El último mogol
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El último mogol

El ocaso de los emperadores de la India 1857

  1. 608 páginas
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El último mogol

El ocaso de los emperadores de la India 1857

Descripción del libro

Una lóbrega tarde de noviembre de 1862, un rústico féretro recibía sepultura en medio de un escalofriante silencio, sin lamentos ni panegíricos por orden expresa del comisionado británico: «No debe quedar rastro que distinga el lugar donde descansen los restos del último mogol». El cadáver que ocupaba el ataúd era el de Bahadur Shah Zafar II, uno de los monarcas más tolerantes y gentiles de una extraordinaria dinastía que se vio al frente de un violento alzamiento, el motín de la India, condenado de antemano al fracaso. El sangriento sitio de Delhi, el Stalingrado del Raj, será su fin, el ocaso de su dinastía y el fin de una cultura incomparable. Bahadur Shah Zafar II, el último emperador mogol por cuyas venas corría la sangre de Tamerlán y Gengis Khan, fue un místico, un gran poeta y un hábil calígrafo que, aunque privado del poder político real por la Compañía de las Indias Orientales, se rodeó de una brillante corte y presidió uno de los grandes renacimientos culturales de la historia de la India. En 1857, fue la bendición de Zafar a la rebelión de los cipayos de la Compañía la que transformó lo que en principio parecía un simple motín en el levantamiento más grande que el Imperio británico tuviese jamás que sofocar. El último mogol. El ocaso de los emperadores de la India es un retrato de la deslumbrante Delhi que Zafar personificaba, la historia de los últimos días de la gran capital mogola y de su destrucción final en la catástrofe de 1857. William Dalrymple, que ya nos cautivó con La anarquía. La Compañía de las Indias Orientales y el expolio de la India y El retorno de un rey. Desastre británico en Afganistán, ofrece un poderoso relato de estos fatídicos acontecimientos, por vez primera narrados desde la perspectiva india, a partir de más de 20 000 documentos que el autor encontró en los archivos nacionales de India, escritos por habitantes de Delhi que sobrevivieron a la masacre. Una obra extraordinaria que completa la trilogía dedicada a la Compañía de las Indias Orientales con claros ecos contemporáneos, en cuyo corazón laten las vidas e historias de individuos, indios e ingleses, trágicamente arrollados en uno de los episodios más sangrientos de la historia de la India.

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Información

Año
2022
ISBN del libro electrónico
9788412381795
Categoría
History
Categoría
British History
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CAPÍTULO 1

Un rey de ajedrez

La comitiva nupcial del príncipe Jawan Bakht salió por la puerta de Lahore del Fuerte Rojo a las dos de la madrugada de la calurosa noche del 2 de abril de 1852. Al sonar la salva del cañón apostado en la muralla y lanzar un arco de fuegos artificiales y cohetes desde lo alto de las torretas iluminadas del fuerte, las dos puertas situadas frente a la avenida de Chandni Chowk se abrieron de par en par.
Los primeros en salir fueron los chobdars o maceros. A los ciudadanos de Delhi nunca les había gustado mucho que se les pusieran barreras, y solían abrirse paso a través de vallas de bambú, de las que colgaban unas lámparas que iluminaban el recorrido procesional. Era tarea de los chobdars despejar el camino entre la exaltada multitud, antes de que los elefantes imperiales –siempre algo impredecibles en presencia de los fuegos artificiales– atravesaran las puertas con su pesado andar.
Dos ministros a caballo abrían el desfile propiamente dicho. Los caballos llevaban las crines trenzadas con abalorios de concha, de sus cuellos y tobillos colgaban campanillas y, mientras cabalgaban, los ministros eran atendidos por criados con punkahs (abanicos). A continuación, venía un escuadrón de la infantería mogola, con brillantes escudos negros y espadas curvas, largas lanzas y pendones de color verde y oro que ondeaban al viento.
Detrás iba el primero de los seis elefantes imperiales, con un tocado en la cabeza de color oro y azafrán, bordado con el escudo de armas del emperador. Desde sus howdahs,a los cargos públicos portaban la divisa dinástica utilizada por los mogoles desde su llegada a India, hacía más de trescientos años: el primero llevaba la cara de un sol rodeado de sus rayos, el segundo dos peces dorados suspendidos a cada extremo de un arco dorado, el tercero la cabeza de una bestia similar a un león, el cuarto una mano de Fátima dorada, el quinto la cabeza de un caballo y el último un chatri o paraguas imperial. Todos estaban hechos de oro y se portaban sobre unas astas doradas de las que caían serpentinas de seda.
A continuación, salió un grupo de sirvientes de palacio vestidos con casacas rojas, cargados con unas bandejas tapadas en las que llevaban comida y regalos para la familia de la novia; un escuadrón de camellos, acompañados del redoble de los tambores y de disparos al aire; un pequeño regimiento de cipayos británicos encabezado por el capitán Douglas, comandante de la guardia de palacio, todos con ajustados gorros militares y uniformes de color azul y azafrán, escoltando dos cañones ligeros; una compañía de caballería ligera (perteneciente al regimiento conocido como Caballería de Skinner) con casacas amarillas y fajines escarlata, ataviados con corazas y cascos de aspecto medieval; un grupo de carretas tiradas por bueyes que transportaban varias bandas de músicos mogoles con timbales, shanais, trompetas y címbalos; y una berlina de factura europea, pintada de azul añil, en cuyo interior iban los príncipes de más edad, con sus brocados resplandeciendo bajo la luz de los fuegos artificiales.
Detrás de cada comitiva iban grupos de hombres que sostenían unas antorchas en alto, mezclados con otros que llevaban velas dentro de campanas de cristal. También pasaban cuadrillas de aguadores que vaciaban sus odres en el camino, tratando de aplastar las nubes de polvo estival que la procesión iba levantando a su paso.
Tras la berlina venía un segundo y más reducido grupo de jóvenes príncipes, esta vez a caballo; y, entre ellos, justo en el centro, cabalgaba el novio. El mirza Jawan Bakht tenía solo once años, un novio muy joven incluso en una sociedad que solía casar a los hijos al comienzo de la adolescencia. Justo detrás del príncipe avanzaba bamboleándose el elefante montado por el propio emperador, sentado en su howdah dorado, y engalanado, a pesar del sofocante calor de la noche, con sus ropas y joyas de ceremonia, y atendido por su asistente personal, provisto de un abanico de plumas de pavo real. El resto de la corte le seguía a pie, formando una larga fila serpenteante que se extendía desde Chattha Chowk en el bazar del Fuerte, hasta Naqqar Khana Darwaza o puerta de la Casa del Tambor, en el mismo centro del Fuerte.1
No mucho antes de aquello, el emperador y Jawan Bakht habían posado para el artista austriaco August Schoefft.2 El retrato de Zafar representa a un anciano digno, reservado y bastante apuesto, con una delgada nariz aguileña y una barba recortada con cuidado. A pesar de su estatura y de su sorprendente corpulencia y musculatura, sus ojos acuosos y de pestañas extraordinariamente largas reflejan una profunda dulzura y sensibilidad. En la adolescencia, el príncipe Zafar siempre había aparecido en los retratos con una figura algo desmañada y poco definida, rechoncho, visiblemente tenso y con una barba bastante rala. Pero a medida que la juventud fue dando paso a la madurez, su aspecto había ido mejorando y, es curioso, de viejo, llegó a lucir mejor que nunca. Ahora, con setenta y tantos años, tenía las mejillas más cetrinas, la nariz más pronunciada y un porte más majestuoso. Sin embargo, mientras el anciano monarca permanece arrodillado y manosea con tedio las cuentas de su collar, en la expresión de sus ojos oscuros aún hay algo de una melancolía inconfundible; el gesto de sus carnosos labios refleja el mismo aire de tristeza, de paciente resignación, visible en los retratos anteriores. Schoefft muestra a Zafar un poco agobiado bajo los ropajes con brocados dorados que le adornan, abatido por el peso de los enormes rubíes de color rojo intenso y los collares de voluminosas perlas, cada una del tamaño de un huevo de perdiz, que con pesadez cuelgan de su cuello. Es el retrato de un hombre constreñido por el peso de su cargo.
Por el contrario, el hijo favorito del emperador, el joven Jawan Bakht, parece encantado con todas sus perlas y gemas, las dagas adornadas con joyas y las espadas con incrustaciones con las que aparece engalanado con un grado de fastuosidad casi igual al de su padre. Su expresión también es distinta: consciente de su belleza y extrañamente presuntuosa y confiada para un niño de once años. Se muestra tan extraordinariamente seguro de sí mismo como su padre cansado y vacilante.3
Tanto en ambos retratos como en el desfile nupcial faltaba la mujer que había hecho más que nadie porque ese matrimonio se produjera. Durante meses, la esposa favorita de Zafar, Zinat Mahal, había estado preparando aquel día. Según la tradición mogola, las mujeres no podían formar parte del barat que llevaba al novio a su boda, ni siquiera las madres o reinas; sin embargo, cada detalle de la procesión había sido planeado por ella. Porque el mirza Jawan Bakht era el único hijo de Zinat Mahal, y su sola ambición, a la que se aferró con firmeza durante toda su vida, era ver a Jawan Bakht, el decimoquinto hijo de Zafar, ocupar el trono a la muerte de su padre.
La excepcionalmente lujosa boda que había planeado tenía como objetivo potenciar la imagen del príncipe, y también consolidar su propio lugar en la dinastía: la novia de Jawan Bakht, la nabab y begum Shah Zamani,b quien es probable que no contara más de diez años en el momento de la boda, era sobrina de Zinat, y su padre, Walidad Kahn de Malagrag, un importante aliado de la reina. Aunque de una pareja tan joven la consumación del matrimonio no se esperaba hasta pasados uno o dos años, ni siquiera que vivieran juntos, las consideraciones políticas aconsejaban que el matrimonio se celebrara de inmediato, sin esperar a que los contrayentes alcanzaran la pubertad.
Tal como Zinat la preparó, la boda del mirza Jawan Bakht alcanzó un nivel incomparable en la historia reciente de Delhi, pues llegó incluso a eclipsar las bodas de los hermanos mayores de Jawan Bakht. Sesenta años después, el joven cortesano Zahir Dehlavi, cuyo trabajo consistía en encargarse del cuidado del Mahi Maraatib o Estandarte del Pez,c todavía recordaba el aroma de las bandejas de comida enviadas a todos los cargos de palacio desde las cocinas reales y los espectaculares festejos que precedieron a la celebración principal: «nunca se había visto tanta belleza y magnificencia –escribió muchos años después en su exilio de Hyderabad–. Al menos en todos los años que yo he vivido. Fue una celebración que nunca olvidaré».4
Los festejos habían comenzado tres días antes de la boda, con un desfile desde la casa de Walidad Khan hasta el palacio, en el que se acarrearon los principales regalos de boda, y al que siguieron unos fuegos artificiales: «una brillante caravana de elefantes, camellos, caballos y toda clase de carruajes», según la Delhi Gazette.5 A este le siguió la ceremonia del mehndi, en la que las manos de la pareja y las de sus invitados, incluidas todas las mujeres de palacio, se decoraban con henna; los festejos se prolongarían durante siete días más desde la celebración de la ceremonia nupcial.
La noche de la gran procesión, al comienzo de la vigilia nocturna conocida como la ratjaga, Zafar le había regalado a Jawan Bakht un velo de bodas elaborado con cadenas de perlas llamadas sehra, y se habían celebrado varias fiestas simultáneas a cada cual más grandiosa para las diferentes categorías de palacio, cada una con sus propios músicos y conjuntos de bailarinas. Algunos ciudadanos selectos estaban en un patio, los niños y los estudiantes de palacio en otro, los cargos más importantes en un tercero, y los príncipes en un cuarto.6
Dado que los recursos financieros de Zafar rara vez igualaban sus gastos, por no decir los de su esposa, gran parte de los preparativos iniciales para la boda habían incluido la solicitud de créditos a los prestamistas de Delhi, quienes sabían por experiencia cuáles eran las posibilidades de recuperar el dinero. Desde diciembre, en el registro del Residente británico sobre los procedimientos de la corte, venía quedando constancia de los numerosos intentos de Zinat por hacerse con las importantes cantidades necesarias, algo que al final logró con la ayuda del jefe eunuco de palacio, Mahbub Ali Khan, famoso por su crueldad.7 El palacio fue reparado, limpiado a fondo y soberbiamente decorado con lámparas y arañas de cristal.8 Otra de las grandes preocupaciones consistía en conseguir unos magníficos fuegos artificiales, para lo cual durante todo enero y febrero se citó en palacio a pirotécnicos de todo el Indostán para que demostraran sus habilidades.9
Los cohetes, petardos y velas romanas no paraban de explotar en torno a las grandes murallas de arenisca roja del fuerte mientras el desfile nupcial discurría con lentitud en dirección oeste, bajando por Chandni Chowk, con sus árboles y su canal central que resplandecía a la luz parpadeante de las antorchas. Desde allí siguió serpentea...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Agradecimientos
  6. Mapas
  7. Dramatis personae
  8. Introducción
  9. 1 Un rey de ajedrez
  10. 2 Creyentes e infieles
  11. 3 Un difícil equilibrio
  12. 4 La tormenta se aproxima lentamente
  13. 5 La espada del Señor de la Furia
  14. 6 Una jornada de desorden y destrucción
  15. 7 Una posición precaria
  16. 8 Ojo por ojo
  17. 9 El cambio de la marea
  18. 10 Fuego a discreción
  19. 11 La ciudad de los muertos
  20. 12 El último de los grandes mogoles
  21. Glosario
  22. Bibliografía
  23. Imágenes