles los hechos morales parcialmente oscurecidos también para quienes se beneficiaron, directa o indirectamente, de mantenerlos en secreto.
El hombre es capaz de una moralidad superior, es decir de realizar cambios sistemáticos en el comportamiento que resultan de reconocer que hay cosas que debemos hacer y otras de las que debemos abstenernos. En la tradición filosófica, lo que debemos hacer se llama el bien, y de lo que debemos abstenernos se llama el mal. Nuestras situaciones cotidianas de acción en las condiciones de la división moderna del trabajo son, por supuesto, considerablemente más complejas que los escenarios éticos que han estado disponibles para la ética durante miles de años7. Esto se traduce en nuevos tipos de situaciones de acción que nos confrontan con problemas éticos que aún no han sido esclarecidos. Por tanto, como muestra la crisis del coronavirus, no es fácil saber qué debemos hacer por motivos morales. La ética en tiempo real en sistemas dinámicos interconectados globalmente se mueve de manera diferente de lo que podrían imaginar Platón, Aristóteles o Kant. Pero naturalmente, no se puede deducir que no existan hechos morales sólo porque no sean previsibles a priori en condiciones de sistemas de acción complejos. Los desafíos morales más urgentes del siglo XXI sólo pueden superarse si eliminamos los frenos de la é...

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