Simposios y banquetes griegos
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Simposios y banquetes griegos

Carlos García Gual

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Simposios y banquetes griegos

Carlos García Gual

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Propiciada por la amistad e impulsada por las copas de vino, la charla entre los invitados trata del amor y la amistad y otros temas en el marco del banquete helénico. El nombre de simposio se aplica precisamente al animado intercambio de discursos e ideas entre los bebedores, filósofos y poetas y, más tarde, entre eruditos parlanchines. Este libro, tras una breve introducción a los rasgos del banquete más clásico, pasa revista y comenta los cinco Simposios conservados en la literatura griega, desde el inolvidable diálogo de Platón al inagotable chismorreo de Ateneo, pasando por las variadas conversaciones que relatan Jenofonte, Luciano y Plutarco. Y recuerda de paso algunos poemas, algo eróticos y muy clásicos, sobre los gozos y riesgos del banquete.

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Información

Año
2022
ISBN
9788417951276

SIMPOSIOS DE LA LITERATURA GRIEGA

Con los dos diálogos clásicos que llevan el título de symposion de Platón y de Jenofonte se inaugura una tradición literaria de larga duración y de varios textos y autores. Entre los que no hemos conservado se cuentan los de Aristóteles, Espeusipo, Jerónimo, Prítanis, Epicuro y Perseo, además de otros, seguramente de progresiva erudición, como los de Aristóxeno, Dídimo, Herodiano, Heráclides, Parmenisco, Plutarco, Ateneo, Luciano, Juliano y el ya cristiano Metodio. A estos podemos añadirles también, como imitadores y sucesivos cultivadores del género, famosos escritores latinos, como Lucilio, Varrón, Horacio, Asconio y Macrobio (en sus largas Saturnalia), sin olvidarnos de incluir, como un colofón novelesco, una farsa escénica de chispeante colorido: el texto de El satiricón, de Petronio, es decir, «el banquete de Trimalción».
A continuación, recordaremos, con algunas breves citas que nos permiten una cierta idea del carácter y estilo de esas obras, los cinco autores griegos cuyas obras podemos leer, y daremos algún rápido apunte sobre los latinos.
PLATÓN

Simposio

Me gustaría introducir, como nota prologal antes de tratar de los Simposios de Platón y Jenofonte, unas líneas del Protágoras platónico, que es algo anterior, donde Sócrates avanza una crítica acerca de las discusiones sobre poesía, como la que el sofista Protágoras ha mantenido en el coloquio, y que eran, junto a los juegos eróticos y las músicas de flautistas, usuales en los banquetes. Creo que resulta una nota muy pertinente, aunque no se refiera expresamente a un banquete, sino a una conversación en una reunión de gentes refinadas.
Dice, pues, Sócrates, en el Protágoras, ya algo cansado de la larga y docta polémica con el sofista:
Si quiere Protágoras, dejemos lo que toca a los cantos líricos y épicos […]. Pues me parece que el dialogar sobre la poesía es mucho más propio para charlas de sobremesa de gentes vulgares y frívolas. Ya que esas gentes, puesto que no pueden tratar unos con otros por sí mismos mientras beben, ni con su opinión propia ni con argumentos, por su falta de educación, encarecen a los flautistas, pagando mucho en el alquiler de las flautas, y así pasan el tiempo unos con otros. Pero donde los comensales son gentes de calidad y cultura, no verás flautistas ni bailarinas ni tañedores de lira, sino que, como ellos son capaces de conversar unos con otros sin esos jaleos y juegos, con su propia voz hablan y escuchan en su turno con gran moderación, por mucho vino que beban. Así también en reuniones de hombres como la mayoría de nosotros dice ser, para nada se necesitan voces ajenas, ni siquiera de poetas a los que no se puede preguntar de qué hablan… Pero los bien educados dejan de lado las reuniones de esa clase, y ellos conversan por sí mismos entre sí, dando y recibiendo explicación recíproca en sus diálogos. A estos parece que debemos imitar sobre todo tú y yo; y, dejando a un lado a los poetas, hagamos nuestros razonamientos uno con otro, sometiendo a nuestro examen la verdad y a nosotros mismos.16
En el Simposio platónico, es Sócrates quien propone dejar de lado a poetas y músicos, bailarinas y saltimbanquis a fin de lograr un coloquio preciso, auténtico y bien razonado, sin diversiones que compliquen o estorben la búsqueda clara de la verdad en la discusión. La propuesta está muy de acuerdo con otros textos platónicos y cierra la reflexión suscitada por la discusión anterior del mismo diálogo.
Parece bastante evidente que esa renuncia a otros elementos festivos también podría interpretarse como una crítica directa a lo que ofrece el Banquete de Jenofonte, como ya advierte el erudito Ateneo. Solo que, en este caso, hay que suponer que Platón habría leído el texto de Jenofonte y que este es anterior al Protágoras, lo que a mí no me parece verosímil. (Digamos que, en el desarrollo posterior del género literario, la crítica platónica a estas discusiones tuvo escaso éxito, como se verá.)

Banquete

Sin duda, el diálogo platónico sigue siendo el gran texto de toda esta ristra de escritos simpóticos. No solo inaugura la serie, sino que es el inolvidable emblema de referencia, por su planteamiento escénico, su frescura poética y su alcance filosófico. Quisiera subrayarlo con las palabras entusiastas del gran filólogo Werner Jaeger:
Ninguna prosa humana podría atreverse a hacer honor, con los medios del análisis científico o de una paráfrasis cuidadosamente calculada sobre el original, a la perfección suma del arte platónico, tal como se nos revela en el Simposio […]. El Simposio no es, en realidad, un diálogo en sentido usual, sino un duelo de palabras entre gentes de alta posición. Representantes de todas las clases de cultura espiritual en Grecia se congregan en torno a la mesa del poeta trágico Agatón. Acaba de obtener en el agón dramático un brillante triunfo y es el festejado a la par que el anfitrión. Pero, dentro de un círculo reducido, es Sócrates el que obtiene el triunfo en el agón de los discursos, un triunfo que pesa más que el aplauso de las treinta mil o más personas que aclamaron a Agatón el día anterior. La escena es simbólica. Además del joven autor trágico, ahí está presente Aristófanes, el mejor y más ingenioso comediógrafo de la época. Como los discursos de estas dos figuras marcan indudablemente el punto culminante de todo el diálogo antes de que Sócrates comience a hablar, resulta que el Simposio viene a ser la encarnación visible de la primacía de la filosofía sobre la poesía que Platón postula en su República.17
Quien hace el relato es Apolodoro, a instancias de un amigo, y cuenta que a él se lo contó Aristodemo, uno de los asistentes al memorable banquete celebrado años atrás. La escena se sitúa hacia el año 416 a. C., pues el banquete conmemora, como se dijo, la victoria de Agatón en el concurso teatral de las fiestas dionisíacas de ese año.
El coloquio que Platón presenta en el marco del banquete tiene por tema central la discusión y definición del amor, el amor apasionado que los griegos llamaban eros y que en la tradición clásica se enlaza con la educación, paideia, en su aspecto tradicional. (El tema era frecuente en las charlas simposíacas, como sabemos, y los elogios de Eros, divinidad y pasión, se prestaban a ingeniosos malabarismos retóricos y poéticos.)
Los invitados al banquete festivo en casa del joven Agatón eran personas muy bien conocidas en la Atenas de entonces por su prestigio cultural y su claro ingenio: Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes y Sócrates (una admirable selección de lo que hoy llamaríamos prestigiosos intelectuales: un retórico, un político, un médico, un comediógrafo, un autor trágico y un filósofo).
Respecto a la estructura del relato, un breve esquema:
1: Introducción: Apolodoro relata la cena que a él le contó Aristodemo, testigo del festín en casa de Agatón.
2: Breve apunte de la llegada de Sócrates y propuesta del tema por Erixímaco.
3: Seis discursos sobre el amor o seis elogios de eros ofrecidos en este orden: Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates.
4: Llegada repentina de Alcibíades y apasionado discurso de este.
5: Escena final (Agatón, Aristófanes y Sócrates).

Los convidados

Con la excepción de Aristófanes, los demás contertulios están citados también en otros diálogos platónicos como amigos de Sócrates. Apolodoro figura en el Fedón, en la Apología y en el Protágoras. (También lo cita Jenofonte como asiduo seguidor de Sócrates en sus Memorables, I, 4, 2.) Agatón, Fedro, Pausanias y Erixímaco aparecen en el Protágoras (Fedro y su amigo Pausanias al lado del sofista Hipias). Hay una conocida relación sentimental entre Agatón y Pausanias, y entre Fedro y Erixímaco, y luego veremos que se perfila, aunque más distante, otra entre Sócrates y el joven Alcibíades. La charla sobre el eros se plantea en un círculo selecto de amigos expertos en el tema.
Un tanto aparte parece quedar la figura del ingenioso Aristófanes, que no pertenece al círculo de amigos de Sócrates ni tiene amores conocidos (como se sabe, Aristófanes presentó una ácida caricatura de Sócrates en su comedia Las nubes y motejó de afeminado a Agatón en Las Tesmoforiantes), y Platón, en la Apología de Sócrates, le atribuye una cierta responsabilidad en la imagen deformada del filósofo. En todo caso, notemos que aquí aparece como un amable y muy ingenioso conversador que maneja un sorprendente y original relato con aires de mito, muy en consonancia con su reconocida inventiva para argumentos fantasiosos y de fina comicidad.
Aristófanes parece convocado aquí como representante del arte de la comedia, tal como Agatón resulta serlo del arte de la tragedia. El autor cómico y el poeta trágico preceden a Sócrates en el uso de la palabra; ambos dominan el arte de la mímesis teatral. Al lado del refinado Agatón, el comediógrafo, con su oportuno hipo y su brillante mito, ofrece un cierto contraste. Por otra parte, notemos que Aristófanes no es partidario del amor homosexual, frente a la mayoría de los convidados, y que en sus comedias solía ridiculizar tales amores. Pero Platón no recuerda aquí sus burlas y nos lo presenta al lado de un Sócrates como un buen conversador de muy fresco ingenio mitológico.
Fedro y Pausanias son discípulos de los sofistas y los retóricos de aquella época (es decir, de Protágoras y luego de Lisias e Isócrates) y Agatón y Aristófanes, acreditados maestros de la escena dramática. Erixímaco, en cambio, es de otro gremio intelectual, un médico, hijo de otro médico hipocrático, miembro de una profesión de cierto prestigio y un tanto pedante con sus aires de «científico». Platón lo evoca con una ligera ironía, aunque su teoría acerca del eros como impulso natural y cósmico no carece de claridad y agudeza.
Tanto Fedro como Agatón esbozan sus elogios de Eros con entusiasmo y una fina retórica, Pausanias y Erixímaco tienen más ideas, más político el primero y más físico el segundo, y Aristófanes relata un mito, pintoresco y de su propia invención, el mito de los amantes demediados que siempre anhelan encontrar su mitad perdida. Sin duda logra un mito de largos ecos, pero muy alejado de la línea platónica, al que Sócrates luego contrarresta contundentemente con su mito del eros como inagotable búsqueda y anhelo de la Belleza y el Bien.
Conviene releer uno y otro mito. En cierto modo quedan aquí contrapuestos, pero ambos son ingeniosos y atractivos. En uno y otro el amante se afana en perseguir algo perdido o anhelado. Eros es, en efecto, deseo y anhelo, frente a Afrodita, la diosa del amor como seducción y encuentro sexual. Pero hay que subrayar la distancia que hay entre el mito del ingenioso autor cómico y el revelado por la sacerdotisa a Sócrates.

Apuntes sobre los discursos

Sería un tanto inútil resumir los seis diversos discursos, ya que merecen una lectura directa y meditada, pero dejo en apuntes unas notas sobre cada uno.
Al comienzo de la reunión es Erixímaco quien propone el tema central del simposio: las charlas versarán sobre la alabanza de Eros, el dios del amor. Era, en efecto, un motivo bastante tradicional, que se prestaba a juegos de ingenio en poemas y elogios. Sócrates se apresura a aceptarlo, y se proclama experto en la materia:
Nadie, Erixímaco, votará en contra de ti. Pues ni yo, que sostengo no entender de otra cosa más que de los asuntos del amor, podría negarme, ni tampoco sin duda Agatón y Pausanias, ni, por supuesto, Aristófanes, cuya ocupación gira toda en torno de Dioniso y Afrodita, ni ningún otro de los aquí presentes… ¡Ea!, que empiece con buena fortuna Fedro y haga su encomio de Eros.
Fedro entona pronto un fogoso elogio de Eros como el primero y más antiguo de los dioses, una gran divinidad primordial, y cita en su apoyo a poetas arcaicos como Acusilao y Parménides. Luego pasa a elogiar el poderío de Eros como una potencia ética; él es el dios que impulsa al joven amado hacia el amante, e inspira en uno y otro valor y audacia, y cita como ejemplos a Orfeo, Alcestis y Aquiles, especialmente a este último, que murió por vengar a su amado Patroclo y al que los dioses premiaron con su traslado póstumo a la Isla de los Bienaventurados. Según Fedro, «Eros es el más antiguo de los dioses, el de mayor dignidad y el más eficaz para ayudar a los hombres, tanto vivos como muertos, a adquirir virtud y felicidad».
Pausanias comienza con una crítica y una distinción. Subraya ya de entrada la relación de Eros con su madre, la diosa Afrodita, y tanto para uno como para la otra nota una doble genealogía. Hay una Afrodita Urania y una Pandemos (es decir, una Celeste y otra Popular). Y lo mismo podría valer para el Amor. Al amor celeste, el del alma, se opone el amor vulgar al cuerpo. Resemantiza los dos calificativos dándoles un sentido moral. Sigue a la Afrodita Urania el amado que se educa y aprende virtud moral junto a su amante, que lo educa en el camino de la nobleza y la virtud. Y ese amor es el que importa y el que, puesto a prueba, se mantiene durante toda la vida. Pausanias es un buen orador y, tras haber marcado el decisivo contraste entre uno y otro Eros, concluye con un elogio del amor en que el amante conduce al amado a la virtud: «Este es el amor de la diosa “celeste” y es, también él, celeste y de mucho valor, tanto para la ciudad como para las personas, ya que obliga al amante y al amado a dedicar mucha atención a sí mismo con respecto a la virtud».18
Toma luego la palabra Erixímaco, ya que Aristófanes, aquejado de hipo, le cede su turno. Y el médico, tras elogiar su propia profesión, da un nuevo sesgo a la discusión. Vuelve a advertir en el Amor una fuerza cósmica, que, del mismo modo qu...

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